Disclaimer: Los personajes de este fic no me pertenecen.
Nota: Vengo con un fic, probablemente Two-shot. Me encanta esta temática así que le di rienda a mi imaginación resultando esta historia |(*u*)/
-¡Vamos!, Apúrate, no tenemos mucho tiempo- decían los labios de una irreconocible, pero bien formada forma humana que se movía con agilidad, mientras su cabello azabache tal cual, se mecía con el viento de la oscura noche.
-¿Uh?, Oye, ¡No es justo!, para ti es fácil, no tienes que cargar con todo…- le respondía una figura un poco más corpulenta y alta, esta cargaba con un bulto donde se dejaban asomar ciertas piezas que brillaban con intensidad, cual oro puro.
-Quien fue el que se negó a que le ayudara- le acusaba el contrario con un tono tranquilo de voz.
-Cállate…- un pequeño puchero dejo escucharse después para pasar de nuevo al silencio donde el único sonido era el de sus pies saltando ágilmente.
Ambos ladrones pasaban ágilmente sobre los tejados de aquella calurosa ciudad árabe, en las sombras de la noche y la luna como única luz natural, donde su único escudo para cubrirse de los guardias, era la arena que se levantaba con el fuerte vendaval que azotaba la ciudad.
Lo habían logrado, otro robo exitoso, a costa de sus propias vidas.
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Medio Oriente Año XXXX
Dos hermanastras se encontraban sentadas al borde de uno de los pequeños muelles que se perdían donde desbordaba el rio al mar, un lugar lleno de canoas y cosechadores, simples trabajadores en busca de peces. La estructura de la que era hecha el muelle era de un material parecido a la madera, de apariencia vieja y desgastada, que era oculta por matorrales y pequeños nenúfares crecientes al borde del mismo.
Una de las hermanastras, hermosa, un poco mas alta que la otra, de cabello azabache cual noche y ojos azules zafiro penetrantes, se mantenía con la mirada sumamente perdida donde desbordaba el rio.
La otra, igualmente bella, de cabello café verdoso y ojos sonrientes, un poco más inquieta, chapoteaba sus pies desnudos en el agua tratando de calmar sus ansias, no tan perdida como la chica al lado suyo.
Ambas a pesar de no compartir sangre, solían ser las más unidas del resto de su familia, una familia con un poder impensable.
-No quiero perder a este bebé- comentaba la de mirada azulina tocando su vientre aun plano con mucho cariño y temblor en sus delicadas manos que eran adornadas por cristales finos en hilillo dorado enredados de manera tradicional hasta sus hombros.
-No podemos hacer nada…- sobaba su espalda igualmente la chica al lado suyo tocando su abdomen a la vez.
-Los padres de estos bebés fueron enviados a la guerra, así que… ya no podemos considerarlos como…- su boca temblaba - ummm, además, ninguno de los dos es de la realeza por lo que terminarían asesinados de todos modos- terminaba de decir la más baja de las dos dejando salir una lagrima de sus cerrados y reflexivos ojos tristes.
-Cómo fue que terminamos de esta manera…- susurraba la más alta.
-¿Que dices? Ambas sabemos por qué- dejo salir la de cabello verdoso con un toque de amargura y pobre diversión en su voz.
-No me parece divertido- soltó la de ojos azules levantándose repentinamente.
-Lo se…no intentaba serlo- comento la otra levantándose a la par.
Ambas tomaron un poco de distancia de la orilla del muelle, para después zambullirse en el agua del rio sin nada de delicadeza, probablemente para tratar de quitar las lágrimas que empezaban a desbordarse de los ojos de ambas.
…
Aunque una tenía más meses de embarazo que la otra, la apariencia de sus vientres parecía decir totalmente lo contrario, puesto que ambos estaban levemente abultados.
Para los demás, tanto sirvientes como artesanos, mercaderes y súbditos, la simpleza de sus abdómenes simplemente pasaba a ser un simple hinchazón de barriga, un descuido alimenticio de su parte, pero ellas, eran las únicas que sabían la verdadera razón de esta hinchazón, puesto que una, ya casi cumplía los siete meses de embarazo.
Realmente era una bendición para ambas aquella ventaja fisica.
…
Después de un rato de estar nadando, ambas habían salido del rio para empezar a caminar en la orilla de este ante la mirada de comerciantes a canoa que al verles simplemente agachaban su mirada en un acto de pleno respeto.
-Hagamos un trato- empezó a mencionar la de ojos azules sujetando con un gran broche de oro su largo cabello oscuro mirando aun la grandeza de aquel majestuoso rio.
