Una Opción Futura
El conde Phantomhive se había visto obligado a acompañar a su prometida a aquella aburrida feria. Soma y Agni, siempre inoportunos, se habían unido a la "cita".
Sebastian había llevado a una insistente Elizabeth hasta la noria, tras conseguirle obedientemente varios peluches, y un enorme algodón de azúcar. Me pregunté por enésima vez qué diablos hacía ese demonio cumpliendo cada ínfimo deseo de mi prometida.
¿Qué le dio de repente con ella? ¿No era mi mayordomo? ¿No debería estar cumpliendo mis deseos? ¿Por qué sigue ami prometidacomo si fuese su perrito faldero?
Me vi ante una de esas absurdas "Casas de adivinación". ¿Podría ser peor? Me resigné a entrar, decidido a no buscarlos como un cachorro perdido. Según me fui acercando, una extraña niebla me envolvió.
-Ciel Phantomhive... Conde... tu futuro es negro, negro como la pez...
¿De dónde salía aquella voz? ¿A qué venía eso? ¿Por qué se difuminaba mi vista? ¿Era hora de llamar a Sebastian? Y... ¿Para qué ver cómo el demonio devoraba mi alma?
-No voy a hacerte daño. Quiero ayudarte... A ver el peligro ante el que tú mismo te has cegado. Es mi tarea... ¿Quieres ver? Un pequeño vistazo a tu actual futuro...
Caí, sentado sobre un sillón aparecido de ninguna parte, y mi vista se nubló por completo...
Y de forma repentina, una figura se distinguió
-¿Lo negarás, Elizabeth?
La voz era inconfundible. No era capaz de moverme, pero la escena fue aclarándose a mi alrededor. Ella se sujetaba el vientre, sobre la tela azul cyan de su impoluto vestido. Parecía algo mayor, tal vez 16 años. Sebastian se veía igual que siempre, pero eso no me sorprendió. Lo que realmente no entendía era por qué él se dirigía a ella de esa forma tan poco distante.
-No considero necesario que Ciel lo sepa aún. Si el bebé...
Sebastian se acercó aún más a ella, y Lizzy retrocedió hasta quedar atrapada contra la pared. Seguía evitando mirar a mi mayordomo.
-Ese bebé es fuerte. El embarazo irá bien y lo sabes.
Meros centímetros los separaban, y yo no hacía más que preguntarme por qué Lizzy no le pedía que se alejase. Sin tener la menor idea de lo que estaba ocurriendo (aunque sabía que aquella era mi habitación), solo podía irritarme la irrespetuosa actitud de mi mayordomo.
-Podría ser una niña.
-Es un niño.
-Sebastian...
Él la tomó por el mentón, pasó un brazo por la delgada cintura y dejó sus labios a meros milímetros de los de ella. Lizzy parecía haberse congelado.
-Por mucho que le llames no acudirá. Cree que debe "portarse bien" contigo, pero no es capaz de devolver tus sentimientos. Sabe que al final solo te causará dolor... ¿Acaso no es cruel? Descuida lo más importante y así su hermosa doncella cae en las garras del anhelante demonio...
-Aléjate de mí, Sebastian. Ciel sigue siendo mi esposo.
Él ladeó un poco la cabeza, antes de desplazarse hasta el pálido cuello de mi prometida y darle un beso lo suficientemente rudo como para dejar una marca al instante.
Elizabeth se mordía los labios, como reprimiendo cualquier sonido. Tenía sus blancas y temblorosas manos sobre el pecho de mi mayordomo, pero no podía saber si intentaba apartarlo o acercarlo. Me empezó a doler el pecho ante la idea de Lizzy siéndome infiel.
-No se comporta como tal –susurró el demonio al oído de Elizabeth-. Jamás lo hará. Pero yo puedo darte calor... Si me lo permites –lamió el lóbulo de su oreja, antes de morderlo un poco-. Sabes que es cierto.
Elizabeth intentó alejarse, y noté esa extraña expresión en su cara, como si fuera de cristal y estuviese a punto de romperse.
¿Tan mal la había tratado? ¿Era yo tan mal esposo?
