Bueno, pues estoy de vuelta. Espero que encuentren la trama interesante. Lo cierto es que esta idea me llegó mientras archivaba papeles y limpiaba mi cuarto, así que probablemente es algo descabellada, pero realmente espero que la disfruten. Además, este fanfic es algo especial para mí porque es mi primer long–fic, y más aún, es el primer escrito romántico que hago, a pesar de ser admiradora del género, así es que estoy un tanto nerviosa, sólo espero no cometer un OOC imperdonable con Sesshy.
Además quería compartirles algo muy curioso y es que, cuando vi la muerte de Kagura en el Kanketsu me sentí triste, lloré, me deprimí, pero no vi realmente la grandeza de todo eso. Si vemos el capítulo dos de El Acto Final de Inu, Kagura muere sonriendo, muere feliz, sin remordimientos, orgullosa de haber peleado por lo que consideraba correcto, por lo que quería, hasta el final. Pero, además de esto, yo creo que era un personaje muy valiente y fuerte, porque más allá de decepciones amorosas o de batallas, se mantuvo fiel a sus principios y deseos y, seamos honestos, ¿era mucho lo que pedía? No, deseaba algo que cualquiera debería tener y que, sin embargo, a ella le estuvo vedado desde un inicio, por lo que yo creo que lo que Rumiko quería era hacernos ver la belleza de este personaje en su muerte, sufrió, lloró, peleó y de más, pero murió sonriendo, feliz, así que tal vez, en mi subconsciente, sí me di cuenta de todo esto y es por eso que decidí darle el final que se merecía.
Gracias, a ustedes por leer, pero también a mi beta que a la pobre le cargué mucho trabajo y sin la cual no habría podido hacer esto. ¡Gracias, Cris!
Creo que es todo lo que quería decir, así que se despide, Karen Hikari, ¡Nos leemos!
Y como dato curioso que tooodooos conocemos, Inuyasha y todos sus personajes no me pertenecen, son de Rumiko Takahashi y yo sólo los tomo prestados.
Capítulo 1
¡Libertad!
Lo había conseguido. Tenía su tan anhelada libertad. Pero ¿a qué precio? Sentía su vida extinguirse conforme la sangre salía de la herida abierta en su pecho. Pronto acabaría su sufrimiento. Al menos había tenido algunas razones para ser feliz. Si tan solo pudiera verlo una vez más… pero ya era muy tarde.
De pronto una mujer apareció un su campo de visión. ¿Qué hacía ella allí?
–¿Qué es… lo que quieres –preguntó con voz ronca, haciendo acopio de sus pocas fuerzas.
–Deja de hacerte la fuerte, querida
–contestó la sacerdotisa pronunciando burlonamente la última palabra.
–Ya no… estoy… emparentada…con Naraku…No tiene caso,…que me mates…, igual…, moriré pronto. –hablaba con dificultad, pero Kikyo le entendió.
–¿Crees que he venido en tu búsqueda sólo para darte el golpe de gracia? Niña, ¡tu vida se extingue! No tendría sentido acortar tu sufrimiento –comenzó a acercarse a ella. No podía moverse, no tenía oportunidad de escapar, pero…daba igual porque de todas formas iba a morir, pero… ¡sólo un poco más! Si tuviera más tiempo de libertad… Su único deseo era ese.
–¡Aléjate!– le rogó en un grito.
–¡Tranquilízate! ¡Eres una vergüenza como demonio! –continuó avanzando sin alterarse en lo más mínimo por los gritos de la otra mujer– Me sorprende que pienses tan poco; esperaba más de ti. Ya lo dijiste tú: ya no tienes nada que ver con Naraku, y mi pelea es con él, por consiguiente, tú y yo ya no somos enemigas.
Naraku ya ha hecho bastante daño –prosiguió–, demasiadas personas han sido sacrificadas por su codicia. Yo ya estoy muerta, sin embargo, he vuelto; es culpa suya que mi vida haya sido truncada. Así que, he decidido salvar tantas vidas como se me sea posible, mientras pueda. Y parece que serás una de ellas…– al decir esto finalmente logró llegar hasta ella.
–Tu… ¿quieres…ayudarme?, ¿podrías…salvarme?– preguntó Kagura, totalmente incrédula.
–No lo sé. Necesito revisarte antes de dar un diagnostico– contestó Kikyo inexpresivamente para después ordenarle– Híncate.
