Holas, les traigo una nueva historia. Espero que les guste.

Todos tenemos una estrella que nos guía en nuestro camino, que nos alumbra hacia nuestro destino. Bulma aprenderá que el miedo sólo nublará esa luz, perdiéndonos entre las tinieblas, y sólo obteniendo dolor en nuestras vida. Ella tratará de expiar sus culpas y encaminar a su hijo hacia su estrella correcta.

Los personajes de Dragón Ball no me pertenecen. Todos les pertenecen a Toriyama – san, quien aún no me contesta si es que me puede regalar uno jejejeje


CAPÍTULO 1.

Bulma caminaba por las calles frías de la Cuidad Oeste, era mitad de invierno y el cielo estaba totalmente nublado, parecía que iba a llover, pero las gotas no se animaban a caer. Miró el cielo como muchas veces lo hacía en su caminata vespertina. Un cielo deprimente como todas las tardes, adelantado a las horas, queriendo anunciar una noche que faltaba mucho por llegar. Tomó otra bocanada a su cigarro antes de dejarlo caer al suelo y pisarlo. Cruzó la calle, caminaba por caminar, hace tiempo que dejó de buscar algún significado a eso, lo hacía para dejar de pensar, despejarse después de estar encerrada horas entera en su laboratorio o en una oficina leyendo memorándums y correos.

Vestía un gran abrigo negro que le llegaba hasta las rodillas, un sombrero y unos lentes marrones, todo estaba nublado, pero ella no podía despegarse de esos lentes, supuestamente era para que no la reconocieran y no le pidan autógrafos o la detenga algún conocido, aunque eso último lo dudaba, Siempre se dirigía a calles que estaban lejos de donde normalmente caminaría. Se detuvo en una esquina para observar las vitrinas de ropa mientras prendía otro cigarro, en invierno siempre fumaba de más, desde cuatro hasta seis cajetillas por día. Sonrió al recordarlo y como este le recriminaba por eso y le decía que el cigarro la llevaría a la muerte, pero hasta ahora seguía bien, sin ningún mal, más que un ligero dolor en las rodillas.

Vio un gran parque y decidió ingresar, hace mucho que no caminaba por ellos, le traía muchos recuerdos a la memoria, algunos de ellos demasiados tristes, otros demasiados añorados. Prendió otro cigarrillo mientras caminaba, observaba algunas personas que caminaban rápidamente, otros simplemente disfrutaban del lugar, también observó algunas familias, padres e hijos caminando y riendo sin preocupaciones. Se sentó en una banca, mientras veía como una madre leía al frente suyo mientras mecía una carriola, la mujer le sonrió al ver que la peliazul la observaba. Bulma le devolvió la sonrisa y miró hacia otro lado, volvió a observar el cielo, como deseaba que lloviera, pero no deseaba una lluvia cualquiera, deseaba una torrencial como ese día, como la que siempre acompañaba a los momentos importantes de su vida. Suspiró, apagó su cigarro y buscó otro más, pero su cajetilla estaba vacía. Era momento de regresar a su realidad, a su mundo.

Se levantó y se dirigió hacia la salida del parque. Tenía que parar en una bodega por más cigarrillos, pensaba.

¡Bulma! – Escuchó que alguien gritaba su nombre detrás de ella, creyó escuchar mal, nadie por ahí debía de conocerla - ¡Bulma! – Volvió a escuchar, se detuvo para reconocer mejor la voz - ¡Bulma! – Escuchó más cerca, se volteó y reconoció al que la llamaba – de verdad eres tú – le dijo este cuando estuvo cerca.

Krillin – exclamó ella feliz de ver un viejo amigo - ¿cómo estás? – Los dos se abrazaron fraternalmente – ¿Qué haces aquí? – Le preguntó cuándo se separaron para observarlo mejor – ¡tienes cabello! –exclamó y rió por el comentario, hace años que no lo veía.

Si – le contestó avergonzado – hace un par de años que estoy dejando que me crezca – y también rió – ¿Qué haces por acá? – le preguntó intrigado.

Ya sabes – contestó tratando de sonar casual – tomé una larga caminata, ¿y tú?

Estoy con mi familia – le dijo señalando a una mujer rubia junto con una niña de tres años que corría alegremente – me casé hace cuatro años, ¿cómo esta Yamsha? – le preguntó por su amigo.

Bien – le dijo tratando de sonreír – tu sabes cómo es él, siempre está bien.

Sí claro – dijo y rió un poco – hace unos meses vi a Trunks.

¿Trunks? –soltó ansiosa – ¿Cómo lo viste?, ¿estaba bien?

