Habían pasado miles de días desde que se había reencontrado con su hermano mayor. Miles de días desde que lo abrazó y éste lo miró como a un extraño.
Hace miles de días, aquella habitación oscura se había convertido en su refugio. Aquella oscuridad que lo llevaba hasta lo más profundo de sus pensamientos. Hasta sentirse miserable.
Miles de días habían pasado desde que juró proteger a su ser más preciado. Miles de días desde que éste decidió darlo todo por otro. Desde que suspiraba por otro.
Su habitación estaba llena por miles de muñecos y aquellas tijeras, ya perfectamente acomodadas a sus manos por las miles de veces usadas, solo tenían una única función.
Esta vez, como las miles anteriores, el rostro inexpresivo de fieltro se transformó en un chico alegre, rubio y de ojos verdes.
Rápidamente su abdomen fue rasgado por las cuchillas y, como todos aquellas miles de noches, su sonrisa se quebró cuando las lágrimas brotaron de sus ojos.
