La noche caía suavemente en el helado páramo, desde el cielo estrellado, se acercaba el brillo de la aurora boreal. Contrastando suavemente con el suelo nevado, el brillo del espectáculo celeste se apreciaba con mayor intensidad y calaba más en el alma. Estrellas, la luz suave de la luna y las estrellas, la nieve incólume y la aurora boreal… Si tan sólo la pobre alma que corría alejándose a toda velocidad del lugar que lo vió nacer pudiera apreciarlo, pudiera siquiera sentir algo menos que pavor ante la posibilidad de que con la luz de la luna, por tenue que fuera, pudieran localizarlo sus persecutores.
El Omega se apresuraba todo lo que podían sus miembros debilitados por el hambre y el encierro. Sus huellas marcaban un camino solitario en la nieve detrás de él, siguiéndolo durante kilómetros. No llevaba zapatos en sus lastimados pies, y los harapos que vestía muy apenas alcanzaban a cubrir las partes estrictamente necesarias de su cuerpo, no a cubrirlo del frío; pero la figura seguía alejándose a toda velocidad de ahí.
Un ruido perforó el silencio de la noche. Un sonido tan conocido, tan particular, que hizo que una pequeña esperanza se inflamara en el corazón de la persona que escapaba. Intentó correr con todas sus fuerzas, cayendo en el proceso, y levantándose dolorosamente antes de seguir.
Estaba escapando de "La Fábrica", el lugar donde había nacido, donde todos los Omegas a los que conocía vivían, donde todos ellos se encontraban prisioneros y obligados a ser usados como perras de crianza. Era un lugar escondido en la tundra helada. Ni siquiera sabía exactamente dónde era. Sabía por los libros que había en una biblioteca abandonada en un pasillo del sótano, que los lugares donde reinaba el eterno hielo como donde ellos se encontraban, se encontraban en el norte, todos en el norte. Sabía de las nieves perennes por una pequeña ventana que se encontraba en la misma habitación, apenas lograba encaramarse en una silla colocada encima de una vieja mesa para asomarse al exterior. La luz reflejada en la nieve quemaba sus ojos, pero le permitía ver un poco lo que estaba fuera de su lugar de tormento, que era más de lo que la mayor parte de quienes vivían ahí, los que nunca le acompañaban en sus escapadas para explorar el sótano donde todos vivían. Nunca salían de ese sótano, solamente cuando venían por ellos para llevarlos donde eran requeridos por hombres con batas que les vendían a ellos o a sus cachorros al mejor postor. Esa era la función de "La Fábrica", proporcionar personas, herederos a familias de Alfa que a pesar de sus linajes no podían concebir por alguna razón, y ellos se aseguraban de darles alfas con su código genético a como diera lugar, sin importar el sufrimiento por las violaciones constantes a los omegas y los consiguientes y constantes abortos en el lugar hasta que lograban concebir al heredero perfecto genéticamente; proporcionar Betas a las familias que necesitaban de mano de obra barata o personas para cumplir con sus necesidades de esclavitud cualquiera que fueran las necesidades que tuvieran que cumplir, estos eran de hecho quienes más venían al lugar, debido a la constante necesidad de reponer a los muertos constantes que resultaban de todas esas necesidades.; y por último, proporcionar Omegas a quienes los necesitaran, viejos verdes o padrotes necesitados de cuerpos baratos que vender, bien drogados no se quejaban cuando eran presas de sus demandantes celos, en los que podían proporcionar alivio a tantos clientes como fuera necesario, a veces a varios a la vez, lo que los hacía la mano de obra perfecta, y si no había lugar que conocieran, no podía haber un lugar al cual escapar, así que estaban ligados por completo a sus compradores.