Sí – le contestó su amigo extrañado por la voz de su amiga – viajaba con una amiga, según él – comentó sonriendo.

Sí, siempre sale con eso – trató de sonar casual - ¿en dónde lo viste? – le preguntó inmediatamente.

En la cuidad del Sur – le contestó – estaba de pasada, creo que estaba arreglando su moto.

Esa moto no tiene solución –comentó y soltó una carcajada – ¿estás seguro que estaba bien?

Sí – le volvió asegurar su amigo – mi familia me llama, Bulma, ha sido un gusto verte de nuevo – la abrazó – espero que nos veamos pronto – y se fue corriendo donde se encontraba su rubia esposa.

Bulma observó cómo su amigo era recibido con un gran abrazo de la niña y una gran sonrisa de su esposa, las lágrimas querían traicionarla, no podía llorar en un parque, se recordó. Volvió a buscar un cigarro en su cajetilla vacía, estaba nerviosa, ansiosa, se abrazó a sí misma, tratando de recomponerse, no podía hacer un espectáculo. Se sobó ambos brazos y salió velozmente del parque, necesitaba alejarse de ahí y escapar de los recuerdos que amenazaban con atormentarla mentalmente. Paró un taxi en la esquina, se subió rápidamente, se sentó y dictó la dirección inmediatamente, no sabía cuánto tiempo podía mantener la voz, sentía que si decía una palabra más esta se le quebraría y comenzaría a llorar, un llanto que no pararía hasta que sus ojos quedaran totalmente secos. Miraba por la ventana, pero no tenía la mirada fija, sólo recordaba y recordaba, cada evocación era más dolorosa que la anterior. Se había acurrucado en una esquina del taxi, tratando de salir de la visión del espejo del taxista, no quería preguntas ni conversaciones superfluas, sin sentido alguno para ella.

Cuando llegó a su departamento, le pagó al taxista y se bajó rápidamente, no quería que el portero la viera en ese estado. No quería que nadie la viese. Llegó a su piso, cerró todo, la puerta, las cortinas de la sala, de su cuarto, de cada rincón de la casa, excepto de uno. A ese cuarto que aún se negaba a ingresar, que cada vez que se paraba en la puerta dispuesta a girar el pomo, su mano no se movía y sus piernas no avanzaban. Esta vez no fue diferente, no pudo ingresar y lloró, lloró con todas sus fuerzas apoyada en esa puerta que hace años la había cerrado y aún no tenía el valor de abrir. Lloró y gritó, ya sin importarle si le escuchaban los otros inquilinos, lloró y golpeó con todas sus fuerzas, esperando que alguien la escuchara del otro lado de esa puerta, pero sabía que era imposible. Lloró y lloró por todos los recuerdos que la golpeaban en esos momentos, dañando su ya magullado corazón, incapaz de soportar de nuevo eso dolor. Lloró queriendo sacar todo de su cuerpo para así poder levantarse, pero no podía, seguía llorando ante esa puerta incapaz de afrontar lo que había dentro de ella. Gimoteaba entre llantos, cuando la voz no le daba para más, trataba de levantarse, pero el llanto volvía más fuerte regresándola al suelo. Regresando el dolor en su pecho.

No supo cuánto tiempo estuvo en ese estado, no supo en que momento cayó dormida en el suelo, no recordaba si es que se había despertado a seguir llorando, se levantó lentamente del suelo, las lágrimas todavía caían por su mejillas, pero ya no tenía voz, pequeños gemidos se le escapaban de vez en cuando. Caminó hasta su cuarto y se acostó en su cama, no creía que consiliaria sueño alguno, pero el suelo estaba frío para seguir ahí. Estaba temblando, pero no tenía fuerzas para preparar su cama, se acostó encima de todo, quería volver a enterrar todo.

Despertó congelada, todo su cuerpo temblaba fuertemente y tenía una fuerte jaqueca, se agradeció por haber cerrado las cortinas el día anterior, se cubrió de cabeza a pies con una colcha y caminó hasta su espejo, se observó con desgano, tenía los ojos hinchados y rojos, su rostro se veía totalmente pálido. Marcó a su secretaria e informó que ese día no iría a trabajar. Salió hacia su cocina y se preparó un té, abrió un cajón y sacó una cajetilla de cigarros. Hoy rompería su record, supuso, vio hacía el pasillo donde se había desmoronado el día anterior, las lágrimas volvieron a salir, el llanto se hizo presente de nuevo, pero no con la misma fuerza. Volvió a su cuarto, se volvería acostar no deseaba otra cosa más. Al pasar por la sala, observó la foto que colgaba encima de la chimenea, estaba ella y sus padres, felices, sonrientes, una sonrisa que en esos momentos parecía incapaz de mostrar en su rostro. Por un momento pensó en llamarlos, hablar con ellos de él, preguntarles, pero aún no tenía las fuerzas para traerlo de nuevo a su vida.

