Capítulo 1: Otra vez mirándote

Levanté la cabeza y te observé. Otra vez.

Tú mirabas atenta al profesor, y tus ojos castaños relucían por la concentración mientras grababas algunos apuntes apresurados en un pergamino.

Dejé que mi mirada resbalara lentamente por tu suave perfil. Tú chasqueaste la lengua sin reparar en el estudio al que te estaba sometiendo, y te apartaste de la frente un mechón de pelo rizado que entorpecía tu visión. Al presenciar ese gesto tan sencillo, sentí un incomprensible cosquilleo acariciando la boca de mi estómago.

¿Por qué demonios no lograba apartar mi mirada de ti? ¿Qué podías tener tú que me interesase?

Llevaba ya días desquiciándome al no hallar respuestas a estas preguntas, y me pasaba las clases observándote, recorriendo tu rostro y tu cuerpo casi con desesperación; trataba de convencerme a mí mismo de que lo que buscaba era algún defecto que me desagradase, pero lo cierto es que eso tan solo era una simple excusa para poder seguir contemplándote furtivamente desde el fondo de la clase.

Había algo, una especie de aura brillante, un halo de luz pura, rodeándote y atrayendo mi mirada. Tenía que haberlo.

—Eh —susurró una voz a mi lado. Parpadeé, confuso, y me volví hacia mi compañero de mesa, Zabini, que me observaba con una sonrisa divertida.

—¿Qué quieres? —inquirí en el mismo tono de voz, algo molesto porque me hubiese interrumpido mientras te contemplaba.

—Preguntarte si ya has elegido nueva presa —respondió Blaise, esbozando una mueca socarrona.

—¿Presa? —repetí, confundido.

—Sí, Draco, presa. ¿No dejaste el otro día a Pansy? Conociéndote, seguro que ya tienes a alguna otra fémina en mente…

Solo entonces comprendí. Cierto era que la fama de mujeriego que me predecía casi dictaba que no podía permanecer más de una semana sin una chica entre mis brazos, alguna jovencita a la que seducir y engatusar.

Lo normal en mí, tal y como decía Blaise, habría sido haber hecho ya una decisión acerca de quién sería mi próxima víctima, pero siendo sincero debía reconocer que había perdido tanto tiempo contemplándote en cada clase que había dejado de lado cualquier otra distracción.

Me di cuenta entonces de que Blaise aún me miraba, esperando mi respuesta. Giré la cabeza despacio hacia ti, observándote, preguntándome si tenía o no una nueva presa en mente, casi obligándome a decidirme.

—Digamos que sí, Blaise —respondí finalmente sin quitarte los ojos de encima, más por quitármelo de encima que porque realmente hubiese hecho una decisión concreta.

—Malfoy, Zabini, ¿algo que queráis compartir con el resto de la clase? —preguntó mordazmente el profesor Snape.

—Nada, profesor —dije yo con calma. Snape asintió y prosiguió con la clase como si esa interrupción nunca hubiese tenido lugar. Ventajas de ser un Slytherin.

A partir de ese momento, traté de concentrarme en el progreso de la lección todo cuanto pudiese, pero esto me resultaba tarea imposible porque tú levantabas la mano constantemente, respondiendo a las preguntas del profesor en voz alta, captando toda mi atención.

Y de nuevo me costaba otros diez minutos dejar de observarte, de tratar de contar de lejos las pecas que cubrían tus pómulos y el puente de tu redondeada nariz.

Así que en esas me encontraba. Perdido en tu contemplación. Otra vez. Como venía ocurriendo desde hacía semanas.

Suspiré con abatimiento. ¿Qué diantres podías ofrecerme tú, precisamente tú? O mejor aún, ¿por qué yo daba por hecho que la razón por la que no cesaba de mirarte era que tenías algo que ofrecerme?

Me dediqué entonces a calibrar cuál era tu atractivo físico. ¿Qué nota tendrías en una escala del uno al diez?

"Cero",pensó mi lado más… más Malfoy. Pero mi subconsciente me forzó a mirar de nuevo. No, definitivamente no tenías un cero.

Si bien no eras la chica más atractiva de Hogwarts (ni mucho menos), también tenía que reconocer que no eras precisamente lo que se dice fea.

"Bueno, vale, aprobada con un cinco raspado", pensé entonces. Pero tampoco en esa ocasión me sentí satisfecho con mi propio veredicto.

Había algo en las formas que adquirían tus rizos despeinados, algo en tu cuello fino e impoluto, algo en las pecas que sembraban parte de tu rostro, algo en la sincera calidez de tus ojos… Algo que te hacía especial y diferente, no del montón. No, sin duda un cinco tampoco era tu nota.

"Vale, dejémoslo en un ocho", decidí. No obstante, una vez más me encontré incómodamente disconforme con esta nota.