-Dime…- comento la otra de perdiéndose de manera igual en la vista del ardiente sol en el horizonte del otro lado del rio, que se ocultaba para dar paso a la noche.
-Una de mis sirvientas personales ya sabe acerca de mi embarazo… - menciono provocando solo un respingo en la otra chica -Termino ayudándome mientras vomitaba hace dos meses, por lo que termino haciendo conclusiones acertadas, después de todo es una mujer de siete hijos- comento mirando fijamente hacia delante en su camino –Al parecer, es amiga de la dueña de un orfanato en otro reino, por lo que me ayudara a buscar una partera y después se llevara al bebé con ella- terminaba de mencionar cerrando sus ojos como si acabase de pasar por su garganta todo un racimo entero de uvas con semillas enormes.
La otra completamente confundida, tenía los ojos sumamente abiertos mientras miraba a su hermanastra con algo de terror en su mirada al adivinar a donde llevaba esa plática.
-No… ¡No quiero perder lo único que me queda de él!, además, ¡es mi bebé!- grito por lo bajo para que la poca gente que pasaba cerca de ellas no escuchara.
-No podemos hacer nada…- detenía su andar encarando a la chica que ya no demostraba algún signo de su sonriente mirada -Además, debemos pensar a futuro, sobre todo tu… que eres hija legitima- le dijo la azabache mostrando un porte más rudo.
-¡Aun así!- la otra nuevamente dejaba caer repentinamente una que otra lagrima ante tal cruel sugerencia indirecta.
-Yo ya hice mi elección, así que en cuanto nazca mi bebé, tienes más meses que yo para pensarlo, no lo hagas por ti… hazlo por ese bebé dentro tuyo, también, es mejor que los dos se acompañen a que los dos mueran a manos de nuestro padre- la de orbes zafiros limpiaba rápidamente una que otra lagrima al cerrar su charla.
-¡Princesas!... ¡PRINCESAS!- las miradas de ambas se tensaban inmediatamente escuchando como al parecer un guardia del palacio había dado con ellas.
Ambas se tensaron mientras bajaban el rostro limpiando rastros de aquella angustia. Las mejillas coloradas de la mas baja pasaban a palidecer violentamente como si hubiese escuchado un fantasma.
-¡Aquí estamos!- aviso la más alta de las dos y al parecer la más firme al hablar.
El guardia solamente hizo un deje de respeto hacia estas para después guiarlas hacia el palacio.
-Llegaron noticias de la guerra- decía el guardia que las seguía guiando hacia el palacio, más su rostro, levemente ensombrecido, les daba indicios de que nada bueno les deparaba de aquel informe.
…
Como hijas del sultán, siempre en noticias como aquellas, cada parte de la familia real debía estar presente para poder dar respeto a los soldados caídos. Además de preservar tradiciones reales llevadas por generaciones.
Y efectivamente, las noticas de aquella batalla habían sido devastadoras.
…
Ninguno de los soldados había logrado sobrevivir.
…
Ante la desagradable noticia el sultán empuño su mano soltando una que otra maldición mientras cada una de sus hijas, una legítima y por ende heredera, proveniente de la primera esposa fallecida, y cuatro hijas más de sus dos otras esposas, les daba sus condolencias a las familias de los soldados caídos.
En ese entonces, nadie pudo darse cuenta de que dos de aquellas princesas, trataban de no llorar con todas sus fuerzas al ver a las devastadas familias de sus antiguos amores y padres de sus hijos aun en vientre.
Tendrían que ser fuertes.
Ese día, el corazón de ambas princesas se endureció, y su responsabilidad con el reino lleno su corazón al dar por sentada una decisión, y un pacto como consecuencia.
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Por orden de la naturaleza, la primera en dar a luz no la había tenido tan fácil.
Simplemente el hecho de tener el parto en una casa del pueblo cercano al palacio, sin ningún tipo de médico real, presente había sido lo más doloroso que nunca se hubiese imaginado la ojiazul.
Para hacerlo más rápido, y tratar de aliviar de su dolor a la azabache, la partera había conseguido una enorme tina con agua de dudosa procedencia, donde con suma dificultad, y horas de labor, la joven había conseguido dar a luz a un bebé en un agua color rojo vivo y rastros de placenta.
Rasgos tanto de ella, como de su novio fallecido eran vividos en aquel pequeño que no lloraba..
-Es tan pequeño… y, hermoso… -soltaba la chica cansada con sus ojos nadando en dolorosas lágrimas siendo únicamente observada por la mujer.
