Persuasión

CAPÍTULO 1

Estaba muerta. Muerta en vida. Una condena peor que la muerte misma. Regina Mills, con su envidiada vida, su posición social y todas sus posesiones, se sentía atrapada en su propia soledad.

Los años habían paliado el dolor. No había desaparecido, nunca desaparecería, pero al menos todo parecía más lejano. Como si no fuera más que un ilusorio sueño de una felicidad que no volvería a conocer.

- Señorita Mills, ¿necesita ayuda con los baúles?- Una de las criadas preguntó a su espalda.

- No, gracias Ashley, ya tengo todo.

Era extraño tener que abandonar aquellas habitaciones, despedirse de aquellas paredes que la habían visto crecer. Todo había comenzado hacía unos meses, o quizás hacía años. No estaba seguro, lo único que podía decir es que, desde la muerte de su padre Sir Henry, la economía de la casa había sufrido una reducción brusca. El título de su padre les había proporcionado una mansión a la altura de su linaje, tierras y unas riquezas estables, al menos, mientras su padre las administraba con sensatez. Su muerte y el consiguiente manejo de dicha fortuna por parte de su madre, Cora Mills, había supuesto una brusca reducción en la misma.

Hasta tal punto habían llegado las excentricidades de una madre, una vez nacida en la pobreza, que se habían quedado sin manera de mantenerse. La única solución que el contable había encontrado era alquilar la casa señorial en la que había crecido para residir en algún lugar menos costoso de mantener y disponer, así de ingresos.

Por supuesto, la Señora Mills no había aceptado la noticia con agrado, aunque la mención por parte de su adorado protegido, Killian Jones, de que podrían residir en una de las ciudades de moda en las que se codearían con las personas más poderosas terminó por convencer a la dama, más que las palabras de sensatez de su madre.

A Regina no le importaba. Hacía tiempo que todo había dejado de importar. Había dejado de llorar por la pérdida de su padre, había dejado de sufrir por la indiferencia de su madre e incluso había dejado de sonrojarse cuando pensaba en los motivos por lo que Killian era el "protegido" de su madre.

Si era sincera, no echaría de menos aquella casa. Apenas había conocido la felicidad entre aquellas paredes. No, definitivamente, no entre aquellas paredes. Pero el jardín… sí, echaría de menos el jardín. Caminar entre las flores y pensar en ella cogida su mano; sentarse bajo el manzano y sentir el fantasma de sus besos; apoyarse en la piedra de la terraza que ofrecía una vista del horizonte y recordar el día en el que se conocieron.

Flashback ***

Necesitaba salir de aquel lugar. Abrumada por la cantidad de pretendientes que su madre no había dejado de presentar frente a ella, Regina tan solo deseaba poder escapar de su propia fiesta. Había cumplido 17 años y su madre comenzaba a sentir como una afrenta personal el que su hija más hermosa no se hubiera casado. Era consciente de que muchas muchachas de su edad ya estaban casadas, antes incluso, pero conocer la inevitabilidad de su destino no lo hacía más llevadero.

Si al menos pudiera decidir, si lograra sentir algo por alguno de los apuestos muchachos que su madre se afanaba en presentar ante sus ojos. Mas ni su belleza, ni su fortuna ni su buen nombre lograban despertar el más mínimo interés en un corazón que parecía aletargado en lo más profundo de su pecho.

Un suspiro se escapó de entre sus labios antes de que fuera consciente de la pesadez de sus sentimientos. Sola en la enorme terraza, apoyada en el muro de piedra blanca que la separaba de la inmensidad de su jardín y con una fiesta a sus espaldas de la que deseaba escapar.

Algunas notas del piano se escapaban de las paredes que lo protegían, llegando a los oídos de Regina. Cerró los ojos, dejándose embriagar por la ficticia sensación de paz que le daba la música, hasta que una aterciopelada voz la despertó de su ensoñación.

- ¿No deberíais estar en la fiesta?