Kagura le obedeció en silencio. Con dificultad logró quedar de rodillas en el pasto. No podía creer que su antigua enemiga fuera a ayudarla. Si tan solo aguantara un poco más, solo un poco más…
Kikyo observó la herida de la hanyou. Era grave, muy profunda y había ocasionado una gran pérdida de sangre. Estaba fuera de las posibilidades de cualquier médico, hechicero o sacerdotisa… que estuviera vivo. Pero ella estaba muerta, podía salvarla, arrancar una víctima más de Naraku, de sus garras. De entre sus ropas sacó una botella con agua que había recogido en un río cercano, colocó sus manos sobre la herida y pronunciando un conjuro antiguo que Kagura no pudo entender consiguió que dejara de sangrar. Lavó la herida, pero eso era sólo la mitad del trabajo. De haberla dejado así habría sido solo cuestión de tiempo que volviera a abrirse o que se infectara, arrastrando a la joven a la muerte de igual manera. No quería ponerla nerviosa, así que decidió iniciar una conversación.
–Tú lo amas, ¿no es cierto?– pregunto de manera indiferente, consiguiendo que su interlocutora la mirara de forma interrogante– Al hermano de Inuyasha… ¿cuál es su nombre? ¿Sesshoumaru?
Rápidamente un rubor carmesí cubrió las mejillas de la chica mientras asentía casi imperceptiblemente.
–Tú aún tienes una oportunidad… –murmuró nostálgicamente la sacerdotisa más para sí que para ella– Tal vez quiera ayudarte solo para dártela, creo que no me perdonaría si te dejara morir cuando puedo ayudarte; me identifiqué contigo.
Tan pronto término de decirlo coloco ambas manos sobre la herida de su pecho y sin darle tiempo a Kagura de contestar nada comenzó a cantar un complicado y antiguo hechizo curativo:
Que la carne abierta cierre,
y el alma se purifique.
Que aquello sellado a mis ojos
se abra ante mi orden.
Que el dolor se detenga y la vida fluya.
Que los errores sean perdonados y una nueva oportunidad sea concedida.
¡Que del polvo nazca una chispa y de la chispa una llama!
Un dolor intenso se extendió desde la herida hasta el resto de su cuerpo y Kagura sintió como si la mano de Naraku la estuviera atravesando nuevamente. No pudo reprimir un grito atroz. ¿Cómo había confiado en ella? Le había dejado el camino libre para matarla. Solo le quedaba esperar que acabara pronto.
Y así sucedió. El dolor se detuvo tan repentinamente como había llegado. Un grito se ahogó en su garganta y le pareció que los sonidos a su alrededor, el trino de las aves, el viento en las hojas, se habían detenido también. No veía y no escuchaba nada. Tampoco sentía. ¿Estaría muerta ya? Al menos el dolor se había detenido…
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Después de semejante esfuerzo, Kikyo estaba exhausta, pero no podía, o más bien, no quería, estar allí para cuando Kagura despertara.
–Buena suerte…con todo– le susurró arrastrando las palabras mientras se ponía en pie tambaleantemente y continuaba su camino hacia una aldea cercana.
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Kagura despertó sintiendo que no lo había hecho en mucho tiempo.
El simple hecho de abrir los parpados y mantenerlos así era un esfuerzo enorme. Levantarse y caminar estaba, sin duda, fuera de sus posibilidades.
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El sol comenzaba a hacerse visible desapareciendo las sombras predominantes.
Un pequeño rayo de sol acarició sus piernas; estaba tendida en una posición que recordaba a la de una muñeca de trapo abandonada por su dueño.
Lentamente intentó abrir los ojos y esta vez le costó menos trabajo.
El sol ya estaba alto y por un momento la deslumbró, parpadeó varias veces hasta acostumbrarse a la luz. Se sentía mareada y al respirar sentía como si una hoja afilada se le clavara en el pecho.
El pecho.
Comenzó a recordar. Sus últimos recuerdos eran, tal vez, de días atrás.
Naraku la había llamado a su presencia, le había extendido su corazón, le había prometido su libertad. Se había acercado a él, confiada, y él le había colocado esa parte faltante sobre su pecho, del lado izquierdo, donde siempre debería haber estado. Siempre.
Sentía el peso, por primera vez en su vida. El suave palpitar de su corazón le hacía cosquillas. Sentía ganas de reír. Ya no estaría más al servicio de Naraku. Podría hacer lo que quisiera. Nadie la obligaría a nada. ¡Era libre!
