Hacía bastante tiempo que no se veían.
Ella no lo había llamado, pero él tampoco dio señales de querer aparecer. Quizá por falta de tiempo debido a la universidad o el trabajo, quizá por el hecho de que Beetlejuice ahora manejaba un club popular en el No-Mundo y ya no vivía pendiente de ella como ante, así como él había tenido una vida propia antes de conocer a Lydia, ahora volvía a continuarla.
Y estaba bien, ninguno se reclamaba nada porque se entendían incluso en el silencio de sus ausencias.
Por momentos Lydia creía que las cosas se habían acabado pero al mismo tiempo se negaba a aceptarlo, no se trataba de deshacerse de un amigo imaginario y ya. Beetlejuice fue —y seguía siendo— su mejor amigo. Probablemente el único verdadero: desinteresado, leal y sincero. Algo que escaseaba en el mundo adulto de los vivos, lleno de interés sexual, de codicia, de favores. La gente busca escalar a la cima, se olvida del amor al arte. Pagar cuentas, conseguir un puesto, pisotear a los otros. Reducir su propio arte a algo que los demás pudieran comprender para no ser invisible.
Lydia no pudo adaptarse a cosas tan simples desde su infancia y le había costado mucho hacerlo en la vida adulta, aunque finalmente lo consiguió.
A veces la presión era demasiada y algún mal entendido, la hostilidad de sus pares, lo vacío aunque bien intencionado en las palabras de su madre y la falta de apoyo seguro en su padre —nunca con mala intención, sólo que ellos eran así y punto.
Todo aquello la arrinconaba en su cuarto oscuro hasta que sus ojos enrojecían.
Como ahora.
Lydia prevé el colapso. No recuerda cuando fue la última vez que el mundo se le venía abajo, y no hay historia de Poe o Lovecraft que pueda relajarla. Su labio inferior tiembla, se siente una niña.
Pero antes de que una sola lágrima resbale por su mejilla blanca, sin meditarlo ni proponérselo, sus labios se mueven repitiendo igual que antes:
—Beetlejuice, Beetlejuice, Beetlejuice.
Un acto reflejo, como los animales y sus defensas. Ella necesita protegerse.
Y para su sorpresa, él responde enseguida a esa plegaria, con su sonrisa de dientes desalineados y amarillentos, la cabellera rubia desgastada y pajosa, el fiel traje de rayas verticales blancas y negras.
No se trata ya de un problema con sus tontas compañeras de colegio, sino de algo más fuerte.
Una broma grosera, su cuerpo levitando y cambiando de forma, la sonrisa de ella asomándose hasta que él también sonríe.
—Has cambiado, nena, y para mucho mejor.
Lydia es una adulta, así que Beetlejuice puede darse el lujo de rosar sus labios apenas. Ella siente una oleada de emociones en esa gesto, como si el viejo Beetlejuice estuviera guardando demasiadas cosas en su interior y las estuviera liberando ahora, sólo para ella. Una caricia, un consuelo cariñoso y difuso entre la vieja amistad y el amor que, aparentemente, en vez haber desaparecido con el tiempo, estuvo creciendo.
