Capítulo 1.- La guerra se aproxima

La mercenaria se acomodó en el lecho, reclinándose sobre la pared de piedra y hundiendo el rostro entre sus manos. Estaban siendo tiempos duros para los habitantes de Steyr. La Gran Peste estaba devastando todo el continente y nadie conocía la cura para tal mal. Los doctores probaban todo tipo de brebajes pero pocos sobrevivían para llegar al fin de sus experimentos. La joven levantó su cabeza cuando escuchó la voz de su padre. "Deberías ir a la taberna de la posada y tranquilizar a la Señorita Hollis". Su voz sonaba segura pero había un leve atisbo de tristeza en su tono.

La muchacha se levantó y estudió minuciosamente la mirada de su padre, tratando de averiguar lo que sucedía. "¿Hay algo que no me estés contando, padre?" Su padre agachó la cabeza y dándose la vuelta, se marchó. Carmilla se preguntó qué estaría pasando para no haber obtenido respuesta. Aquello tenía que ser más grave de lo que pensaba.

Se colocó el cinturón cruzado al pecho con los tres distintos tipos de navajas, se enfundó los guantes con las cuchillas afiladas y se vendó ambas muñecas para que éstas no resbalaran. Sopló las velas, cogió la capa del perchero y mientras se ponía el capuchón, salió del castillo con destino a la posada. Mientras pisaba con cuidado en la nieve, pensó en Laura Hollis, aquella asustadiza joven cortesana. Sonrió con dulzura. "Carmilla, ¿a ti te gusta la nieve?" Recordó como le contestó que sí aunque la verdad es que la aborrecía. Solía resbalarse con facilidad y aquello la había hecho quedar en evidencia como mercenaria en más de una ocasión. "¿Podríamos hacer algún día un trineo de madera e ir al monte? ¿Y nos podríamos tirar ladera abajo? ¿Carm?" El entusiasmo de la noble era tal que había terminado por ceder.

Abrió la puerta de la taberna y se sorprendió al no escuchar un solo sonido. Había alrededor de veinte hombres bebiendo y todos tenían el semblante serio. Nadie pronunciaba una palabra. Aquello alarmó a Carmilla. Tragó saliva y se dirigió a la mesa donde estaba Laura, quien estaba cabizbaja, removiendo el té de su taza de porcelana. Se sentó y se desabrochó la capa. "¿Laura? ¿Qué está pasando?" La cortesana dejó de dar vueltas a la bebida y levantó su rostro, mirando dulcemente a la mercenaria. "Estamos en guerra. Napoleón ha decidido atacar Austria." La joven mercenaria abrió los ojos como platos. "¿Está el zar Alejandro de nuestro lado?" Laura asintió levemente. "Bueno, entonces eso es perfecto. ¡El ejército podrá con esos malditos bastardos franceses! Recuerda que somos los mejores de Europa, cupcake." Carmilla trató de quitarle hierro al tema. Sabía que si el ejército francés llegaba a Steyr, iban a estar perdidos. Aún no podían combatir la Gran Peste como para tener que lidiar también con una batalla.

"El problema no es ése, Carm…" Laura agarró la mano de Carmilla con fuerza.

"¿Cuál es el problema entonces?" La mercenaria estaba empezando a sentirse molestada por la actitud de su padre y ahora, la de la cortesana.

"El comandante Carlos ha oído de tus habilidades… y te quiere entre sus filas. Y también Karl Mack." Parecía que la voz de Laura se quebraba por momentos.

"¿Qué? ¿Mis habilidades para forjar el hierro? ¡Perry también es buena! Deberían contactar con…"

"Para, Carmilla. Sabes de lo que te estoy hablando…"

"Pero no puedo irme ahora…" Carmilla miró intensamente a Laura, retirando la mano.

La asesina se escondió bajo las sábanas de su lecho mientras un par de lágrimas recorrían su rostro. No quería marcharse a una guerra que ya sabía que estaba perdida. Napoleón era el mejor estratega que había tenido el continente en la historia y el ejército ruso no había sido entrenado en las nuevas estrategias de guerra: creían que lo único necesario en una contienda era un buen puñado de hombres. Aquello angustiaba a Carmilla. Tampoco había luchado siguiendo órdenes: tan sólo era una asesina a sueldo. "Hija, lo harás bien. Sólo tienes que penetrar en las tiendas de las tropas francesas cuando duerman y matar a su líder… El sigilo siempre ha sido tu fuerte, Carmilla." Recordaba las palabras tranquilizadoras de su padre pero era incapaz de verlo así. Abrió los ojos y agudizó el oído al escuchar un ruido. "Carmilla, ¿estás ahí?" El susurro de Laura en la oscuridad de su habitación paralizó su corazón. Se levantó de un brinco y se acercó lentamente a la silueta de la cortesana.

En la oscuridad de la noche, podía adivinar su mirada. Posó una de sus manos sobre la cintura de la noble y con el pulgar de la otra mano, dibujaba lentamente su mejilla. Dejaba Steyr a la mañana siguiente y quería recordar a Laura mientras durara la guerra. Su dedo llegó a los labios de la cortesana. "¿Qué haces?" Su voz sonaba entrecortada. Carmilla sintió que el corazón de su amiga latía desbocado. "No me quiero ir sin antes haber hecho esto…" El rostro de la mercenaria se acercó al de la noble. Ambas podían sentir sus alientos, estaban como inmersas en un encantamiento. Carmilla recortó distancias y sus labios quedaron a escasos centímetros. Laura agachó la cabeza. "¿Laura, estás bien?" La cortesana levantó la cabeza y miró a la asesina. Los ojos de ambas estaban empañados en lágrimas. Carmilla sintió la mano de la noble acariciando la parte alta de su cintura y sintió que estaba a punto de explotar. La quería ya.

"No puedes dejar que te maten."

La cortesana retrocedió unos pasos y dejó la habitación.