Cuando Hermione Granger se casó con Draco Malfoy, se habló de la boda de la década. Draco se convirtió en el Heredero de un imperio, y Hermiones se transformó en la esposa perfecta. Pero ella estaba enamorada de su marido, aunque para él su matrimonio era solo un asunto de negocios, sexo y herederos. Hermione no quería tener un hijo como si fuera parte de un trato comercial, pero si no lo hacía su atractiva hermanastra estaría deseosa de ocupar su lugar...

CAPÍTULO 1

Herms paró el coche en medio de un atasco, miró su reloj nerviosa y golpeó los dedos rítmicamente en el volante.

En una hora tenía que ducharse, lavarse el pelo, secarlo y peinarlo, maquillarse, vestirse y recibir a los invitados a la cena. El quedarse detenida diez minutos en medio del tráfico no formaba parte de sus planes.

Miró sus manos pintadas y arregladas: no había almorzado para ir a la manicura. Había tomado una manzana a media tarde, lo que no podía considerarse un adecuado sustituto de una comida.

El coche de delante comenzó a moverse. Ella lo siguió, pero al cambiar el semáforo tuvo que volver a pisar el freno.

A ese paso, le costaría dos o tres intentos pasar la intersección, pensó. Debía haberse marchado antes de la oficina para no verse afectada por la hora de más tráfico. Pero su cabezonería no se lo había permitido.

Como era la hija de John Granger, no le hacía falta trabajar. Sus propiedades, una extensa cartera de acciones y una apreciable renta anual la situaban en la lista de ricas mujeres jóvenes de Londres.

Además, era la esposa de Draco Malfoy, y su puesto de asesora ayudante de dirección de las Empresas Malfoy- Granger era visto muchas veces como una muestra de nepotismo.

Herms apretó el acelerador con satisfacción, pero tuvo que volver a parar.

El teléfono móvil sonó. Ella contestó automáticamente.

-Hermione

.

Había una sola persona que se negaba a usar su diminutivo: Mónica.

-¿Estás conduciendo?

-Estoy retenida -contestó, preguntándose cuál sería el motivo de la llamada de su madrastra. Mónica no llamaba nunca para saludarla simplemente.

-Tifanny viene esta tarde. ¿Te importaría que fuese a cenar con nosotros esta noche?

Los años pasados estudiando para se una señorita con buenos modales la hicieron contestar cortésmente.

-No, en absoluto. Estaremos encantados de que venga.

-Gracias, querida.

La voz de Monique sonó suave cuando colgó.

Estupendo, se dijo, mientras llamaba a Marie para decirle que pusiera otro plato en la mesa.

Suspiró. Esperaba que el hecho de que fueran trece personas no fuera mala suerte en ningún sentido, pensó después de colgar.

El tráfico empezó a moverse.

John Granger se había casado hacía diez años con una divorciada de veintinueve años con una hija pequeña y aquello lo había llenado de alegría. Monique era muy sociable, igual que él, y una anfitriona excepcional. La pena era que el afecto de Monique no había llegado hasta la hija de su esposo. Ella había tenido entonces quince años, y había sentido la superficialidad de su madrastra. Se había pasado seis meses preguntándose por qué, hasta que una amiga había dicho algo acerca de las características de una relación disfuncional desde el punto de vista psicológico.

Como respuesta, Herms había decidido destacar en todo lo que hacía. Como consecuencia había terminado la carrera con un expediente académico insuperable en Administración de Empresas. Había estudiado idiomas, y había pasado un año en París y otro en Tokio antes de volver a Londres a trabajar para una empresa rival. Luego se había presentado al puesto en Malfoy- Granger y lo había ganado, gracias a su experiencia y eficiencia.

El pensar en el pasado tenía un cierto peligro, pensó Herms, mientras se metía en una calle de un barrio exclusivo, lleno de casas lujosas que se escondían detrás de altos muros, y adornadas con árboles frondosos.

Después de recorrer unos cien metros, paró. Apretó un mando a distancia y las puertas de hierro forjado se abrieron para que pasara. Un camino en zigzag la llevó hasta una casa de estilo mediterráneo de dos pisos, enclavada en un hermoso paisaje, lejos de la carretera. Habían sido cuatro parcelas con cuatro casas adquiridas por Lucios Malfoy, que habían sido demolidas para dar lugar a una casa de miles de dólares con magníficas vistas del puerto. Diez años más tarde, se habían agregado habitaciones para invitados y garajes para siete coches, remodelado la cocina y techado terrazas y balcones. Los jardines tenían fuentes, pistas deportivas, estanques de adorno y terrenos inspirados en el campo inglés, con arbustos y árboles.

