Los personajes de Naruto no me pertenecen.


Adiós Uzushiogakure

Es septiembre y hace calor, Kushina se ha sentado a la sombra de un árbol intentando refrescarse. Observa a la gente de su aldea, todo aparenta estar en calma pero ella sabe que no es así. Al ser la hija del actual líder del Clan Uzumaki, puede estar segura de ello. Para ella no pasa desapercibido el zumbido de mal agüero para la aldea del Remolino; durante todo el verano ha persistido la amenaza de guerra, pero en los últimos días la tensión ha subido al máximo. Tiene miedo, pero no lo admite. Tiene que ser fuerte, no puede ser débil.

Esa noche la familia principal cena en silencio. Afuera, las calles están desiertas y no se oye un ruido, es precisamente ese silencio lo que alarma a Kushina. Mueve los palillos sobre la comida de su plato de forma desganada y aguza el oído. Muy a lo lejos una explosión interrumpe el silencio.

— ¿Qué es eso? —Su madre dice mientras levanta la mirada.

Kushina ve como sus padres intercambian una mirada de preocupación. A lo lejos se oye un chillido agudo.

—Voy a ver qué pasa.

Su padre se levanta y sale del comedor. Será la última vez que lo vea, pero ella no lo sabe. Fuera, comienzan a sonar gritos que se repiten cada vez más fuertes y cercanos. Su madre se levanta y abandona precipitadamente el comedor. En ese mismo instante se encienden las alarmas de la aldea. Kushina corre hacia la ventana de la habitación, pero lo único que ve es la oscuridad del jardín. Abre las puertas de la terraza justo cuando un siniestro grito resuena en sus oídos. Siente como se eriza el vello de su nuca. Escucha a alguien correr hacia su posición.

— ¡Señorita Kushina! ¡Venga rápido! — Izanami su criada ha entrado, pálida y con los ojos desencajados.

— ¿Qué está pasando?

Kushina permite que Izanami la lleve a rastras. En el vestíbulo está su madre que se frota las manos, se acerca a Kushina y la aprieta contra su pecho.

— ¡Suéltame! ya no soy una niña pequeña. ¿Qué está pasando 'ttebane? —insiste inquieta a pesar de tener siete años.

— Han atacado la aldea—susurra su madre.

Kushina mira a Izanami.

— Es verdad, señorita— confirma temblándole la voz Su padre junto con un grupo de guardias han ido a investigar, nos han invadido— Se dirige entonces a la madre de Kushina — Tiene que huir mi señora, ustedes dos, ¡Rápido!

La madre de kushina mira hacia el patio a través de la ventana. Detrás de la puerta principal se oyen voces. Alguien golpea la puerta con un objeto pesado.

— ¡Por el jardín, mi señora! ¡Por la portezuela del jardín! — Insiste Izanami.

En el patio se empiezan a oír pasos apresurados. Acto seguido golpean la puerta cerrada — ¡Abran, en nombre de la Aldea de Niebla! —Gritan desde afuera. Seguramente los guardias ya deben estar muertos.

Su madre corre hacia el comedor, donde las puertas de la terraza permanecen abiertas, y mira por encima de su hombro para saber dónde está su hija pequeña.

— ¡Date prisa, Kushina! —exclama agitada.

Kushina está a punto de correr detrás de su madre, pero Izanami se lo impide. Con un dedo en los labios, apunta hacia el armario debajo de la escalera.

— ¡Rápido, señorita! No tiene posibilidad de escapar si corre hacia el jardín—Le susurra — No tenga miedo, el armario tiene una trampilla en un sitio poco usual, nadie va a encontrarla.

Abre la trampilla sujetándola para que Kushina pueda meterse dentro del espacio oscuro que hay allí. Solo hay sitio para una persona. Temerosa, Kushina levanta la mirada hacia Izanami.

— No se preocupe, señorita. Su padre ha pedido ayuda a Konohagakure, todo estará bien— Le dice suavemente antes de cerrar la trampilla de golpe y Kushina se queda completamente a oscuras; tanto, que ni siquiera entra el más mínimo rayo de luz.

Atemorizada, gira la cabeza hacia los lados, pero no ve más que un vacío negro; sobre su cabeza la puerta de la entrada se rompe con un enorme estallido. Zancadas pesadas suenan en el vestíbulo y suben las escaleras, fuerzan las puertas. Desde el jardín le llegan los gritos de su madre y de Izanami. Oye como las arrastran a través del vestíbulo hacia el patio, sus voces temerosas son apenas audibles entre las órdenes que les espetan. Kushina empieza a temblar, Mete el puño en su boca para evitar gritar.

— ¡Tiene que haber uno más! —Grita alguien— ¡Busquen por toda la casa!

Durante un largo rato resuenan pasos por toda la casa. Después, silencio — ¿Se han ido?

