Título: Who in this world can ask me to resist?
Fandom: Glee
Claim: Rachel Berry. Quinn Fabray. Quinn/Rachel.
Disclaimer: Que no, no son mías.
Summary: Podrías pensar, pero cuando después de que no llegan ni siquiera a los mejores diez fuera tu espalda la que se encontrara con la pared de un pasillo cualquiera y fueran sus labios los que se encontraran contra tu cuello, lo cierto es que ya no lo harías. —Viñeta, Quinn/Rachel.
Nota: No sé, no sé, no sé. Gracias a R por betearlo.
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«Who in this world can ask me to resist?»
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Podrías pensar que lo mejor para hacerle daño sería hacer que todos los demás (casi sin darse cuenta y sólo guiados por ese impulso estúpido de estar en New York casi sin supervisión de algún adulto y creerse los dueños del mundo sólo por poder correr por las interminables calles y gritar «I love New York» a voz que pretende ser grito pero es cantada con la melodía más sencilla que pueden evocar todas sus gargantas) se comportaran como si lo importante fuera estar ahí y no ver qué tan lejos se podría llegar después de ello.
Podrías pensar que lo ideal para hacerla rabiar sería impedir que pudiera siquiera comenzar a escribir las canciones que Mr. Shue les había encargado que hicieran antes de abandonarlos («Vilmente» según ella. «Al fin» según todos los demás) para probablemente ir a disfrutar de la ciudad ahora que podían. Podrías pensar que lo mejor que podrías hacer sería hacer algo (quejarte, pegarle con una almohada, salir de la habitación y hacer que todos hicieran lo mismo...) para que no pudiera ni siquiera comenzar a rasgar el papel con la pluma.
Podrías pensar que lo que haría que todo lo demás rindiera fruto de manera satisfactoria sería cualquier cosa menos esperarle en el pasillo del hotel, empotrarla contra la pared y besarle como si la vida se te fuera en ello. Cualquier cosa menos colar tu lengua por su boca, acariciando su labio inferior pero obligándola a que te deje entrar. Cualquier cosa menos deslizar tu mano por debajo de su camiseta, pegando tu palma a su piel, casi riéndote de ese pequeño salto que da cuando siente el contraste de tu mano helada contra su piel ardiendo. Cualquier cosa menos hacerla gemir un nombre que parece menos tuyo que hace cinco minutos, un nombre que suena como todos pero es único e irrepetible, un nombre que se siente más tuyo que cualquier otro. Cualquier cosa menos ahogar un grito en su clavícula cuando sientes su tímida mano recorriendo el contorno de tus senos. Cualquier cosa menos quedarte casi a su merced con apenas un toque.
Podrías pensar que lo que menos serviría sería separarte de ella e irte de ahí lo más rápido que te permitieran tus piernas, hacer como que nada sucedió a la mañana siguiente, pero aún así recorrer con tus dedos la parte de atrás de su cuello mientras bailan esa coreografía que parece más improvisada que ensayada horas y horas frente a todo el mundo.
Podrías pensar. Podrías pensar, pero cuando después de que no llegan ni siquiera a los mejores diez fuera tu espalda la que se encontrara con la pared de un pasillo cualquiera y fueran sus labios los que se encontraran contra tu cuello, lo cierto es que ya no lo harías.