Aun así, la princesa sabia que no había tiempo que perder.
Al haberse el bebé cubierto en una cobija de tela fina, y ella en aparentemente mejor estado cubierta por ropajes andrajosos, esta rápidamente salía del lugar mientras lograba exitosamente escabullirse de entre los guardias y las personas, aun con punzantes dolores en su entrepierna, hasta llegar a un mercado cerca de la casa donde se encontraba.
En el lugar, abundaban tanto alimentos varios, como objetos preciosos de valor único, donde al igual ella desgraciadamente sabía, que en este se negociaba desde simple arena del desierto, hasta seres humanos como parte de mercancía, por lo que al sentir a su bebé tan indefenso entre tanta muchedumbre, trataba de protegerlo con todas sus fuerzas abrazándolo a su persona.
Al llegar a un punto alejado del mercado, donde todavía podía oírse el barullo de la gente que vendía, compraba o intercambiaba, pudo divisar el hogar de su sirvienta más confiable.
Como todas las casas de aquel pueblo desértico, la casa de su sirvienta era sumamente humilde.
Esta era pequeña y en sus ventanas se podían asomar pequeñas flores blancas en quebrados maceteros.
Sin ocupar su mirada en detallar más en el hogar de la mujer, la azabache disponía a tocar de la puerta disponiendo a hacer lo que por meses se había preparado mentalmente.
Aun fuera del humilde lugar y con un gran dolor tanto en su cuerpo como en su corazón, la chica deposito a su pequeño bebé en una canasta de apariencia nada fina, tratando así de no atraer a ningún maleante con intenciones de robar.
Con su rostro empezando a nadar en lágrimas, la chica tomaba el brazo de la criatura recién nacida besando la mano de su bebé, dejando rápidamente en el proceso, en la pequeña muñeca, una pulsera gruesa de plata muy grande para un bebé con diamantes azules incrustados.
Viendo la excentricidad del objeto, esta cubría con mucho cuidado la canasta de un manto muy pobre deshaciéndose completamente del fino, para después finalmente tocar la puerta y salir corriendo del lugar.
Despidiéndose mentalmente del ser indefenso que habia dejado atrás.
…
Al llegar inmediatamente al palacio, aun con el corazón en mano y todo el cuerpo adolorido, la chica simplemente se despojó a medias de sus ropajes andrajosos para entrar con suma necesidad al estanque real que se encontraba detrás de toda la fina construcción, con precaución de que nadie la observara.
La ojiazul dentro del agua fina y clara, podía ver como el estanque tomaba un leve color carmín sin sorprenderle demasiado.
Nada de eso se comparaba, al fuerte dolor que sentía al haber dejado lo más valioso que ahora ya no tenía.
A lo lejos, su hermanastra de cabello verdoso le miraba con sus ojos llenos de gruesas lágrimas que recorrían hasta su mentón.
Esta, aunque solo le faltaban meses para dar a luz, todos los dias se la pasaba llorando su desgracia, tratando de ser fuerte para no dañar al bebé dentro de sus entrañas, tratando de no transferir sus miedos al ser dentro de ella.
Después de aquel suceso, la heredera legitima pudo percatarse el cómo los azules zafiros de su hermanastra se opacaron totalmente y su sonrisa jamás fue vista por sus ojos de nuevo.
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Meses después.
Finalmente había llegado la hora de nacer del segundo bebé, y tanto la azabache que había decidido acompañarla, como la madre en parto, se la habían visto sumamente difícil al momento de salir del palacio.
Como había pasado con su hermanastra, el vientre de la segunda madre ya no había crecido, por lo que para todos había podido pasar fácilmente como un hinchazón de barriga severo.
El andar por las calles para llegar con la partera no había sido nada sencillo, puesto que a la chica ya se le había roto la fuente, dejando tras de sí, un rastro de sangre grave a la vista de todo el que probablemente pasase por aquel camino y se percatase de aquel rojizo camino.
Al llegar a la casa de la partera, la chica ya no había podido llegar hasta la tina por lo que acabo teniendo al bebé en la estancia arenosa dentro de esta.
Su respiración cortante y su vista que se entrecerraba daban indicios a las presentes de que algo no marchaba bien con el cuerpo de la madre.
Su cabello verdoso se pegaba a su cara y sus pupilas se perdían de vez en cuando en el color de sus ojos.
Aun así, después de muchas complicaciones, el bebé había nacido completamente sano.
