En esta pizca de tronadas y buena intención se usan los nombres humanos de las nyotalias hetalianas:
Amelia: América
Anya: Rusia
Alice: Inglaterra
Françoise: Francia
Maddie: Canadá
Sakura Honda: Japón
¡La imagen no me pertenece a mi sino a su correspondiente dibujante!
Espero que os guste :)
Amelia soñaba con ser una supervillana.
No siempre había pensado así, cuando era una chiquilla inocente bajo el cuidado de Inglaterra deseaba ser algo completamente distinto. Entonces estaba encoñada con las superheroínas, sus únicas figuras maternas durante la época en la que sus días consistían en quedarse mirando durante horas la televisión, esperando a que su querida hermana regresara a casa. Esperaba convertirse algún día en una Wonder Woman y dar por culo a los que jodían la vida a su Alice y le impedían estar con ella tanto como quisiera.
Años más tarde descubrió lo irónico de la situación, cuando supo que era ella la que se dejaba joder por unos impresentables cualquiera, distintos cada día. La muy zorra se pasaba las jornadas gimiendo como una perra mientras la joven América se quedaba en vela toda la noche bate en mano por si alguien osaba invadirla.
Estos métodos poco éticos de educación al menos habían logrado convertir a Amelia en una chica que se valía por si misma. Por culpa de la traición que llevaba sufriendo toda su vida, ahora no confiaba en nada ni en nadie. Ni siquiera en sí misma.
El inevitable reflejo en su gente fue inminente, ni un solo americano se atrevía a poner un pie fuera de su casa sin ir armado hasta los dientes. Desconfiaban de sus vecinos geográficos con los que los confundían a menudo, los canadienses; pero también de los vecinos de su propia comunidad.
El país se había convertido en uno políticamente aislado, sin alianzas diplomáticas en ningún lado y cuya economía era destinada, en gran parte, a la producción indiscriminada de armas. En cuanto podían los estadounidenses más cuerdos emigraban a donde podían, pero eran minoría. La mayoría se quedaba, pues preferían una vida marcada por el hambre y las enfermedades que el aburrimiento y poca protección de una convivencia sin pistolas de por medio.
Una excepción a esta situación fue la Segunda Guerra Mundial, la época dorada de la civilización americana. Se exportó un gran número de arsenal militar logrando unas ganancias bastante grandes, y fue uno de los pocos momentos históricos en los que Amelia contó con una aliada.
Obviamente no se trató de su antigua cuidadora, ojalá hubiera ardido viva en el conflicto; ni de la borracha Françoise (aunque a ella le debía el chivatazo de las copulaciones de Alice). Tampoco fue China, esa pedazo de mosquita muerta no le llegaba ni a la altura de los tobillos. Anya Braginskaya era el nombre de la elegida.
Rusia siempre había sido una chica muy peculiar, le caía bien. Quitando el tema comunista a un lado, ese aspecto de ella nunca lo llegaría a soportar, era su ídolo. Claramente no le iba a decir eso a la cara, pero nadie representaba mejor que ella el prototipo de villana perfecta. El vestido gótico era un tanto cliché, pero le añadía un aire tétrico y oscuro que le iba perfecto a su frialdad. Además, le conjuntaba genial con sus ojos rojos y se adhería a su cuerpo de forma que resaltaba sus curvas. Le quedaba de miedo.
A pesar de la concepción interna que tenía de ella, desde 1939 hasta 1945 se la pasaron peleando. Por muy buen cuerpo que tuviera Anya seguía siendo una roja de mierda y, encima, por su culpa le invadían unos celos del demonio cada vez que la veía con ese control de emociones, ese miedo que infundía a medio mundo y esa hermosura. Amelia había tenido que conformarse con ser una excéntrica de mil pares de narices y con su eterna posición a la sombra de Maddie. Eso sin mencionar el pelo castaño con el que había nacido: cada vez que se miraba al espejo se acordaba de Inglaterra y acababa reduciendo su imagen a añicos. Bueno, al menos tenía unas tetas más grandes que la rusa.
Tristemente las potencias del Eje se proclamaron ganadoras del conflicto. No es que le importara la política, le sudaba el régimen que se instaurara siempre y cuando su bate se quedase en su correspondiente sitio, al lado de ella. Es más, casi se alegraba de la victoria de Alemania Italia y Japón, a ver si podía ver a los demás sufrir cuando echaran a bajo los derechos y libertades de los que tan falsamente se enorgullecían. Sin embargo, no podía más que desear torturar a esas tres hijas de puta, en estos momentos en los que Amelia se sentía más muerta que viva.
