NADIE MÁS SABE
Por: Marueth Montesco
Declaración: Katekyo Hitman Reborn pertenece por completo a Akira Amano. El presente trabajo solo es el producto de la imaginación de una Fujoshi que no busca remuneración económica. La temática y demás son enteramente de Marueth Montesco bajo la producción de Owata Pro®.
Beta Reader: Manaho Matsumoto
Tipo: Yaoi
Parejas: Hibari Kyoya X Rokudo Mukuro.
Advertencias: Lemon/ Drables/ Rol-Drables
Nota de Autora: Sí, son drables. Sí, nacieron de algún rol de hace tiempo. No, no son a lo que están acostumbrados de mi parte… Creo
1
QUE TIENE CONSTANTES PESADILLAS
Era la cuarta o quinta vez, ya no recordaba, que despertaba esa noche gracias al cuerpo a su lado, que se encogía en posición fetal mientras temblaba y mascullaba palabras sin sentido en medio de gemidos adoloridos, no podría conciliar el sueño.
Frunció el ceño, ligeramente molesto, y miró el reloj de pared que marcaba las 3 de la mañana. Suspiró resignado y frustrado se talló los ojos con fuerza para alejar el sueño, pues no valía la pena volver a intentar dormir; al menos no esa madrugada. No importaba, ya lo haría cuando terminara de morder herbívoros hasta la muerte. Sonrió de forma maliciosa ante la perspectiva de descargar sus tonfas contra alguno de esos estúpidos animalillos que corrían en manadas, eran increíblemente ruidosos e incumplían las preciadas normas de su, aún más preciada, Namimori.
Como si respondiera a su intención asesina, el cuerpo a su lado se convulsionó con fuerza y dejó escapar un quejido alto, que fue seguido de un par de jadeos y palabras inentendibles, sacándolo de inmediato de su ensoñación. Aún en el sueño más profundo Mukuro se retorcía y parecía sufrir de una forma que jamás demostraría de estar consciente. Observó con detenimiento su rostro surcado por el dolor, grabando en su memoria cada detalle de una expresión que no vería en otro momento. Y sintió la emoción que le generaba conocer algo que nadie más conocía, aunque al mismo tiempo los celos de que alguien más hubiera vito esa expresión en el pasado le hizo desear morder hasta la muerte a quien la hubiera visto.
Entonces el estilizado cuerpo de su compañero de cama, se removió, aun en sueños, y se acercó a él, como si buscara consuelo a algún sufrimiento del que no podía librarse por su cuenta. No pudo más que sonreír orgulloso, complacido e incluso eufórico; y es que ¿Quién no se sentiría de esa forma si él herbívoro -persona- que hacía latir su corazón más rápido de lo normal y elevar su lívido al cielo, buscaba tu protección cuando se sentía débil y vulnerable? Ciertamente no él. No lo diría pero, la satisfacción que le generaba ese pequeño acto de parte de Mukuro, lo hacía sentir el carnívoro más feliz del mundo, incluso aplacaba por completo su instinto asesino.
Se acercó al menor y suavemente empezó a acariciar su cabello. Cuando estaba despierto, tampoco podía acariciarlo a gusto, así que en esas pocas noches, encantado, se quedaba despierto solo para acariciarlo con la ternura que no mostraba normalmente. Mukuro tembló, dejó escapar un suspiro y se acercó aún más. Hibari amplió su sonrisa.
Él sabía que las pesadillas no se detendrían con solo eso y nuevamente, como siempre, se preguntaba qué ocurría en sus sueños para que le fuera tan difícil conciliarlo con tranquilidad. "Un infierno" le había insinuado una vez y él no había querido creerle, pero entonces, después de un par de noches de contantes pesadillas, lo había escuchado llorar y había entrado en su cuarto para encontrarlo dormido, cubierto en sudor y encogido en la mitad de la cama. Le había sorprendido de sobremanera, verlo tan herbívoro como cualquier otro, y quiso consolarlo.
Esa vez, hacía ya un par de meses, se había acostado a su lado, abrazándolo con fuerza contra su pecho, evitando que siguiera lastimando el parpado que cubría su ojo rojo con sus uñas, y, aun así, solo había logrado calmarlo después de muchas horas y cientos de palabras que no diría si Mukuro pudiera escucharlas realmente.
Esta vez la situación parecía similar a la de esa noche, tal vez el mismo sueño o uno parecido, al de esa noche, cuando había descubierto una parte tierna y herbívora que no sabía que existiera en él y que nunca, bajo ninguna circunstancia, aceptaría que tenía, así que se acomodó, abrazó a Mukuro, acomodándolo en su pecho y sus labios se abrieron para dejar fluir las palabras más tiernas que jamás le diría en otras circunstancias.
