Casi todos ustedes lo conocen como "el judío" o "el turco" pero para no andar siempre escribiendo esas palabras busqué su nombre. Se llama Al-Rahim.


A veces no entendía lo que pensaban aquellos soldados. Ellos eran cristianos y él judío ¿Acaso estaban decididos a destruir aquello que no era como ellos?

Ese tipo de pensamientos eran los que pasaban por la mente de Al-Rahim mientras corría por las calles de Florencia. Al menos tenía una vida medianamente tranquila, no como su amigo Solomon. El pobre tenía poco tiempo para mandarle cartas entre huída y huída de aquel (literalmente) inhumano príncipe de Valaquia*.

Sabía que (técnicamente) era su hora. Lo que importaba era darle el libro a Da Vinci. Ese pensamiento abarcó su mente hasta el punto de empezar a decirlo en voz alta "wo, wo"**, fue entonces cuando, en su ensimismamiento, tropezó y se le cayó algo de la bolsa que llevaba. Fue entonces cuando vio la solución de sus problemas: un libro.

Lo recogió con rapidez mientras se incorporaba y partió sin demora hasta la librería local. Aprovechando que no había nadie, entró por la ventana y trató de confundir a sus perseguidores para ganar tiempo, mezclándose entre las diversas librerías. Casi sentía lastima por sus perseguidores. No podía creer que corrompiesen con violencia aquel sagrado templo del conocimiento solo para cumplir sus labores.

Sacó la llave de su bolsillo y la metió delicadamente dentro del libro. Bien ya había escondido una, ahora venía la parte difícil: esconder la segunda parte. Sacó está y la miró… Antes empezar a forzarla por su garganta.

Tosió mientras su garganta se retorcía y tensaba al sentir la solidez del metálico instrumento. Pero él no se rindió. Incluso llegó a sentir algunas gotas de sangre deslizarse junto a la llave.

Al final cedió. Justo a tiempo, porque, inmediatamente después, los soldados hicieron su aparición. Le agarraron de los brazos mientras que otro empezaba a hablar. Al-Rahim lo reconoció: Quattrone.

–Se le acusa de intentó de evasión de la ley florentina y robo a una librería. –dijo el agente de la ley.

–Me han arrestado solo por ser judío. –dijo en voz alta el convicto. Eso le valió un puñetazo de parte de uno de los hombres que lo sujetaban.

–Cállate, gusano. Dejamos que tu calaña vague por allí sin tomar represalias porque somos más piadosos que lo que todos quieren creer. –dijo orgulloso y al mismo tiempo enfurecido.

–Mentiras. Puras mentiras. –le respondió Al-Rahim, indiferente a que le diesen más golpes. –Pero al final, todas las verdades serán rebeladas.

–Es lo que se espera que diga un espiritual enloquecido como tú. –dijo el mismo soldado que había hablado antes con él.

–Eso mismo podría decirle algún musulmán a un cristiano durante las Cruzadas, u otro evento que hubiese hecho ganarse a la Iglesia el odio de muchos. –le respondió el judío. De hecho, el y sus hermanos*** eran los más indicados a la hora de hablar de esos asuntos. Habían presenciado las Cruzadas de primera mano, incluso muriendo algunos en ellas****.

–Mencionar eventos de hace 400 años no te salvará de la horca. –dijo el soldado con una sonrisa en su rostro.

–Será juzgado como a cualquier otra persona. –dijo Quattrone con voz firme. Al-Rahim lo miró. Tal vez se había equivocado al pensar que no había hombres justos entre aquellos soldados que custodiaban la vida nocturna de Florencia.

–Llévenselo. –dijo Quattrone.


Cuando caminó por el cadalso, era indiferente de las burlas que de seguro varios cristianos debieron estar emitiendo. Solo era capaz de ver el rostro de alguien entre la multitud: Leonardo.

–Tengo sed. –susurró solo para él y el pintor. –Dame de beber del lago del conocimiento.


*: Se refiere a Vlad Dracúl III (Dracúla).

**: Es yiddish. Da Vinci dice que "wo" significa "¿qué?".

***: No sé si me equivoco, pero estoy casi seguro que los "hijos de mitra" se reconocen como hermanos.

****: También estoy seguro de que los "hijos de mitra" tienen la habilidad de reencarnar (y no creo ser el único que ha llegado a esa suposición).