Disclaimer: Harry Potter y sus personajes no me pertenecen; tan sólo los uso por mero placer. Estoy segura de que Rowling lo entiende. Alguien tiene que escribir lo que a ella no le dio tiempo.
La idea de este fic es incluir aquí todas aquellas escenas de la época de los merodeadores que jamás se contaron pero que, quiera Rowling o no, existieron. Tuvieron que existir, está escrito en la memoria de Hogwarts. Son viñetas que hablan de fotografías que tuvieron lugar caída la noche, cuando la luz cegadora del Sol ya no podía juzgarlos.
Y se abre el telón con un Remus y Lily que hace tiempo que ronda mi mente.
Sonatas de medianoche
Ayúdame
La besa como si el tiempo no estuviese pasando, como si se les hubiese entregado a ellos para siempre. Como si fuese su prisionero igual que son prisioneros los labios de Lily en los de Remus. Suspira. Remus es diferente. O no. Porque la está besando y le tiemblan las piernas cada vez que sus bocas se encuentran.
Hogwarts se queja porque sus alumnos predilectos han abandonado sus cuidados, pero nadie le hace caso. La noche es densa, es negra y la Luna menguante los alumbra a medias, no del todo, porque es cómplice y tímida. Su velo color plata se cuela por la ventana del aula vacía, allí donde una ronda de prefectos sin finalizar pesa sobre sus cabezas. Allí donde hay sillas y mesas antiguas y bocas que se buscan sin prisas.
Lily tiene las manos pequeñas, de dedos estilizados y uñas mordidas. Dedos estilizados que se aferran a la camisa de Remus con suavidad. Quizás con menos suavidad de lo que le gustaría. Pero, malditasea, Lily no puede evitarlo. Porque se siente perdida y cayendo al vacío; quizás también porque su mejor amigo está acariciándole el labio superior con la punta de la lengua y siente la rendición a un suspiro de distancia.
Y ocurre. Abre la boca y Remus la invade y conquista. Se hace con ella y Lily se deja, le sigue. Le acaricia el cuello de la camisa, nota las manos de él deslizándose por la espalda, más abajo de lo que está permitido. Se le ocurre que estar besando a su mejor amigo es raro. Se le ocurre que quizás no deberían (acaricia la lengua de Remus, siente un cosquilleo que se pierde en el estómago), lo correcto es que continúen la ronda. Deberían hacerlo. Gime contra su boca y Lupin la aprieta más contra sí. La trata con delicadeza. Porque es Lily y porque es una chica. Y a las chicas –cree, no sabe– debe tratárseles con cuidado.
Oyen el ulular de un búho a las fueras. La ventana está un poco abierta, a lo mejor deberían cerrarla, van a coger frío. No se separan. Lily entierra los dedos en el pelo de Remus. Rubio paja, liso. Demasiado liso. Debería ser más oscuro, marrón incluso, y debería estar desordenado y ser más espeso. Indomable. Pero entonces no sería Remus. Es que no debe ser Remus y resulta que es él. Es raro. Pero si Lily cierra los ojos Remus deja de ser su mejor amigo y ya nada es extraño. Puede incluso notar, si los cierra con fuerza, que choca contra unas gafas al profundizar el beso. Que una voz profunda le pide perdón por llevar tres largos meses –y cuatro días, Lily los ha contado bien– sin perseguirla. Justo ahora, justo ahora que ella estaba dispuesta a seguirle allá donde quisiese. Se separan, cogen aire, no se miran a los ojos. Estúpido Potter.
Remus es prefecto y es también poeta. La mayor parte del tiempo es tranquilo pero cuando algo le enfurece hasta límites insospechados pierde el control. Es un poco animal veces contadas al mes. Ahora, en esa sala y con Lily entre sus brazos, es más manso de lo que lo ha sido nunca. Mientras hace y se deja hacer, se siente fuera y dentro de sí mismo. La acaricia por encima de la ropa como lo haría un caballero. Desliza sus labios al blanco cuello, roza con la punta de la nariz la línea de la mandíbula. De los labios de Lily escapa un suave gemido. La melena pelirroja, ondulada y espesa, le hace cosquillas en todas partes. En la mejilla, en la frente, en los dedos, en el cuello. Es demasiado larga, esa melena. Es demasiado roja y espesa.
Y huele a chica. Huele a Lily. Y no debería, no debería oler a ella.
Sopla sobre su cuello, la abraza fuerte. Y los brazos en torno a su pequeña cintura parece que digan Lo siento, James. Pero Remus sabe que en realidad claman, Ayúdame, Lily. Porque a veces se le hace difícil llevar una máscara todo el tiempo. Sobre todo cuando su más profundo –y secreto– anhelo duerme dos camas más allá y lleva la prohibición como lema y a un gamberro en la sangre.
No hay más besos esa noche. No hay más besos ni caricias furtivas ninguna otra noche. Pero a veces, cuando se quedan solos en los discretos pasillos de Hogwarts, Lily le toma una mano y le obliga a detenerse. Y le abraza; toda ella, pequeña y pelirroja, se aferra a él con fuerza. Y en esos momentos, el silencio cae sobre ellos. Hogwarts calla en señal de respeto y de los labios de Lily no sale sonido alguno. Es Gryffindor, es Evans. No hay cabida para la súplica. Pero a Remus le parece oírlo, le parece que su abrazo implora, Ayúdame, Remus.
Y es entonces cuando desea con todas sus fuerzas que el destino los hubiese unido a ellos, en lugar de empujarles a la perdición de dos merodeadores sin ataduras ni remedio.
Ahora que has llegado al final, te confieso que no estoy satisfecha con el resultado. Y te confieso también que es la primera vez que publico sin haber dejado un margen de días para que el escrito repose. No sé cómo lo veré mañana, si desearé quemarlo o haberme mordido los dedos. Como sea, lo que sé ahora es que no quiero que esta viñeta muera junto a tantas otras. Porque esta escena lleva mucho tiempo en mi cabeza, con distintas formas y palabras. Ahora que ha adoptado una forma y unas palabras concretas, necesito deshacerme de ella. Y ésta es la forma de hacerlo.
Espero no haberos defraudado.
Atentamente,
Shrezade.
