Su familia
Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon
Llevaba mucho tiempo esperando ese momento. Había crecido escuchando lo maravilloso que era ese lugar, y en unas horas lo podría descubrir por sí mismo.
- ¡Ron, baja ya que llevas media hora
vistiéndote!
- ¡Voy!
No había estado vistiéndose durante media hora, obviamente. Se había puesto un chandal, una camiseta y un jersey en más bien, dos minutos. En el fondo daba igual lo que se pusiera; en cuanto su madre le viera le acompañaría hasta su cuarto y le sacaría otro jersey, u otros calcetines. Él no lo entendía. De la Madriguera hasta Londres irían en el coche de su padre y desde Londres hasta Hogwarts, en tren. No iba a pasar ni dos segundos en la calle. Pero seguro que su madre lo hacía.
Y por eso se había vestido en dos minutos y al acabar se había puesto a mirar su cuarto. Percy no podía ni pasar por delante de esa habitación porque decía que le hacía daño en los ojos, pero a él le gustaba. Le gustaba porque parecía naranja, pero no lo era. Y porque cuando se ponía a ver más allá del naranja se veía a sí mismo volando sobre una de esas escobas tan caras y haciendo esas piruetas que en serio, son geniales.
Al fin baja a encontrarse con los demás, no sin antes echar una mirada a su colección de cómics. Su madre no le deja llevarlos, dice que en Hogwarts no le quedará tiempo para esas cosas. Lo duda, pero si los intenta esconder, se los tirarán a la basura.
Todos están en la cocina. Todos significan sus padres, Percy, Fred, George y Ginny. El día anterior había recibido una lechuza de Bill para desearle suerte en su primer curso, y el anterior, de Charlie. Junto a los dos sobres venían unos pocos dulces que ya se había acabado. Leer mientras comía era su única forma de leer.
Percy hablaba con su padre sobre las nuevas obligaciones (y también privilegios) que tenía como prefecto. Él nunca sería prefecto. Por lo que les había oído a Fred y a George, los prefectos siempre eran los pringados que cargaban con lo que ellos hacían. No, no lo sería nunca. Eso estaba hecho para gente como Bill, o Percy. Su padre ya tenía claro que no podía esperar lo mismo de sus otros hijos, pero su madre todavía no lo tenía tan claro.
Los gemelos le contaban a Ginny por tercera vez en esa semana algo en voz baja, algo que nadie más sabía porque no habían querido contarlo. Por la cara que ponían cuando su madre les preguntaba, querrían armar una buena en cuanto llegaran a Hogwarts. Seguramente implicarían a su hermano pequeño, para poder asegurarse de que no seguía "los malos pasos" de los tres primeros. Además, siempre que hablaban en voz baja Ginny miraba a Ron de reojo. No le preocupaba. Su madre ya les había advertido que si intentaban meter en líos a Ron, les caería una buena. Y puede que dicho así, a la ligera, cuando no eres Molly Weasley, suene a "pues bueno", pero cuando eres Molly Weasley suena más bien a "oh, oh".
- Es hora de
irse- la madre echa un vistazo a su alrededor antes de levantarse de
la mesa en la que estaba tomando un café y pregunta: ¿Lo
tenéis todo? Fred, George, ¿vosotros también?
-
Todo, mamá- le sigue un coro de cuatro voces masculinas por
tercera vez en el día.
- De acuerdo. Ven, Ginny, cielo,
antes de subirnos al coche deberías cambiarte de jersey. En
Londres hace mucho frío.
