De un sitio frente al restaurante
Se sentó como pudo y sollozó. O al menos intentó sollozar, emitir el sonido de un sollozo. Eso sí lo consiguió. Apoyó la barbilla sobre su brazo y siguió observando a todo el mundo a su alrededor.
Aquella era la peor parte del día sin duda alguna, con tanta gente cerca saboreando esos suculentos bocadillos: de atún, de anchoas, huevo, lomo, jamón, queso, tortilla, con tomate, con aceite, con ambos o sin ninguno.
Suspiró (eso sí sabía hacerlo sin necesidad de fingir) y pensó que de que le valía un corazón si no podía comer. Maldijo su cuerpo de hojalata y se siguió deleitando con toda la comida que servían en el bar.
