Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está hecha con el único fin de entretener.

Advertencias: lime y situaciones sexuales, lenguaje adulto, muerte de personaje y un poco de violencia.


"Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego aporrearte a palos las otras seis"

Romeo y Julieta William Shakespeare


Placeres Violentos

Kagura Katsuguri le dedicó una mirada fulminante a su adorado compañero de clases, Naraku Kagewaki, desde lo más profundo de todo su iracundo rencor que a veces era ciego, otras veces era justificado como en ese momento, ese mismo rencor que a poco se le congelaba dentro del pecho llegando a un punto tan álgido como el que estaba alcanzando el aire acondicionado que refrescaba el salón de clases donde se encontraban.

Si le hubieran dicho que el infierno era capaz de congelarse, lo habría creído. Llegó a un punto en el que pensó que lo único que la mantenía más o menos caliente, era la sanguinaria rabia que hervía en sus venas.

Joder, quería golpearlo, matarlo, arrancarle las manos, cortarle las pelotas, ¡cualquier cosa! Pero sobre todo quería arrancarle esa sonrisa que le dedicaba incluso si el gesto estaba sólo en su mente.

Naraku sintió la mirada de su compañera sobre él, sentada a su lado completamente inmóvil, y no pudo evitar sonreírse con esa malignidad propia de todos los adolescentes de su edad, una malignidad que en él resultaba siempre el peor de los presagios o, en el mejor de los casos, que anunciaba una broma de mal gusto. Lo único que se podía pedir en esa situación era desearle suerte a la siguiente víctima de los desfalcos y estafas del infame Naraku; no importaba si eran bromas pequeñas o la amenaza de una golpiza, sabrá Dios de quién sabe cuántas cosas más era capaz, pero siempre era mejor tenerlo bien lejos, fingir no existir ante él. No fuera a ser que se le ocurriera prestarle atención a una persona en específico y pasar a la obsesión enfermiza que todos sabían caracterizaba al muchacho.

Aún así ella parecía luchar día a día, minuto a minuto, por captar su atención, por dejarle bien en claro que no era como los demás miedosos que lo rodeaban y que ella sí se atrevía a desafiarlo. Estaba más que acostumbrado a los ojos asesinos y coléricos de su dulce compañera, eterna enemiga de clases que ya sea por terquedad o ganas de pelear, siempre se sentaba a su lado, únicamente con el pasillo y las mochilas de ambos como barreras entre los pupitres que los separaban de arrancarse los ojos en cualquier instante.

Esta vez se encontraba cabreada con él porque habían pasado la ultima hora de clases peleando como auténticos perros y gatos, nada muy diferente a lo que hacían todos los días desde tercer semestre de bachillerato, peleas que sus compañeros de clases también se bancaban y tenían que soportar a las fuerzas, porque interrumpir a esos dos mientras discutían era casi pecado y una tentativa a firmar sus propias sentencias de muerte, ya fuera que esta viniera por parte de las filosas palabras de Kagura, capaces de pinchar el ego de cualquiera, o los certeros puños de un chico arrogante como Naraku.

Si algo todos tenían claro en la escuela, es que nadie quería enfrentar la ira de ninguno de esos dos, peor si se les ocurría acaso llegar a unirse contra aquel que los importunara.

Las chicas del salón, siempre lideradas por Kagura, habían pasado toda la clase de Matemáticas quejándose sobre el aire acondicionado. Estaba a un punto tan helado que no podían evitar sentir cómo se les congelaba las piernas, sólo con sus muslos cubiertos por las femeninas faldas tableadas y sus calcetas negras haciendo juego con la tela. Ni siquiera las camisas blancas, con sus mangas largas, su tela delgada como papel y el cuello alto podían alejar el frío fuera de sus cuerpos.

Los chicos, por otro lado, se quejaban por el hecho de que tener el aire acondicionado a un grado alto, únicamente fresco para aliviar el calor que se aproximaba con la primavera, no servía para ayudarlos a mantener una temperatura cómoda para ellos debido a su propia naturaleza.

Al final y como todos ya esperaban, Kagura y Naraku terminaron enfrascados en una silenciosa lucha por elegir el grado del aire acondicionado que más les convenía.

Naraku se levantaba discretamente y bajaba la temperatura todo lo que podía. Las chicas no tardaban en chillar que el ambiente estaba muy frío y que ya incluso se sentían mormadas; Kagura, en respuesta, y siendo mucho más descarada y escandalosa para desafiar a quien se le pusiera enfrente y sobre todo a su eterno enemigo de clases, hacía lo mismo luego de un rato y subía la temperatura como si buscara caldear el ambiente tanto como Naraku lograba caldear sus ánimos.

Como era de esperarse, en poco rato los hombres comenzaban a decir que tenían calor, a quitarse sus sacos y arremangarse torpemente las camisas blancas y el procedimiento se repetía, por lo menos, unas tres veces hasta que el maestro en turno, exasperado por los constantes desafíos y verlos levantarse cada tanto de sus asientos (sin contar uno que otro insulto mascullado por lo bajo) terminaba amenazando con sacarlos a ambos y, dependiendo de quién fuera el ultimo que se había levantado a cambiar la temperatura, esta así se quedaba por el resto del día.

Como en toda guerra, por pequeña y absurda que fuera, siempre había un bando que perdía, sin embargo los muchachos jamás se atrevían a desafiar a sus autoproclamados lideres.

En este caso era Naraku quien había ganado cuando al apenas sentarse en su lugar luego de bajar unos cinco grados el aparato, el maestro le mandó la regañada de su vida diciendo que una más y no respondía. El muchacho se limitó a asentir, apenas capaz de esconder su sonrisa burlona mientras Kagura estaba que se arrancaba los cabellos al tiempo que sentía su piel enchinarse.

La muchacha consideraba completamente injusto aquello. Los chicos argumentaban que si las chicas tenían tanto frío, trajeran con ellas un suéter, que incluso se ofrecían a prestarles sus sacos (¡como si el comportarse medianamente como un caballero les suponiera a todos un esfuerzo titánico!), pero un simple suéter no abarcaba las piernas y, de esa forma y básicamente, a todas las chicas del salón se les congelaba el culo y las ideas sobre sus duros asientos de clase.

