Sentí un tedioso sonido al lado de mi cabeza y traté de apagarlo pegándole un manotazo. El despertador cayó al suelo y se rompió en quichicientos pedazos.
-Perfecto- murmuré bajo las sabanas – Necesitaré uno nuevo.
Me destapé y miré por la ventana.
Llovía. Qué raro.
Me senté en la cama a desperezarme y tanteé en la mesita de luz hasta que encontré mis anteojos. Al ponérmelos todo se volvió un poco menos borroso. Agarré mi bata y fui al baño para asearme.
Cepillé mis dientes y me desenredé el pelo mirándome al espejo. Cabello marrón, ojos chocolate muy aburridos, granos, flacucha y pálida.
Esa soy yo.
Suspirando volví a la habitación y me vestí con la ropa que había buscado el día anterior. Un jean desgastado con Converse negras y una camisa estilo leñador a cuadros rojos, grises y blancos. Me recogí el pelo y bajé a desayunar.
-Hola papá-
Saludé a Charlie y me serví leche con cereales en un cuenco.
-Buen día – respondió, levantando la vista del periódico del día - ¿Quieres que yo te lleve hoy? Está lloviendo y es muy peligroso. Además, podemos pasar un tiempo antes de que me vaya… -
Abrí la boca para replicar, pero él me calló levantando una mano.
- Ya sé, ya sé. Estarás bien. Pero no puedes evitar que tu viejo se preocupe. Es casi una semana. Billy y yo tendremos el celular prendido todo el tiempo y rogamos para que la señal sea suficiente allí. A cualquier hora, cualquier cosa ¿sí? En fin, tu camioneta es fuerte, pero hay tormenta eléctrica. -
Gemí. Truenos. Mi gozo en un pozo.
- No papá, gracias. Iré despacio y con cuidado. En cuanto al viaje de pesca, estaré perfecta. Tampoco es que tenga mucha vida social y salga a todos lados. De la escuela a casa, te lo prometo. –
Luego de terminar mi desayuno y despedirme de Charlie, perdiendo la cuenta de las veces que le juré no hacer nada irresponsable, me puse mi impermeable y un gorro, agarré mi mochila y caminé hacia mi adorada camioneta.
Cuando abrí la puerta, una ráfaga de viento helado y agua me dejó paralizada, enviándome una serie de escalofríos a mi espina dorsal. Mis anteojos se empaparon. Odiaba el frío.
Subí a mi trasto y arranqué. Manejé despacio y precavida, como lo prometí.
Cuando llegué al instituto me encontré con la gente corriendo por el estacionamiento. Simplemente genial. Con lo que me gusta quedar empapada de pies a cabeza.
Salí de la camioneta con la mochila en el pecho, tratando de que no se mojara y caminé con paso rápido hacia la entrada, rezando para que no me vean.
- Eh, Swan! – Sentí que una voz femenina me gritaba – Vamos a jugar un poco, ¿quieres? –
Traté de apurar el paso, pero recibí un empujón nada delicado desde la espalda. ¿Es que no me podían dejar tranquila?
-Vamos Swan, es el último día de clases. No nos veremos por tres meses. Disfruta. –Sentí la voz de Emmett a la vez que un borrador volaba hacia mi pelo.
Muy bien. Otro jodido día normal.
No miré para atrás en ningún momento porque esto siempre empeoraba las cosas. Cuando llegue a la entrada Ángela me estaba esperando con el ceño fruncido.
- ¿Qué pasó ahí afuera?- cuestionó.
-¿Qué crees? Lo mismo de siempre. Vamos, se nos hace tarde.-
Las clases pasaron rápida y monótonamente. Miradas burlonas de los pasillos, yo respondiendo preguntas en el aula, murmullos y risitas en el baño…
Lo mismo de siempre…
En la hora del almuerzo se respiraba una alegría colectiva entre los alumnos. El último día de clases era algo glorioso entre los estudiantes, incluyéndome.
Estaba dividida entre la alegría y la tristeza. Contenta porque era el fin de las tareas y burlas. Descanso al fin. Triste porque era el comienzo de un aburrido verano y la espera del quinto año.
