No sé por qué estoy aquí. Bueno, en realidad sí lo sé, pero no me puedo creer que haya tenido el suficiente valor como para presentarme aquí. Pero, ya que estoy aquí, no me queda más remedio: tengo que conocerlo.

Anna paseaba distraídamente por las calles de Tokio, sin prisa, ya que prácticamente iba sin rumbo. Más bien estoy perdida, pensó, malhumorada. No obstante, continuó su camino, como si supiera perfectamente hacia dónde se dirigía. En realidad, si estaba en esa situación era por culpa de su padre. Pero ya no había remedio, ella no había llegado a negarse, y por eso estaba allí. En algún momento tendría que encontrar a quien estaba buscando, ¿no?

No muy lejos de donde se encontraba la chica, un joven rubio se dirigía hacia el supermercado sin ninguna gana. No sabía por qué, pero siempre le tocaba ir a comprar alimentos para la cena. Y era un auténtico engorro. Aún más sabiendo que mamá Tamao se encontraba en la pensión sin hacer nada, puesto que no había muchos huéspedes, solo Men Tao, sus cuidadores y el insoportable de Horo-Horo, que no paraba de meterse en su vida. Estaba realmente molesto con él. Una cosa era que se quedara en la pensión y otra cosa muy distinta era que invadiera su espacio, su habitación, como si tal cosa.

De mala gana, seleccionó los alimentos que mamá Tamao había apuntado en la lista que llevaba en la mano, se dirigió hacia la caja y pagó. Al salir vio a una joven de cabellos rubios y piel morena mirando de un lado para otro, como si se encontrara perdida. Su instinto le impidió marcharse del lugar sin ayudarla (si era lo que necesitaba), por lo que se dirigió hacia ella.

-Disculpa, ¿necesitas ayuda? -preguntó el joven con tono educado.

La chica lo miró un momento, dubitativa, hasta que al final se decidió.

-La verdad es que sí -contestó con una sonrisa-.¿Me puedes decir como ir a la pensión de los Asakura?

-Yo voy hacia allí, si quieres puedo llevarte -respondió el joven sorprendido, pues no esperaba que la joven se dirigiera hacia su casa.

-Muchas gracias –dijo la joven con una sonrisa, y ambos comenzaron a caminar-. Por cierto, soy Anna III, aunque todos me llaman Anna.

-Yo soy Hana –respondió el chico sin más. No esperaba tener compañía durante el viaje de vuelta, y mucho menos le apetecía entablar una conversación, pero dudaba mucho que esa chica le permitiera disfrutar del placer del silencio. Y no se equivocaba.

Durante el camino de regreso estuvo conversando con Anna (obligado, claramente). Lo que más le disgustaba era que esa joven no paraba de sonreír, le estaba resultando extremadamente molesto, puesto que le recordaba a alguien a quien se esforzaba por olvidar constantemente, alguien a quien hacía mucho tiempo que no veía y del que procuraba no acordarse.

Tras un tiempo que se le hizo eterno, por fin llegaron a la pensión. Abrió la puerta e invitó a la rubia a que pasara.

-¡Ya estoy en casa! –gritó Hana, mientras se quitaba las sandalias y pasaba dentro-. ¡Mamá Tamao, ven un momento!

Le parecía una tontería llamarla "mamá Tamao", puesto que ella lo había criado, pero en deferencia a su madre biológica, se había obligado a realizar esa diferenciación.

Tamao llegó en cuestión de segundos, lo que significaba que estaba muy lejos.

-¿Qué ocurre, Hana? ¿Por qué me has llamado?

-Es que me encontré por el camino a esta chica, que preguntaba por la pensión, y la traje hasta aquí –dijo señalado a Anna.

-Mi nombre es Anna, encantada de conocerla por fin, señorita Tamao –dijo la rubia haciendo una reverencia-. Mi padre me ha hablado mucho de usted.

-¿Su p…? –comenzó Tamao, pero de repente la voz de un niño la interrumpió.

-¿Ya has vuelto? ¡Ya era hora! Así por fin podré vengarme. ¡Exijo la revancha de la pelea de antes, Asakura! –el pequeño Men Tao caminaba hacia ellos con su lanza en la mano, reparado para pelear.

-¿Asakura? –preguntó Anna, mirando hacia el rubio-. ¿Tú eres el heredero de los Asakura?

-Sí, ¿por qué? –preguntó Hana con curiosidad.

-Porque… -se dispuso a comenzar la joven, pero Tamao la interrumpió.

-¡Un momento! ¿Tú eres Anna, la hija de Silver? ¿La misma Anna que…?

-Así es –interrumpió la rubia-. Soy la chica que la señora Asakura eligió para ser la prometida de su hijo y, al parecer, ese eres tú –dijo esto último dirigiéndose a Hana, sonriente.

-¡¿Qué? –gritó Hana, tan sorprendido que tiró por los aires las bolsas de la compra, esparciendo los alimentos por el suelo.

Anna comenzó a reírse de la reacción del rubio, mientras que Tamao lamentó no haber avisado antes a Hana.