Kushina empieza a tener calambres en las piernas. Intenta cambiar de postura, pero se da un golpe con el codo, lo que provoca un fuerte ruido. Escucha las suaves pisadas de alguien sobre la madera del vestíbulo que se acercan a su escondite. La puerta del armario de bajo de la escalera se abre. Las bisagras chirrían.

Ahora verán la trampilla. Ahora la encontraran.

Cierra los ojos con fuerza. Por encima de su cabeza oye como la puerta se vuelve a cerrar de golpe. La calma vuelve a la casa. Kushina está en cuclillas en la oscuridad y no para de temblar. Nada la puede empujar a que abandone su escondite. Tirita y sus dientes no cesan de castañear.

Finalmente hace un gran esfuerzo para levantarse. Empuja la trampilla hacia afuera, se incorpora con ayuda del borde y consigue salir. Tiesa y crispada sale del armario, e insegura entra en el vestíbulo. Está muy oscuro, pero no se atreve a encender la luz. La alarma hace tiempo ha dejado de sonar. Sus pasos sobre la madera suenan mucho, demasiado. De puntillas, cruza el recibidor. La puerta del salón está abierta. Desde el pasillo echa una mirada adentro. Las puertas se han abierto bruscamente y permiten la entrada de la luz de la luna que ilumina los muebles arrumbados por el suelo. Los objetos de plata han desaparecido.

Camina un poco y traspasa las puertas que conducen al comedor, se detiene en el umbral. Se siente como intrusa que se ha quedado mirando cómo se desbarata la vida de una familia, de un Clan, de toda una aldea.

Encima de la mesa ve vasos y platos vacíos. Cuando ella estaba en la mesa aún estaban llenos. Mira a su alrededor. ¿De verdad hace apenas unas horas estaban aquí, tranquilamente, sentados todos juntos? Le duele la garganta de las lágrimas no derramadas, pero si empieza a llorar ahora, perderá el control, y eso lo debe evitar a toda costa. Tiene que pensar, y rápido, porque pueden volver en cualquier momento.

Se llena de valor y vuelve al vestíbulo, sube las escaleras y se dirige hacia los cuartos de las criadas. Ahí no hay ventanas, así que se atreve a prender una vela. Kushina observa la habitación, nunca había estado allí. Que pequeño y qué oscuro…

Abre un pequeño armario y toma un Kimono sencillo y una capa vieja. No debe parecerse a la heredera del Clan que existió hace unas horas; no va permitir que el sacrificio de Izanami y de su familia sea en vano. Ella vivirá. Baja las escaleras y se dirige hacia la biblioteca de su padre. Los pergaminos ya no están. Detrás de un gran escudo del Clan Uzumaki hay un hueco en la pared, donde se encuentra un cofre chapado en hierro. Kushina lo abre y saca las joyas de la familia; las guarda en dos pequeños bolsas que ata con una cuerda alrededor de sus caderas.

En ese mismo instante escucha las voces — ¡Han vuelto!

Kushina palidece. Presa del pánico, retrocede, entra en el comedor y se desliza entre las puertas de la terraza hacia afuera. Corriendo, cruza el césped hacia la pequeña puerta al fondo del jardín. En la casa alguien abre y cierra las puertas bruscamente.

Aterrorizada, Kushina tira el picaporte ¡Está cerrada! Suenan voces en la terraza. Nerviosa, Mira por encima del hombro. Hay un árbol situado en la esquina del jardín: Si lo escala, puede escabullirse hasta llegar al bosque.

— ¿Cómo no se me ocurrió? — Salta a una rama gruesa, cruje, pero no se rompe. Con sigilo se comienza a saltar a otros árboles.

A sus oídos llega el sonido amortiguado de unos pasos apresurados. Kushina se esfuerza por ir más rápido pero una cuerda atrapa su pie haciéndola caer. Intenta levantarse pero no puede, siente el peso de un cuerpo sobre su espalda; intenta gritar pero una mano se sitúa sobre su boca. Siente la presión del filo de un Kunai en su garganta. La boca de Kushina está seca del pavor que siente. Su corazón late tan fuerte y dolorosamente que casi le impide respirar.

Una lluvia de shurikens los rodea y su agresor cae. Al campo de batalla ha entrado otro bando. Un Anbu se detiene a su lado y la ayuda a poner de pie — Somos aliados— dice la voz del hombre enmascarado. Aunque es un extraño, Kushina esta cansada y asustada, pero decide arriesgarse y confiar en él. Rápidamente la posiciona en su espalda y comienza a alejarse con sigilo. Debe darse prisa antes de que empiece la persecución. En medio del crepúsculo, sobre la espalda de aquel extraño, Kushina da libertad a sus lágrimas — Papá, mamá, Izanami… Adiós — Lo único que puede hacer es aceptar su nuevo destino, su nueva vida, en su nueva hogar: Konoha.

Adiós Uzushio…


Muchas gracias por leer esta pequeña historia; quiero aclarar que es una adaptación de una escena de mi libro favorito: La Guillotina.

Si quieres dejarme un comentario sería hermoso :)

Buen día