Era una pena que Luicius y Narcissa Malfoy hubieran tenido un accidente de coche semanas después de terminados los arreglos.

Sin embargo, Lucius había conseguido después de muerto lo que no había conseguido en sus últimos diez años de vida: su hijo y heredero había vuelto de América y había tomado las riendas de Malfoy- Granger

Herms puso el coche entre el Jaguar de Draco y un Bentley negro. No estaba el coche que Draco usaba todos los días para ir a la ciudad.

Las puertas del garaje se cerraron. Draco recogió su maletín del asiento de atrás y salió del coche en dirección a una puerta lateral donde tocó unos botones, activando con ellos el sistema de seguridad que daba entrada a la casa. Aunque la palabra mansión era más adecuada para definirla, pensó Herms.

Llamó por el teléfono interior a la cocina.

-Hola, Marie. ¿Está todo bajo control?

Los veinte años de trabajo al servicio de la familia Malfoy le permitían contestar con una risita ahogada y un:

-Sin problemas.

-Gracias -contestó Herms, agradecida, antes de correr por el pasillo hacia una escalera caracol que subía a la planta de arriba.

Marie estaría poniendo los últimos toques a la cena de tres platos que había preparado. Su esposo, Serg, estaría probando la temperatura de los vinos que Draco había elegido para que se sirvieran, y Sophie, la asistenta por horas, estaría terminando los últimos toques en el comedor.

Todo lo que tenía que hacer era bajar, perfectamente arreglada, cuando Serg atendiera el timbre de la puerta e hiciera pasar al primero de sus invitados al salón, en unos cuarenta minutos o algo menos.

La madre de Draco había elegido moqueta de colores pálidos y pintura suave en las paredes, para contrastar con los muebles de caoba. En los dormitorios, la pintura de las paredes hacía juego con las cortinas y los edredones. Cada habitación era diferente.

El dormitorio principal estaba situado en el ala este de la casa. Tenía puertas acristaladas que daban a dos balcones desde los que se veían hermosas vistas del puerto. Durante el día eran unas vistas panorámicas, y por la noche se transformaban en un espectáculo mágico de luces y neones intermitentes en la distancia.

Herms se quitó los zapatos, las joyas y la ropa y se dirigió a una habitación casi tan grande como el dormitorio. Era un baño lujosamente decorado en mármol color marfil con una bañera enorme y un compartimiento con dos duchas.

Diez minutos más tarde Herms salía del baño con una toalla envolviendo su cuerpo delgado y otra a modo de turbante en la cabeza.

-¿Va todo bien, Herms? -preguntó Draco, quitándose la chaqueta y aflojándose la corbata. Draco tenía un cuerpo duro... y musculoso y una cara cuyas facciones denotaban el origen andaluz de sus ancestros. Tenía los ojos Grises y una mirada intensa que jamás se dulcificaba ni ante un hombre ni una mujer.

-¿Qué pasa con el «Hola, cariño, estoy en casa»? -bromeó ella.

-¿Seguido de un beso de bienvenida? -bromeó él, quitándose la camisa y abriendo la cremallera del pantalón.

Ella sintió que su respiración se aceleraba, que sentía un nudo en el estómago, y su cuerpo se veía atraído por aquella presencia. Pero era todo físico.

Herms se puso una bata de seda. No era más que la atracción de aquella potente masculinidad, pensó.

Se quitó la toalla y se secó el pelo.

Se distrajo al ver a Draco desnudo caminando hacia la ducha. Las paredes estaban cubiertas de espejos; y su cuerpo se veía reflejado. Era un cuerpo bien formado; de formas masculinas muy atractivas. Ella lo siguió con la mirada. Luego, las puertas de cristal se cerraron tras él.

Herms se cepilló el pelo con fuerza innecesaria, con tristeza y rabia súbita.

Hacía un año, dos meses y tres semanas desde que se habían casado, y aún no podía controlar el efecto que causaba en ella en la cama o fuera de ella.

Tenía el pelo húmedo aún. Su color castaño parecía más oscuro, resaltando su tez clara y sus ojos marrones.