Kagura, luego de un rato de estar soportando el frío, comenzó a abrazarse a sí misma, olvidando por un momento que Naraku la observaba de reojo y sintiendo una familiar pesadez mientras escuchaba a una de sus compañeras exponer un aburrido tema de Historia Antigua de Japón frente a todo el salón, ayudada por una presentación digital que se proyectaba en cañón y que aún así no servía para mantener la atención de sus compañeros por más de cinco segundos.

Tenían que apagar las luces para apreciar la presentación por muy pobre y desganada que fuera. Con la intensa luz que desprendía el cañón, mezclada con las fuertes sombras en las cuales el lugar quedaba sumido, a Kagura ya comenzaba a entrarle una modorra terrible y eso que a ella le tocaba exponer en un rato más.

Estaba ya titiritando de frío, con las piernas bien juntas y la carne de gallina deseando con todas sus fuerzas que la maldita clase terminara de una vez. En esos momentos le sonaba a un sueño poder levantarse, estirar las piernas y los brazos y sentir un poco del calor primaveral. Ya no soportaba esa pequeña Siberia donde estaba atascada con semejante Hombre de las Nieves acechando a su lado.

Su estado no pasó desapercibido. Naraku notó que estaba muerta de frío y, sin esperar que ella volviera a reclamarle con la mirada, estiró el torso hacia el pupitre a un lado de él y tomó a Kagura por sorpresa cuando acercó sus labios al oído de la muchacha.

—Oye, Kagura… —La aludida se estremeció al instante en su sitio y lo miró con hostilidad, pero él, ya invulnerable a sus mudos reproches, siguió susurrando como un demonio tratando de tentar a su siguiente víctima—. Si quieres, te puedo prestar mi chamarra para que no tengas frío.

Le dedicó una sonrisa sardónica, una clara muestra de su victoria sobre ella manifestada de esa forma tan sutil e irritante como él solo podía hacerlo, ¡esa sonrisa que ella odiaba tanto!

A su vez hizo ademán de sacarse la chamarra negra de cuero que siempre llevaba a la escuela, pero Kagura simplemente rodó los ojos y volteó el rostro, hastiada.

—No me estés jodiendo. No es mi culpa que ustedes los hombres tengan la temperatura más alta y anden siempre calientes —masculló por lo bajo, procurando que su voz no sobresaliera por encima de las palabras de la joven que exponía y se ganara un regaño por parte del maestro—. Si tienen tanto calor, deberían cortarse los huev…

Ya no pudo terminar la frase cuando Naraku, sin mediar otra palabra, se terminó de quitar la chamarra y se la arrojó con brusquedad.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —gruñó la chica al quitarse de encima la chamarra. La luz del proyector le iluminaba un lado del rostro y Naraku pudo ver que estaba ligeramente sonrojada por el coraje.

—Tómalo, no vaya a ser que se te congele el culo y luego andes más insoportable —Fue lo único que dijo mientras desviaba la vista al frente, haciendo como si de pronto estuviera interesado en la clase de Historia cuando claramente estaba que se le quemaban las manitas por salir corriendo de ahí.

—Eres un…

Se volvió hacia ella y le hizo un gesto para que guardara silencio y, casi enseguida, él mismo rompió la petición por su propia boca.

—Kagura, cierra la boca y presta atención a la clase, ¿quieres?

La muchacha arrugó la nariz y se vio tentada a hacer cualquier cosa, hasta sacarle la lengua, pero viéndose imposibilitada a soltarle una puteada sin que la mandaran directo a la dirección con reporte de mala conducta (no quería ni pensar en el reproche que le daría su madre), lo único que atinó hacer fue estirar la mano y tirar descaradamente los lápices de Naraku al suelo.

Él se quedó unos segundos pasmado ante el gesto y alzó una ceja, pero luego se sonrió y negó con la cabeza levemente, sin mirarla. Sólo él lograba sacarle el lado más infantil e iracundo, siempre en partes iguales.

Y lo disfrutaba como un cabrón, para qué decir que no.

—Eres una niña.

—Y tú un idiota —le espetó la joven, quien pudo escucharlo a la perfección, ya con su oído bien entrenado para identificar la voz de su enemigo en caso de escucharlo hablar, sobre todo si lo escuchaba hablar de ella.

Dejó de prestarle atención, pero no fue lo mismo con él. Sólo necesitó observarla de reojo unos segundos para notar que ella, tragándose su orgullo, había terminado poniéndose la chamarra que en un principio le ofreció y que le terminó tirando en la cara.

Era una chamarra negra de cuero, su favorita, un atuendo que siempre llevaba a clases y que por supuesto, iba en contra de toda regla y código de uniforme y vestimenta. Al final de cuentas lo hacía porque nadie podía decirle nada y eso le gustaba; lo hacía sentirme como el cabrón que efectivamente era.

Naraku Kagewaki era hijo de un prominente político que estaba a unos cuantos pasos de llegar a Primer Ministro, algo que siempre lo mantenía ocupado y que a Naraku le daba una ventaja y privilegios muy por encima del resto de sus compañeros, a quienes no consideraba más que pobres prospectos de futuro a comparación de él, tan desdichados y tan en desventaja ante él y todo su poder y posibilidades al alcance de su mano.

Por ejemplo, llevaba el cabello largo desde la secundaria. Se lo había dejado crecer, en primer lugar, porque le gustaba como se veía. Lo hacía ver más intimidante y pobre de aquel que lo confundiera con una mujer, y en segundo lugar, porque volvía locas a las chicas (incluso si rechazaba a más de la mitad de todas las pobres ingenuas que se atrevían a acercársele tratando de engatusarlo), y en tercer lugar, porque se consideraba demasiado bueno como para acatar códigos de vestimenta idiotas que le dijeran cómo vestir, cómo lucir y hasta cómo comportarse.

¡Y una mierda! Había dicho a su padre con tiernos trece años, ganando de vuelta una buena cachetada que no logró corregir su comportamiento desafiante.

Se dejó crecer el cabello a pesar de las constantes críticas de su padre, quien aseguraba que parecía un hippie o peor aún, un vulgar delincuente, y para esas alturas su abundante cabellera le llegaba más abajo de la cintura. Su padre, Onigumo, no hacía nada más por ese aspecto porque estaba demasiado ocupado en otras cosas como para pensar demasiado en cómo usaba el cabello su hijo.

