El despertador chillaba en medio de las penumbras de mis sueños. La sangre que escurría por mis brazos, la misma que desbordaba de mis labios, y mis manos estrangulando a una mujer; todo era tan real que, cuando desperté, la imagen tan visible de aquél sueño permanecía a tal grado que no pude distinguir la fantasía de la realidad. Sacudí mi cabeza entrando en razón y apagué, malhumorada, la alarma que gritaba en mis oídos.

Adormilada, prendí las luces de la habitación y, casi arrastrándome, llegué a la cocina para cocinar mi desayuno. Raramente me preparaba para el día apenas despertarme. La comida iba primero, y ese era mi lema de la vida.

Al terminar mi desayuno, ahora con más humor (aunque nunca el suficiente), me dirigí al baño. Cepillé mi (nido que tenía como) cabello con mucha paciencia, y armé las lindas trenzas a las que acostumbraba llevar siempre.

-Oh, ¿quién es adorable? Violetta es adorable.—Me dije a mí misma en el espejo. Me sentí orgullosa de mi rostro ya arreglado (y algo avergonzada por las palabras que me dije por impulso), y caminé con vagancia hacia mi habitación. Saqué el impecable vestido gris que normalmente llevaba cual uniforme escolar, y las botas y guantes que tanto amaba.

Ya vestida, me examiné en el espejo de cuerpo completo del living, y asentí sonriendo egocéntricamente, diría yo. Pero no me avergüenzo de esto. ¿Por qué mentirse sobre la apariencia de uno mismo? ¡Soy hermosa! ¡Tengo buen cuerpo! ¡Y ni hablar del carácter y personalidad! Hay que festejar las cualidades, con humildad. ¡Pff! ¡Qué humildad! Sucrette se puede ir a la mierda con su humildad y heroísmo.

Creo que me he ido del tema.

Bien. Como muchos sabrán, mi nombre es Violeta Müller. Aunque muchos se equivocan en este aspecto: es VIOLETTA no VIOLETA, maldita sea. No soy un puto color, ¡que mi nombre lleva dos tés, mierda! En fin. Soy una adolescente de dieciséis años, amo el arte, por supuesto, y vivo sola, temporalmente. Voy al colegio con nombre de una tienda de dulces que en realidad es un puto cabaret: SweetAmoris. No sé a quién demonios se le ha ocurrido ese nombre para un colegio; de donde yo vengo, ese tipo de nombres serían denunciados por derecho infantil. Y otra vez me he ido del tema. Voy a un colegio en el que cada día pasan sucesos, y pocas veces hay estudio verdadero. Y no sé cómo puede haber alumnos que se lleven materias a coloquio cuando son más fáciles que la mierda, las santísimas pruebas. Sigo asistiendo a ese colegio por holgazana.

Muchos pasan mi vida desapercibida. Creen que por dejarme intimidar por el trío de gatos y no hablar de más, tengo una vida feliz. ¡Qué felicidad! Y no estoy siendo sarcástica. Realmente soy feliz. ¿Y quién no? Llevo una vida a pleno. Puedo infiltrarme en donde se me canten las ganas por mi anatomía y puedo escuchar los secretos de todo aquél que no se percate de mi presencia. ¡Yo soy la verdadera reina abeja aquí! No hay nada que no sepa. Y eso desde ya, merece un premio.

Llegué a la entrada del instituto. Suspiré con pesadez y pude observar cómo el delegado Nathaniel sonreía alegremente a todo el que entrara. Haha, no sonreiría de ese modo si le dijera a todos los fetiches que lleva en esa cabeza hueca. ¿no? Y luego pasaba Lysandro, mirando despreocupado su amada libreta. ¡Qué cosa sería si se empezara el rumor de que anda mirándole el trasero a cada mujer que le pasa por delante! ¿Y Kentin? ¿Que estuvo haciendo alguna que otra cosilla con la Barbie princesilla luego de que Sucrette haya tenido una cita con Lys? Tsktsktsk. Eso y mucho más hay guardado en mi cofre de secretitos sucios.

Sonreí ligeramente y entré a un paso lento, hacia mi aula. Dejé mi bolso, observando de reojo a mis compañeros de clase, y me di paso hacia el jardín. ¡Oh! No sin antes causar algún alboroto.

