Death Note no me pertenece.


Cuando la ve, se queda estático. Desea beber su cabello rubio, embriagarse con sus ojos azules, amar de nuevo esa piel que antes era tan áspera como la litera en la que dormían. No solían tener jabón, y los baños eran escasos. La ve y se siente parte de algo. La ve y sabe que esa realidad por la que antes lloraba no era una utopía, no era un sueño ni una fantasía. Verla es saber que siempre tuvo razón. Verla es sentir de nuevo ese dolor punzante, recordando el calor perfecto de verano en invierno que una vez tuvo y que ya no. Ya no. Nunca, nunca más. El aeropuerto japonés desaparece, solo está ella, caminando con ese porte de princesa que él recuerda tan bien. Orgullosa, feliz, sabia. De repente siente los fuertes brazos de Matt abrazándolo, y recuerda que ha ido a allí a darle una sorpresa. Lo ha estado tratando más pésimo de lo normal. Y había pensado que en el mejor de los casos, ir a recibirlo sería un gesto que él apreciaría. Porque Mello no quiere que él se harte. No quiere que lo deje, y si tiene que sacrificar un par de horas de vigilancia y un par de cucharadas de su orgullo para que Matt por lo menos sepa que le duele no poder dejar el caso, pues qué va. No importa. Y lo abraza también, porque Matt es fuego, porque ella es fuego. Fuego que debió apagarse tras unas cuantas sesiones con el psicólogo de Wammy's y más de una década de supuesto olvido. Debió, pero no lo hizo, sigue ardiendo en su sed de normalidad tanto como arde su deseo de Matt y sus ansias de heredar un puesto inalcanzable. Mello no olvida, no puede. Le duele recordar. Pero no es capaz de hacer a un lado el odio, no es capaz de no añorar el amor. Abraza con fuerza a ese ser que le ha dicho que lo ama mientras observa el andar de ese otro ser que intentó amarlo mientras pudo. Las palizas, el hambre, la asfixiante soledad, los juegos a escondidas, y las corridas por ese pueblo perdido en la oscura Europa que nadie conoce ya. Y ella se aleja, cada vez más. Logra visualizar un anillo brillante en su mano, una promesa, un futuro de cielo celeste. Y sabe que no puede arruinarle la vida, no a ella, no mientras Matt se mantenga junto a él como está haciendo. Aleja la vista de ella y huele el cuello del pelirrojo, aspirando su propio futuro de cielo celeste, su apoyo de hierro, aprisionando el cuerpo que dormirá con él el resto de las noches que ambos se mantengan con vida. Tiene miedo de perder a Matt, de perderse a sí mismo cuando alce la vista y ella ya no esté. Alza la vista apretando la remera a rayas de él contra su propio cuerpo. Y su figura está allí, con una maleta, dejando Japón, dejándolo a él sin saberlo. Matt rompe el abrazo, recorriendo sus brazos hasta llegar a sus manos y tomarlas mientras apoya suavemente su cabeza en la clavícula de Mello. Él sigue observando a su pasado roto alejarse. Años, años... años. Pasaron más tiempo separados que juntos y eso le duele. Pero no piensa olvidarla. Jamás, porque eso es olvidar la cicatriz en su pierna, la caída del monte mientras jugaban con los vecinos, es dejar atrás ese orgullo que copió de ella. Es olvidar a la persona que le enseñó a amar. Así que eso, nunca. Aún así, le es imposible sonreír, siquiera con nostalgia, a la figura femenina con cuerpo de modelo que no lo ha visto, a la mocosa rubia que había sido su hermana.