Lo único que hacía, como sutil muestra de rebeldía, era atarse el cabello en una coleta alta para verse más "formal", y remataba llevando la chamarra de cuero. Ningún prefecto ni autoridad escolar se atrevía a decirle algo sabiendo que era hijo de un político, y encima uno que poseía una muy mala fama, pero sí mucho poder. Mejor dejar que el muchachito hiciera su desmadre que meterse en problemas con políticos, y así era como Naraku hacía lo que le daba la real gana prácticamente desde que había salido del vientre materno.

Por otro lado, un compañero de clase a dos pupitres de distancia del de Kagura observó toda la escena con atención, pero cuando percibió la furibunda mirada de la muchacha cuando terminó de ponerse encima la chamarra, terminó por voltear el rostro y hacer como si nada pasara.

La joven quedó bastante satisfecha sabiendo que su fama de chica ruda tenía sus efectos. Bien dicen: "crea fama y échate a dormir". Tenía claro por qué todo el mundo mostraba cierto grado de interés por Naraku y ella, siempre intrigados por esa lucha hipócrita que ambos mantenían desde un año y medio atrás, pero no eran más que un montón de pobres ingenuos que no alcanzaban ni a ver la punta del iceberg en toda esa bizarra lucha de poderes.

Kagura acarició con gentileza el cuero negro de una de las mangas y recordó que Naraku no tenía esa clase de atenciones con ninguna otra chica de la escuela, sólo con ella, a pesar de pelear todo el tiempo como perros y gatos. Aún así nadie se atrevía a agarrarlos de bajada con la típica idea de que se gustaban y que por eso, igual que si fueran niñitos de primaria, se molestaban mutuamente para que no se les notara.

No, por insólito que pareciera a nadie le pasaba esa idea por la cabeza. Los dejaban pelear y a veces se divertían con sus luchas de palabrería porque lograban parecer una vieja pareja de casados a pesar de su juventud, pero nadie se atrevía a soltar algún desubicado comentario de que se gustaban. Hacerlo significaría una buena paliza por parte de Naraku (palizas que nadie quería recibir) y para rematar una por parte de Kagura, con su respectiva patada en las pelotas.

Naraku, a pesar de todo su dinero y su rimbombante padre político, era considerado un chico malo con el cual era mejor mantener su distancia a menos que uno fuera de sus mismas filas.

Kagura, por su parte, aún con toda su belleza juvenil y su actitud coqueta y naturalmente sensual igual que la de una Lolita, era consideraba una chica ruda y un fracaso anunciado para todo aquel que quisiera ligársela. Quizá por eso era natural y predecible que tarde o temprano los dos chicos más temidos de la escuela terminaran compitiendo entre sí, jugando a ver quién pisaba más fuerte el cuello del otro.

Para desgracia de Kagura, Naraku era mayor por unos cuantos meses y había comenzado su fama de bravucón desde niño, así que le llevaba unos cuantos kilómetros más recorridos a Kagura, por consiguiente, casi siempre era él quien ganaba.

Curiosamente se podría pensar que la muchacha prefería a un caballero que se arrastrara igual que una lombriz tras ella, pero conociéndose como se conocía, terminaría brutalmente aburrida, e irónicamente aunque Naraku siempre ganaba, al final terminaba yendo tras Kagura buscando más y ella, casi condescendiente, se lo daba, y era un constante tira y afloja por parte de ambos que se repetía una y otra vez, que los cercaba cada vez más en su aversión al verse las caras y su gusto al lograr sacarle una mueca de desagrado al otro.

El pelear y discutir se había vuelto una rutina, algo en lo cual ocupaban sus pensamientos más de lo que deseaban admitir, y si no tenían al otro para salir de sus propias casillas, se sentían perdidos en partes iguales.

Para cuando Kagura acordó, luego de unos cuantos bostezos presa de la somnolencia, se encontraba cara contra la mesa dormitando como una bebé. Tenía la mitad del rostro recargado en los brazos enfundados en cuero y las piernas flojas en su sitio.

Naraku la miró unos instantes dormir, esperando que la chica no terminara babeando su chamarra favorita. Incluso estuvo a punto de despertarla, pero la dejó descansar durante unos minutos hasta que finalmente supo que se acercaba el momento para que Kagura pasara al frente a exponer y él, como buen compañero de clases que era, evitó que el maestro la encontrara echándose una siestecita y la despertó gentilmente dándole un buen zape en la cabeza.

Despertó sobresaltada en su pupitre, preguntándose por unos instantes dónde estaba, y se alegró de no sentir ninguna clase de viscosa humedad alrededor de la boca. Se preguntó si habría roncado.

—Ya vas a pasar a exponer, tonta —le susurró Naraku mientras Kagura se dedicaba a matarlo con la mirada mientras se sobaba la cabeza.

—Estúpido. ¿Por qué me despiertas así?

—Date por bien servida que siquiera me tomé la molestia de despertarte.

Estuvo a punto de contestar algo, pero su atención se desvió al escuchar al maestro llamarla para pasar a exponer. Pidió un momento para tomar su pendrive con la presentación y sintió que casi le daba el paro cardiaco cuando notó que la memoria no estaba sobre su pupitre, donde lo había dejado.

¡La maldita exposición valía el treinta por cierto de calificación!

El maestro no tardó en comenzar a impacientarse mientras la observaba revolver su bolsa de útiles, cada vez más nerviosa al pensar que pudiera haber perdido la memoria con la presentación y las muchas tareas y trabajos que tenía ahí guardados.

Esta vez realmente no sintió frío mientras los nervios la hacían sudar la gota gorda, y cuando estuvo a un paso de aceptar su derrota y decir que había perdido la memoria (una excusa que a esas alturas de los tiempos ningún maestro se creía, fuera verdad o no), escuchó a Naraku llamarla por lo bajo.

—¿Qué quieres? Déjame en paz —gruñó en voz baja volviéndose a él, indispuesta a pelear en esos momentos al estar segura de que, si no presentaba, le terminarían reprobando el mes de la materia, y joder, que era una chica dura, pero odiaba los exámenes extraordinarios. Nada le costaba sacar un ocho o un nueve.