Mis pensamientos quedaron suspendidos cuando Sebastian la tomó con fuerza de la cintura y la apretó más contra si, besándola... a lo francés. Quise matarlo, pensando en como nunca había compartido con mi prima más que sus abrazos forzados. Pero se me heló la sangre en las venas cuando las manos de Lizzy, aún temblando, pasaron del pecho al cuello del demonio, sus dedos enredándose entre los negros cabellos de aquel ser.
Pude notar la desesperación en ella, como si tuviese helado todo el cuerpo y Sebastian –tal como indicó anteriormente- le proporcionase calor.
Abrazados, entrelazados en un beso ardiente, pude ver que los dedos de Sebastian se movían por la espalda de Lizzy, liberándola de la ropa como si lo hubiese hecho ya miles de veces... Lo cual seguramente fuese cierto, pero... ¿con ella?
La ropa quedó tirada en torno mi cama, y pese a desear apartar la mirada, la piel de Elizabeth me impedía cerrar los ojos.
El cabello dorado, ondulado, caía sobre su espalda y hombros. Los pechos, no pequeños, pero tampoco exageradamente grandes, rozaban el pecho –ahora desnudo- del demonio, lo cual ocultaba sus pezones. Hasta que el mismo Sebastian la tumbó sobre la cama, no pude apreciar ese hermoso color rosado. Ella estaba libre de todo vello, dato que pude percibir cuando el mayordomo demonio empezó a besarla-en-todas-partes, arrancándole gemidos placenteros. El demonio parecía estar usando los colmillos, porque a su paso dejaba un rastro de chupetones y líneas rojas paralelas. Elizabeth aferraba las negras sábanas de satén con las uñas, pero cuando se introdujo entre sus piernas, pasó a aferrar de nuevo los hombros y la cabellera de Sebastian, aunque no con la fuerza suficiente como para hacerle daño.
-¡A-Ahh!
La observé allí, abierta de piernas con la boca del demonio sobre su doncellez, gimiendo mientras lágrimas transparentes corrían por sus mejillas. Las manos del demonio dejaron los rozados pezones de ella para abrirla aún más... Antes de introducir –de golpe- su dedo índice en la húmeda calidez, lo cual la hizo arquearse y soltar otro grito ahogado.
-¿Le gusta esto, Milady?
Los ojos del demonio relucían, mirándola como si fuese su comida preferida, o algo así. Ella gimió y le clavó las uñas en los hombros como toda respuesta... Lo que no pareció satisfacer al demonio. Añadió otro dedo, jugó con ella hasta que obtuvo su respuesta.
-¡S-Sí!
La sonrisa de suficiencia que él le regaló entonces fue bastante aterradora.
-¿Milady quiere más? Vamos, tan solo pídalo...
Elizabeth estaba a punto de… Algo. Podía verlo con claridad en su rostro. No parecía ser capaz de razonar, o de decir algo, para el caso.
-P-Por favor… S-Sebast…
No pudo seguir, pues es el demonio volvió a su lugar entre sus piernas. No vi qué le hizo, pero la mano izquierda del demonio estaba jugando con sus hermosos pechos mientras su boca y su mano derecha trabajaban en su feminidad. Elizabeth se aferró a los hombros del mayordomo con fuerza, tanta que por primera vez, le hizo sangrar.
La tensión en ella llegó a un punto crítico, antes de liberarse con violencia. Un largo, ronco y lujurioso sonido salió de entre sus labios, poco antes de que Sebastian alzase la cabeza, lamiendo de sus labios una sustancia transparente.
Mientras se frotaba contra ella, piel contra piel, se inclinó a besarla, entrelazando su lengua con la de ella.
La envidia y la ira se entrelazaron en mí. Sebastian ya iba a quitarme mi alma. ¿También a Elizabeth? ¡Ella es MÍ PROMETIDA!
Pero era el miembro viril de Sebastian lo que ella llevó (con las manos del demonio guiándola) hasta su húmeda cavidad.
Una vez la parte inicial del glande estuvo dentro de ella, Sebastian colocó sus manos a ambos lados de Elizabeth antes de penetrarla con una fuerza tan primaria como la noche que los rodeaba.
Adquirió un ritmo irregular, de modo que cada unión arrancaba de ella un extraño sonido.
-¿Me siente, Milady?