Se metió en su cama, se acurrucó lo mejor que pudo y trató de volver a dormir, no soñar, no recordar era lo que más deseaba. No quería pensar en nada, pero la mente es traicionera, siempre trayendo los recuerdos más dolorosos en los momentos que menos los deseamos, apuñalando el poco sentido común que puede quedar. Haciendo que nos preguntemos sobre los quizás, deseando con todas las fuerzas posibles el poder cambiar lo sucedido, pero al ser incapaces de poder hacerlo, nos deja más impotentes que en ese momento. Escondió la cabeza debajo de la almohada, ahuyentando las voces, tratando de no escuchar.


¡¿Cómo es él?! – Gritaba el adolescente - ¡¿por qué nunca me has hablado de él?!

Trunks, ya hablamos de esto – le dijo su madre fastidiada – ya no es parte de nuestras vidas, no es necesario que sepas de él.

¡Y por eso tenías que buscarte un sustituto! – Le siguió gritando – ¡Querías que cambie mis recuerdos por ese desconocido! – se sobó la cabeza con ambas manos – casi no recuerdo nada de él – bajó su mirada – sé que vivimos con él al principio, mis recuerdos son sombras casi sin rostros - sacó una foto de su bolsillo – lo encontré en tu cuarto ayer – la miró decidido y se acercó a su madre con la foto en mano – ¡Dime!, ¡¿Por qué tu si puedes tener una foto de él?!, ¡¿Por qué yo soy el que tiene que borrarlo de su memoria?! - su ceño se fruncía más mientras hablaba - ¿Por qué no puedo saber de él? ¿Qué te hizo para que lo alejaras de mí?

¡Ya no volverá con nosotros! – le gritó Bulma tratando de terminar esa discusión que ya era familiar entre ellos.

Me voy de esta casa – le informó caminando decidido hacía la puerta.

Bulma lo miró sorprendida, solo cargaba una mochila – no puedes, eres menor, no puedes escapar – corrió hacia la puerta pero su hijo era más veloz, por lo que llegó antes que ella – tampoco puedes quedarte con ellos, no puedes – las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

Mamá – la miró a los ojos – me separaste de él y luego de mis abuelos cuando pensaban contarme la verdad – frunció el entrecejo - ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué esta tonta necesidad de esconder todo de él?! – Puso su mano en el pomo de la puerta - ¡dime! – exigió.

Si te fugas, la policía estará detrás de ti en menos de una hora – lo amenazó – no puedes marcharte.

Tengo independencia – le dijo – me la entregó el juez ayer, y me voy de esta casa – abrió la puerta – ni intentes buscarme, no me vas a encontrar – sintió la mano de su madre en su hombro – cuéntame de él – pidió apoyando su cabeza en la puerta, esperando un milagro.

Nunca lo encontraras – le informó segura – nunca sabrás de él.

Se zafó del agarre – entonces nunca más sabrás de mí, voy a buscarlo – la confrontó furioso – voy a saber por qué me alejaste de él – y azotó la puerta.

Bulma cayó al suelo, sus piernas estaban demasiado débiles para sostenerla. Lloró en el suelo, sabía que su hijo le decía la verdad, si deseaba desaparecer para ella así lo cumpliría. Y siguió llorando, rogando que el adolecente regresara, que cambiara de parecer.


Despertó sobresaltada, se había enredado entre las mantas por lo que demoró en levantarse, su cabeza le dolía más, como si tuviese una resaca. Suspiró todavía era de día, sus ojos le ardían, se sentó al borde la cama con los ojos cerrados, buscó a tientas su cajetillas, pero no la encontró por lo que tuvo que abrir los ojos a regañadientes. Suspiró de nuevo mientras prendía su cigarro, se levantó y fue directo a su armario, había despertado con una firmeza, ya era hora enfrentarse a todo, dejar de huir como lo había estado haciendo todos estos dieciséis años. Se agachó y comenzó a buscar entre sus objetos olvidados, enterrados en lo más profundo de ese armario, luego de vario minutos, encontró una cajita empolvada. Suspiró, tomando valor para lo que estaba dispuesta a hacer, la abrió rápidamente y sacó una llave. Se levantó y salió de su cuarto con pasos decididos, soltó el cigarro cuando se detuvo en la puerta que ayer presenció todo su dolor. Comenzó a jugar con la llave entre sus dedos, dio dos pasos hacia atrás, no se sentía preparada, pero quien lo estaba para enfrentar un dolor guardado, oculto. Miró el pomo de la puerta y encajó la llave, cerró los ojos con fuerza mientras la giraba y escuchaba como el cerrojo cedía y la puerta se abría.