Para su sorpresa, no era un invitado quien la había encontrado, sino una joven que aparentaba su misma edad, de cabello dorado y ojos verdes iluminados por la claridad de la luna. La desconocida había aparecido de entre los arbustos que conformaban su jardín, lo que la permitía observarla desde la altura, analizando su inusual atuendo. Una mujer llevando pantalones era algo que Regina nunca había esperado encontrar.

- ¿Existe alguna razón por la que estéis en mi jardín a estas horas de la noche?- Preguntó Regina.

- Escuché que había una fiesta, aunque no debe de ser demasiado entretenida si una de las invitadas está aquí fuera.

- No está tan mal.

- ¿Entonces por qué estás aquí?- La joven de pelo dorado se acercó hacia Regina.

- Eso es algo que no le interesa, señorita…

- Emma. Solo Emma.

- Regina Mills. Y no creo que deba explicar mis razones a una completa desconocida.

- Oh, pero me temo que está equivocada, mi querida Regina. Yo sí que la conozco. – Regina frunció el ceño tratando de recordar aquel rostro en alguna de las memorias de su vida, sin éxito. – Te he visto antes, en un sueño. Y tú debes conocerme también.

- ¿Cómo pretendes tal cosa si dices haberme visto en un sueño?

- Pues porque la Providencia no puede ser tan cruel como para mostrarme una imagen de la mujer que robaría mi corazón y no darle a esta la más mínima pista de quién soy yo.

- Ha perdido completamente la razón, señorita Solo-Emma.

- Lo dudo mucho. Nunca he estado tan convencida de algo como lo estoy de esto.

- ¿Cómo puede clamar que he robado su corazón si acabamos de conocernos, si…somos ambas mujeres?

- Sí, los designios del Señor pueden ser algo escurridizos, pero no dudo de mi corazón. Tampoco tú deberías hacerlo, Regina. Además, temo que te hallas en un gran error.

- ¿Y cuál sería mi error?

- Sí que me interesa el motivo por el que no estás en esa fiesta.

- ¿Y por qué? Si puedo conocer la razón.

- Pues verás, está la posibilidad de que simplemente tuvieras calor, cosa que dudo teniendo en cuenta lo delicado de tu vestido; podrías estar huyendo de algún hombre demasiado pretencioso y, en tal caso, me vería tentada a defender tu honor frente a él; o puede que simplemente sintieras el impulso de salir aquí. Lo que significaría que el destino tenía pensado que nos encontráramos esta noche.

Regina se encontró sin palabras ante la desfachatez y falta de compostura de aquella joven. Cierto hilo racional en su mente le repetía que debería sentirse ofendida por la manera en la que Emma le hablaba, pero había algo en ella, algo en la forma en la que la miraba, en la forma en la que le hablaba, algo que la mantenía atrapada en la profundidad de sus ojos verdes.

- ¿Y bien, cuál es la razón?

- ¿Cuál preferirías que fuera?

- La última, sin duda. – Se apresuró a contestar la doncella rubia.

- ¿Piensas que estábamos destinadas a encontrarnos, pues?

- ¿Acaso no demuestran eso mis sueños premonitorios, princesa?- Contestó Emma.

- No soy una princesa. – Fueron las primeras palabras que Regina pronunció.

- Una reina, pues.

Y, antes de que Regina pudiera negar de nuevo tal afirmación, con una sorprendente agilidad, Emma escaló la baranda de piedra sobre la que Regina se hallaba, atrapando su rostro con las manos y atrayendo sus labios en un cálido y casto beso. Su primer beso.

- Sí, definitivamente, una reina.

Sin esperar una contestación que, por otra parte Regina era totalmente incapaz de dar, Emma comenzó a andar en la dirección en la que había aparecido.

- Nos veremos pronto, su Majestad. – Fue lo último que dijo antes de alejarse.

Fin del Flasback ***

Y así fue, volvieron a verse. Como supo desde el instante en el que sus labios se unieron, Emma no había estado equivocada, se robaron el corazón la una a la otra. Regina se entregó a aquel verdadero amor que la sorprendió a la salida de un baile.

Todo lo que le quedaba ahora, diez años después de aquella primera noche era un puñado de cartas y un corazón roto.