Pero su felicidad se desvaneció al instante. Naraku la atravesó con su propia mano. Mientras su rostro se descomponía con un gesto de horror el de él se convertía en una mueca de desprecio y alegría.
Podía recordar su risa. Esas carcajadas que había oído tantas veces dirigidas a otras personas y que ahora eran para ella. Había sido una ingenua al pensar que la dejaría libre y lo había sido por dos razones: ella no estaba de ninguna forma de acuerdo con él, y él lo sabía, sabía que estaba en su contra y ella era una enemiga formidable; y por otro lado, hablaban de Naraku, y él estaba encantado de hacer sufrir a la gente*.
Era libre. Él mismo se lo había dicho. Podía irse, pero no le quedaba mucho tiempo.
Sentía la sangre salir y sentía cómo cada vez quedaba menos. En un principio el dolor había sido tan intenso que casi no le permitía moverse, y ahora, sin embargo, casi no lo sentía.
Y después, justo cuando sentía que la muerte comenzaba a acercarse con rapidez, había aparecido ella. ¿Qué hacía ella allí? Le había mentido. ¿Por qué? ¿Para qué? Más aún, ¿por qué la había dejado acercarse, si de todas formas había muerto? Tal vez sólo había deseado desesperadamente un poco más de tiempo. Y se había acabado.
Listo. Estaba muerta. Ese era el fin. Haber esperado más había sido una completa estupidez.
Pero sentía el calor de los rayos del sol y ése dolor lacerante cada vez que inhalaba y exhalaba.
¿Podría moverse? Si lo hacía, ¿significaba que estaba viva? Ella había prometido ayudarla, ¿lo habría hecho realmente? Intentó mover los brazos, pero no tenía fuerzas. ¡Maldición! ¡Vamos, sólo un poco!
Lo consiguió. Su brazo se había movido. Inmediatamente sintió una punzada de dolor recorriéndole el cuerpo desde el brazo derecho. No pudo reprimir un grito. Pero lo escuchaba. Y eso era bueno. Con torpeza dirigió su mano izquierda hasta el punto donde debía tener la herida.
Al principio sólo sintió los bordes ásperos de su desgarrado kimono, pero conforme seguía avanzando llegó al lugar donde su piel debería estar separada; pero, en cambio, sólo encontró una cicatriz inflamada, que al rozarla le ardió terriblemente. Pero no sangraba, ni siquiera había sangre seca alrededor.
Trató de mover las piernas, pero fue demasiado. Aún estaba muy delicada por la gran pérdida de sangre. Sintió una punzada horrible.
Ahora sabía lo que sentían sus víctimas cuando recibían su "Danza de las Cuchillas". La vista se le empezó a nublar y todo se borró de nuevo.
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Horas después volvió a despertar. Esta vez la luz del sol no la deslumbró, pues éste ya se estaba ocultando. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo llevaba dormida? La cabeza le daba vueltas y una media sonrisa apareció en su rostro al pensar que no sabía qué le dolía más, si la cabeza o el pecho.
Volvió a intentar mover las piernas; esta vez pudo hacerlo, aunque aún suponía un esfuerzo extraordinario.
Veía borroso, pero al menos podía moverse sin sentir tanto dolor. Trató de convencerse de que estaba bien, después de todo, aún estaba viva cuando debería estar muerta, pues la herida de su pecho sin duda habría sido mortal.
Empezó a levantarse. Estaba muy mareada, pero lo consiguió. Por un momento pareció que sus piernas no aguantarían su peso y se balanceó, llevó una de sus manos hasta su cabeza y la otra a su pecho, tratando de estabilizar su respiración.
¡Vamos! Ésa mujer… ¿cuál era su nombre? ¿Ki? ¿Kiki? ¿Kikyo? Sí, eso era. Kikyo tenía razón, era una hanyou, un demonio, un poco de dolor no acabaría con ella.
Movió el pie izquierdo tratando de caminar, pero inmediatamente perdió el equilibrio. Nuevamente estaba de rodillas en el pasto, caminar le era imposible, y a pesar de eso, debía moverse, al menos quedar entre algunos arbustos, ya que estaba en un campo abierto y era un blanco fácil para la multitud de enemigos que se había creado al trabajar para Naraku.
Inevitablemente lágrimas de impotencia bañaron sus mejillas y eso sólo la hizo sentir más miserable. Nunca había llorado.