Con expertos movimientos se recogió el pelo. Luego, empezó a maquillarse.

Minutos más tarde, oyó que dejaba de sonar el agua. Tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse en la línea del ojo y no mirar cuando Draco salió del pedestal de mármol y empezó a afeitarse la barba de un día.

-¿Has tenido un mal día? -preguntó Draco

Herms detuvo sus movimientos un momento.

-¿Por qué lo preguntas?

-Tienes unos ojos muy expresivos -comentó Draco mientras se pasaba la mano por la mejilla.

Herms lo miró por el espejo.

-Tifanny va a venir a cenar. Es una invitada de último momento.

Draco paró la máquina de afeitar y estiró la mano hasta el frasco de colonia.

-¿Eso te molesta?

-Soy capaz de aguantarme y asesinar los monstruos que llevo dentro.

-¿Habrá espadas verbales en el postre? -dijo Draco con humor sardónico.

Se sabía que Tifanny era incapaz de perder una oportunidad, y Herms sabía que aquella noche no sería una excepción.

-Intentaré ser civilizada.

Draco miró las curvas del cuerpo delgado de Herms. Luego la miró, sonrió y dijo:

-¿El objetivo es ganar otra batalla en una guerra que continúa?

-¿Te ha presentado batalla alguien alguna vez, Draco? -Herms dejó el maquillaje en el cajón de sus cosméticos y se aplicó barra de labios.

Él no contestó. No hacía falta que dijera que era un hombre temido y respetado por sus colegas, y que nadie le tomaba el pelo.

Herms se puso una estrecha falda larga de seda negra y una blusa escotada sin mangas. Completó su atuendo con zapatos de tacón, un colgante con un diamante en forma de pera y unos pendientes a juego.

Luego se miró al espejo y después se puso perfume Le Must de Cartier.

-¿Estás lista?

Herms oyó su voz y lo miró. Aquella imagen de Draco casi le quitó el aliento.

Draco tenía una fuerza especial, algo casi animal, que la ropa elegante apenas neutralizaba. Era algo irresistible para casi cualquier mujer.

Se miraron un momento.

Ella le envidiaba aquel control, y se preguntaba qué cosa podría hacérselo perder.

-Sí, estoy lista -ella sonrió y lo precedió al salir de la habitación.

La escalera principal, de mármol, llegaba a la planta baja cubierta parcialmente por una alfombra, los suelos eran de mármol y daban luminosidad y sensación de amplitud al vestíbulo de entrada al edificio. Las paredes estaban pintadas de color marfil, cuya uniformidad se veía interrumpida por puertas de madera tapizadas, objetos de arte, y algunas vitrinas.

Sonó el timbre cuando Herms puso el pie en el último escalón de la escalera.

-Es hora de que empiece el espectáculo -murmuró Herms al ver a Serg caminar hacia las puertas de entrada.

-El cinismo no te queda bien -dijo Draco.

Ella lo miró con orgullo y le dijo:

-Te prometo que me portaré bien -sintió que su pulso se aceleraba.

-Estoy seguro... -dijo él.

Aquellas palabras provocaron un escalofrío en la piel de Herms.

-¡Charles! ¡Andrea! -exclamó Draco cuando Serg anunció a los primeros invitados-. Venid al salón, os serviré una copa.

El resto de los invitados llegaron a los pocos minutos, y Herms representó su papel de anfitriona a la perfección, sonriendo todo el tiempo, y esperando que llegasen Monique y Tifanny acompañadas de su padre.

A Monique le gustaba hacer una entrada triunfal, y su llegada solía estar cuidadosamente estudiada y ocurrir en el momento más oportuno para que causara un gran impacto. No solía llegar excesivamente tarde, pero la hora de llegada estaba al límite de lo socialmente aceptado.

El anuncio de Serg coincidió con las expectativas de Herms. Pidió disculpas a los invitados con los que estaba conversando y fue a saludar a su padre.

—John —rozó la mejilla del hombre con los labios y aceptó el firme apretón en su hombro como respuesta. Luego, se dirigió a su madrastra para aceptar de ella un beso en el aire-. Monique -sonrió mientras miraba a la deslumbrante mujer que estaba al lado de Monique-. Tifanny, ¡qué alegría verte!