El motivo del fin de la Guerra y la victoria por parte del Eje había sido el bombardeo nuclear transcurrido los día de agosto de 1945 en América. Sakura Honda había acabado con la mitad de su territorio, y la otra parte estaba a punto de seguir el mismo camino. Su cuerpo no aguantaría mucho más las radiaciones.
Una persona o país normal hubiera sucumbido a la muerte mientras se dedicaba a repasar mentalmente su vida y a lamentarse de su mala suerte. Una heroína se haría la vencida unas cuantas tomas para resurgir en los últimos minutos de la película en toda su gloria. Una villana ni siquiera estaría muriéndose, sería ella la que matase.
Pero Amelia no era ninguna de las tres cosas, y se dedicó a aplastar a todo lo que veía a su al rededor mientras su cuerpo se consumía lentamente y la agonía y el dolor la dominaban. Fueran personas moribundas, coches, o árboles; arremetía contra ellos como si de sus enemigos se tratase. O eso hacía, hasta que un par de manos enguantadas en negro la frenaron, posándose sobre las suyas propias.
Cuando se giró apenas pudo ver una mancha oscura, los ojos acuosos le dificultaban la visión. Al principio pensó que era un efecto secundario de la bomba nuclear, pero cuando las mismas manos que segundos antes se encontraban entrelazadas a las suyas (¿dónde había ido a parar su bate?) se acercaron a su rostro y empezó a ver todo con mayor claridad, comprendió que estaba llorando. No solo eso, también pudo observar a la persona que la había detenido, encontrándose con nada más y nada menos que con Rusia, deslumbrante y sonriente Rusia.
Ahora sí que se quería morir. No llevaba bien el tema de los lloros, lo consideraba muy de persona débil. Si a eso le sumas que encima lo estaba haciendo delante de Anya, quiso que la tierra se hundiera de una vez por todas en el Pacífico y Atlántico arrastrándola a ella consigo.
-Shh Amelia, todo va a ir bien, no voy a dejarte morir.-
Amelia no supo distinguir qué la sorprendió más. Las palabras de la rusa junto a su tono de voz bajo y melodioso (llamaba la atención cuánto se estaba esforzando para que su acento no saliera a la luz) que destilaba sorna y amabilidad a partes iguales, o el abrazo acompañado de suaves caricias en su cabello y espalda a modo tranquilizador.
El beso que le confirió cuando vio que sus sollozos no cesaban fue el que se llevó la palma. Sin embargo, por muy atónita o dolorida que estuviese, no pensaba dejar pasar la oportunidad.
Lo que comenzó como un gesto de simbólico de amor y promesas, Rusia necesitaba comunicarle lo que no podía con palabras, se entremezcló con la pasión americana. El contacto de labios pasó a uno de lenguas cuando la americana mordió suavemente el labio de su rusa. Esta última dejó por una vez que Amelia la dominara, sabía que necesitaba demostrarle que no era tan enclenque como la había encontrado. Al menos eso fue lo que pensó, pero la pasión de América terminó desbordándola y se retiró a respirar aire fresco antes de que cediera a los deseos de su entrepierna. Al fin y al cabo debía apurarse en llevarla a un lugar seguro, no quería terminar fornicando con su cadáver.
Fue entonces, cuando Anya se encontraba con las manos en su cintura, con las mejillas de porcelana sonrosadas y jadeando levemente, que Amelia se dio cuenta.
No hay personas completamente malas ni buenas. Podía estarse planteando una y otra vez quién había sido la víctima y quién la culpable: ella misma por haber sido despreocupada, Alice por no haberla cuidado lo suficiente, Maddie por ser la más fuerte de las dos, Françoise por haberla sacado de su feliz ignorancia, Honda por haberse encargado de finalizar la guerra, o incluso la misma Anya por preocuparse por ella. Ella no era una heroína ni una villana, en la vida real esas cosas no existen.
Era una chica enamorada.
-Ah, y, vete olvidándote de todo ese capitalismo y consumismo que te caracteriza en cuanto lleguemos a Moscú. Al principio el cambio cuesta, lo sé por experiencia, pero ya verás como la cosa mejora.-
Era una chica enamorada que odiaba profundamente el comunismo.