Mamá, ¡el cuarto es increíble! –Gritó emocionado el niño de ocho años, mientras escudriñaba el lugar con la mirada – ¡es inmenso! – Y le sonrió.


El cuarto estaba lleno de cajas, muchas de ellas empolvadas por el paso de los años, la cama estaba desarmada en una esquina, y los armarios totalmente cerrados. En las paredes había un par de fotos, pero la mayoría de ellas se encontraban amontonadas en la cómoda, apiladas, una encima de otra. Bulma caminó a paso lento, pasando su mano sobre las cajas, observando las pocas fotos, donde se observaba a un niño peliazul feliz, corriendo en un parque, otra en su casa. Cuando se acercó a la cómoda, sus manos temblaron, las detuvo en el aire, cerró los ojos y exhaló fuertemente, tomando el valor necesario, revisó las fotos amontonadas buscando una foto donde ellos estuviesen feliz, esos breves momentos de felicidad. Y la encontró, una donde estaba ella y sus padres, su madre abrazaba al pequeño niño de cuatro años, quien sonreía pero mantenía el ceño fruncido, una marca paterna que jamás cambiaría. La llevó hacía su pecho y la abrazó fuertemente, tratando de regresar a esos tiempos, donde las preguntas todavía no empezaban, las peleas eran lejanas y sólo había risas entre ellos.

Salió de la habitación con la fotografía en mano, se dirigió a la sala, se sirvió un vaso de vino y se sentó en el sofá a beber, necesitaba todo el valor que tenía dentro de ella para hacer la llamada telefónica. Miraba la fotografía, tratando de recordar esos años y los años anteriores. Siempre se había preguntado si había hecho lo correcto, si no debió esperar, si debió contarle todo desde niño, si no debió huir. Nunca quiso su odio, nunca quiso causarle daño, nunca quiso que él se alejara, pero siempre creyó que si le contaba la verdad, él la hubiese tratado de regresar, la hubiese abandonado, quizás no con el mismo rencor, pero estaría igual que ahora, sin él.

Su mente seguía vagando entre los recuerdos y sus inquietudes, que no se dio cuenta cuando se acabó el vino. Dejó el vaso en su mesita, y revisó su celular. Marcó el número nerviosamente, esperó que alguien le contestara al otro lado de la línea, la espera se hacía larga, casi infinita, no podía creer que después de tantos años que por fin se decidía a llamar nadie le contestara. Gruñó molesta, dispuesta a colgar.


¡Los odio! – Les gritaba casi histérica por teléfono – ¡cómo pudieron alejarlo de mí! – Estaba casi fuera de si - ¡no tenían por qué meterse en nuestra vida! ¡Ustedes lo alejaron de mí! – Lloraba desconsolada - ¡les dije que lo dejaran en paz! ¡Que no le hablaran! ¡Los odio!

Bulmita – escuchaba al otro lado de la línea, su madre también lloraba – él nos pidió ayuda, no le contamos nada sobre él – parecía que suplicaba – eso te corresponde a ti, hijita, cuéntale todo, él te entenderá – su madre gimoteó – él es un niño bueno, comprenderá todo.

¡No! – Le gritó - ¡no debían meterse en mi vida! ¡Nos fuimos por eso! – Seguía llorando - ¡No debieron ayudarlo! – Respiraba rápidamente – díganme a donde se fue – les pidió – quizás puede invalidar esa orden – pensaba en voz alta – aún puedo, tenemos varios amigos jueces, ellos pueden.

No se puede – le contradijo su madre – tu padre habló con todos sus conocidos, nadie te ayudara con eso – le explicó – no sabemos adónde se marchó – le mintió – no hemos hablado con él.

¡Mientes! – Le volvió a gritar - ¡mienten! ¡Lo están alejando de mí!

Solo déjalo verlo – le pidió su madre – cuéntale la verdad, él comprenderá.

¡Los odio! – le gritó y lanzó el teléfono, destruyéndolo cuando chocó contra la pared


Hola – escuchó la voz de una mujer contestarle - ¿hola? – Bulma se quedó muda, abrió la boca pero no podía articular ninguna palabra - ¿hola? – Volvió a preguntar la mujer – querido, el teléfono está descompuesto – la escuchó decir al otro lado de la línea – no se preocupe, le devolveremos la llamada del otro teléfono – le dijo tranquilizadoramente.