Debería estar feliz y agradecida porque vivía y, en cambio, se sentía increíblemente desdichada.
Debía moverse, como fuera.
Había perdido mucha sangre y no había comido, probablemente, en días, debía, como mínimo, beber algo.
Le pareció recordar que un río corría cerca de allí, debía tratar de dirigirse hacia él para beber y después buscar refugio.
Comenzó a avanzar a gatas, prácticamente arrastrándose.
Esperaba que ese río, si es que existía, estuviera cerca, porque en ese estado no podía ir muy lejos.
Después de unos metros se sintió muy fatigada. Habría dado lo mismo que sus miembros fueran de piedra, pues cada movimiento, por pequeño que fuera, suponía un esfuerzo excepcional.
Se dejó caer, exhausta y respirando con pesadez. Al parecer no lo había conseguido, finalmente moriría. El hechizo de Kikyo solo había conseguido hacerla más lenta, retardarla.
La posición en la que se encontraba, en otro momento, le habría parecido incómoda, pero, ahora, ya no importaba.
Estaba acostada con los brazos extendidos hacia el frente, sobre la hierba. El pasto estaba húmedo, lo sentía a través de sus ropas maltrechas.
Húmedo… agua. ¡Agua!
Como si le hubiera caído un rayo se sintió con nuevas fuerzas. Ni siquiera intentó levantarse.
Gateando, consiguió avanzar un poco más y se encontró con un charco de agua rodeado de lodo.
Hundió sus manos en el barro e inmediatamente se sintió mejor. Se acercó más hasta sentir como el agua le rozaba las rodillas. Su kimono blanco seguramente se mancharía, pero no podía importarle menos, de todas formas estaba hecho pedazos.
Al levantar la vista se dio cuenta de que ése era solo un pequeño charco, el verdadero río se extendía un poco más allá.
Hacía unos momentos la distancia le habría parecido infranqueable, pero ahora tenía nuevas esperanzas, nuevas energías.
Rápidamente venció el espacio que la separaba del arroyo.
Una vez en la orilla se inclinó para beber.
Al entrar en contacto con el agua sintió como si los músculos se le destensaran y de inmediato se sintió más tranquila. Pasar el líquido por su garganta fue increíblemente revitalizante, sintió como si no lo hubiera hecho en años. Estaba helada, pero no le molestó en absoluto.
Se sentía tan tranquila. Por primera vez desde que tenía memoria se sentía tranquila, creía que podría lograrlo todo: vivir, ser libre, ¡todo!, o casi todo lo que había deseado, y que ahora sentía estaba al alcance de su mano.
Empezó a sentir el cansancio de la trayectoria que había realizado y del esfuerzo que suponía el haberla realizado. Se recostó en la hierba que había al lado del nacimiento de agua, sorprendiéndose ante su suavidad, que notaba por primera vez.
El aire soplaba en una ligera brisa a su alrededor, las hojas que se mecían parecían susurrar una canción, poco a poco su mente fue cayendo más y más hondo en el profundo abismo que era el sueño, hasta que abandonó su cuerpo. Hasta que ya no sintió el dolor.
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A la mañana siguiente despertó tan pronto los rayos del sol le acariciaron el rostro. No lo hizo de golpe, sino muy lentamente, sin incomodarse por la luz.
Respiró sin sentir tanto dolor como los días anteriores, aunque el lado izquierdo aun le molestaba bastante. Pudo sentarse sin sentir que sus miembros se separaban de su cuerpo. Veía más claramente, aunque sabía que si intentaba hacer movimientos bruscos sentiría que le martillaban la cabeza.
Las aves ya volaban, en busca de alimento; uno incluso se acercó a ella. Era la primera vez que un animal lo hacía. Tal vez se hubiera dado cuenta de que estaba débil…o, tal vez, había visto que no quería hacerle daño. Le sonrió aunque de inmediato se arrepintió.
Se inclinó para beber más agua. Tenía un sentimiento de infinita paz.
Podía oler la hierba y las flores. Olían a vida, a bienestar. Todo indicaba que lo había conseguido. Estaba viva. Era libre. Pero, ¿qué haría? Antes no se había detenido a pensar en ello, porque habían sido sólo vanas esperanzas, sólo deseos, pero ahora era libre. Había tenido tiempo de sobra para desear su libertad, pero no había pensado en qué haría si algún día la conseguía realmente. Nunca creyó que lo lograría y sin embargo, allí estaba: libre, tranquila, sin la necesidad de responder a ninguna orden podía hacer lo que quisiera con los años que tenía por delante, ya no pertenecía a Naraku, había dejado de ser un objeto para convertirse en persona. Pero no tenía a nadie.
