Experiencia nocturna
Personajes: Alemania, Italia.
16 ¿?
Fue una de esas noches de verano, donde el sonido de los grillos molestaba hasta los oídos agudos de cierto alemán, cuando sucedió.
–Buona notte, Alemania –dijo en medio de una amplia sonrisa el castaño, acomodándose para descansar. El rubio lo miró detenidamente, aunque con disimulo. Cualquier sospecha del italiano podría arruinar sus planes.
Sí, debía ser más cuidadoso que en sus estrategias hacia Estados Unidos. No podía fallar. No podía dejarse notar.
–Italia… –susurró en su mente. Sus ojos azulados observador, en medio de la oscuridad de la noche, los movimientos de su compañero. Cuando creyó que estaba completamente dormido, empezó su tortura diaria de cada noche.
Notó el rulo flotante del castaño y no pudo resistirse.
Lo agarró suavemente entre los dedos, comenzando a enrularlo. Siguiendo la curvatura del cabello, lo haló y estiró entre las yemas, esperando la reacción en el rostro del italiano.
Y lo vio.
Un rostro que empezaba a sonrojarse, a teñirse de ese carmín que el germano adoraba. Las gotas de sudor que empezaban a acumularse en su frente. Las cejas que se torcían de placer en gestos sumamente sugestivos. Los ojos que se cerraban con fuerza y confusión. Ah… era delicioso poder contemplarlo.
Poco a poco las caricias hacia esa zona aumentaban, mientras que el rubio exploró el cuello del castaño. Primero suavemente con sus labios, probando cada centímetro de la piel suave que tenía bajo él. Luego de a bocados cada vez más insinuantes, más deseosos, dejando pequeñas marcas. Bajando por su cuello, llegó al pecho del muchacho, delineando con su lengua las marcas que poseía, los caminos creados por él mismo.
Los gestos del italiano se torcían y retorcían de placer, cada vez más contenida. Ludwig no podía creer que con todo esto el muchacho no se despertara. Pero era mejor, sino él no tendría el valor para volver a hablarle. Sería… demasiado vergonzoso.
Pero no quería pensar en eso ahora. En su mente sólo había un nombre. Feliciano Vargas había completado a la nación alemana de todos los sentimientos que no conocía ni había pensado experimentar jamás. Y eso era algo que iba a aprovechar, aún a costa y fuerza del italiano.
Pero… ¿realmente era a la fuerza?
Unos ojos ambarinos se iluminaron en medio de la oscuridad de la habitación interrumpiendo sus pensamientos.
–Ah…Ludwig… –susurró en medio de un gemido al sentir los labios fríos del germán sobre el pecho de él.
Los ojos de Alemania se abrieron de la sorpresa. No esperaba que despertara. Ahora sí todo se acabaría.
–E-espera Ludwig… N-no… –el castaño lo agarró del brazo cuando sintió que se alejaba. –No te vayas…
El rubio lo miró a los ojos. Esperaba otra reacción. Odio, ¿tal vez? Pero no que le pidiera que se quede. Bueno… después de todo era Italia.
–Feliciano… yo… lo siento –dijo en un susurro, tratando de nuevo de alejarse de él. Pero el menor se lo impidió, apresándolo en un abrazo
–Espera, no me molesta. Yo… te quiero Lud –y en medio de tales palabras, lo besó.
A pesar de todo Alemania no había llegado a excitarse esa noche, a comparación de las otras.
–Tal vez… deberíamos dormir –dijo Alemania.
Italia tardó un segundo en contestar, agarró sus manos y las juntó, sonriéndole y mirándole a la cara.
–Lud, no me molestó lo que estabas haciendo pero –pausó para darle otro beso–, prométeme que otro día lo vamos a continuar, ¿sí?
Ludwig se sonrojó y no supo que contestar. Se volvió a acostar en la cama suspirando, le mostraba demostrar felicidad ante la reacción de Italia.
Sonrió, se abrazaron debajo de las sábanas y antes de dormirse se durmieron de vuelta, esta noche iban a poder descansar mejor.