—Qué carácter, y yo que iba a darte esto.

Naraku revolvió un poco en el bolsillo de su pantalón y sacó un pendrive negro con un curioso llavero. Se trababa de un corazón tan rojo como lo eran los ojos de su dueña, pero no era cualquier corazón, sino una pequeña figura realista de uno.

En realidad ni siquiera era un llavero, era un relicario y tenía un par de fotos en él dentro, fotos que Kagura no mostraba a nadie. Era un regalo que había recibido meses atrás, pero cada que le preguntaban dónde lo había conseguido, se limitaba a contestar que lo había comprado por Internet. No deseaba que nadie supiera su verdadera procedencia.

—¿Lo buscabas? —Agitó juguetonamente la memoria con el llavero de corazón frente a ella y Kagura no tardó en arrebatárselo de las manos, no sin antes susurrarle que era un imbécil y que pagaría por el mal trago que la había hecho pasar.

Naraku aceptó gustoso la amenaza y observó satisfecho, en todo su cinismo, cómo su compañera de clases se levantaba de su pupitre y se dirigía al frente del salón. Ni siquiera se había tomado la molestia de quitarse la chamarra para disimular un poco. Fue un detalle que no pasó desapercibido por sus compañeros, pero estaban acostumbrados a esa clase de cosas. Por alguna razón que nadie se atrevía a cuestionar, Naraku sólo tenía esa clase de atenciones con ella.

Momentos después la muchacha se encontraba al frente del pizarrón exponiendo el tema que le habían asignado y que había preparado con una semana de antelación. Un tema que encontró bastante irónico y que el maestro, precisamente por eso, le había asignado justamente a ella.

Trataba de la leyenda de la Cueva Celestial con la figura de Ame no Uzume, Diosa de la felicidad, la fertilidad y la danza, tratando de sacar a la Diosa del sol, Amaterasu, de su escondite y devolver así la luz a la tierra. Kagura tenía que contar toda la historia desde su inicio y decir qué es lo que había hecho Ame no Uzume para lugar sacar a la Diosa de su rincón y devolver la luz del mundo, dando origen a la danza Kagura que las sacerdotisas sintoístas aún en día celebraban como tributo a los Dioses.

Cosa curiosa, porque Kagura se llamaba así y al maestro le había parecido muy chistoso darle justo ese tema a la chica, esperando que de esa forma la jovencita se mostrara más entusiasmada con la clase. Al principio no se lo tomó muy bien, pero al final terminó enamorada de la historia, de saber el origen de su nombre y su significado más allá de ser una simple Danza de Dioses, razón por la cual explicaba el tema con una actitud de entera confianza en sus conocimientos y un ánimo renovado que no solía mostrar con regularidad cuando le tocaba exponer temas de Historia.

Hermanos… los hermanos y sus peleas. Naraku lo sabía muy bien. De hecho a él le tocaba el tema del por qué, en primer lugar, Amaterasu había decidido esconderse del mundo dejándolo sumido en la oscuridad, privados de su resplandeciente y cálida luz. Le tocaba exponer el sangriento asunto del hermano Susanoo, el Dios de la guerra, los mares y las tormentas, y había quedado más que satisfecho al saber que Susanoo había asesinado como si nada a las doncellas de su hermana y a su Caballo Celestial, provocando que la pobre Diosa temblara de miedo hasta esconderse en un rincón apartado del mundo. Exponía después de Kagura, pero la muchacha lo hacía tan bien que incluso llegó a dudar de ser capaz de patearle su lindo trasero.

Aún así no le importaba demasiado hacerlo. Pasó todo el rato de la exposición de Kagura, básicamente, molestándola, intentando tirar abajo su confianza.

Se le quedaba mirando a los ojos fijamente con el fin de incomodarla, y lo hizo durante varios minutos apenas permitiéndose parpadear, mirándola como si su figura fuera la de una doncella hipnótica a la cual era imposible quitarle los ojos de encima; se la devoraba con la mirada y ella lo pudo percibir al instante.

Su mirada fija en ella no tardó en manifestar el efecto esperando cuando Kagura, nerviosa y claramente incómoda, trató de disimular tronándose los dedos y medio bailoteando sobre sus pies, sin poder evitar cruzar mirada con Naraku cada tres segundos al saberse observada por él.

La incomodidad aumentó cuando él se dedico a sonreír de manera ladina, y la sonrisa luego pasó a la falsa discreción propia de una traición anunciada. De vez en cuando parecía intercambiar comentarios con el chico de enfrente, otro amigo de correrías de Naraku, y en ocasiones ambos parecían luchar para no explotar en carcajadas.

A esas alturas ya se sentía tentada a decirle al maestro que sacara a Naraku del salón y la dejara presentar en paz de una maldita vez, pero la cosa la llevó al límite cuando el muchacho sacó su celular y comenzó a apuntarlo a ella con discreción, posando de vez en cuando los dedos en la pantalla. Lo primero que la chica pensó, ya más enojada que nerviosa, es que le estaba sacando fotos, el muy descarado.

La cosa llegó a fatalidad cuando, luego de sacar otra foto, lo vio aguantarse nuevamente la risa, alzar una ceja a ella y ahí Kagura finalmente explotó y su incomodidad pasó la factura.

—¡Ya cállate, Naraku! ¡No me dejas concentrarme! —vociferó sin pena alguna, haciendo que los chicos del frente se sobresaltaran un poco ante el abrupto cambio de voz al tiempo que el aludido fingía cara de sorpresa, como si no supiera que realmente le hablaban a él.

—Oh, claro que no te puedes concentrar, Kagura, si me amas —contestó descaradamente, alzando la voz para que todos lo escucharan. Provocó que varios chicos se vieran forzados a aguantar las risas mientras que unos pocos no pudieron evitarlas.

—¡Maestro, ya sáquelo del salón! —exigió enseguida y con todo derecho, pero Naraku siguió en su plan de inocencia aún cuando vio al maestro gruñir, fastidiado por tener que soportar las peleas de esos dos.

—Kagewaki, hazme el favor de salir —ordenó el maestro volviéndose hacia Naraku, pero este rodó los ojos y se hizo el desentendido tratando de defenderse.

