Capítulo 1

Intento no hacer ruido al entrar. No quiero despertar a nadie. En teoría yo he llegado a casa hace unas horas con mi hermano y si se enteran de que en realidad me he quedado hasta más tarde y sin él nos espera un castigo seguro a ambos.

Me quito los tacones en la entrada. Son los que me pondré para la cosecha, así que mañana tendré que limpiarlos cuando me levante porque están pegajosos del suelo del pub.

El pub no es realmente un pub, es solo un granero grande que Phillip Farman ha convertido en lo más parecido a una sala de fiestas que hay en el distrito nueve: una barra destartalada, cuatro o cinco mesas con algunas sillas y, eso sí, un gran espacio para bailar, un reproductor de música que le vendió un agente de la paz y grandes cantidades de alcohol. Es un buen sitio para pasar las noches.

Consigo llegar al pasillo sin ser descubierta, pero algo me detiene de seguir avanzando. Aguzo el oído. Está encendida la televisión en el salón. Me pregunto quién estará viendo la tele a estas horas, quién podría querer verla en realidad. Somos de las pocas familias del distrito que podemos permitirnos una televisión, pero aun así es una televisión para la gente de distrito, con un solo canal en el que lo único que ponen es propaganda capitolina y vídeos de los juegos del hambre.

Eso es exactamente lo que están poniendo ahora. Puedo oír la voz de Lucius Malone y Aemilia Chase si escucho con atención. Se me hiela la sangre al escuchar lo que dicen. Están proclamando vencedor a Mark Mils. Es la edición decimoquinta de los juegos, la edición en que mi hermana Audrey salió cosechada.

Entro en el salón sin importarme hacer ruido.

–Alexia, hija, ¿Qué haces despierta? ¿qué haces con eso puesto todavía?

Mi madre intenta disimularlo y hablar en un tono despreocupado, pero su voz suena más aguda de lo normal y sé que ha llorado.

Me acerco a ella y me siento a su lado en el sofá. Ella y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien, pero las dos queríamos a Audrey y a pesar de que discutamos prácticamente cada día sabemos que compartimos eso.

–¿Por qué los estás viendo? –Pregunto porque no se me ocurre qué otra cosa decir. Nunca he sido buena en este tipo de situaciones.

–No podía dormir. Puse la tele para despejarme. Pensé que habría algún anuncio de esos tan tontos o algún vídeo propagandístico. Solo quería dejar de pensar en los juegos, pero estaban emitiendo esto y cuando la vi no fui capaz de apartarme. Audrey, Audrey era tan guapa, tan lista. Ella tenía más derecho a volver que ese chico Mils, él y su madre apenas tenían nada antes de los juegos.

No contesto. Yo también culpé a Mark durante un tiempo. En los primeros años de mi adolescencia no era capaz de escuchar su nombre sin estallar de rabia. Todo el distrito lo adoraba, lo sigue adorando, de hecho. Todas mis amigas hablaban de lo guapo que era y de lo fuerte y de lo valiente y de lo simpático que parecía. Nadie se acordaba de Audrey, de lo simpática, lo fuerte y lo valiente que había sido ella. Él sí se acordó. Vino a decirnos que lo sentía y a ofrecernos su ayuda. Mamá lo echó de casa con malos modos. Nunca había oído hablar a mi madre así, profiriendo insultos y gritando de esa manera. Yo estaba en el porche y él se acercó a mí cuando salía. Intentó hablar conmigo, pero yo le pegué un puñetazo en la cara y entré corriendo en casa.

Ahora ya no lo odio. No fue él quien mató a Audrey. A veces va por el pub y parece un buen tío. Al final creo que he asumido que simplemente él tuvo más suerte que Audrey y que no tiene la culpa de eso. De todos modos prefiero mantenerme bien lejos de él y supongo que él también lo prefiere así.

En la tele están pasando el resumen de los juegos.

–Tienes suerte de no verlos, hija –Murmura mi madre.

Podría decirle que aunque no los vea oigo los gritos y que eso es peor porque no sé qué está pasando exactamente y se me dispara la imaginación. Podría decirle también que aunque ya estaba perdiendo la visión, durante los juegos de mi hermana veía lo suficiente para observarla morir. No obstante, por una vez decido callarme mis pensamientos. En lugar de eso escucho los gritos de mi hermana en la pantalla. Los malditos profesionales se ensañaron con ella porque llevaban un tiempo sin matar a nadie, porque querían dar espectáculo o simplemente porque les apetecía y tenían la oportunidad, quien sabe lo que se pasa por la mente de esos tipos, y por supuesto esa escena había que ponerla entera en el vídeo oficial de los juegos y en el resumen final porque a la audiencia capitolina le había encantado.

Mi madre me coge la mano, no sé si para darme fuerzas o para dárselas a ella, y yo cierro los ojos en un gesto instintivo e inútil. En sus juegos no los cerré. Sentía que debía mirar.

Nos quedamos así hasta que el programa termina.

–Ya es hora de preparar el desayuno –Dice mi madre con la voz apagada.

Sé que solo quiere algo que hacer, una excusa para dejar de pensar en los juegos. Aún es pronto para desayunar. Normalmente no lo hacemos hasta que mi padre se levanta y aún no lo ha hecho, pero no protesto y ayudo a mi madre a cocinar. De todos modos parece que nadie en la familia ha podido dormir bien porque mi padre y mis hermanos no tardan mucho en levantarse. Desayunamos en silencio. Nadie dice nada de mi ropa ni del olor a alcohol que desprende. Yo no bebí casi nada, pero es inevitable que se pegue a la ropa si vas al pub.

Al terminar, mi hermano, Nev, ayuda a mi madre con los platos mientras mi padre se encarga de mantener entretenidas a Kimberly y Maura.

Yo me meto en la ducha. Estoy muy cansada y la cosecha no ayuda a disminuir el cansancio. Kimberly tiene siete años y Maura seis, mientras que Nev ha cumplido ya los diecinueve, así que no están en peligro, pero yo aún tengo dieciséis años, la edad de Audrey cuando salió.

Intento pensar en otra cosa. La fiesta de anoche estuvo bien, hubo más gente de lo habitual porque hoy no hay que trabajar. A mi madre le daría un ataque si supiera la clase de gente con la que Nev y yo nos codeamos en el pub. Claro que la gente de nuestra posición es la que más lo frecuenta porque solo tenemos que ir a la escuela, pero incluso los que tienen que trabajar se permiten venir de vez en cuando, unos más que otros.

Me centro en ese tipo de pensamientos vanales como si fuera otra mañana cualquiera mientras me ducho. No funciona del todo, pero hace la cosa algo más llevadera.

Estamos listos mucho antes de la hora, así que decidimos ir a dar un paseo. Es lo que menos me apetece. Si fuera por mí dormiría todo lo que no dormí anoche, pero no tengo elección, así que cojo el bastón que dejé apoyado al lado de la puerta y salgo diciéndome a mí misma que cuando vuelva de la cosecha nadie me impedirá recuperar mis horas de sueño.