Estaba llevando mi bandeja con comida hacia una mesa que compartía con Ang, cuando alguien me chocó. Tropecé y caí, tirándome la bebida en la camisa.
-Eso pasa por no mirar por donde caminas, niñata.- Exclamó con desprecio una voz chillona.
Miré hacia arriba, para encontrarme con Lauren pegada como garrapata a la cintura de Edward Cullen. Los dos tenían una sonrisita estúpida de superioridad en la cara. Tal para cual.
- L-lo siento- tartamudeé, mientras sentía que la sangre me subía a la cara.
¿Por qué pedía disculpas si yo no había chocado a nadie?
Me dieron la espalda y siguieron su camino hacia su mesa, junto a sus hermanos y "amigos".
Ángela ayudo a levantarme e ir a mi casillero por ropa limpia que tenía de repuesto. Si, ya sé, eso sonaba patético, pero, lamentablemente, esta situación se repetía desde años debido a mi torpeza y a la tendencia de los Cullen de sacar del camino todo lo que se les interponga, literalmente.
Una vez cambiada y limpia, nos dirigimos a clase, ya que entre una cosa y otra, habíamos perdido toda la hora del almuerzo.
Cuando por fin sonó el timbre de salida, y todo el mundo empezó a gritar y a saludarse, yo solamente me despedí de Ángela, agarré mis cosas y salí.
Ya en mi camioneta, luego de recibir un poco más de humillación al estilo Emmett y Alice, pensé en ir a un hermoso prado que había descubierto el año pasado en una de mis caminatas por el bosque.
Aparqué en la carretera y caminé unos cuántos minutos hasta encontrarlo.
No estaba en su mejor época, ya que las lluvias hicieron sus estragos, pero igual era totalmente deslumbrante. Me acomodé en un tronco y empecé a pensar acerca de este año lectivo que se terminaba y el nuevo que empezaría.
Este tipo de burlas, de un modo u otro, tenían que cesar. Se suponía que como este verano "crecería" y tenían que parar un poco, pero no estaba tan segura. Ellos no eran ningunos angelitos. Vienen molestándome desde siempre, pero nunca supe el motivo. Está bien, puede ser que yo no sea muy social, pero nunca los insulté o lastimé de alguna forma.
En estas vacaciones tenía la esperanza de que algo cambiase, ya sea por mi parte o por la de ellos.
Muchas veces me vi obligada a hacer sus tareas en la primaria a cambio de la promesa de pertenecer a su grupo, pero eso nunca pasó, solamente seguía siendo el objetivo de más bromas.
Un ruido me sacó de mis cavilaciones. Alguien me observaba. Me levanté de un salto y empecé a evaluarlo con la viste.
Era un hombre de belleza extraordinaria.
Tenía el pelo rubio medio largo, y como consecuencia algunos mechones rebeldes caían en su rostro. Era alto, delgado, musculo pero no en exceso. Vestía ropa informal, algo sucia. Pero lo que más me impresionó fue su cara. Una mandíbula cuadrada, varonil, enmarcaba su rostro. Tenía labios rellenos y nariz perfectamente recta. Sus ojos miraban fieros, con un negro imposible. Era muy pálido y con grandes ojeras. Su expresión era salvaje, casi animal.
Se acercó a una velocidad no humana, hasta quedar a un metro mío, pero nunca sentí miedo, solamente intriga.
Quede inmóvil de la impresión. ¿Era posible que un ángel se haya perdido y llegara hasta mí? Se acercó lentamente y yo solo atiné a seguirlo con la mirada. Trataba de escuchar algo encima de los latidos de mi corazón que retumbaban en mis oídos, pero no era fácil.
Cuando al fin estuvo frente mío, levantó una mano y me rozó la mejilla. Su toque era helado cómo un témpano. Luego, bajó su cabeza hasta la altura de mi cuello e hizo algo que nunca hubiera esperado; me mordió.
Escuché un gemido, pero no estaba tan segura. Sentía que perdía la conciencia y me desplomaba.
A lo lejos, se sintió un grito aterrador, como el de cientos de campanas sonando al mismo tiempo, gritar:
-¡JASPER, NO!-