—¡Pero si no le estaba haciendo nada! Ella hace drama por todo.

—¡Que te salgas! —volvió a ordenar, esta vez con más brusquedad y apuntando inquisidor a la puerta.

Naraku finalmente se vio obligado a acatar la órden y tomó sus cosas sin pizca alguna de resignación o preocupación. Se limitó a echarse la mochila al hombro y dirigirse a la puerta, y mientras el maestro le decía que le tocaría presentar su tema en la siguiente hora, una vez que Kagura terminara con el suyo, él pasó a un lado de la chica y se detuvo unos instantes para decirle algo que nadie más pudo escuchar.

—Esta me la pagas, Kagura —murmuró, pero en el fondo sonaba divertido a pesar de su sombría mirada—. Ni aguantas nada.

—Uy, sí, qué miedo —lo desafió alzando las cejas. Su eterno enemigo jurado se hizo el confiado expresando un gesto extraño, como de divertido fastidio, como si gozara de toda esa lucha y el tira y afloja que no dejaban de lado ni un segundo. Logró provocar un ligero escalofrío que recorrió la columna vertebral de Kagura.

Finalmente salió del salón como la chica esperó, quien al final pudo exponer su tema en paz y sin mayores obstáculos y, por al menos ese día, se salvaguardó un poco más la mermada paciencia del maestro.


Minutos después, cuando la clase terminó, Kagura creyó que Naraku la estaría esperando fuera de la puerta listo para hacerla pagar como había prometido. Para su sorpresa encontró el pasillo carente de toda la presencia de su enemigo. Estaba atiborrado de los alumnos de siempre que aprovechaban los escasos minutos entre clase y clase para ir a comprar algo de comer, correr al baño o simplemente estirar las piernas.

Ver el pasillo sin la intimidante presencia de Naraku, recorriéndolo mientras se creía el Rey del mundo, se le antojó aburrido.

—Bah… seguro se ha volado las clases, el muy cabrón —se dijo Kagura cuando vio el pasillo de lado a lado y descartó la presencia de Naraku en él. Tampoco es que quisiera enfrentar su ira. Si por alguna razón el maestro no lo dejaba presentar su tema, el tipo reprobaría la materia y no tardaría en señalar a una culpable.

Se limitó a ir tranquilamente a la cafetería dispuesta a comprar alguna bebida, pero al final se decidió por una paleta de caramelo que al instante comenzó a degustar entre pasillo y pasillo, despertando sin querer imágenes sugestivas y las fantasías de todos los imberbes que la rodeaban y que sabían no tenían una sola oportunidad con ella.

Demasiado agresiva como para intentar salir bien librado de un intento de conquista. Mejo estar bien alejado. El único que se salvaba, a veces, de la ira ciega de Kagura, era Naraku; quizá por esa misma razón ella era la única chica con la cual él tenía atenciones que fácilmente podían malinterpretarse. Eso quedó claro una vez más cuando la vieron caminar por el pasillo enfundada en la chamarra negra del muchacho.

Ya tenía la lengua ligeramente pintada de rojo cuando volvió al salón y, para su sorpresa, y por qué no, terror, se encontró al mismísimo Naraku recargado a un lado de la puerta, de brazos cruzados y semblante serio, la misma pose que adoptaba cada vez que planeaba un nuevo golpe.

Eso era lo que cualquiera hubiese pensado, pero Kagura lo conocía muy bien y sabía que sólo estaba esperando, porque al escuchar sus zapatos golpear el suelo en su dirección, el joven encarnó una ceja y la miró de reojo.

—¿Terminaste de exponer? —soltó Naraku separándose de la pared y encarándola.

Kagura frunció el ceño y se dejó la paleta de caramelo dentro de la boca mientras se encogía de hombros. Hizo como si no lo hubiera escuchado y se dirigió al salón, dispuesta a molestarlo de la misma forma en que lo había hecho él cuando le tocó presentar.

Estaba por tomar el pomo de la puerta, consciente de que en un par de minutos retomarían la clase de Historia de Japón, pero entonces Naraku le cerró el paso tajantemente y la tomó del brazo, deteniéndola y obligándola a verlo.

—Déjame pasar —espetó la chica al sacarse la paleta, preparándose ya para cualquier cosa. Contrario a lo que esperaba, el gesto de él no fue más que puro cinismo y despreocupación.

—Voy a salir. ¿Quieres venir? —Casi se hacía el desinteresado. Kagura lo miró desconfiada y adoptó una pose arrogante. Le dio vuelta a la golosina que disfrutaba entre los labios. Nuevamente comenzaban a jugar y la muchacha no pudo evitar caer nuevamente en las intrincadas redes que Naraku tejía a su alrededor con rapidez y audacia.

—¿Te piensas saltar las clases?

—Claro, estoy aburrido —contestó, encogiéndose de hombros—. Además me corrieron del puto salón por tu culpa. ¿Vienes, o no?

Mierda. La estaba presionando, de eso estuvo segura. Quiso disimular su indecisión y lo hizo con maestría al darle vuelta a la paleta por encima de sus labios pintados de rojo, como si buscara que en ellos quedara una delgada capa de dulce lista para degustarse.

—Tengo clase —contestó tajante, y aunque sonaba derechamente como un no, Naraku sabía que sólo estaba provocándolo, intentando sacarle información—. ¿A dónde vas?

—A cargar gasolina.

Quiso soltar una sonrisa insidiosa al observar cómo Kagura dejaba pasar la paleta de caramelo sobre sus labios, como si tuviera intenciones de seducirlo, de hacerse del rogar. La conocía tan bien como ella misma se conocía; no, puede que incluso la conociera mejor.

No era un enemigo que cayera en sus juegos de juvenil seducción, sabía lidiar con la atracción que provocaban las ganas de pisotear al enemigo y danzar con ellas como le gustaba danzar con el riesgo y coquetear con la muerte, y la chica también sabía eso a la perfección.

—Ah, qué interesante… cargar gasolina, ¡toda una aventura! —ronroneó Kagura sin apartar los ojos de los de Naraku, notando una vez más ese inusual y casi diabólico color de iris que ambos compartían y que de verdad los hacían parecer hermanos.