Mamá – susurró Bulma – mamá, soy yo – tartamudeo nerviosamente.

¡¿Bulma?! – Escuchó a su madre exclamar sorprendida e incrédula – ¿eres tú, querida, de verdad?

Claro mamá – respondió casi riendo por la pregunta tonta.

Bulmita, ¿cómo estás? – Le preguntó amorosamente - ¿Cómo vas en la empresa?, tu padre no quiere decirme nada – comentó – ¡Querido, es Bulmita! – La escuchó gritar – Bulmita está en el teléfono.

Tantos años, tantas peleas y tanto resentimiento de su parte, pero su madre le hablaba como si fuese una llamada cotidiana, como si no se hubiesen despedido entre gritos. En la voz de su madre solo había amor hacía ella, palabras dulces, nada de reproches. Algunas lágrimas cayeron por su mejillas al sentir ese amor maternal cruzar la línea y envolverla, porque no se dio cuenta antes que todo lo que deseaban sus padres era evitar la amarga ruptura entre ella y su hijo, porque estuvo cegada por el miedo y el orgullo que no vio que todo lo que hacía era solo para protegerse ella misma, que nunca veló por el bienestar de su hijo ni el de su familia que siempre la apoyó. Nunca debió ser una cobarde, nunca debió huir como lo hizo ese día.

¿Qué sucede, hijita? – La escuchó por el teléfono – ¿estás bien?, ¿necesitas hablar con tu padre? – la preocupación de su madre por su mutismo acrecentaba con cada pregunta que realizaba.

Estoy bien, mamá – le contestó – les llamaba para hablar de Trunks.

Escuchó un gemido ahogado – Bulmita, sabes que no sabemos dónde está – le dijo sin sonar creíble.

Bulma rió – si saben – les dijo suavemente – no quiero llamarlo o buscarlo – les comentó – sólo enviarle una carta.

¿Una carta? – preguntó su madre sin entender.

Es la mejor forma de contarle todo, toda la verdad, mamá – le contestó – le contaré todo, se lo enviaré a ustedes y ustedes podrán reenviársela.

Claro, Bulmita – le dijo su mamá feliz – puedes confiar en nosotros, estoy segura que luego él mismo se comunicará contigo – le aseguró esperanzadoramente.

Bulma rió ante ese comentario – lo dudo, mamá, pero lo que decida luego ya es decisión de él.

Trunks está bien, Bulmita – le dijo su madre – está viajando por varios lugares – le contó – su moto aún funciona pero necesita mejores arreglos, quizás el próximo mes este por aquí – soltó sin darse cuenta – no se queda mucho cuando viene, nos contó que conoció a una chica muy buena y está viajando con ella, y también con dos amigos, se apoyan entre ellos – rió – creo que le gusta esa chica, pero se apena cuando le pregunto sobre eso – seguía hablándole a su hija – estoy segura que después de tu carta él querrá verte, Bulmita, y podremos tener un almuerzo cuando esté aquí, todos juntos de nuevo – dijo convenciéndose a sí misma y a su hija – verás a mis nuevas mascotas – le hablaba tiernamente – porque no pasas por aquí uno de estos días, Bulmita, puedes dejar la carta personalmente – la animó.

Veremos, mamá – le contestó, estaba llorando silenciosamente mientras escuchaba a su madre contarle sobre su hijo – gracias, mamá, saluda a papá de mi parte.

¿Y a Trunks? – preguntó.

No le digas nada de mí – le pidió – quiero que la carta sea sorpresa.

De acuerdo, Bulmita – hubo un silencio entre las dos – llámanos más seguido, es lindo escuchar tu voz.

Claro – le dijo antes de colgar.

Bulma se acostó en el sofá, mirando la foto y sonriendo, tratando de creer en las palabras de su madre. No creía que su hijo le perdonará tan rápido, quien sabe que sucedería después que le envié todo lo que ella tenía pensado contarle. No quería tener esperanzas en un reencuentro, ni sabía si es que iban a ser una familia de nuevo, después de todo, ella había destruido la suya al escapar. Suspiró, debía continuar antes que los miedos la inundaran y no la dejaran continuar en su cometido. Dejó la foto en la mesita del centro, buscó un par de hojas para comenzar a escribir, pero después de pensarlo un par de minutos decidió que todo lo que tenía que escribir no alcanzaría en esas hojas. Volvió a su cuarto y buscó un cuaderno, ahí escribiría, le contaría todo su pasado. Todo lo que ella le había negado por su tonta huida.

