Avatar: la leyenda de Aang no me pertenece.
Esta historia Azula/Aang es Rated-T debido al vocabulario más que otra cosa aunque no en los primeros capítulos, luego se irá haciendo más notable. Espero les agrade, no se olviden de opinar, dejen reviews. Saludos.
Zuko levantó su traje para no pisarlo con la suciedad de las suelas de sus botas mientras subía la escalera de aquella sucia prisión mientras llevaba en manos una fuente de deliciosos bocadillos cubierta por una manta. Ella al instante sintió el aroma en el aire que se aproximaba con sigilo.
Se había transformado en un animal, un solitario e irritante animal que lloraba y pataleaba en las noches cuando no había ojo que la observara.
Él continuó subiendo las escaleras lentamente, apoyó sus refinadas botas sobre el suelo frío y caminó hasta estar frente a los barrotes de la reja, se detuvo a observar a aquella desquiciada, a quien odiaba de pequeño y ahora… ahora era la persona más triste y maniática que alguna vez hubo conocido.
- Te traje el almuerzo, espero te guste –el hombre descubrió la bandeja para mostrar el platillo preferido de la mujer.
Ella corrió su mirada hacia un lado, ¿cómo dirigirle la palabra sin que él notara la gran mochila que llevaba a cuestas, llena de angustia, vergüenza y rabia? Deseó ponerse de pie y dirigirse hacia él para escupirle en la cara: traicionar a su país era una falta de respeto a sus raíces pero traicionar a su propia sangre merecía la muerte, pero al parecer, todos aquellos errores y calumnias le permitieron subir al trono y transformarse en Señor del Fuego, el cargo que ella siempre deseó en el fondo de su corazón y que sólo logró disfrutarlo unas pocas horas, eso le provocaba mayor vergüenza.
- Debes alimentarte Azula, no puedes seguir así.
Levantó la mirada y lo observó con tanto odio que el mismo aire se vició de vapor aunque, si bien su alma estuviese herida, sus ojos demostraban una completa falta de sentimientos, una coraza la cubría, una coraza que ocultaba sus emociones a los demás, era imposible ver lo que había detrás de ella, era imposible predecir lo que tramaba.
- ¿Acaso el Señor del Fuego no tiene nada mejor que hacer más que estorbar a una prisionera fuera de sus cabales?
Lo miró severamente, sus penetrantes ojos se clavaron en los de su hermano que suspiraba agotado de tener que tolerar lo mismo cada día, diariamente.
- Traje bocados de carne, sé que amas la carne –pasó las bandejas por un pequeño espacio que había entre las rejas.
Azula observó la fuente desde lejos, estaba demasiado hambrienta pero, su orgullo le impedía dar un paso que dañara su ego, que a pesar de ser terriblemente torturado en aquella batalla con su propio hermano y con aquella desgraciada, aun continuaba un poco de él vivo en su interior aunque no era el mismo de antes, nada era igual que antes.
- ¿Cómo podré tomarlo desde aquí? –dijo moviendo sus manos y agitando las cadenas que aprisionaban sus muñecas y tobillos, provocando un ruido de hierros rozando.
Zuko sonrió levemente, agachó la mirada para hacerlo.
- Tú puedes arrancar las cadenas de un tirón y despegarlas de la pared, cuando subo las escaleras oigo esas cadenas arrastrar por el suelo, sé que puedes hacerlo.
Azula miró hacia un lado ignorando la situación.
- No sé de qué hablas –volvió a observarlo penetrante luego de dejar pasar unos minutos-. Lárgate quieres… me aburres.
Zuko no tuvo opción.
- La dejaré aquí –acomodó su traje y se retiró de inmediato.
Al bajar por las escaleras pudo oír que las cadenas que amarraban a su hermana arrastraban desesperadas por los suelos. La mujer había arrancado de un tirón esos gruesos hierros que la ataban a la pared de la celda y corrió hacia la fuente de comida. Empezó a meter en su boca grandes bocados de carne, tan grandes que ocupaban toda la palma de su mano.
"¿Pero qué estaba haciendo? ¿La maestra fuego más prodigiosa del universo, revolcándose por un trozo de comida? Su orgullo había caído más bajo de lo que pensaba".
Escupió los pedazos de carne que puso en su boca tan desesperada como si fueran veneno. No comería: sabía perfectamente que agredir física y mentalmente a Zuko como lo había echo durante años no lo lastimaría tanto como herirse a ella misma, dejar de alimentarse hasta desequilibrar su metabolismo era el plan perfecto para desquiciar a su hermano, hacerlo llorar de dolor, que suplicara de rodillas que se alimentara sólo para verla mejorar.
Dio una fuerte patada a aquella bandeja haciendo volar la comida por doquier, detestaba tener que soportar a su hermano a diario y lo que más la irritaba era saber (por confesión de Zuko) que uno de los sucios hijos de su hermano y la cerda de Mai actualmente dormía en su habitación.
Nuevamente se fue a un rincón, con sus botas ya rasgadas podía sentir el frío de la celda, sus labios morados temblaban junto con el chirreo de sus dientes. Ocho años en esa celda, en esas cuatro paredes llenas de moho y humedad, llenas de oscuridad y sombra, de tristeza y angustia la habían echo reflexionar mucho sobre su pasado, su familia, su padre: a quien tanto había respetado y que ahora era quien le provocaba más vergüenza, haber perdido contra un insignificante niño era motivo de destierro, de tortura, ¿pero, qué podía decir ella? Cómo se atrevía a criticar siendo que fue derrotada por una sucia campesina.
Deseó estar por unos minutos en el lugar de su padre, quien por lo menos había sido vencido por el Avatar, el espíritu encarnizado más fuerte del universo, y en cambio ella, había sido vencida por una simple maestra agua del Sur quien ni siquiera tenía fama de ser talentosa y por su hermano, que jamás había alcanzado su nivel de fuego-control, y aun así la había superado.
Zuko llegó al Palacio de su Nación en donde encontró a su esposa Mai y a sus dos bellos hijos: Jakson y Keino, ambos talentosos maestros fuego. Dio un beso a cada uno en sus frentes y uno en los labios a su querida esposa, quien le tenía una agradable noticia.