—Es porque voy a viajar a un sitio de puta madre… un lugar que seguro te gustará visitar.

La confesión de Naraku dejó a Kagura en ascuas, sobre todo al escucharlo hablar como si ella ya hubiese aceptado ir con él.

De pronto todo su método de picardía se cortó de golpe al escuchar la tentativa de que se trataba de un lugar que le iba a gustar, y no podía tener dudas de ello. Naraku la conocía muy bien, más de lo que a ella le gustaba y lo que se atrevía a admitir, y siempre que quería picar su curiosidad sólo tenía que activar con unas cuantas palabras el beneficio de la duda y la promesa de un rato de diversión.

Estuvo a punto de preguntar cuál era el sitio del que hablaba, sobre todo el por qué necesitaba gasolina para ir. ¿Estaría muy lejos, tal vez fuera de la ciudad?

Al final no pudo preguntarlo cuando la presencia del maestro se mostró delante de ellos, igual que la de un ridículo fantasma haciendo de chaperón, justo cuando regresaba para retomar la clase de Historia.

No le pasó desapercibido la pose despreocupada y altanera que mantenía Kagura, con sus rodillas juntas sugerentemente y la invisible pero débil barrera que imponía entre ella y su compañero de clases, ese con el cual se la vivía peleando y cuyas discusiones muchas veces, como otro buen número de maestros, había tenido que interrumpir para poder proseguir la clase.

Adolescentes, pensó el profesor con fastidio. No podía esperar para que acabara el año escolar y poder deshacerse de ese par de imbéciles amantes de los líos. No tendría que volver a ver sus caras ni aguantar sus discusiones llenas de guarrería e hipocresías.

Sólo esperaba que ambos quedaran en la misma universidad. Claramente eran el uno para el otro y la mitad de los maestros ya habían hecho apuestas sobre si estaban liados o no, aunque si los descubrían sugiriendo semejante cosa seguro les caería toda la furia del señor Onigumo Kagewaki, el padre de Naraku, sobre sus pobres e ingenuas cabezas.

—Señorita Katsuguri —dijo el maestro con solemnidad al acercarse al par de muchachos, pero únicamente se digirió a Kagura—. ¿Piensa entrar a clase?

El muchacho al cual había ignorado soberanamente casi se sintió ofendido.

Por otro lado, la chica pareció dudar un momento. Miró a Naraku unos instantes y luego al maestro, quien esperaba una respuesta antes de meterse al salón y echarle llave a la puerta para evitar futuras interrupciones. Luego le regresó la vista a Naraku y su gesto le indicó con claridad que no la estaría esperando todo el santo día.

—Este… sí. Sólo iré a tirar la paleta.

El maestro se limitó a asentir y entró al salón, ya listo para ponerle falta a ese par y nada convencido de la respuesta de Kagura, mucho menos al ver la expresión del temible Naraku Kagewaki, quien observaba a la muchacha con falsa congoja. Quiso pensar que sólo la estaba presionando, aunque eso sonaba completamente enfermo.

En fin, era cosa de ellos. Afortunadamente él no estaba metido en aquellas apuestas.

—Eres una niña buena… eso me decepciona —comentó Naraku alzando una ceja luego de que el maestro los dejó solos—. ¿Segura que no vienes?

—Cállate, sabes bien que no soy una chica buena —exclamó, pero aún dentro de todo siguió dudando un poco más y se lo pensó dos veces antes de darle una respuesta definitiva. Todo eso le sonaba a trampa.

Maldición, ya tenía bastantes faltas en esa clase de Historia, una más y podría ganarse una bien merecida calificación reprobatoria por muy buenas exposiciones o trabajos que hiciera, pero la promesa de un rato de diversión también la tentaba como las abejas a la miel.

—Bien, no te puedo esperar todo el día. Yo me voy —afirmó Naraku ante su indecisión al tiempo que se encogía de hombros, haciendo ademán de comenzar a caminar, pero se detuvo en seco justo antes de que Kagura contestara—. Ah, por cierto, tendrás que devolverme mi chamarra.

—¡No, espera! —Se abalanzó hacia él y lo tomó del brazo. Los pequeñas llaves de los cierres de la misma chamarra que él reclamaba hicieron un ligero tintineo metálico cuando ella le agarró el brazo—. Sí voy contigo.

—Así me gusta, niña buena —Naraku le dedicó una socarrona sonrisa, ganándose como respuesta un buen golpe en el brazo por parte de la muchacha.

—No te creas tan importante —le espetó mientras comenzaban a caminar lado a lado, alejándose del salón—. Es que no te quiero devolver tu chamarra.

Claramente mentía y ambos lo sabían perfectamente bien. Y es que la realidad, ¿en qué se comparaba la clase de Historia Antigua de Japón, a salir con el chico que te gusta y te promete una aventura?

Sin contar que luego les tocaba ver la tediosa época del Sengoku y ninguno de los dos tenía ganas de escuchar sobre las estúpidas guerras civiles de hace quinientos años, de los juegos de poder de los señores feudales y mucho menos las leyendas de los demonios que habitaban las tierras antiguas de su país natal, ¡como si toda esa mierda fuera cierta!


Para cuando acordaron ambos estaban ya muy lejos de la escuela, en medio del tráfico de Tokio y con Naraku sorteando peligrosamente los autos montado en su imponente motocicleta, obviamente sin usar el casco reglamentario. Solamente llevaba uno y Kagura se había apropiado de él apenas lo vio.

Si iban a chocar e irse al carajo, que fuera él quien terminara convulsionándose en medio de la calle y con daño cerebral, no ella; ella tenía mucho futuro por delante y lo pensaba aprovechar.

Tal y como dijo llegaron hasta una gasolinera y se encontraron con una larga fila de autos esperando ser atendidos para llenar sus tanques. Naraku pudo escuchar a Kagura resoplar detrás de él, irritada como siempre.

—¡Qué fastidio! Aquí hay mucha gente —rezongó aún sujeta al torso del muchacho.

—Eso ya lo sé, Kagura —respondió rodando los ojos, pero enseguida volteó el rostro hacia ella, arrogante como él solo sabía que era y le sonrió con malicia—. Pero se le puede sacar provecho a la espera.