"Pero no le puedo poner un diez, ni siquiera un nueve", me reproché a mí mismo. "Es una sangre sucia, y además Pansy es mucho más atractiva que ella, y ni siquiera la Slytherin llega al diez".

Entonces, ¿qué nota te ponía?

Volví a contemplarte, prestando aún más atención a cada detalle. El fino rubor de tus mejillas, la perfecta longitud de tus pestañas, la suave curva de tu barbilla.

Y comprendí.

Sí que te merecías un diez, porque eras preciosa. Quizás a tu manera, y tal vez hubiese que buscar mucho, pero si de algo estaba seguro es de que esa belleza estaba ahí, innegable y eterna.

¿Cómo no me había dado cuenta antes? Por eso eras más bonita que Pansy: porque la Slytherin simplemente estaba buena. Punto. Ese tipo de atractivo que vale para poco más de una noche y que desaparece en escasos años. Sin embargo, lo tuyo era pura y tímida hermosura, como una flor que apenas ha comenzado a abrir sus pétalos hacia el sol naciente. Y esa belleza iba a seguir ahí durante mucho tiempo, esperando a que alguien se percatase de su existencia.

Exactamente como lo había hecho yo.

Tan anonadado estaba con mi nuevo descubrimiento, que tardé en darme cuenta de algo que antes había pasado por alto: Weasley estaba sentado a tu lado, mirándote con su mejor cara de idiota, dejando un mar de babas sobre sus libros de clase. ¿Por qué demonios estaba esa comadreja comiéndote con la mirada? ¡Y tú ni te dabas cuenta!

Apreté los puños por debajo de la mesa, furioso. Una furia sin sentido, sí, pero furia al fin y al cabo.

Sentí el irrefrenable impulso de ponerme en pie, ir hasta allí y zarandear a ese estúpido pobretón que ya había bajado la mirada para observar tus pechos disimulados por la túnica. Poco había tardado en caer en las tentaciones que toda mujer ofrece…

Sin embargo, y por el bien de mi propia reputación, logré contenerme y quedarme inmóvil en mi sitio.

Y, entonces, la voz de Snape me devolvió a la realidad.

—Fin de la clase. Mañana haré un examen de repaso sobre las últimas treinta pociones de las que hemos hablado. No quiero oír ni una sola protesta, señor Longbottom, ¿me ha escuchado?

Soltando un resoplido, barrí de mi mesa los pergaminos, libros y plumas con un solo brazo, haciendo que todo cayese en mi mochila sin demasiados miramientos.

Di media vuelta y me dirigí a la puerta, pero al pasar por tu lado ralenticé ligeramente el paso para poder percibir tu aroma… ¿vainilla, tal vez?

Pude escuchar un pequeño fragmento de tu discusión con Weasley, en la cual tú le reprochabas no haber atendido en toda la clase y él se limitaba a hacer gala de su estupidez asintiendo de vez en cuando con la vista aún fija en tus pechos.

Bufé de forma casi imperceptible antes de salir al pasillo, seguido de cerca por mis compañeros.

—Qué asco más grande… ¡Examen de pociones! ¡Y de treinta, nada menos! Creo que mi suspenso está más que asegurado… —rezongó Blaise, revolviéndose el pelo con impaciencia. Yo esbocé una sonrisa de medio lado. Pese a que me había tirado las últimas veinte clases de pociones siguiendo atentamente todos tus movimientos, sabía que aprobaría ese examen sin ningún problema… Incluso con la mejor nota tal vez, si no me superabas tú.

—Draco —oí la voz de Pansy cerca, muy cerca de mí…y demasiado enfadada—. ¿Me quieres explicar qué demonios hacías mirando continuamente a la sangre sucia?

Justo en ese instante tú saliste de la clase precediendo a tus compañeros. Tal vez escuchaste las palabras de Pansy, tal vez no, pero en ese segundo en el cual te detuviste para mirarme fijamente sentí que el corazón se me paraba.

Finalmente, te giraste y te fuiste con los demás Gryffindor.

—Estoy hablando contigo, Draco —dijo Pansy, con un irritante tono chillón en la voz.

—Lo sé —le respondí, cortante—. Pero yo no he mirado en ningún momento a la sangre sucia. Como si no tuviera cosas mejores que hacer. E incluso en el caso de que lo hubiese hecho, ¿a ti qué te importa? No eres nadie para meterte en mi vida privada.

Y dicho esto giré sobre mí mismo y me alejé por las mazmorras, sin saber muy bien a dónde ir, sintiéndome extrañamente rabioso y dejando atrás a una atónita Pansy.

Había discutido con una chica de mi casa por ti.

Había estado distraído por tu causa.

Y me había pasado dos horas seguidas sin poder apartar mi mirada de ti.

Otra vez.