Elizabeth rodeaba sus caderas con las piernas, como exigiéndole que se acercara más. Gimió el nombre del demonio, con las manos en su fuerte espalda, dejando rojos surcos tras el paso de sus uñas, lo cual lejos de molestar al mayordomo, parecía excitarle.
En ese momento todo se fue al infierno
La apariencia humana del demonio desapareció, liberando su verdadera forma. Contemplé horrorizado como aquel ser quedaba sobre mi prometida, tomándola con fuerza, rugiendo de placer, rodeándola con toda esa… ¿Maldad? ¿Corrupción?
Lo peor de todo fue que Elizabeth seguía besándole, y atrayéndole más, acogiéndole entre sus blancas piernas. Él hacía algo…
Aquél aura que emanaba. Posesivo. Hambriento. Era asfixiante… Y erótico. Como si estuviese marcando a su compañera.
Por los sonidos que ella emitía, le gustaba.
Sentí mi corazón desgarrarse. Les vi copular, y aunque ya había visto antes la verdadera forma de Sebastian, solo en aquel instante comprendí la totalidad del asunto. Justo en ese instante, cuando el contraste era tan notable, comprendí la naturaleza del demonio, en su papel de seducir a su presa, marcarla y prepararla antes de devorarla por completo.
A través del shock, me pregunté qué podría desear Sebastian de Elizabeth (dejando a un lado lo obvio). ¿No le bastaba con mi alma? ¿Deseaba tomar también la de Elizabeth?
Ese bebé es fuerte. El embarazo irá bien, y lo sabes
¿Querría a ese bebé? ¿Qué podría querer de un no-nato? En ese momento, los amantes llegaron al cénit del placer. Cuando varios minutos después Sebastian salió de ella, ambos gimieron.
Pude observar una pequeña cantidad de semen saliendo de ella, a lo que Elizabeth cerró las piernas en el acto, como si deseara impedir que aquella sustancia saliese.
Hasta no haberlo visto, no se me ocurrió la opción más lógica, que tal vez lo explicase todo… Una opción que me asqueaba y desesperaba: El bebé… El padre de ese bebé era Sebastian.
Todo volvió a disolverse en niebla, antes de aclararse en una escena diferente
Era Elizabeth, más joven. O, con más exactitud, en la actualidad. Estaba en la noria, junto a Sebastian, en lo más alto. Ella miraba hacia abajo, pero parecía algo triste.
-Sebastian –su voz sonaba algo rota-… ¿Crees que Ciel me odia?
Me estremecí. ¿Cómo diablos podía pensar eso? No… ¿Yo la hice pensar eso? ¿Tal vez es el motivo de que se entregase a él? Pero…
Los ojos del demonio relucieron con un demoníaco brillo. Ella no se dio cuenta, o tal vez no quiso enterarse.
-Milady… Temo no poder asegurar nada respecto al Joven Amo, pero…
-No. No intentes justificarlo, por favor. Sé que odia mis abrazos, mi cercanía… ¿Qué hago? ¿Qué… Qué puedo hacer? Fingirme débil no me ha ayudado…-no parecía escucharle, perdida como estaba en su autocompasión-.
-No, por supuesto que no, Milady. Sois magnífica, de cualquiera de las maneras. Y… Aunque tal vez sea malo de mi parte decirlo… Si el Joven Amo no es capaz de apreciarla… Entonces, solo tal vez…
Estaba demasiado cerca de ella. Pero Elizabeth estaba demasiado deprimida para notarlo. Seguía viendo sin ver hacia abajo.
-Si cayese desde aquí… Si muriese, ¿Él lloraría? ¿Estaría triste, aunque fuese momento? ¿Se alegraría? –se giró hacia él- ¿Seb…?
La besó. Un mero roce de labios, pero seguía siendo mucho más de lo que yo hubiese compartido con ella jamás.
Elizabeth se sonrojó por completo. Parecía totalmente perdida. Él acarició su rostro, como si lo desgarrase un fuerte deseo.
-Si he de merecer el infierno por desear ver una sonrisa en vuestros labios, Milady, yo mismo entraré, sin tan siquiera mirar atrás.