Cuando pasaba por el patio, visualicé al matón del colegio. Castiel, hohoho. ¡Cuántas cosas tiene guardadas este niño! O eso pienso. De este tengo pocos recursos. Solo uno que otro, pero nada más. Nunca me interesó la vida de este tipo. Me da asco la forma en la crea una capa de superioridad, cuando, si pudiera mostrarle mi verdadera forma de ser, lo haría gemir sin dudar en el suelo, llorando y rogando por su vida. ¡Ha! Ante estos pensamientos, una sonrisa algo perturbadora se escapó de mis labios. Sacudí mi cabeza ligeramente y volví en mí misma.

Entonces, pasé por su lado y lo peché, haciendo creer a todos que él lo hizo apropósito. Solté un gritito de dolor fingido, y me gané su atención. Sin un ápice de preocupación, me miró por debajo del hombro.

-Fíjate por dónde vas, chillona.—Dijo.

-Yo…lo siento, no quise…-Unas lágrimas se asomaron por mis ojos, pero…

Pero entonces, una voz del otro lado del patio gritó con valentía:

-¡Castiel! ¡Qué le haces a la pobre Violeta!-Exclamó Sucrette—Mejor métete con alguien de tu tamaño.

Tomó mi mano sin permiso y me levantó. ¡Ah! La heroína del SweetAmoris se tenía que presentar. No es que la odie, pero esa aura tan "Mary Sue" me irrita. Y encima de todo, cada día venía con un matiz de cabello y ojos distinto. ¿Cómo demonios hace eso?

Miré de reojo, ya de pie, a un embobado Castiel. Miraba con asombro a la temerosa joven, que le sonreía, como si el tema por el que vino hubiera desaparecido.

Caminé al escuchar un "¿Y esa serías tú?" proveniente del idiota. Ya empezarían con sus conversaciones y de eso nada.

Aburridos. Siempre lo mismo. Nunca me dejan diversión. Pensé, acostándome sobre el mantel que posicioné en el césped el miércoles pasado. Saqué mi libreta de bosquejos, y de repente mi mano dibujó con toda calma a una parejita siendo torturada por mí misma. ¡Cuchillos, metralletas, hachas, fuego! La pareja era asesinada de varias formas. Por supuesto, la pareja en cuestión eran Castielito y Sucrettita.

-¡Ese Castiel! ¿Cuál es su trauma con los pechos? ¡Puedes ir a sobarle las tetas a la directora, a ver qué se siente! Y encima…¡¿Qué le sucede?! ¿Cuál es el problema con decir lo que quieres decir? ¡Todos en el puto colegio sabemos que te quieres follar a Sucrette, no hace falta que lo escondas más, pedazo de bazofia humana! Troglodita de mierda, más asco no me puedes dar.—Saqué la lengua demostrando todo mi asco, cuando mi rostro palideció.

Una sombra se aproximó hacia la mía, y luego, solo carcajadas.

-¿Terminaste?—Pregunté, indiferente.

-Haha…ha.—Se enderezó, ahora sonriendo con superioridad, como siempre.-¿Y? ¿Qué harás para que mantenga el secretito este de tu carácter de mierda? Porque juraría que esto vale oro…-

Ahora fue mi turno de sonreír.

-No me preocupa. Fíjate que no soy ninguna puta barata, así que si eso es lo que quieres, puedes irte olvidando de la idea.—Miré entretenida cómo su mueca de diversión se deformaba.—Y…¿sabes? Sé muchos secretillos que valen muchísimo más que el carácter de mierda de esta pobre samaritana.

-¿Secretos? ¿Qué vas a saber tú?

-Hm, hm…-Pasé mi lápiz por mi rostro, demostrando un gesto pensativo.- ¿Sabes que está mal espiar a la persona que te gusta en las duchas del gimnasio? Tsk tsk tsk, está muy mal, señor Castiel. —Dije, evitando partirme de la risa.

-Oh. Buen punto.—Respondió.—Pero, conociendo a Sucrette, no creo que crea ese tipo de cosas. Ya sabes, ella es lo más ilusa que hayas visto en la vida.