Recogió la foto y se dirigió a su pequeña oficina, pero regresó a los pocos segundos, necesitaba otro vaso de vino. Ya acomodada en su silla, abrió el cuaderno, tomó un sorbo de vino, acomodó la fotografía para que pudiese verla mientras escribía. Y comenzó:

"Querido Trunks, siempre me preguntaste como era tu padre, como nos conocimos y porque no estábamos juntos."

Sus miedos quisieron apoderarse de ella, bebió otro sorbo del vino, y continuó, tenía que estar decidida. Movió la cabeza, debía terminar, expiar sus pecados, perdonarse, quizás así ellos la perdonarían.

"Desde que eras pequeño, temí que recordaras algo de él, de nuestro antiguo hogar, por eso comencé a contarte historias imaginarias y así poco a poco tus recuerdos se fueran borrando o que dudaras de ellos cuando fueras creciendo. Te pido perdón por eso, tuve miedo que te alejaras de mí, que me odiaras por alejarte de él y de tu destino."

"Te contaré como conocí a tu padre, te contaré toda la verdad, sobre quien fue él, o es. La verdad, desde que dejamos nuestro hogar, no sé nada de él, destruí casi toda evidencia de su existencia, convirtiéndolo en un fantasma que me perseguía en sueños preguntándome por ti. Conservé algunas fotografías que hasta hoy soy incapaz de mirar, sin sentir la culpa de mi abandono, la única que cargaba a mi lado, la única que podía tener cerca es la que tú te llevaste hace cuatro años, dejándome a mí en la oscuridad como hice contigo por todos estos años."

Tomó otro sorbo de vino, recién comenzaba y se le hacía difícil escribir cada palabra. Se había propuesto terminar todo ese mismo día, temía que si lo interrumpía nunca lo acabaría.

"Cuando cumplí quince, al igual que tú, me decidí a realizar un gran viaje por todo el planeta, no quería sentarme en el escritorio presidencial de la compañía sin antes conocer el mundo. Tus abuelos me apoyaron, pidieron que me comunique con ellos de vez en cuando, sobre todo si tuviese problemas, pero a mí no me importaba, quería poner el mundo a mis pies" – rió ante ese recuerdo – "pero en no más de seis meses, me aburrí rápido de mis viajes, quería conocer más, ir más lejos que cualquiera, por lo que regresé a casa y construí una nave espacial, lo suficientemente fuerte para poder viajar por el universo, cuando la pude terminar me despedí de nuevo de tus abuelos decidida a realizar mi viaje. Lo tenía todo planeado, viajaría por dos años, conocería nuevas culturas y tecnología avanzada, eso era lo que más me emocionaba. Pero no me esperaba lo que el universo tenía preparado para mí."


Maldita máquina – gruñó frustrada, había revisado el motor, los propulsores pero no encontraba el desperfecto – si no fuera porque yo misma te construí, me quejaría con tu inventor – soltó sarcásticamente. Volvió a fijarse en el nivel de combustible, estaba bajando rápidamente – tendré que descender.

Bulma se acercó a la consola, tecleando rápidamente y buscando un planeta con las condiciones necesarias para su aterrizaje, a la vez rogando poder encontrar alguna cultura con la que pudiese intercambiar algún artículo que había llevado por combustible. La peliazul llevaba meses viajando por el espacio, se había alejado lo suficiente de la Tierra antes de buscar planetas habitados. Había conocido dos culturas totalmente diferente a la suya y diferentes entre ellas. Las dos la trataron bien, consiguió algunos artículos para realizar trueques, le regalaron un par de mapas para que pudiese guiarse en el espacio, mientras se sorprendían por su rápido aprendizaje al leerlos.

La nave descendió sin problemas en un desierto, según la información que le habían dado, ese planeta era uno comercial, debería estar lleno de mercados, así que ahí podría encontrar algo de combustible y quizás algo comestible. Suspiró, sus reservas de comida se habían agotado hace unas semanas por lo que necesitaba buscar buena comida. Salió de su nave, después de comprobar que tuviese un ambiente adecuado para respirar sin traje, encapsuló su nave y se buscó el mercado más cercano, su reloj le indicaba donde se encontraba la mayor concentración de calor.