Ella se veía frágil. Quería levantarme y abrazarla, pero me recordé a mí mismo que no estaba allí. Recordé que nunca había estado con ella, ni siquiera antes de aquel mes. Siempre se había tratado de mí, o de lo buena que podría ser ella como mi esposa. Jamás la había abrazado, ni le había dicho que era bonita, ni había intentado hacerla sonreír… ¿Cuán sola se había sentido?
Por ello, cuando vi cómo la besaba, cómo se deslizaban las silenciosas lágrimas por su hermoso rostro, supe que yo tendría la culpa de todo lo que él pudiese hacerle. Y me planteé seriamente si debía detenerlo. Él podía darle cierta felicidad, bien lo había podido ver… ¿Por qué me enfurecía la idea?
-N-No…-la voz de mi prometida sonaba absolutamente destrozada- P-Por favor… S-Sebastian… Te lo ruego… -sus lágrimas caían ya como un torrente ininterrumpido por sus mejillas- Yo… ¡Le amo tanto! Tan solo…
El demonio mostró una extraña expresión en su cara… ¿Odio? ¿Ira? Pero sabía con solo mirarle que no estaba dirigida a ella.
-Él es… Insoportable. Aceptaré vuestra decisión, Milady. Pero… Por favor, permitidme ayudaros en lo posible…
Asintió, levemente cohibida. Y dejó que la abrazara. La noria había seguido moviéndose, y ya se encontraban cerca del suelo. Elizabeth volvió a ponerse aquella expresión que, ya había logrado reconocer, era su absolutamente falsa.
-B-Bueno… V-Vamos a reunirnos todos, ¿sí?
Y la escena volvió a desvanecerse
Y yo estaba ante el puesto de las nubes de azúcar.
Soma y Agni se acercaban, dirigiéndose hacia la noria. Elizabeth y Sebastian se acercaban, en cambio, por el lado contrario.
No pude soportarlo, y recorrí corriendo los pocos metros que me separaban de ella.
Llegué jadeando, aún a pesar del poco espacio recorrido, pero valió la pena.
La abracé con fuerza, sorprendiéndolos a todos. Inspiré su aroma como si fuera un bálsamo… Lo cual, asombrosamente, fue cierto. Respirar su aroma, me hizo más bien que cualquier medicamento que me hubiesen dado jamás. Ella, aún sorprendida por mi repentina muestra de afecto, me devolvió el abrazo.
-¿C-Ciel? Estás… ¿Estás… bien?
Asentí, mirando sobre su hombro hacia mi mayordomo. Parecía… ¿Celoso?
Sonreí levemente, apretando más a Lizzy contra mí, y su expresión irritada se hizo más pronunciada.
Le di a Lizzy un leve beso en los labios, antes de dedicarle la mejor de mis sonrisas.
Finalmente la solté, y me aparté un poco para mirarla.
Estaba sonrojada, y confundida… Pero también feliz. Sobretodo feliz.
-C-Ciel…
Soma seguía boquiabierto. Y Agni, aunque intentaba ocultarlo, también.
Ligeramente enfadado, me dirigí hacia ellos:
-Soma, Agni… Lamento deciros que, por ahora, estoy en una cita, con mi prometida, y me encantaría poder pasar tiempo con ella. Así que he de pedirte, Sebastian, que los lleves de vuelta.
Los ojos de mi mayordomo se entrecerraron. Podía ver con claridad que la idea de dejarme solo con Elizabeth no le hacía ninguna gracia.
Pero no le dejaría objetar.
-Es una orden. Acompáñalos de vuelta a la mansión… Y espérame allí.
Apretó los labios, disgustado, pero cuando Lizzy le miró era todo servilismo de nuevo. Pese a todas las quejas de aquel par de tontos, se los llevó.
Y yo, al fin, pude disfrutar de verdad de la compañía de mi prometida.
Y saborear sus labios…
E inspirar su aroma…
Me niego a entregártela, Sebastian Michaelis… ¡Hoy empieza la lucha por el corazón de Elizabeth Ethel Cordelia Middleford!
N/A: Sé que San Valentín ya pasó, pero… Bueno, ¡Aún estamos en Febrero! Y aquí está mi "Especial de San Valentín" de Kuroshitsuji… Siendo esta mi primera historia en este Fandom! :D
