Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece a mí, sino a Hidekaz Himaruya.

Notas: Basado en un anuncio de la ONCE titulado, precisamente, La medusa del amor (o eso supongo). Aparece en Youtube.


Había ocasiones en las que Romano, tan acostumbrado a fruncir el ceño y menospreciar todo aquello que veía, no podía evitar reír ante las ocurrencias y disparates de España. Aquel memo pecaba de pesado y excesivamente cariñoso, pero al menos era gracioso.

Había ocasiones, sin embargo, en las que Romano permanecía perturbado cuando España hacía el payaso.

Me pica la pierna —más que rascarse, España se tocó la pierna como si estuviera retirando una mota de polvo.

—Bien por ti.

Me pica el ombligo —se quitó la camiseta con torpeza, dejando su supuesto «cuerpo serrano» al descubierto. Romano alzó una ceja, nervioso. ¿Qué estupidez estaba correteando por la mente de aquel imbécil?— Me pica la cabeza.

Romano seguía sentado en el sofá, como si estuviera ante un espectáculo del que ya se había aburrido nada más entrar. España le sonreía y reprimía risitas tontas de vez en cuando, sin apartar sus ojos verdes de los de Romano.

—Tú y tus pulgas podéis iros a otra parte —cruzó los brazos, ligeramente molesto. España soltó otra carcajada que no hizo más que aumentar el enfado de Romano—. ¡Serás capullo!

Quiero estar contigo —se sentó a su lado, apartando con cuidado los cojines horteras que les había regalado Austria—. Me pican los labios —fue aproximando su rostro al de Romano, que ya iba adquiriendo el tono propio de un tomate maduro a medida que notaba el aliento de España rozando su piel.

Ya podía suceder cualquier catástrofe, que si ante Romano se presentaba la posibilidad de besar a España, no la despreciaría jamás, aunque luego fuese proclamando lo contrario a los cuatro vientos. Posó con dulzura su mano sobre la mejilla de España, que acarició con la suya, más calentita y áspera, la de Romano.

Me pica el corazón —susurró. Romano estaba deseando que se dejase ya de estupideces y le besara ya.

Cuando Romano iba a murmurar palabras cursis en italiano camufladas con algún que otro insulto (uno tenía que mantener su imagen, ¡jum!), notó que España ya no estaba tan cerca de él.

De hecho, ya ni siquiera estaba en el sofá. De pie, a un par de pasos de él, España lo miraba completamente serio. Romano se preguntó qué pudo haber hecho para ofenderle de tal manera, hasta que notó un suave temblor en la ceja izquierda de España. No, ¡aquel temblor no!

¡Me pica la medusa, la medusa del amor! —exclamó España mientras movía frenéticamente sus brazos con complejo de espagueti de arriba abajo, riéndose como el bobalicón que era.

Ni los insultos ni el cojín que Romano le lanzó a la cara lograron que aquella carcajada jubilosa cesara, al igual que Romano tampoco pudo evitar sentirse contagiado por la tontería del momento y reír entre dientes con (y no de) España. Desde luego, ya no podía imaginarse qué sería de las largas y tortuosas tardes de verano sin aquellas payasadas.