El pequeño con pequeños rasgos de su madre, quien al parecer, aun sin abrir sus ojos, daba acto de presencia y de haber leído el ambiente empezando a llorar intensamente, sin embargo, desafortunadamente su lamento de bebé parecía ya no ser suficiente para despertar a su madre que había terminado por desmayarse ante la preocupada mirada de su hermanastra y la partera.
-¡¿Q-Qué su-sucede?!-¡¿P-Por qué no despierta?!- preguntaba alterada la chica más alta al ver el cuerpo completamente vencido de su hermanastra quien empezaba a ser atendido por la partera la cual su rostro daba a indicar el peor de los resultados
Para desgracia de las chicas, el tiempo de la situación estaba medido, por lo que con suma dificultad y sus manos aun temblorosas, la chica de ojos azules tomaba al bebé que aun lloraba en una manta andrajosa, cubriéndose ella también, para salir corriendo del lugar hasta la no tan retirada casa de su sirvienta.
Nuevamente el recorrer el mismo camino, y con un bebé en sus brazos, era un acto que endurecía un poco más la opaca mirada de la ojiazul trayéndole de nueva cuenta aquel trauma con el que ahora cargaba.
Solamente el llanto del bebé era el único sonido que le regresaba a la realidad de las cosas, sonido el cual de vez en cuando desaparecía siendo reemplazado por gimoteos agudos del recién nacido.
Fuera de la casa de la mujer, y al percatarse de no haber llevado la canasta con ella, atino a tocar la puerta completamente desesperada, donde segundos después del barullo, de esta salía su sirvienta con un pequeño bulto en su brazo derecho.
Sin darle mucha importancia a aquel bulto que empezaba a revolverse fuertemente, la chica atinaba a darle explicaciones a su sirvienta, para rápidamente ponerle con sumo cuidado al otro bebé en su brazo izquierdo besando su frente en el proceso, observando extrañamente como este paraba todos sus gimoteos y llanto al estar en el brazo de la sirvienta, y cerca del otro bulto cubierto.
Saliendo de aquel embelesamiento y al igual que su propio bebé, la de ojos zafiros ponía en su pequeña muñeca una pulsera de plata con incrustaciones de diamante, solo que los diamantes, eran de un color verde vida, un accesorio, grande para un bebé.
Despidiéndose rápidamente de su sirvienta y de su sobrino, la princesa rápidamente se giraba para perderse entre la multitud de la gente del mercado ante la preocupada mirada de su sirvienta que cerraba la puerta detrás de si observando a ambas criaturas en sus brazos.
Como gotas de agua… pensaba la mujer de avanzada edad cerrando sus ojos.
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Días después, el reino se tornaba de luto.
Las dos hijas mayores del sultán, no habían vuelto con vida al palacio.
En el reino se llevaban a cabo dos funerales. Dos princesas habían fallecido.
Los datos oficiales por los pregoneros anunciaban que las princesas habían caído por deshidratación severa ante la exposición.
Una excusa muy pobre para el pueblo.
Sin embargo, los rumores en el pueblo, que casi siempre eran los más certeros, eran que una de ellas había fallecido al terminar labor de parto, mientras la otra había muerto en manos de los guardias al tratar de proteger a la partera que las acompañaba, que había resultado ser una curandera del desierto especialista en deidades, una mujer muy querida del pueblo.
Pero vanamente, tanto la partera conocida como las princesas, habían sido asesinadas sin el consentimiento del sultán.
Empezando así, una época algo oscura en aquel reino abundante en muchos aspectos, tanto en alimento, como en riquezas, como en agua…
-Oh… ¡Mira! Qué bonita vista, los atardeceres despejados siempre son mis favoritos- comentaba un ojiverde observando el fenómeno natural en la ventana de un segundo piso en una casa de material gastado pero cimentado, muy pobre a la vista.
La casa funcionaba como escondite.
Una edificación sin ventanales, a medio construir, y llena de telares blancos por dentro, rastro de un antiguo burdel abandonado, que era lo más alejado a un hogar para cualquier mercader o persona que quisiera un lugar para asentarse. Esta contaba con tres pisos, mas estos no se distinguían en su plenitud al estar la casa desgastada en su fachada por fuera.
Aun así, para ahora los espectadores, sin lugar a dudas, la vista desde las ventanas de aquella casa, eran lo más parecido a un miralejos.
Al situarse en un punto alejado del centro del reino, esta tenía un panorama entero de la ciudad teniendo a su vista el atardecer en todo su esplendor atrás de aquel enorme reino.
Era el mismo paraíso visual a los ojos de su observador.