En ese instante Kagura no pudo evitar bajar la mirada y sonrojarse un poco, junto a una sonrisa pícara que contrastaba con fiereza con su falsa timidez.

No le sorprendía que Naraku quisiera sacarle provecho de cualquier forma a la tediosa espera. Él siempre buscaba sacar el mejor beneficio de cualquier situación por pequeña que fuera, ¿y para qué negarlo? La arrogancia insidiosa de Naraku solía volverla loca cuando sacaba su lado más iracundo y también cuando despertaba en ella su más salvaje atracción.

El gesto fue uno de los que Naraku le vio muchas veces y que le indicó un claro signo de pasar al siguiente paso, que no había tantas probabilidades de salir con una buena bofetada en la mejilla.

Seguro de esto, acercó de a poco el rostro al de ella, quien levantó la vista hacia él aún sonrojada, sujetando con más fuerza su cuerpo, y aunque sus bocas quedaron a escasos centímetros de tocarse, esta vez no le robó un beso ni la tomó con brusquedad para unir sus bocas, sino que esperó a que ella respondiera.

Quiso hacerse del rogar un poco más, desesperarlo y provocarlo, pero la emoción de saltarse las clases con él y largarse por ahí, junto a la sensación de libertad que despertaba en ella cada vez que se subía a su motocicleta y Naraku jugaba a las carreras por las estrambóticas calles de Tokio, la llevó directamente a romper la distancia que los separaban y finalmente acercó su rostro para besarlo.

El beso esta vez tenía el ligero sabor dulzón a caramelo y fresa que había impregnado los labios de Kagura al comer su paleta, y Naraku se dedicó a saborearlo con sus propios labios y lengua. Como los muchos otros besos que habían compartido, fue igual de efusivo y enérgico como siempre, lleno de esa adrenalina prohibida que los incitaba a fundir sus labios y sentir que con ello rompían una vez más la misma regla que debía permanecer inquebrantable entre ambos y que, por esa misma razón, siempre los llevaba a terminar besándose y a mucho más que eso.

¡Vaya mentira que arrojaban al mundo fingiéndose enemigos! Era algo que tenía tanto de verdad como de mentira, y tenían sus buenas razones para esconder al mundo la verdadera naturaleza de su relación.

Ambos ya tenían claro desde mucho tiempo atrás que se gustaban, lo supieron al poco tiempo de conocerse a pesar de que el gusto mutuo vino acompañado también de la aversión, la duda, la adrenalina y hasta una amenaza de muerte vaga y casi paranoica, todo eso sólo sirvió para catalizar y desencadenar lo que nadie sospechaba ni debían sospechar, pero la química entre ambos era monstruosa e innegable.

A esas alturas de la situación no solamente eran novios, si es que había algún nombre para llamar lo que había entre ellos. Ya incluso habían tenido sexo, y Naraku no perdía ocasión para recordarle a Kagura que había sido él quien le arrancó la virginidad que ella muy de buena gana le entregó, ciertamente desinteresada en aquel concepto, pero tampoco dispuesta a desperdiciar su primera experiencia sexual con cualquier papanatas.

No es que Naraku lo fuera, en realidad era un desgraciado y un hijo de mil putas, pero era algo de lo cual no se arrepentía.

Para su desgracia, Kagura no podía atacarlo de la misma forma porque el muy bastardo había comenzado a hacer uso de su polla desde que entendió para qué servía, y aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para usarla en serio con apenas quince años de edad.

En ese ámbito le llevaba bastante de ventaja, algo de lo cual, por otro lado, tampoco podía quejarse, porque el muy maldito con todo y su arrogancia e insoportable narcisismo, a diferencia de los chicos de su edad, sabía dónde meterla y cómo hacerlo, sin contar que también se valía de sus dedos, lengua e ideas extravagantes que sólo punzaban a Kagura una y otra vez con la más loca lujuria, y eso siempre la llevaba a retorcerse hasta la locura entre sus sábanas cuando la barrera de aversión que tenían se rompía y la tiraban por completo al suelo cada vez que les daba la real gana, y cada vez que esas mismas ganas los rebasaban.

Para cuando acordó ya sentía una de las manos de Naraku sobre su cintura y la otra en su muslo, jugueteando con subirle la falda frente a todos. En ese instante la chica se cohibió, indispuesta a que medio mundo le viera las pantaletas, pero contrario a lo que el muchacho hubiera esperado (que le quebrara los dedos, por ejemplo) ella rompió el beso unos instantes y respiró contra su oído.

—¿Qué? ¿Me quieres ver las pantis? —susurró agitada—. Son de seda rosa…

Naraku estuvo a punto de responder algo con respecto a que no sólo quería ver su ropa interior, pero ambos se sobresaltaron sobre sus sitios cuando una voz ajena y llena de recelo los interrumpió.

—Eh… este… ustedes son los siguientes.

Se trataba de uno de los chicos que atendía la caseta de gasolina donde estaban formados. Cuando Naraku miró al frente se dio cuenta que todos los carros que estaban delante de él se habían ido. Kagura se sonrojó violentamente al darse cuenta que los de las demás filas y la gente que pasaba se les quedaban mirando como si fueran un par de pervertidos (¡vaya manera de mandarles al carajo la calentura! Sólo faltaba que les gritaran que se consiguieran un cuarto de hotel), sobre todo a Naraku, quien a pesar de su edad lucía bastante mayor que ella, y no era para menos.

Naraku sólo tenía dieciocho años, pero en Octubre de ese año cumpliría diecinueve y estaría ya en su primer año de universidad. Kagura, en cambio, recientemente los había cumplido. El tipo sólo le llevaba unos cuantos meses de ventaja, pero por alguna razón lucía de más de veinte.

Muchos en la escuela decían, influenciados por los rumores, que Naraku en realidad sí era mayor de edad y que seguía en ultimo año de preparatoria porque había estado en la Correccional de Menores a causa de tratos con la mafia, y que por eso ahora se encontraba repitiendo año una vez que salió de prisión gracias a las influencias de su padre, algo que era completamente mentira.