Todas las personas que conocía eran sus enemigos. Todo lo que conocía eran las peleas. Ahora no tenía que pelear si no quería hacerlo, pero, ¿qué quería hacer?
No le quedaba más que vagar hasta encontrar la respuesta. Se levantó un poco mareada y se inclinó para observar exactamente en qué condiciones estaba su ropa. Jirones. Su precioso kimono blanco era ahora completamente inútil. Ni hablar. Necesitaba uno nuevo, pero eso no podía arreglarlo, así que siguió pensando.
Podría buscar al equipo de Inuyasha, pedir perdón y ayudarles a vencer a Naraku, con quien, de todas formas, tenía cuentas pendientes. Pero se dio cuenta de que no quería pelear. Ya no. Ni siquiera si era contra él. Estaba cansada. Toda su vida había sido utilizada como un arma para matar, solo conocía eso, solo sabía hacer eso y…se dio cuenta de que ya no quería hacerlo, no otra vez.
Simplemente ya no quería matar a nadie más. Llevaba meses viéndose obligada a matar a otros para salvar su propia vida y ahora que tenía la oportunidad de elegir, volver a hacer algo así la asqueaba.
Tras de sí no había ningún amigo, nadie a quien le importara, sólo enemigos y personas que la odiaban por compartir lazos con Naraku, claro que esas personas no sabían que a ella misma le desagradaba la idea de tener algo que ver con él, por más mínimo que fuera. Pero no podía resolver eso, ella existía sólo porque Naraku la había creado, y nada, ni siquiera que le hubiera entregado su corazón, cambiaría eso.
La idea de unirse al grupo de Inuyasha volvió a surgir en su mente, pero no le era muy atractiva, también podía tragarse su orgullo y buscar una aldea humana y permanecer allí hasta que se repusiera, pero algo lo impedía: el inconfundible color rojo de sus ojos que inmediatamente la identificaría como un demonio.
Con mucho dolor llevó sus brazos hasta su cabeza y deshizo su chongo. Su largo cabello oscuro formó, con ayuda de un pequeño soplo de viento, remolinos a su espalda. No le gustaba llevar el cabello suelto, pues así era físicamente más parecida a la persona que más odiaba, a Naraku, por eso siempre lo recogía, esa vez, sin embargo, la imagen que le devolvió el riachuelo le pareció… bonita, hermosa a decir verdad.
Y eso la hizo acordarse de algo más que siempre la uniría con Naraku. Ésa maldita cicatriz que llevaba en la espalda, ésa que ligaba al mismo Naraku a sus orígenes humanos, al ladrón humano que había sido.
No tenía caso, pero quería verla. Bajó el cuello de su kimono hasta los hombros y forzando su cuello un poco logró ver su espalda.
No podía creerlo: la araña que estaba condenada a llevar para siempre había desaparecido. El último de sus vínculos con Naraku había desaparecido. Era libre. Rió, y al mismo tiempo, sintió que las lágrimas acudían nuevamente a sus ojos. Era libre. ¡Libre!
Por fin se decidió a avanzar. Arregló lo que quedaba de su kimono lo mejor que pudo y empezó a caminar. Cerca de allí había un bosque, no era la gran cosa, pero, allí podría conseguir comida y un refugio.
Pero así como estaba ni siquiera podía recurrir a su abanico para cortar un árbol o la herida volvería a abrirse, no podía hacer ni un pequeño esfuerzo porque todo le dolía así que tendría que conformarse con buscar una cueva, o algo por el estilo.
Afortunadamente no tuvo que buscar mucho, después de todo no podía ir muy lejos, pues encontró un claro con arbustos de bayas y se dejó caer al lado de uno, descansando la espalda contra un árbol. Eran muy amargas, pero, por el momento, estaban bien.
Suspiró y recargó su cabeza contra el tronco. Sabía que debía reemprender su camino si no quería encontrarse con viejos conocidos de peleas que solo quisieran matarla, pero estaba muy cansada, aún no quería continuar.
Finalmente tuvo que levantarse, tambalearse y ver borroso antes de poder caminar más o menos erguida. Volvió a salir del claro y se reintegró al sendero.
