En guerra avisada no muere gente. Así que desde ahora les aviso esto es un fic cien x ciento yaoi. Es AU=Universos Alternos, tiene Mpreg=Embarazo Masculino, Muerte de un personaje, Violencia.

Así que no me vengan después con comentarios del tipo, que asco dos hombres juntos o, es imposible que un hombre se embarrase, un asco, ect por que ya están advertido de que todo eso estará en este fic ^^

Ahora si después de las pertinentes advertencias quieres seguir leyendo.. Bienvenido a través del tiempo ^^

Los personajes no son mios. Pertenecen a JK y a la mitologia griega respectivamente.

Prólogo

Jacinto era un joven bello de cabellos castaño y preciosos ojos dorados e hijo de Pierus, rey de Macedonia. Era Jacinto pues príncipe espartano, uno de los más hermosos, y el feliz amante de Apolo, el eternamente joven Dios, hijo de Zeus y gemelo de Artemisa.

En ese momento platicaba con Ganímedes, el hermoso copero de los dioses y amante intocable de Zeus, padre de todos los dioses.

Ganímedes era un hermoso joven de cabello negro, ojos verdes y piel blanca y suave como la porcelana, pero era fuerte y atlético, hijo del rey Priamo de Troya y alguna vez príncipe de Troya. Ambos jóvenes eran amigos.

Aunque 'joven' no era muy correcto en el caso de Ganímedes, pues aunque efectivamente su apariencia era la de un jovencito, era inmortal por voluntad del mismo Zeus, y tenía cerca de un siglo cumplido.

Jacinto por su parte no era inmortal, no quería serlo, él era feliz compartiendo con Apolo tal y como lo hacía. Aunque le había prometido a Apolo que cuando cumpliera los dieciocho aceptaría su propuesta y aceptaría ser no sólo inmortal, sino su consorte. Pero para eso aún faltaban dos años.

Ganímedes y Jacinto platicaban un poco de todo, sobre todo de sus temas favoritos: Apolo y Zeus.

-¿No extrañas la tierra, Ganímedes?

-No y sí.

Ante la mirada extrañada que le lanzó el joven Jacinto, Ganímedes se explicó.

-Verás, antes lo hacía, extrañaba a mi padre, a mi familia, a Troya, a mi hogar, pero ya no, Troya ya no existe o al menos no la Troya que yo conocí, pues tras la muerte de Héctor mi país se vino abajo y mi familia ya no vive, así que ya no lo hago; allá en la Tierra no hay nada para mí.

-¿Y no te gustaría bajar a la Tierra?

Ganímedes suspiró.

-Sí, me gustaría bajar, pero Zeus jamás me lo permitiría. -Dijo Ganímedes apesadumbrado.-Bueno, y tú ¿por qué no has aceptado aún la proposición de Apolo de ser su consorte?-Le preguntó con una sonrisa.

-Aún no me siento preparado... mi familia... todo... aún no creo estar listo.

Confesó Jacinto.

-No te confíes Jacinto, ni Apolo ni Zeus son pacientes, decídete pronto o Apolo terminará tomando la decisión por ti.

Le advirtió Ganímedes.

-Lo sé.

Respondió Jacinto en el momento en que sentía como alguien lo alzaba del suelo, dándole un fuerte abrazo. Se volteó Jacinto con una sonrisa y unió sus labios a los del recién llegado, que no era otro que el rubio dios Apolo. Ganímedes sonrió también al sentir como Zeus lo abrazaba y correspondió gustoso al beso de su amante.

-Ven Jacinto, es hora de que te devuelva a la Tierra, a menos que hayas cambiado de opinión y te quieras quedar aquí conmigo.

Le dijo Apolo con picardía. Jacinto le sonrió.

-Aún no es tiempo Apolo. Adiós Ganímedes.

Se despidió del copero de los dioses. Ganímedes le correspondió el gesto de despedida con la mano aún desde los brazos de Zeus.

-¿Y cuándo será tiempo Jacinto?

-Pronto.-Le aseguró el chico.-Vamos cariño, bajemos a la Tierra y practicamos un rato el lanzamiento del disco.

Apolo suspiró y despidiéndose de su padre y del amante de este, siguió a su vivaracho príncipe mortal.

Apolo lanzó el disco con fuerza y con una sonrisa traviesa, sabedor de que Jacinto no lograría atraparlo pues pasaría más alto de lo que era el joven príncipe de 16 años. Pero nunca se esperó la jugarreta de Céfiro, dios del viento.

-Jacinto.

Gritó Apolo sosteniéndolo, el disco lo había golpeado en la cabeza. Los ojos dorados de Jacinto lucharon por enfocar la cara de su amado.

-A..Apolo, te amo...

Alarmado Apolo intentó hacer algo, pero ya era muy tarde, la cabeza de Jacinto se fue hacia atrás y sus ojos se cerraron, llevándose la vida de aquel tan amado cuerpo.

-¡Te mueres en la flor de la juventud! ¡Y he sido yo el culpable por atender a tus ruegos mi amado Jacinto! Debí convertirte en un inmortal la primera vez que te hice mío. Debí desoír tus ruegos. Y ahora estás en mis brazos muerto. Pero juro que volveremos a estar juntos y mi lira no cesará de cantarte.

Gritó Apolo estrechando el cuerpo muerto contra su pecho, el dios no se dio cuenta que a medida que sus lágrimas caían unas hermosas flores brotaban del suelo. Unas flores parecidas a las azucenas en todo excepto en su color, que siempre recordarían al hermoso dios, su gran dolor. Lo único que Apolo podía sentir en ese momento era el cuerpo de su joven y amado amante inerte en sus brazos; y él sabía quién era el culpable.

- Te mataré Céfiro.

Juró Apolo.

-Te noto pálido Ganímedes.

Le dijo Hera al copero y amante de su marido, con un falso tono preocupado.

-No es nada mi señora

.

Le aseguró Ganímedes cortésmente.

-Sí, claro que sí; toma, al menos bebe algo de agua.

Ganímedes aceptó agradecido la copa de cristal azul, la verdad es que sí se sentía mareado, pero no le diría a Hera, porque eso era algo que sólo le importaba a él y a Zeus.

Zeus buscaba a Ganímedes preocupado, ya hacía rato que lo buscaba, y su amado copero no aparecía. Algunos minutos después lo encontró, tirado en el suelo pálido y frío, con los ojos cerrados y sin el brillo que confería la inmortalidad. Corrió hacia él y lo tomó en brazos, lo llamó y lo sacudió, negándose a creer lo que era evidente, su amante estaba muerto. Pero ¿cómo? ¿Quién se había atrevido a matar a su amado copero? ¿Quién? Entonces la vio, una copa de cristal azul yacía junto al cuerpo de Ganímedes. Fue entonces que supo quién osó lastimar a su amado.

-¡Hera!

Continuara....