Draco se unió a ellos y le puso una mano en la cintura. Una sensación perturbadora que parecía un modo de infundirle seguridad y también una advertencia secreta; aparte de producirle una reacción de atracción, lo que en aquel momento era totalmente secundario.

Draco saludó afectuosamente a su padre, con sincero encanto a su madrastra y con afable tolerancia a Tifanny.

Monique sonrió dulcemente en respuesta. Tifanny, en cambio, respondió con su felino arte de seducción; una habilidad que parecía deleitarse en practicar con cualquier hombre de más de veinte años, sin importarle su estado civil.

-Draco...

Con una sola palabra, Tifanny lograba transmitir todo un mensaje, y aquello la enervaba.

La presión de los dedos de Draco aumentó, y Herms le sonrió, ignorando el fuego en las profundidades de aquellos ojos grises.

La cena fue un éxito. Habría sido difícil hasta para el paladar más exigente encontrarle un defecto, tanto en la preparación como en la presentación de la comida, y los vinos que la acompañaron.

Draco era un anfitrión ejemplar, y su habilidad para recordar acontecimientos y cifras, combinado con su memoria fotográfica era una garantía de que la conversación fuera amena y variada. Los hombres buscaban y valoraban su opinión sobre los negocios, y lo envidiaban por su atractivo con las mujeres. Éstas, por otra parte, buscaban llamar su atención y codiciaban el lugar de esposa que Herms ocupaba junto a él.

«Una pareja creada en el Paraíso», habían dicho las revistas de cotillees en su momento. «La boda de la década», habían titulado varias revistas de mujeres, adjuntando una gran variedad de fotos.

Sólo los románticos habían aceptado la imagen idílica que habían dado los medios de comunicación mientras que la alta sociedad del país entero había visto lo que se escondía detrás de esa fachada de cuento de hadas.

El matrimonio de Draco Malfoy y Hermione Granger había sido el producto de la estrategia de John Granger para cimentar su imperio financiero y que se forjara en la siguiente generación con un heredero.

La razón por la que había participado Draco estaba clara: él quería conseguir el control total de Malfoy- Granger. La bonificación era una atractiva mujer joven muy adecuada para engendrar la prole necesaria.

La aceptación de Herms había estado motivada en parte por un deseo de satisfacer a su padre y por un reconocimiento realista de que, dada su enorme fortuna, habría pocos hombres, si había alguno, que pudieran desechar la ventaja social y económica que suponía ser el yerno de John Granger y que no quisieran casarse con ella por interés económico también, y Draco era uno de ellos.

-¿Vamos al salón para tomar el café?

Las palabras de Draco llamaron su atención. Herms se puso en pie y dijo sonriendo:

-Estoy segura de que Marie debe de tenerlo listo.

«Es un tesoro inestimable esa chef». «Una velada maravillosa», le dijeron con cortesía los invitados.

Ella inclinó la cabeza y agradeció:

-Gracias. Se lo diré a Marie. Le gustará saberlo.

Lo que era verdad. Marie valoraba su alto salario y la posibilidad de vivir en una casa separada. Eran las ventajas de aquel empleo, y su gratitud estaba reflejada en sus esfuerzos culinarios.

-Has estado bastante callada en la cena, querida.

Herms oyó la voz de Monique y se dio la vuelta hacia ella.

-¿Te parece? -preguntó sonriendo Herms.

-Tifanny está un poco dolida, me parece -sonrió Monique.

-¡0h, querida! ¡Parecía disfrutar tanto! –exclamó Herms.

Monique la miró con ojos nublados. Herms no sabía cómo lo hacía. «Realmente tendría que haber sido actriz», pensó Herms.

-Tifanny siempre te ha considerado como una hermana mayor -dijo Monique.

No había nada de afecto familiar en lo que Tifanny sentía por Herms. Otra cosa muy distinta era su relación con Draco.

-Me halaga mucho -dijo Herms amablemente, sosteniendo la mirada torva de Monique. Se habían quedado un poco aparte de los invitados, que estaban saliendo del comedor, y no podían oírlas.

-Ella te aprecia mucho.

Lo dudaba. Herms siempre había sido vista como una rival, y Tifanny era la digna hija de su madre. Se vestía y arreglaba con cuidado, se perfumaba, y se lanzaba a su misión de seducir. Jugaba, sonreía, y disfrutaba de la caza hasta que encontraba al hombre adecuado.

Herms se libró de dar una respuesta porque Marie le ofreció un café al entrar al salón. Agradecida, aceptó el café.