Poco después escuchó voces que le eran conocidas, pero no pertenecían a viejos enemigos, sino a alguien a quien sin duda alguna deseaba ver. Las voces no sonaban como las de personas que van andando y mientras tanto conversan, sino como las de un grupo que se ha detenido y matan el tiempo platicando. La conversación debería incluir a tres personas, pero solo se escuchaban dos voces y algún ocasional sonido de una tercera.
Sin saber bien porqué, se dirigió hacia el lugar de donde venían las voces y se apartó nuevamente del camino. Al principio, lo hizo en silencio, procurando no hacer ruido, pero debido a que todo el cuerpo le dolía no podía ser lo que se dice sigilosa y callada, además si lo hacía todo en silencio podía ser que cierto demonio que no confiaba en nadie la atacara. Se detuvo a pensar en qué le convenía más, si dejarse descubrir y esperar que no la atacara, o acercarse en silencio y arriesgarse a que creyera que era un enemigo. Optó por la primera y cuando volvió a andar lo hizo sin que le importara el ruido que hacía. Poco después entró en su campo visual un pequeño claro, del cual parecían venir las voces y entró sin importarle que no fuera precisamente la entrada que se espera de la controladora de los vientos.
Al aparecer de improviso en el claro y haciendo tanto ruido atrajo sobre sí las miradas de un demonio verde y de una niña humana. La niña primero puso cara de sorpresa, pero inmediatamente le sonrió con inocencia, el demonio, por el contrario, la miró primero con sorpresa y luego con indignación; a ella le pareció que estuvo a punto de decirle que se marchara, pero poco detuvo la vista en ésos dos, pues casi inmediatamente volteó a ver al otro demonio que, si se había sorprendido de verla allí, no lo dejó traslucir.
Su corazón aceleró el ritmo de su marcha y le sorprendió que no rompiera sus costillas en un intento de ocupar más espacio.
La observó críticamente e hizo una ligera y casi imperceptible mueca de disgusto. Sin duda se debía a su aspecto, debía de lucir deplorable, o al menos eso pensaba. Se arrepintió de haber entrado y sintió deseos de dar media vuelta y echarse a correr, ¿por qué había entrado, en primer lugar?, pero él la detuvo:
–¿Qué haces aquí?– preguntó inalterable y fríamente– No me digas que te perdiste– genial, se estaba burlando de ella.
– Te equivocas, Sesshoumaru –contestó, tratando de parecer calmada– No puedo perderme, porque no estoy yendo a ningún lugar, no tengo donde ir.
–…Y en todo eso ¡¿nosotros qué tenemos que ver?! –la interrumpió el demonio verde.
–Señor Jaken, no diga eso –le pidió la humana, haciendo que el demonio le bufara, pero de todo esto ella apenas se dio cuenta, y Sesshoumaru, tal vez por lo acostumbrado que estaba, decidió ignorarlos.
Respiro profundamente, y una pregunta surgió en su mente: ¿qué había esperado encontrar?, ¿qué había querido, que Sesshoumaru le dijera que podía acompañarlos?, ¿una cálida bienvenida? Pues había sido una estúpida. El aparecer salida de la nada, con la ropa hecha jirones y tratar de apelar a la compasión del demonio había sido un completo error. Debía disculparse o inventar cualquier excusa y marcharse. Eso habría sido un acierto, uno de los pocos del día, sin embargo, su lado más impulsivo no estaba de acuerdo con la cordura.
Quería marcharse, pero no lo hizo, no pudo, algo se lo impidió y, en cambio pidió:
–¡Al menos ésta noche, permíteme quedarme!
N. A.
1 Sé que cambié un poco la muerte de Kagura. La verdad es que estoy consciente de que Naraku no la llamó a su presencia, sino que se la encontró en el cielo, de que tampoco colocó su corazón sobre su pecho, sino que lo tenía en sus manos, deseó devolvérselo y se desvaneció, y de que tampoco la atravesaba con sus propias manos, sino que hacía uso de sus asquerosos tentáculos, pero, al momento de escribir esto –la primera vez–, yo realmente pensé que así había sido y, después, cuando volví a ver algunos capítulos y me di cuenta de que no era así y volví a leer el escrito me pareció que quedaba bien, es más me pareció que era hasta más dramático, por lo que lo conservé, perdón si hay alguien a quien la idea no le gustó.