Pero el pequeño Omega que escapaba esa noche se rehusaba a ser como los demás. Habiendo sido sometido a violaciones constantes debido a su supuesta belleza, sabía cuál era el futuro que le esperaba a cualquiera que se encontrara en ese lugar, y se negaba a seguir ahí. Precisamente una de esas ocasiones era que había conocido esa biblioteca, porque era donde lo llevaban ocultándose de los dueños del lugar, y cada vez que podía, escapaba para leer algunas de las cosas que estaban ahí. Todos ellos sabían leer y escribir, así como también los rudimentos básicos de etiqueta y clase, si alguna de las personas que venía buscando un acompañante necesitaba de ello, contaban con al menos un corto entrenamiento para darle menos problemas a sus futuros dueños y poder cumplir los caprichos que tuvieran, así que les inculcaban también clases de baile, de cocina, de buenas maneras, junto con todas las clases de educación sexual que fueran necesarias para cumplir las fantasías de sus dueños.
Dentro de todas esas cosas que les enseñaban, los maestros eran totalmente leales al lugar, pero le habían dado al Omega las armas básicas para aprender más por su cuenta, para defenderse poco a poco, y saber que necesitaba salir en cuanto fuera posible de ese lugar. Había cosas mejores afuera. Y aunque se encontrara con cosas distintas, nada podría ser tan malo como lo que ya encontraba en ese lugar.
El sonido volvió a perforar la noche, sonaba cada vez más cerca, ahora acompañado de un leve rechinar.
Tenía que apresurarse!
Un golpe derribó al Omega contra la nieve mientras un dolor agudo perforaba su hombro y otro su pierna.
Los perros de La Fábrica ya lo habían alcanzado y estaban intentando cortar su camino a base de dentelladas.
Pero estaba preparado.
Sacando de su magra mochila pimienta de cayena que había guardado poco a poco en sus comidas, la aventó primero contra el perro que estaba en su hombro, y después contra el que estaba en su pierna, guardó un poco por si había más perros cerca y poder escapar.
Con una sola pierna funcional, intentó apresurarse de cualquier manera. El chirrido de metal contra metal era más cercano ahora, aunque el sonido viajara más lejos en las noches, sabía que estaba muy cerca, tal vez demasiado cerca para alcanzarla. Su desesperación creció mientras apretaba el paso.
El originador del sonido se asomó por el horizonte al tiempo que salía a un claro donde sintió un pinchazo en la espalda.
Estiró la mano para localizar un dardo con plumas cerca de su hombro. Lo arrancó.
Siguió corriendo mientras su mente comenzaba a nublarse y sus piernas a sentirse débiles.
El monstruo volvió a silbar.
Las piernas del Omega casi no podían sostenerlo cuando la locomotora del tren lo alcanzó y lo pasó. Gritó y movió las manos para que pudieran verlo y se detuviera de ser posible pero, aunque el conductor vió el pequeño cuerpo, no podía detenerse a esa hora y en ese lugar desolado. Sabía que los asaltantes de trenes usaban cualquier método para obligarlos a detenerse, y aunque estaba solo, no podía confiar en ese pequeño cuerpo a la deriva.
Entre lágrimas y sollozos, el Omega vió al tren pasarlo y seguir moviéndose sin detenerse, corrió con lo último que le quedaba de fuerzas. Los últimos vagones se acercaban y parecía que iban a pasarlo antes de que pudiera acercarse siquiera. Lloró con más fuerza mientras el tranquilizante en el dardo hacía efecto.
Sus ojos fallaban y comenzaba a perder el conocimiento.
Con lo último que quedaba de sus fuerzas, logró acercarse al último vagón antes de que lo pasara, corrió a su lado hasta que pudo sostenerse de una saliente y se encaramó como pudo en el descansillo del mismo.
Al amparo de la noche, el pequeño cuerpo del Omega inconsciente viajó a través de la noche y la distancia, lejos de sus captores y del lugar maldito en el que se encontraba, con su pequeña y valiosa carga a salvo por fin de todas las vicisitudes a las que los sometían, libres, y en busca de un lugar mejor donde vivir.