-Vaya. Será ilusa pero ¡acabas de admitir que te gusta! En ningún momento dije que fuera ella.—Reí victoriosa por su expresión molesta.—Bien, bien. Has de saber que nunca ganarás en una discusión conmigo. Pero puedes pedirme lo que quieras si tanto quieres que te deba un favor.—Después de todo, no me quedan más secretos sobre ti, maldita sea. Pensé, mordiéndome el labio inferior.

-Solo…-Murmuró.

-¿Ah? Habla fuerte.—Observé sus ojos detenidamente, que intentaban pedirme algo. Interesante.-¿Quieres decir que te ayude a conquistar a la linda Sucrette? ¡Woau, nunca pensé que fueras tan atrevido!—Exclamé, haciéndolo enfadar. Su rostro estaba pintado con cierto rosado, por lo que intuí correctamente. Se dio media vuelta, dispuesto a irse.

-Olvídalo. ¿Qué sabrías tú? Una pobre virgen que—

-Hey, hey. Seré virgen pero por lo menos yo me puedo confesar sinceramente, pedazo de neófito.—Suspiré.—Okay, okay. Te ayudaré a que sean felices para siempre. Solo deja de ridiculizarte de ese modo.—

Escuché unos gruñidos por parte de él.

-Más te vale que mañana hayas preparado algún plan o algo, u olvídate de ese secreto tuyo.—Esta vez sí se habría ido, si no fuera porque una triste Sucrette nos miró, como si hubiéramos provocado algún crimen imperdonable.

-Ustedes…¿por qué estaban juntos?—Preguntó.

Castiel me miró, amenazándome en silencio para que arreglara la situación. Reí para mis adentros y mi expresión cambió, a la tierna y cotidiana Violeta.

-¡Sucrette! La directora ha castigado a Castiel y lo ha mandado aquí, para que arregle algunas plantas en el invernadero. Ah, pero si quieres, también puedes venir ayudar, después de todo…estamos faltos de miembros.—Sonreí inocentemente. El color de ambos rostros volvió, dándome algo de gracia. De verdad que son tal para cual, estos idiotas.

-Ah, entonces, vendré cuando pueda. Gracias, Violeta. ¡Oh!—Su rostro se entristeció nuevamente.—Kentin me ha dicho que te llame…dice que quiere hablar contigo.

¡Me estás jodiendo! Esta tipa me está jodiendo. ¿Cómo puede ser que cada vez que una chica hablé con alguien de este puto instituto se entristezca como la mierda? Sé que hay bastantes que están buenos por aquí pero ¡estás peor que la puta de Laeti!

Suspiré con pesadez luego de pensar tanto en un segundo, y asentí con la cabeza. Sucrette se largó del jardín, dejándome a solas de nuevo con el otro idiota.

Nos miramos por unos segundos y desvió la mirada.

-No se te ocurra decirle a alguien de esto.—Dijo al fin.

-De nada por lo de recién, niño.—Me puse de pie, guardando todos mis materiales al escuchar la campana de ingreso.—Como si quisiera que alguien supiera que estás cerca de mí.

Finalmente entré a clases. Y, aunque casi me duermo, recordé apenas que el pokémon de Kentin me había citado. Otro problema. ¿Qué mierda quiere éste?

Salí pitando al baño cuando sonó la campana de receso. El viejo mal cogido de Historia no me dejó ir al baño en una hora, y no me aguantaba más. Suspiré con satisfacción cuando salí, y caminé con pereza hacia el gimnasio, en donde estaba el castaño.

Entré al amplio lugar, que se encontraba casi vacío. Inhalé el pulcro aire que recorría por el espacio, que me calmó un poco de la desenfrenada mañana que tuve. Kentin me llamó la atención moviendo el (musculoso y fuerte) brazo, y accidentalmente lo miré, por lo que tuve que ir hacia él.

Me miró fija y seriamente. Lo que me asustó, pues esa (sensual y) penetrante mirada, no la veías todos los días.

-¿Sucede algo?—Pregunté tímidamente.

-Violetta…-Se me acercó.—Sé tú secreto, así que no lo escondas de mí.

Mierda.


Este capítulo es una re-edición, por lo que si notan que el resto de los capítulos (hasta el diez u once) tienen una forma de escribir completamente distinta, es por eso (los escribí hace un año). Estos días estos volviendo a hacer los capítulos, por lo que si ustedes quieren esperar, por mí no hay problema. Gracias por leer