En este caso, dos jóvenes que rondaban en los veinte, uno de complexión mas robusta que el otro, los dos con ojos de color no tan común en aquel reino.
Ambos que correspondían a los nombres de Makoto y Haruka, nombres japoneses de procedencia desconocida para ambos.
-Solo… ten precaución de no ser visto- le comentaba su acompañante mientras ponía lo que a su parecer, era pescado deshidratado entre dos panes en forma de baguette.
Al dar un mordisco a uno de los preparados, el chico de ojos azules fijo su mirada en el chico sentado en el borde de la ventana que lo observaba con una sonrisa tierna.
-Apuesto a que en este momento piensas "Como desearía que fuera caballa jugosa y cocida"- decía soltando una pequeña risilla al otro.
Al ojiazul se le ponían las mejillas coloradas mientras seguía mordiendo su alimento para pasar a tragarlo.
-Deja de hacer eso… nos matarían sin pensarlo dos veces- decía mirando al otro en la ventana.
El castaño desde aquel punto resaltaba aún más la sonrisa de ternura en su rostro empezando a mostrar una mueca juguetona, bajando de la ventana llegando completamente cerca al chico más bajo que él.
-Pues… por algo como esto nos cortarían los cuellos al amanecer- decía el castaño tomando sorpresivamente el mentón del otro depositando un suave beso en sus labios.
–Por cierto… no sabe tan mal el pescado deshidratado- soltaba divertido mientras veía como el otro mostraba su rostro estoico alejándole de un pequeño manotazo mientras bajaba su alimento algo desconcertado.
Nuevamente escuchaba como el más alto soltaba una risilla, una risilla triste a su parecer.
-Haru… tú bien sabes que eres lo único que tengo… tendrán que pasar cien veces por encima de mi antes de que deje que te hagan algo… y si llegaras a morir por cualquier razón… te seguiría sin pensarlo… -decía el ojiverde acariciando la mejilla del azabache dejando asomar de entre sus muñequeras verdes, una pequeña pulsera color plata con incrustaciones de diamantes azules en ella.
El otro al sentir el tacto sobre su persona, simplemente se dejó hacer para después mirar igual de seriamente al otro.
-Deberíamos dormir… tenemos cosas que hacer cuando ya haya oscurecido un poco más, hoy vienen comerciantes del reino vecino- decía deshaciendo el ambiente para después tratar de recoger un poco el refugio que se había convertido en su hogar.
El castaño miraba con seriedad aquella figura alejarse volviendo a su lugar en la ventana para terminar de ver el atardecer que no faltaba por culminar en su esplendor detrás del horizonte y del reino que se observaba.
La habitación de aquel segundo piso en el edificio abandonado no tenía ni una pizca de parecerse a una casa común.
Como signo de haber sido un antiguo burdel, este contaba con muchos colchones vistosos que fácilmente podrían funcionar como cama para por lo menos cinco personas. Por igual a lado de los colchones se asomaban unas pequeñas cajoneras rusticas con ciertos artilugios, mientras arriba de los colchones se encontraba un amplio hueco que funcionaba como resguardo para sus ropajes. Simples telas ligeras.
A pesar de contar con muchas cosas necesarias, la comida era el único factor que no se dejaba ver por ningún sitio, esta, venía con el día a día. Sencillamente a veces había, y otras veces no.
El de orbes esmeraldas veía por la ventana las últimas gotas del atardecer esconderse, hasta que su vista curiosamente reparaba en algunos niños que jugaban en un vecindario no muy lejos de su casa-escondite.
Estos parecían jugar alegremente con una pelota algo deshilachada un juego conocido de balón.
Sin embargo, sus ojos curiosos en aquel divertido juego, rápidamente dejaban aquella nostalgia e interrumpían su alegría mirando como unos guardias parecían llegar al lugar a dar el toque de queda, viendo como los niños empezaban a correr como si no hubiera un mañana dejando la deshilachada pelota en el campo donde anteriormente jugaban.
Ante la escena, el ojiverde soltaba una risa algo fuerte pero no escandalosa atrayendo la atención de su amigo.
-De que tanto te ríes- atino a decir el azabache mientras acercaba un colchón a la amplia ventana haciendo que el castaño se levantara para sentarse en el mullido mueble. Recibiendo como acto seguido entre sus piernas al de ojos mares que acomodaba su ahora desnuda espalda a su pecho.
Sus bombachos pantalones negros, eran la única vestimenta que portaban al ser extraña e insoportablemente calurosas las noches en aquel reino.
