Esta vez les traigo una serie de viñetas inconstantes que estaré subiendo cada que escriba. (?) Es decir, indeterminadamente. No tienen un fin especial, aunque supongo que de vez en cuando habrán atisbos de OiKage en las mismas. Es sólo que amo a Oikawa.
—¡Él es realmente genial, por eso juega volleyball!
Oikawa se detuvo en medio de la calle cuando aquellas palabras por fin le llegaron a los oídos. Metió las manos en los bolsillos y miró al niño levantando los brazos, mientras le explicaba a sus amigos las cosas fantásticas que hacía aquél personaje del que todavía no sabía el nombre. Vio sonreír al infante, dejando a la vista un agujero entre sus dientes frontales. ¡Qué gesto tan ordinario y a la vez tan auténtico!
Ladeó la cabeza con una pequeña sonrisa en los labios, escuchando.
—¡Una vez le rompió la nariz a un jugador cuando hizo un remate! ¡Tiene tanta fuerza! ¡Deberían de verlo jugar! ¡Seguramente verían que es fabuloso!
Por un momento abrió los ojos ampliamente, a todo lo que daban. No sabía de quién hablaba, pero parecía ser un jugador excepcional para tener esa cantidad de fuerza. Los demás niños también mostraron su incredulidad. Uno que otro se llevó las manos al rostro, como si intentasen proteger su pequeña nariz de un balonazo invisible.
—¡Además salta muy alto! ¡Su pecho pasa la red! ¡Es como "wooooahhh"! ¡Y "poaaaaw"! ¡Parece que vuela, es como un superhéroe! ¡Por eso comencé a jugar volleyball!
—¿Y dónde lo viste? — Preguntó otro pequeño, interpelando al hablante con una emoción inexplicable. En silencio, la idea fue secundada por varios pares de ojos que se clavaban en el orgulloso chiquillo que tenía la palabra.
—En la televisión, ¡ahí donde yo voy a estar algún día! ¡Porque voy a ser el mejor! ¡Voy a hacer que mi pecho pase la red y voy a romper muchas narices! ¡Y nadie se va a meter conmigo! ¡Voy a saltar tan alto que tocaré las nubes y nadie podrá vencerme!
La inocencia infantil volvió a aparecer como un fulgor que surgía desde lo más profundo de sus pupilas. Aquellas palabras, cargadas de esperanza, motivación y sueños, fueron lo suficiente para que todos pegaran un salto y comenzaran a levantar cuchicheos. Aquél que ahora parecía ser el líder les mostró el balón y todos se fueron corriendo hacia las canchas del parque.
Tooru sonrió. Fue apenas una pequeña risa que dio sin separar los labios, recordando. Hacía poco más de diez años, sus aspiraciones eran las mismas. Ser el mejor, tocar el cielo… no hacer nada más que golpear el balón hasta el cansancio.
Desde entonces, había crecido. Había madurado en cierta forma, aunque la mayor parte del tiempo pareciera que seguía siendo el mismo niño. Las caídas lo habían curtido, las derrotas y las humillaciones lo habían hecho fuerte. La impotencia lo había vuelto hipócrita.
Sin embargo, sabía que una parte de sí, aquella que todavía era capaz de sonreír sinceramente en esos instantes, que se veía a sí mismo frente al televisor con su playera de alien o jugando con Hajime mientras el balón le caía en la cara, aquella que disfrutaba estar en la cancha, que se emocionaba cuando la selección nacional jugaba un partido…
…era la misma que todavía quería romper muchas narices con un remate.