Alzó la taza con serenidad y sorbió.

-Si me perdonas... Tengo que hablar con John.

Era casi medianoche cuando se fueron los últimos invitados, ni demasiado pronto ni demasiado tarde para una fiesta a mitad de semana.

Herms se quitó las sandalias y atravesó el salón. Sentía un peso en la cabeza; una tensión acumulada desde la nuca hasta el cuello.

Sophie había recogido las tazas de café que quedaban y los vasos de licor. Por la mañana, Marie dejaría el salón limpio y en perfecto orden.

-La velada ha sido todo un éxito, ¿no crees? -comentó Draco

-¿De qué otro modo iba a ser? -contestó ella mirándolo.

-¿Quieres que nos sentemos y critiquemos un poco a nuestros invitados? -dijo él con docilidad.

-No particularmente.

-Entonces, te propongo que vayas al dormitorio y te metas en la cama.

Ella alzó la barbilla un segundo y luego dijo mirándolo fijamente.

-¿Y que me prepare para complacerte?

Draco la miró con un peligroso brillo en los ojos. Enseguida, se apagó y se acerco a ella con gráciles movimientos de pantera.

-¿Complacerme?

Estaba muy cerca de ella. Su fragancia masculina mezclada con su colonia derrumbaban sus defensas y daba en el blanco de su feminidad. No le hacía falta tocarla. Y lo sabía.

-Tu apetito sexual es... -Herms hizo una pausa, luego agregó-: Voraz.

El alzó una mano y le tomó la barbilla, obligándola a mirarlo.

-Es privilegio de la mujer la no aceptación.

Ella lo miró cuidadosamente. Vio las pequeñas arrugas en el extremo de sus ojos, los finos contornos de su boca, aquella boca que exploraba tan bien las curvas del cuerpo de ella.

-Y costumbre del hombre emplear métodos desleales para convencerla -dijo Herms

Draco le acarició la mejilla, el cuello, y le soltó el pelo.

Cayeron juntos a la alfombra. Él le peinó el pelo castaño con los dedos. Entonces bajó la cabeza. Ella cerró los ojos mientras sentía la caricia de sus labios alrededor de su oreja. Él siguió hasta su boca. Ella tembló y quiso recuperar el control.

Debía de decirle que parase, decirle que estaba cansada, inventar un dolor de cabeza, por ejemplo.

No quería pasar por el momento de después de hacer el amor; pasar por la experiencia de sentirse feliz y saber al mismo tiempo que la lascivia no podía sustituir jamás al amor.

El cuerpo de Draco se movió contra el de ella. Hubiera querido defenderse, pero no podía luchar contra la fuerza de las caderas de Draco mientras él se apoderaba de su boca y la poseía, suavemente al principio, luego apasionadamente, de tal modo que ella se rindió.

A ella no le importó sentir las manos de él acariciando su falda, y menos cuando le acarició las nalgas y la alzó contra él.

Ella curvó sus piernas alrededor de las caderas de él y le rodeó el cuello con sus brazos.

Él la llevó a su dormitorio.

Herms estaba ardiendo de pasión, deseaba dolorosamente sentir su piel, quitarle la corbata y desabrocharle los botones de la camisa hasta sentir el vello de su pecho musculoso.

Herms deslizó su boca por el cuello de Draco.

En un momento dado, ella se dio cuenta de que estaba de pie, sin ropa, al igual que él, y gimió de placer cuando él la echó en la cama.

Sin preliminares, rápido, violentamente. Luego, él podría tomarse todo el tiempo que quisiera.

«Ahora», pensó. Pero no, lo había dicho en voz alta, porque él se rió descaradamente.

Él se hundió en ella y observó las delicadas facciones de su cara mientras ella lo aceptaba, y se aferraba a él.

Se quedó quieto durante unos segundos, y ella sintió que él volvía a moverse, se retiraba, volvía a entrar más profundamente, lentamente, con un ritmo que la hizo arder. Su experiencia, la habilidad de sus dedos, aquella boca erótica se combinaban para volverla loca y hacerla llegar hasta el límite del placer sexual y hacerla rogar más... Y cuando llegaba al éxtasis, no sabía si lo odiaba o lo amaba por lo que le hacía sentir. Buen sexo. Sólo era eso, pensó con tristeza, mientras se adentraba en el sueño.