Al estar en esa posición, ambos atinaban a mirar por la ventana hacia la calle mientras el más alto ocultaba su cuerpo sentado a la orilla de la ventana aun con el azabache encima mirando un único punto de la calle que se ponía oscura.
-Solo… recordaba- decía para empezar a acariciar con sus dedos el cabello del más bajo tratando aparentemente de arrullarlo.
El azabache frente, decaía su vista un poco sin mirar a los afueras en acto de empezar arrullarse.
-… No me gusta recordar, el presente… es el que importa- decía empezando a caer en sueño al ser arrullado por el más alto.
-Creo, que tienes razón… - el castaño empezaba a caer en brazos del sueño a la par del otro.
Al verse adormilado, tomando una daga que se encontraba sujeto a una de sus piernas gracias a un cintillo, Makoto hábilmente desataba una cuerda que sujetaba un telar color blanco traslucido que servía como cortina para la gran ventana que les enseñaba la gran ciudad.
Al saberse protegidos, el menor de ambos cargo un poco más a Haruka hacia su persona pasando sus brazos por su suave cintura para atraparlo en un fuerte abrazo, reposando su persona en la pared aun en su posición, para dejarse vencer por el sueño.
La sirvienta del reino, dias después de saber las trágicas noticias que rondaban el palacio, había decidido huir del reino a escondidas para cumplir con los deseos de sus amas, y en algún punto, sus amigas, lamentándose por igual el deceso de la partera amiga suya.
El plan inicial de su ama de ojos azules era llevar primeramente a su bebé al reino vecino para después llevar al otro bebé al orfanato conocido por ella el cual, una amiga conocida de aquel reino era dueña.
Pero al haber presenciado el mutuo sufrimiento de sus amas en vida por las criaturas que aun siquiera habían llegado a nacer, había decidido por su cuenta cuidar del primer bebé hasta que el otro naciera para así, llevar a ambos bebés hasta el otro reino donde se criaran juntos en vez de enfrentar la vida cada uno solo por su cuenta.
Así días después de lograr entrar a escondidas al reino vecino, logro dar con el orfanato del cual conocía a la dueña.
Solo que al llegar a este, se había topado con la gran sorpresa de que el orfanato había sido vendido a otros dueños, y sin tiempo que perder al verse en una situación desconocida para si misma, no tuvo otra opción que dejar a los bebés a la puerta del orfanato sumamente abrigados en una sola canasta con las pulseras que sabía eran de su propiedad.
Los bebés encontrados por los dueños del lugar a las afueras, rápidamente fueron recogidos.
Esto habían sido cuidados por todos los residentes de aquel sitio, observando curiosamente, como uno de ellos casi nunca lloraba y solo se ponía sumamente rojo cuando quería algo, mientras el otro, totalmente diferente del otro, siempre parecía calmar sus fuertes lloriqueos al saberse tomado de la pequeña mano del otro bebé.
Por igual, los dueños observaban curiosamente como el bebé más grande parecía enojarse fácilmente cuando alejaban de su persona al bebé más pequeño, ya fuese para cambiarle el pañal de manta, o para darle de comer.
Al parecer, las pulseras que venían en sus diminutas muñecas, contenían el nombre de cada uno de los bebés, y curiosamente, ninguno de los apellidos era igual, por lo que sus cuidadores supusieron que sus padres habían sido simples artesanos o ladrones.
En estas piezas de accesorio fino, dentro del borde, venían plasmados con suma elegancia los nombres Tachibana Makoto y Nanase Haruka. Apellidos comunes de posibles hombres de guerra asiáticos en algún reino vecino.
Los bebés fueron sumamente cuidados y despojados de sus pulseras durante un buen tiempo, donde a la edad de cuatro años, por órdenes obvias fueron puestos en adopción para darles la posibilidad de una mejor vida.
Para su fortunio, y desgracia de los dueños, las personas de aquel pueblo no mostraban interés en adoptar niños, puesto que una hambruna que azotaba en aquel tiempo al reino había afectado hasta a los mejores mercaderes de la zona, dejando el orfanato empezando a decaer de forma brutal a la ignorancia de los niños que lo habitaban. La trata de esclavos empezaba a desatarse en su apogeo.
…
…
-Probablemente seas el primero que adopten- decía un pequeño ojiverde mientras jugaba con una pelota deshilachada lanzándola contra la pared.
-Si eres adoptado por una familia rica, me sentiría muy feliz si volvieras por mí… pero si no pudieras, te prometo trabajar muy duro para que en algún futuro nos podamos volver a ver y así seguir estando juntos, como siempre- decía mientras su mirada se ensombrecía a pesar de ser tan joven.
