Hacia la presa transcurre después del 2x05 de la serie, Sansa está prometida con Joffrey, en una corte plagada de ratas de la que tendrá que formar parte para mantenerse con vida. Y durante su estancia en el castillo se enamorará lentamente del Perro, protector de la vida del rey.


CAPÍTULO 1 - LA PIEDRA

Sansa observaba su imagen en el espejo y todo lo que lograba ver, por más que mirara muy detenidamente su propio reflejo era la reina Cersei. La odiaba con todo lo que le quedaba de alma, de la misma manera que odiaba a su maldito hijo. Si ellos no existieran su señor padre aún estaría vivo, Arya seguiría tirándole la comida durante la cena y Robb se reiría de ella como si el lanzamiento hubiera sido un ataque perpetrado por él.

¿Y que le quedaba ahora? Aguantar humillaciones de los asesinos que habían destruido a su familia y fingir que sus sentimientos hacia los Stark eran los que afloraría un traidor. Fingir ante el reino del que una vez había querido formar parte. Fingir amar a un rey que la ordenaba golpear y desnudar sin el menor atisbo de remordimiento. Allí debía convertirse en una piedra cubierta de nieve para que nadie viera lo que había debajo.


Joffrey estaba sentado en el trono apuntando con el arco al nuevo bufón, adquirido durante su Día del Nombre. El bufón simulaba ser un ciervo mientras el Lannister le disparaba flecha tras flecha dirigida cerca del trasero, pero la diversión le estaba resultando algo escasa.

- ¡Perro! Ve y trae a la tonta de mi prometida para que veamos si tiene buena puntería.- El bufón cayó de bruces al oír el comentario y los presentes soltaron algunas risas que siguieron a la del rey. - Date prisa antes de que se rompa el cuello y lo echemos a los cerdos.

Sandor Clegane subió a los aposentos de la chica Stark para llevarla al Gran Salón. Al llegar a la entrada, la vislumbró entreabierta y algo activó su estado de alerta. Empujó despacio la madera que le impedía el acceso y vio a la chica mirándose fijamente en el espejo con la misma intensidad que la había visto mirar al rey en el patio de las lanzas.

Tenía los cabellos del color del fuego lo que de una forma extraña le hacía sentirse atraído por ella. La miró a los ojos a través del mirador y no entendió como podía mantenerse tan absorta en su mente, mientras el cristal devolvía su reflejo situándole a su espalda. Nadie se atrevía a bajar la guardia con él si no buscaba la muerte.

Cuando avanzó un paso a su sitio, la pobre muchacha se puso en pie y abrió la boca.

- ¿Cómo puedes estar en el mismo lugar que la Montaña y controlar lo que realmente sientes?- el miedo le hizo decir aquellas palabras bajo la falsa valentía que ofrecía estar frente el espejo.

La pregunta le acababa de enfurecer y en consecuencia fue directo hacia su presa, pero entonces Sansa se dio la vuelta y le enseñó la muñeca con un cuchillo que ya había empezado a rasgar de manera superficial justo donde estaban las venas.
Hubiera creído que era una estúpida amenaza de no haber visto la expresión en su rostro antes de que ella notara su presencia.

- El pajarito debería cortarse la lengua y no las alas.- Sandor carecía de control. Un perro apaleado sabía esperar el momento adecuado para atacar.

- Yo no puedo sentarme a lamer mis heridas.- Aquello fue más de lo que él podía pasar por alto. Se abalanzó sobre Sansa como un animal, y el impulso acabó por colocar sus cuerpos cara a cara y la espalda de ella contra el muro de la jaula. Un muro tremendamente frío en contraste con el calor que él desprendía.

La esencia de sus cabellos no apaciguó su rabia. Sandor le sujetó las manos tan salvajemente a ambos lados de su cuerpo que de la herida brotaron más gotas de sangre, agolpándose junto al resto. El dolor de su amarre la hizo aflojar el arma hasta dejarla caer. El ruido del cuchillo golpeando el suelo fue la señal, al igual que el sonido de las campanas que preceden un asedio, de que estaba completamente desamparada ante él.
Si le contaba a Joffrey lo que había tratado de hacer, solo se podría apostar que ya no tendría otro intento. - Te...te suplico...que...- no le salieron más palabras cuando tuvo el rostro desfigurado tan cerca que no pudo ignorarlo.

Él penetró en sus ojos mientras guió sin el menor esfuerzo la mano de la loba hasta su boca. Le deslizó la lengua por la cara interna de su muñeca y lamió la sangre sobre la piel rasgada, sintiendo como se le aceleraba el pulso a la muchacha. El sabor metálico de la sangre y el bálsamo de su piel eran una mezcla que solo encendía más sus instintos animales. También podía oler el miedo en ella y alzó la vista, esperando verla aterrorizada, en cambio leyó en la profundidad de sus ojos aguamarina una mezcla de confusión y gratitud. La próxima vez que le empujara tan al borde de su control se iba a asegurar de que no sintiera ningún tipo de gratitud.

Una voz en su cabeza susurró "le importa tu vida" y Sansa sintió un escalofrío pero mantuvo la mirada, viendo en aquellos ojos negros como las sombras, al hombre que se ocultaba y no al animal que todos juraban que era. Fue entonces cuando se percató de que la nieve cubría otra piedra para que nadie viera lo que había debajo.

El Perro le agarró del brazo con firmeza aunque sin resultar violento y le condujo por los pasillos del castillo, arrastrándole sobre sus pies hasta que llegaron a su prometido. Una vez allí postrada miró al rey con cierta renitencia.

- ¿Por qué has tardado tanto? –inquirió el chico en tono molesto por la espera. El silencio allí siempre era un preludio al castigo, una corte silenciada ante la expectativa por ver cuanta crueldad era capaz de mostrarle en público.

Sansa no estaba segura de si se le dirigía a ella o a su acompañante. Fuera a quién fuera su reacción hubiera sido la misma, guardar silencio y esperar que los golpes terminaran pronto.

En aquel instante sonaron unos pasos que delataban al dueño de los pies que repiqueteaban el suelo, el Gnomo parecía muy disgustado con su sobrino. – La reina requiere tu presencia. Date prisa o responderás ante ella tus propias preguntas.

Sansa desvió la mirada quedamente hacia el Perro a la espera de su delatadora respuesta, pero él se mantuvo impasible ante el rey que inmediatamente cruzó la estancia para concederle audiencia a su madre.