Sacó su motocicleta e inició su viaje, a pesar de ser un gran desierto, no tenía mucho calor, de igual forma se cubrió con una capucha para evitar que la arena arruine su cabello, usaba sus lentes modificados que le indicaban las coordenadas a donde se tenía que dirigir. Todo había sido creado por ella para ese viaje. Se sentía orgullosa de cada invento que usaba. Llegó a los pocos minutos, encapsuló su motocicleta y decidió curiosear por el lugar antes de adquirir algo. Los puestos eran variados, desde partes de naves, electrodomésticos nuevos y de segunda, hasta ropa de todos los diseños y colores se vendían en ese lugar. Muy pocos seres le ponían atención a la humana, muchos de ellos eran de gran tamaño que no la veían cuando caminaban por su lado, otros eran tan diminutos que se escurrían entre las piernas de los transeúntes.

Bulma se detuvo en la zona de comidas, su estómago rugía, ella se cubrió con ambas manos, mirando hacía todos lados, creyendo que otros la habían escuchado. Se relajó, nadie había notado su presencia, buscó la bolsa de monedas que tenía en su cinturón, en su anterior parada le habían dado unas cuantas para que pudiese comprar comida. Esperó que le alcanzara para una buena comida, o tendría que vender algunas cosas antes de comer. Buscó el mejor puesto o por lo menos uno que no pareciera extraño ni sucio, pero cada vez que caminaba todos parecían peor que los anteriores, ya casi estaba saliendo de la zona, cuando encontró un local, un pequeño puesto de comida, bastante presentable, no lo vio sucio desde afuera, pero sí bastante lleno, además había varios seres haciendo cola afuera, esperando ingresar, al parecer.

Disculpe – preguntó a uno que le doblaba en tamaño, tenía la piel de color naranja y un par de cuernos saliendo a cada lado de su nariz, sus piernas parecían patas de cabra. Bulma pasó un poco de saliva al ver que el susodicho volteaba con cara de pocos amigos – demoran mucho en la atención – le preguntó tratando de mirarlo a los ojos

El tipo soltó un poco de aire por las narices – generalmente se demoran entre diez a quince minutos en atender – le señaló la puerta – por ahí se ingresa, esta es la línea si deseas llevar – volvió a soltar aire por las narices – este es el mejor lugar de comida – le señaló el cartel – La Guarida de Ox, si tienes el dinero suficiente puedes comer adentro.

Bulma se asustó al escuchar eso, debía ser un lugar caro. Pero decidió ingresar, preguntaría los precios, si le alcanzaba comería en ese lugar, sino tendría que conformarse con algún otro puesto. Se armó de valor e ingresó al local con paso decidido, tuvo que esquivar a unos comensales que salían del lugar. Al ingresar notó que el lugar estaba lleno, había un gran bullicio y los varios camareros corrían esquivándose entre ellos, evitando así lanzar los pedidos. Algunos de ellos tenían más de dos brazos, pero aun así no se bastaban para atender a todas las mesas. La peliazul suspiró quizás era mejor pedir para llevar y así evitarse esperar que se desocupe.

Señor, el lugar no se da abasto – escuchó que uno de los camareros hablaba detrás de una puerta, supuso que esa daba a la cocina – hay demasiados clientes el día de hoy – se excusaba, el pobre chico sonaba temeroso – por eso le pedimos más apoyo – su voz casi era un susurro – disculpe mi atrevimiento, señor Ox – rogó – señor, perdóneme, ¡nooo! – escuchó el gritó de horror y luego el silencio, Bulma pasó la saliva temerosa y trató de alejarse silenciosamente de la puerta, no quería ser descubierta por el jefe de ese lugar.

Pero antes de que pudiese dar más de dos pasos, la puerta se abrió mostrando a un gran hombre, que vestía una armadura negra con bordes rojos, una espada colgando de su cinturón, al lado izquierdo y en la cabeza un gran casco con dos cuernos saliendo de ellos. Bulma se pegó a la pared lo más que pudo para no ser vista por ese gran hombre. Pero antes de pensar en su fuga, parpadeó un par de veces notando que ese señor era un humano, un gran humano, pero era de su especie.

Que hacía un humano por esos lares, se preguntó mentalmente, se sintió un poco defraudada de sí misma ya que creía que era la primera en dejar la Tierra. Quería preguntarle cómo habían viajado y que hacían en ese planeta, pero recordó al pobre camarero y decidió que era mejor huir.

Se necesita personal – gritó el hombre en la sala – por el día de hoy contrataré a tres camareros más, se les pagara con toda la comida que puedan comer y llevar – comunicó a todo los clientes.