Este seguía lanzando la pelota contra la pared, mientras de vez en cuando le dirigía a su amigo miradas. Miradas gentiles.
-Eso no pasara… además, si llegan a adoptar a alguien sera a ti- Decía el otro mientras comía un pedazo de pan en una banca desgastada. El niño pequeño de ojos azules tenía varios raspones en sus codos al igual que algunos rasguños en su mentón y en su cara.
-Eso sería imposible… yo no aceptaría ser adoptado si eso significa no volverte a ver nunca más –sonaba un poco triste la voz del pequeño castaño.
-Prefiero lavar vasijas y remendar ropajes toda mi vida si eso me hace estar junto a ti, hare lo que sea para protegerte… de ahora en adelante, te prometo que ya no tendrás que defenderme de los demás niños ni de la oscuridad - sonreía el pequeño castaño mostrando una inmensa sonrisa que se arruinaba por su labio inferior partido mientras continuaba lanzando la pelota a un punto marcado de la pared.
Y a pesar de ser simples niños, esas pequeñas palabras habían tocado el corazón del pequeño ojiazul que miraba fijamente su pan ya reducido a un simple pedazo pequeño que no llenaba una muela.
-¡Hey! ¡Ustedes!- les gritaba un pequeño niño rubio con ojos grises desde la puerta que daba para adentro del lugar. -¡Ya la cena esta lista!- decía mientras cerraba nuevamente la puerta desapareciendo de la vista de los otros chicos.
El ojiverde dejaba la pelota en el arenoso patio de juegos tomando temblorosamente la mano del otro para empezar a correr hasta la puerta donde había entrado el otro chico anteriormente.
-Vamos Haru, ¡Curry!- soltaba el más bajo de los dos mientras el otro le observaba con nula expresión, a diferencia del otro que parecía haber encontrado al genio cumple deseos de alguna lámpara.
Pero muy dentro de sí, el pelinegro comprendía completamente que aquellas palabras le atarían completamente a Makoto posiblemente por el resto de sus vidas. Y le era muy difícil comprender como el peso de aquello, no le disgustaba y le traía una intensa paz a su pequeño pecho, a pesar que constantemente vivía a la defensiva debido al constante maltrato que el ojiesmeralda recibía por parte de los otros niños debido a su demostración pública de afecto hacia su persona.
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Tres años después, debido a la situación del reino, el orfanato tuvo que cerrar debido a la nula demanda de adopción que tenía.
Antes de hacerlo, las pulseras habían sido devueltas a ambos chicos, dejándolos estupefactos y asustados al saber el valor de estas en el mercado por parte de los dueños.
Afortunadamente, estas se escondían bajo los harapos algo andrajosos que vestían, harapos que consistían en un par de pantalones remendados bombachos con camisas blancas de manga larga y sacos cortos color negro.
Para ellos, esta era ropa típica para trabajar en el orfanato, ideal para el calor, pero no para el frio.
A pesar de las circunstancias con su vestimenta, esta era la última de sus preocupaciones, puesto que al igual que varios chicos, dias después ambos habían sido abandonados a su suerte en las calles de aquel inmenso reino para ser niños de apenas siete años de edad.
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-¡¿Q-Que vamos a hacer?!...-
-Calla…-
-¡No tenemos ningún refugio!-
-Cállate-
-Probablemente no pasemos de la semana…-
-Cállate-
-¡Seremos ve-vendidos como esclavos!...-
-¡QUE TE CALLES MAKOTO!-
Le gritaba el azabache a un lloroso oji esmeralda frente a él.
Ambos habían terminado en una oscura calle del reino cerca de un mercado que ya se había levantado horas antes.
-Lo-Lo siento Haru- decía el menor hecho ovillo contra la pared sosteniendo sus rodillas con ambas manos dejando relucir la enorme pulsera de plata en su mano derecha.
No te preocupes… pensó arrepintiéndose inmediatamente el mayor.
El desierto en aquel lugar, como podía ser extremadamente caluroso por el día, había dias que solía ser así de abrazador el frio por la noche, por lo que con algo de temblor en su cuerpo, el de ojos zafiros se sentó al lado del otro para llenarse con un poco del calor que ambos emanaban.
Ante tal cambio corporal, ambos habían terminado dormidos con el manto de las estrellas como su único techo.
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Haruka habría lentamente sus ojos.