Bueno, mitad mentira y mitad verdad, los rumores siempre son así. No importaba que Naraku se ahogase en dinero, al muy bastardo le encantaba la emoción y el riesgo y Kagura sabía bien que sí tenía sus tratos con algunos mafiosos, que no perdía oportunidad para hacer sus primeros intentos en la vida criminal y comenzar a forjarse su propia reputación, ya en aras de profesionalizarse para aprender a ser todo un vándalo de cuello blanco igual que su padre, sin embargo nunca lo habían atrapado. Era demasiado astuto como para que lo agarraran con las manos en la masa y con el paso de los años había aprendido a tejer sus redes con la maestría de la más letal de las arañas.

Cualquier otra chica de su edad, una normal y con un juicio decente, habría salido corriendo de su presencia ante tamaña reputación, pero Kagura no era una chica cualquiera y ciertamente parecía tener un tornillo suelto, o por lo menos le costaba entender sobre los límites.

En su lugar, a ella parecía atraerle toda esa pinta de chico malo que Naraku se cargaba, sin embargo tenía la suficiente sensatez de mantenerse lo bastante alejada de sus negocios sucios, porque si a alguien le iban a cortar el meñique, que fuera a él. Ella aún deseaba conservar sus manos.

Cuando Naraku arrancó la motocicleta para acercarse a la caseta de gasolina, Kagura pudo ver a una señora que pasaba cerca de ellos de regreso a su auto, quien había visto toda la escena con morbosidad y una nostalgia que no se atrevió a aceptar. Les dirigió una acusadora mirada y pudo leer en ella el espanto de preguntarse qué diablos le estaba haciendo ese motociclista disfrazado de estudiante a esa pobre niña.

Sí, claro, pobrecita, se dijo Kagura. Al mismo tiempo se recordó que toda la maldita gasolinera los había visto besarse, ya casi listos para tirarse al suelo y follar. No pudo evitar abrazarse un poco más al cuerpo de Naraku mientras este le decía al chico que los atendía que llenara el tanque. También pudo sentir cómo ella lo aprisionaba.

—Naraku, todos nos vieron —le susurró al oído, cuidándose de que el muchacho no los escuchara—. No debemos exponernos así. Lo sabes.

Su novio echó una mirada a su alrededor, pero para ese entonces ya nadie les prestaba atención a pesar de saber muy bien que segundos antes todos los observaban. De todos modos le restó importancia a la situación y, como era su costumbre, se limitó a pensar que su novia exageraba.

—¿Y qué? Nadie nos conoce —contestó hostil, mirándola de reojo—. No exageres. No son más que una bola de metiches y morbosos.

Y precisamente los metiches y los morbosos eran a quienes más temía Kagura, a pesar de siempre cagarse en la opinión que los demás pudiesen tener de ella, pero esta vez tenía sus razones para angustiarse.

Intentó no prestarle atención a la súbita ansia que se apoderó de ella, a pesar de las torpes palabras tranquilizadoras del chico. Pensó en proponer la posibilidad de que hubiera paparazzis alrededor o que les hubieran sacado una fotografía, o peor aún, un vídeo.

Ya se lo imaginaba. En cualquier momento se encontraría el mentado vídeo de ellos fajando en una gasolinera con millones de visitas en YouTube, sobre todo con eso de que estaba tan mal visto que las parejas se besaran o incluso se tomaran las manos en público dentro de su estricta cultura, algo que ciertamente tenía sin cuidado a ambos, pero incluso Kagura sabía que en ese sentido ellos, con toda su fama de chicos malos, no debían jugar demasiado con fuego.

Al final su angustia se desvaneció cuando el tanque de la motocicleta estuvo lleno y Naraku se dispuso a arrancar, saliendo de la gasolinera con un potente estruendo del motor y uniéndose nuevamente al tráfico de la ciudad.

—Oye, ¿y a dónde vamos? —preguntó aprovechando la luz roja con la cual se habían topado—. Espero que no sea a un hotelucho de mala muerte como el de la otra vez.

—Qué desesperación, Kagura —dijo Naraku soltando una risilla que la hizo fruncir el ceño—. Pero no, no vamos a follar. Bueno, tal vez más tarde. Tengo pensado ir a otro sitio.

—Y me imagino que no me dirás hasta llegar, ¿verdad?

—Exacto, pero tranquila, ya te dije que te va a encantar.


Un fanfic extraño que se me ocurrió y desarrollé en base a un sueño loquísimo que tuve sobre Naraku y Kagura. Por ahora no les cuento de qué va porque si lo hago les estaría diciendo en qué acaba el fic xD

La cosa es que nunca lo consideré lo suficientemente "realista" como para escribir un fic en base al sueño, pero luego de pensarlo un poco, ver cierta imagen (la que uso como portada) y basarme en una leyenda mexicana llamada "El Callejón del Beso", hice las conexiones para escribir un fic, mi primer intento de género Supernatural.

En un inicio el fic sería un oneshot, pero cuando comencé a escribirlo la porquería quedó de 32 hojas y tuve que dividirlo en tres capítulos. Este sería el primero y con la edición y todo quedó de 14 hojas o.ó

También debo decir que para el fic me he inspirado un poco la obra de "Romeo y Julieta" de William Shakespeare, no en un sentido tan romántico y poético, y mucho menos me atrevo a decir que intento hacer una adaptación de la obra de Shakespeare xD pero sí encontré varias frases e ideas con respecto a ella que me ayudaron a desarrollar el fic.

Otra cosa que me ayudó fue una frase que Erly Misaki, también fanática del Naraku/Kagura, me dijo hace tiempo al hablarme de cómo ve a la pareja, me dijo algo como: "Naraku y Kagura no son como Romeo y Julieta, son mejores". Y pues me dejó fangirleando como zorra. Le pedí permiso para usarla en el fic así que, mujer, muchas gracias por permitirme hacerlo n.n habría sentido el fic incompleto sin ella.

También agradezco enormemente a Ari's Madness, a quien siempre estoy jodiendo y explotando con mis ideas. Me ayudó un montón a desarrollar varios diálogos y asuntos importantes en la trama del fic y hacerlo más completo. ¡Muchas gracias, guapa!

No tengo más que aclarar. Muchas gracias a quienes se tomaron el tiempo de leer el primer capítulo y espero el siguiente les guste.

[A favor de la Campaña"Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]

Me despido

Agatha Romaniev