Todos los seres que estaban dentro del restaurante comenzaron a gritar y agitar sus manos mientras se acercaban al jefe del lugar, algunos comenzaron a pelear para evitar que les ganaran el puesto. La salida fue copada por todos los que estaban fuera esperando sus pedidos para llevar. Bulma no tenía a donde huir, su estómago sonó más fuerte que antes, llamando la atención del gran hombre, quien volteó a verla. Este levantó una ceja inquisitivamente, la peliazul le sonrió nerviosamente, no podía creer que su estómago la haya delatado.

Tú tienes el puesto – le dijo y volteó hacia los demás, señaló a dos más entre la multitud – ustedes también, los demás cálmense o los echaré del local – les dijo seriamente, la gente lo miró temerosamente y volvieron a sus lugares - ingresen a la cocina – les ordenó a sus nuevos empleados.

Bulma lo siguió, sentía la mirada del hombre sobre ella, seguramente ya se había dado cuenta que también era humana. Esperaba que no le hiciera daño. La cocina era pequeña, tenía tres hileras de fogones, todas ocupadas con grandes ollas, y una gran mesa donde estaban algunos pedidos ya servidos. Los camareros estaban temblando, temerosos en una esquina con la cabeza gacha. Bulma pudo observar que el cuerpo del camarero estaba cerca de los ellos.

Papá – escuchó a una chica hablar en voz baja – no debiste matarlo – también tenía la cabeza gacha – era un buen trabajador.

Cállate, niña – le gruñó su padre – agradece que tú todavía me sirves – volteó a ver a los camareros – les dije que desaparecieran eso – les dijo señalando el cadáver – arrincónelo, quémenlo o cocínalo, Milk – le dijo a la chica – hay algunos clientes que les gusta esa carne – sonrió malévolamente – lo cortaras y cocinaras, sin chistar – le ordenó a su hija, quien lo miraba con terror – no pongas esa cara tonta, hazlo ya – le gritó haciéndola temblar – ¡ustedes ayúdenla! – Le ordenó a los demás cocineros que presenciaban la escena – apúrense que tenemos varios clientes esperando – volteó a uno de los nuevos empleados – tú, pon esa especie en el menú – le ordenó – rápido. Tú – señaló a Bulma, quien tembló ligeramente pero le mantuvo la mirada – tomaras las ordenes, no quiero que te equivoques – le lanzó un lápiz y una libreta – tu, llevaras los pedidos con los demás – le dijo al último – estaré en mi oficina no me vuelvan a molestar – les gruñó a todos y salió de la cocina por otra puerta.

Y así Bulma con lápiz y libreta en mano, miraba como los demás se movían y el bullicio de afuera volvía a inundar el local. Ella estaba en blanco, ese sería su primer pero no su último día de trabajo que iba a realizar en su precaria vida. No tenía ni idea a que lugar se había metido.


Continuara…

Aquí les dejó un fic nuevo, el problema cuando la imaginación vuela demasiado y no deja que avances los otros hasta que no termine con este.

La idea nació después de ver una maratón de las películas de Pedro Almodóvar, es uno de mis directores favoritos, las temáticas con que cuenta cosas tan cotidianas, tan hermosas que te puede remover muchas cosas adentro. Bueno, ese es mi pensamiento. No soy mucho de escoger una canción para escribir los capítulos, puede que uno que otro me suene en la cabeza o alguna canción me recuerde alguna escena.

Me gustan muchos cantantes y grupos, pero no soy buena recordando nombres exactos de canciones, tengo muy pocas como favoritas, algunas que escuché en momentos correctos que calan demasiado profundo, pero creo que me defino más como una chica de soundtracks, me fascinan, creo que con una buena música las películas son memorables. Cuando escuchó los OST de mis películas favoritas, es revivir ese sentimiento que ellas transmiten, volver a recordarlas, volver a sentirlas. Es por eso que, mientras escribía este fic escuchaba a Luz Casal, tres canciones que me fascinan de ella son "Volver" que aparece en la película "Volver", "Un año de amor" y "Piensa en mí" de "Tacones Lejanos". Me gustan las canciones que tienen la guitarra como instrumento principal.

Espero que les guste este nuevo fic, no lo quise subir hasta terminarlo así que no me demoraré mucho en actualizarlo a diferencia de los otros jejejejeje. Sólo falta editar los capítulos, va a ser un fic corto, no tiene muchos capítulos ni son extensos.

Bueno no les molesto más con tanta cháchara jajajajaja, espero que les guste este fic. Muchas gracias a los que le estén dando una oportunidad.

Cualquier duda o sugerencia me dejan un rw.

Disculpen si algún horror ortográfico se escabulló por ahí.