Consecuencias de la Amistad


Advertencias: hay una pareja sorpresa al final.

Gracias a Jazmín Negro por su primera lectura.


¿Por qué? Era obvio el porqué. Sheska podía parecer una mosquita muerta o lo que quieran, pero tenía sus principios bien plantados y no permitiría que los pasasen por encima. Ese hombre tenía el descaro de hacerse llamar su amigo. Su amigo, Dios Santo. Pero, ¿Quién, qué clase de amigo podría, ¡qué digo! soportaría verlo morir sin chistar, sin buscar al culpable, sin querer vengarse? No, oh no… Roy Mustang no era su amigo. Sheska sabía muy bien quién (¡qué!) era Roy Mustang. Y Sheska sabía muy bien qué debe hacerse con los hombres como él.

Fue solo cuestión de tiempo que consiguiese lo necesario y trazase el plan adecuado. Averiguó su dirección, averiguó sus horarios (¿para qué trabajaba en el Departamento de Investigación sino?). Lo pensó todo una y mil veces. No obstante, estas son cosas que no hay que pensarlas.

Llegó el día apuntado con rojo en el calendario. Agarró el bolso con sus cosas. Eran las tres de la mañana y todo estaba listo. Sheska no tenía dudas. Sheska no tenía nada.

Tomó un taxi hasta un bar. Pero en cuanto el automóvil se alejó, no entró al local. Dio vueltas manzanas, caminó hasta una plaza y, desde allí, hasta la casa del hombre que necesitaba ver. No estaba confundida ni con miedo. Los rodeos eran parte del plan. Quizás hubiera leído que eso debía hacerse en algún viejo cuento policial, ¿qué importaba? Había sentido la urgencia de que así fuera. Usó una llave preparada para el caso.

Roy Mustang pagaría. El señor Hughes había sido su amigo, ¡su amigo…! Nadie tenía derecho a arrebatarle un amigo. ¡A ella…! No, no, no… Roy Mustang… Roy Mustang pagaría. Su inacción, su sonrisa intercambiada con el enemigo, el estúpido color opaco y vacío de sus ojos, ¡lo habían delatado! Ya no había otra salida.

Abrió la puerta de su habitación. Había alguien más allí. Cabellos rubios: ¿La señorita Riza? No, no, era un bulto demasiado pequeño… ¡Edward Elric! La sangre de Sheska hervía, ¿cómo podía alguien caer tan bajo como para abusar de un suboficial, de un niño…? Ahora otra idea se formaba en su cabeza: aún si sus deducciones estuvieran equivocadas, aún si Mustang era inocente por la muerte del señor Hughes, aun así merecía morir, ¡morir por tal asquerosa infinidad de pecados en su lista! ¡Pedófilo maldito, cómo no matarlo, matarlo ya mismo! Lamentó haber traído un arma: el bastardo merecía morir lentamente, ¡deseaba tanto hacerlo con sus propias manos!

Pero no, no, no debía haber margen de error, no. Empuñó la pistola directo a su sien.

La cabeza dorada se movió. Y entonces, la voz.

-¿Sheska…?

Ese no era Edward. Dios, Dios, Dios, no era Edward, no era-

-¿Sheska, eres tú…?

Winry entreabría los ojos, seguramente sin entender. Winry. Winry, su única amiga ahora que todo estaba perdido. Su amiga… Su única amiga.

Sheska temblaba, llorando, gimoteando en un absoluto silencio.

El arma se le cayó al suelo. Salió corriendo. Su mente no decía nada: había rebasado el límite. Corrió y corrió sin saber por qué no podía gritar.

Winry se desperezó. Se puso de pie. Tomó el arma con la punta de los dedos y la observó. Le colocó el seguro. La escondió entre su propia ropa. Le dio un beso en la frente a Roy, que aún dormía plácidamente. Se recostó y, tras echar una mirada comprensiva a la puerta, siguió durmiendo.


Fecha de escritura: Domingo, 27 de Agosto de 2006