Aun podía sentir el vivo frio de la noche en todo su pequeño cuerpo, mas al no sentir la presencia de su amigo a lado suyo se alteró un poco.
Al abrir completamente los ojos volteo a su izquierda para verificar que efectivamente Makoto, no estaba a su lado.
Repentinamente, sus oídos lograban captar un lloriqueo ahogado que lo hicieron alterar un poco más de lo que ya estaba.
-¿Mako…-
Al voltear a su derecha, de haber sabido con lo que se encontraría, nunca en su vida lo hubiese hecho de aquella manera tan sencilla sin prepararse para lo peor.
…
Todo su cuerpo se tensó, y sus pupilas se contraian fuertemente al ver a su pequeño amigo sollozando y temblando ferozmente frente a lo que parecía el cadáver de un vago de edad avanzada.
Del cuerpo brotaba mucha sangre por lo que el hombre definitivamente ahora estaba muerto.
Con mucho miedo, algo torpe se paró de su posición para acercarse al cuerpo del ojiverde que yacía arrodillado con lo que parecían las pulseras de ambos y una daga algo larga para ser un cuchillo, pero no tanto para ser una espada con incrustaciones de cristalería color púrpura.
El castaño aun temblando se paraba de su posición mientras veía con una especie de trance y sus pupilas intensamente contraídas el cadáver de la persona frente a él. Parecía que al sentir la presencia del azabache, este empezaba a retomar fuerzas para por lo menos pararse.
-Tomo nuestras pulseras, y…y… yo… él…trato de llevarte… yo-yo no quería…- decía mientras dejaba caer la daga al piso haciendo un ruido algo fuerte.
-… - El pequeño ojiazul todavía seguía en shock, más sabia que no podían permanecer ahí por mucho tiempo, el reino estaba en una terrible racha, por lo que con mucha dificultad, tomaba de la mano del ojiesmeralda para salir corriendo del lugar hacia un punto verdaderamente alejado del centro.
Al saberse lejos de la situación, y casi afueras del reino, en colonias abandonadas donde empezaba a verse el amanecer, ambos aun temblorosos habían decidido esconderse en una casa aparentemente abandonada.
Ya dentro y ciegamente a salvo, el menor de ambos atinaba a soltarse a llorar bruscamente.
-¡¿Por qué?!- decía mientras gimoteaba.
-¡Ni siquiera le importo que somos niños!, realmente no quería hacerlo… yo… yo… -a los ojos del ojiazul, Makoto parecía que iba a tener una especie de ataque al repentinamente dejar soltar una respiración algo entrecortada.
El azabache sumamente preocupado y aun con mucho miedo, corrió rápidamente a este para abrazarlo con todo su cuerpo mientras el otro parecía tratar de controlarse tomando su cabeza entre sus pequeñas manos.
-Tranquilízate Makoto… dijiste que harías lo necesario para mantenernos juntos y protegerme… así que… supongo, que gracias- dijo para abrazar el pequeño cuerpo frente a él que sufría de leves espasmos tras estar llorando fuertemente –Solamente te defendiste eso era todo-soltaba tratando de sonar lo más duro posible.
Al abrazar al contrario, el mayor de ambos pudo darse cuenta de una gran cortada que tenía el chico frente a él en el brazo izquierdo que al parecer había dejado de sangrar al empezar a cicatrizarse, una herida, que dejaba fácilmente en ridículo a todas las que su cuerpo poseía debido a las constantes peleas en las que terminaba defendiendo a Makoto de los niños que le molestaban.
Con mucho miedo dentro de sí, el de ojos zafiros empezó a llorar sin soltar ningún tipo de ruido que pasara a la percepción del otro. Tendría que ser fuerte por la persona que parecía aferrarse fuertemente a él, el menor había sido valiente por él, así que él tenía que ser fuerte mentalmente para él.
Sabía que solamente así podrían crear un equilibrio hasta que ambos dejaran su último suspiro en la tierra en aquella que parecía haberse olvidado de ellos.
El azabache despertaba lentamente al recordar tan amargos y felices momentos de su niñez dentro de sus sueños.
Este giraba un poco la cabeza para percatarse de que seguía fuertemente sujetado por el otro que parecía todavía dormir muy plácidamente.
Al voltearse y sin ninguna otra opción, atinaba a acurrucarse un poco más en los brazos del otro mientras se perdía mirando la pulsera que brillaba en su muñeca de forma vistosa.
La suya, por el contrario, resplandecía por el color verde, fuerte y brillante que a pesar de los años aun brillaba a contra luz.
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Continuará...
