Impávida en un viejo sillón observaba la gruesa cuerda que colgaba del cielo de aquella habitación. Sabía lo que iba a suceder, y lo aceptaba, lo apoyaba.
Se levantó de aquel polvoriento asiento y miró una vez más aquella cuerda, deshilachada, gastada. Exhaló un pesado suspiro y miró hacia la mugrienta ventana. De fondo se escuchaba el débil ritmo de un reloj con las agujas tan cargadas de suciedad, que exiguamente marcaban un movimiento.
La lluvia comenzó inminente, produciendo un estruendoso eco en todos los rincones de la vivienda. La joven de cabello morado volvió su vista a la cuerda y lentamente se acercó, haciendo crujir el suelo entablado con cada paso. Había decidido que su mejor oportunidad era esta, en una casucha fuera de la ciudad, lejos de la gente, lejos de toda molesta vida que pudiese asechar.
Acomodó un pequeño banquillo cerca de la cuerda que colgaba de una enorme viga de madera tosca que atravesaba el techo, mientras este rechinaba cuando la joven subía. La chica de ojos verdes miró una vez más hacia el hueco cristalino que se interponía en la pared de la casucha y colocó su boleto para la paz absoluta alrededor de su cuello. Cerrando los ojos con firmeza y frunciendo levemente sus labios, dio un paso hacia delante. Sintió como si acabase de dar un paso hacia el vacío de un inmenso agujero, como si incluso estuviese volando, aunque no le durase mucho.
Comenzó a retorcerse en cuanto sintió la caótica presión en su garganta, cuando ya ni siquiera sacar la voz podía. Pero ya no había un retorno, ni una posibilidad de rebobinar. Ya era muy tarde, no había nadie ahí para socorrerla, no estaba ella para rescatarla de su desesperante óbito, como había hecho desde que la conoció, desde que cayó perdidamente por ella.
Sintió como si todo el deprimente ambiente comenzara a desvanecerse, todo se hacía oscuro y cada vez más frío. Descubrió pronto una confortante sensación, la tranquilizadora paz que tanto había buscado. Esbozó su última sonrisa en ese lado de la vida, para luego dar una nueva para su nuevo destino, uno para el mundo en el que su Elicchi, la razón de todo su feliz sufrimiento, yacía. Dedicando su último pensamiento en ella, dejó que la pequeña llama que flameaba en su interior se apagara.
Se preguntarán, ¿por qué lo ha hecho?, ¿por qué se quitó la vida? Bueno, la razón es simple, pero sólo ella misma se comprende completamente. Su amada, su alma gemela, su Elicchi había dejado el mundo para rescatarla de su soledad, de su mala suerte. Y ella, saldando la incalculable deuda que había sido impuesta cruelmente sobre su maltratado corazón, dio la suya, siguiendo al amor de todas sus vidas, a la dueña de su alma, a la mujer que al fallecer se llevó también su vida propia esperando encontrarse para amarla eternamente, como habían prometido incluso antes de conocerse, incluso antes de nacer, como habían dicho en sus pasadas vidas y en sus antiguas desgracias. Como pactaron en cada una de sus muertes.
Muy wenas washos, bueno… Este One-shot ya lo había subido antes, pero se me pasaron algunos detalles y… No podía dejarlo así.
Espero que les haya gustado, es la primera vez que publico aquí, y por ende (creo), es mi primera historia. Quería entender a todos los escritores de las lindas historias que leía aquí y… Y eso, po.
Que les vaya la jarra, hrmns.
P.D: El título de la historia es el de una canción de León Larregui, si no lo conocen, no pierden nada en escucharlo. C:
