Realmente era una tonta si de verdad creía que él iba cambiar.

Suspirando, se enjuago las lágrimas y recogió solo un lado de la mesa. Quitó la copa, los platos, los cubiertos, la servilleta y lo acomodó todo en su lugar. Después, se sentó y se sirvió un poco de esa estúpida comida que había preparado con todo esmero, por primera vez en su vida. Le había pedido la receta a Juri, y esta le había preguntado, entre risas nerviosas, si acaso pensaba cocinar para él. Y aunque ella lo había negado, diciendo que, era necesario que a sus 23 años pudiera cocinar algo más que avena con leche para desayunar, era más que obvio para su amiga que sí.

Realmente, el famoso filete a la quien sabe que, le había quedado delicioso. Tendría que guardar un poco y llevarle a Juri y Takato para que lo probaran. Probablemente también le llevaría un poco a Jenrya; el pobre estaba tan ensimismado con su tesis que había adelgazado considerablemente por no comer como debía. Sería una verdadera lástima que ella sola disfrutara de esa deliciosa comida. En especial cuando la había hecho para él.

Sintió ganas de arrancarse los ojos cuando silenciosas lagrimas se deslizaron de nuevo por su rostro.

¿Por qué lloraba cuando, de ante mano, sabía que Ryo siempre iba a ser así? Tal vez, porque, aunque sabía que la naturaleza etérea de él, ella lo amaba. Y siempre iban a doler sus despedidas, sus desapariciones, sus faltas y sus ausencias.

Tanto tiempo juntos, se dijo, y ella aun no podía domar esa parte efervescente de él. Aun cuando en un principio eso era lo que la había atraído. Su maravillosa habilidad de desaparear a ratos, pero regresar cuando más lo necesitaba. Como una especie de súper héroe. ¿Dónde estaba en ese momento?

Probablemente le diría algo como que se fue a pescar y le cayó la noche encima. O que fue a escalar el monte Fuji y que se le cayó el teléfono en la sima. O que fue abducido por OVNIS. Él siempre encontraba una excusa para justificar sus actos. Y ella, como la idiota enamorada que era, siempre los aceptaba. No siempre se buena gana, claro. Ella siempre se enojaba y lo recibía con mala cara, gritos e insultos, pero él siempre lograba que lo perdonara.

Sin embargo, a esas alturas de su vida, un pensamiento cargado de sentimientos afloró en su interior. Ya no era la niña tonta de 13 años que esperaba que llegara de alguno de sus viajes por el mundo para conversar, discutir, con él. Ella le había dedicado 10 años de su vida. Diez años en lo que lo único que obtenía de él eran migajas de amor, de tiempo, de espacio. Y por más que Ryo le jurara que la amaba y que solo existía ella en su vida, Ruki sabía que ella era un punto insignificante para él. Algo que tenía seguro. Su colchón de seguridad. Ya no podía seguir viviendo así. Dentro de poco, ella tendría que poner los pies en la tierra. Buscar un trabajo estable, ver la forma de invertir su vida en algo serio, y seriedad y estabilidad eran dos palabras que no se encontraban en el vocabulario de Ryo Aquiyama.

Suspiró. Él era algo que no podía manejar. Tal vez, si fuera un borracho, un mujeriego, un flojo, podría dominar mejor la situación. Pero él era perfecto. Era el novio de ensueño. Sus amigas de la universidad le decían lo suertuda que era por tener a alguien como él a su lado. Atractivo, inteligente, agradable, noble, humilde, rico. Se la pasaba viajando por el mundo, en busca de comida nueva que probar, religiones que sentir, paisajes que fotografiar, aventuras que vivir. Y cuando regresaba a su lado, a lo único que se dedicaba era a ella. Aun si fuera un mes o una hora.

Pero ella ya no quería eso. Ella quería paz y estabilidad, no preocuparse porque su papá le mandara un mensaje diciendo que no había tenido contacto con él porque había ido de excursión a las Amazonas y no sabía si alguna tribu nativa lo había raptado, para que después él apareciera diciendo que lo habían soltado porque creían que era la reencarnación de algún dios pagano, o alguna de sus estúpidas y originales historias.

Ya no quería preocuparse por él. Ya no quería extrañarlo. Ya no quería llorar su ausencia cuando olvidaba que había quedado con ella para celebrar algún evento importante. La cotidianidad que su inhabitualidad le provocaba la estaba desgastando enormemente.

Cansada, terminó de comer y recogió todo. Limpió los trastes y guardó la mayoría de la comida en unos refractarios que encontró en los cajones de la alacena, cuidando de guardarle un poco de comida a él, por si llegaba y no había comido nada. Garabateó una nota y la dejó con cuidado en la mesa. Después sacó de su llavero la llave de ese departamento y la dejó arriba de la nota, para salir de ahí rumbo a su casa.


Pasaban de las 2 de la madrugada cuando arribó a su departamento. Realmente había disfrutado enormemente su visita al sagrado río Kumano. Desde que hacía casi dos años Takato le había dicho que se podía bajar el río en Kayak, había tenido tantas ganas de intentarlo, pero no había tenido tiempo, en realidad. Había estado tan ocupado con las fotografías del festival Nacional de la Marinera en Perú, y después con las bodas masivas en el Tíbet, que realmente había olvidado por completo del río. Cuando por fin, tuvo la oportunidad de estar en Japón más de una semana, no dudo en hacer la reservación para poder ir a conocerlo.

Pese a que se había divertido mucho, todo el día una extraña sensación lo había perseguido. Una sensación antónima al deja vu. Un jamáis vu. Como si estuviera olvidando algo que se supone nunca debería olvidar. Sin embargo, al ver que su teléfono no sonó en todo el día, pensó que no era algo importante como tal. Su sorpresa fue grande, cuando se dio cuenta de que la razón por la que su teléfono no había sonado era porque lo tenía apagado. ¡Claro, lo apagó antes de abordar la pequeña avioneta que lo llevó hasta el río! Fuera lo que fuera, no debía ser tan importante, o lo hubiera recordado.

Aun así, probablemente era de trabajo, ese mismo día, en la mañana unas cuantas horas antes de partir a su paradisíaco destino, recibió una llamada de su jefe, pidiéndole que se presentara en Shangai al otro día. De hecho, ahora que recordaba, esa había sido la razón por la que había apagado el celular. No quería pensar en trabajo, menos cuando solo tenía poco más de 12 horas de libertad.

Entró a su departamento. Tal vez, tuvo que haberle dicho a Ruki que fuera a esperarlo. La había visto la noche anterior, cuando llegó. Ella había ido a recogerlo al aeropuerto en su hermoso auto nuevo, habían ido a cenar con los chicos y después ella lo había pasado a dejar a su departamento puesto que a la mañana siguiente tenía una importante sesión fotográfica, pero había prometido cenar juntos por su aniversario.

¡Mierda! ¡Su aniversario! Lo había olvidado por completo. Eso era lo que su cerebro le había estado tratando de recordar inútilmente, su cena de aniversario con Ruki.

Sintiéndose un completo imbécil, buscó algún rastro de su eterna novia por el lugar. Algo que le dijera que había estado ahí. Y lo encontró, en la mesa del comedor. Una nota, que tenía una llave, su llave, de pisapapel:

Feliz aniversario número 10.
Hay comida en la nevera.

Ruki.

La había cagado en grande esta vez. Ella estaba de verdad molesta. Nunca, en los diez años que llevaban como pareja, y en los cinco que ella tenía el libre acceso a su departamento, ella le había devuelto la llave. Tomándola de nuevo, salió rumbo a casa de Ruki. Pidiéndole a todos los dioses en los que creía que por favor Rumiko y Seiko entendieran lo grave de la situación y lo dejaran pasar a verla.

Cuando el taxi aparcó frente a la tradicional casa de las Makino, bajo de golpe y tocó la puerta en repetidas ocasiones hasta que alguien le abriera. Sabía que probablemente se estaba ganando una fuerte reprimenda por parte de la abuela y madre de Ruki, pero era algo que ya se veía venir, y que de momento no le importaba. No mientras Ruki pudiera perdonarla.

Se detuvo de tocar la puerta cuando escuchó que alguien caminaba hacia la puerta.

-¿Quién es? –Preguntó la adormilada pero severa voz de su amada novia del otro lado del interfono

-Yo, Ryo. Por favor necesito hablar contigo

Un silencio llegó después de eso. A como Ruki era, Ryo tenía tres opciones, la primera: ella lo había ignorado y se había retirado a seguir durmiendo, la segunda, ella estaba ahí, meditando que hacer, la tercera, ella estaba marcando a la policía, por lo que se sorprendió cuando ella abrió la pesada puerta de madera, revelándose ante él como un hermoso espejismo.

Llevaba un pequeño pijama de seda gris que él recordaba haberle regalado por su cumpleaños número 20, y tenía un antifaz para dormir sobre su frente, revolviendo las rojas hebras de su pelo suelto. Viéndola así, a Ryo le recordaba a Holly de Desayuno en Tiffanys, sobre todo por lo bonita y delicada que se veía, aun cuando era obvio que estaba más que enojada.

-¿Qué diablos haces aquí? ¿Ya viste la hora que es? –Dijo, moviéndose furiosa ante él.

-¡Soy un idiota! ¡Perdóname! –Le dijo en respuesta.

-Diez años, Akiyama. Diez años he soportado tus idas y venidas ¿y no podías estar aquí al menos por este día? Lo prometiste.

-Lo sé es solo que…

-Lo olvidaste. –Le completo ella la oración.

Él la vio, triste. Sabía que era algo horrendo se decir. No solo había olvidado que habían quedado de cenar juntos, había olvidado su aniversario. El día número 3650 desde que ella aceptó ser su novia.

-He tenido mucho trabajo. –Se excusó –Solo desperté y me dije que necesitaba salir a relajarme, me acorde de un lugar que quería visitar cuando estuviera en Japón y no lo pensé mucho. Lo siento.

-Aprecio tu sinceridad. –Le dijo cansada. –Pero esto es algo que no puedo seguir soportando más.

-No me digas eso, gatita. ¡Haré lo que sea! Pero por favor perdóname.

-Entonces compénsalo. –Le dijo quitándose el antifaz de la frente que le comenzaba a provocar jaqueca. –Me pasé toda la tarde cocinando para ti. Has lo mismo por mí.

-Sí, claro que sí. Cuando regrese de China lo haré, te dedicare…

-¿Cuándo regreses? Pensé que te quedarías aquí toda la semana.

-Me llamaron, necesitan que cubra un par de eventos en Shangai.

-Olvídalo Ryo. –Le contestó ceñuda. –Estoy harta de esto. Te veo una vez cada cuatro meses, y eso si no se te olvida que quedas conmigo.

-¿Estas terminándome? –Le preguntó en un susurro. –No puedes hacer esto, gatita. No puedes tirar a la basura diez años.

-Diez años en los cuales te he visto dos, y es mucho.

-No hagas esto.

-¿Qué no haga qué? Debí haber hecho esto desde hace tanto tiempo, desde la primera vez que me di cuenta de que no eres alguien comprometido con esta relación. Respóndeme algo, ¿Si no puedo confiar en ti para una estúpida cita de aniversario, como puedo confiar en que no tienen una mujer en cada sitio al que vas?

Eso le cayó como un balde de agua helada. Ruki sabía que desde un principio había existido un acuerdo invisible e innombrable entre ambos. Sin embargo, de un tiempo a la fecha, ella sentía que el único beneficiando en esa relación era él. Ella realmente no tenía ninguna seguridad de que hacia él cuando estaba de viaje. Incluso había ocasiones en la que ni siquiera sabía en donde estaba. Ella solo confiaba ciegamente en que él iba a regresar, tarde que temprano, ella iba a recibir un mensaje de él pidiéndole que lo recogiera en el aeropuerto. Mientras, ella como novia abnegada lo esperaba en silencio. Rechazando a diestra y siniestra, esperando por su regreso, aun cuando a él se le olvidara que ella estaba ahí.

Lo amaba, estaba segura de eso, pero todo tenía su límite, y hacía mucho que Ryo había sobre pasado el suyo. Lo de la cena de aniversario había sido solo la gota que derramó el vaso.

Ella quería estabilidad. Estaba por mudarse a un pequeño departamento para empezar a vivir por su cuenta. Dejaría el modelaje y se dedicaría a su carrera de abogacía. Por más que lo quisiera, Ryo era demasiado inestable, y después de haberle dado la oportunidad durante tanto tiempo, ya era hora de que ella se empezara a enfocar en su vida. Una vida a la que él no podía pertenecer jamás. Sin embargo, aun así, ella lanzó un último anzuelo, esperando que él pudiera recapacitar. Darle la oportunidad a ella, como ella se la había dado a él.

-Quédate, Ryo. Por mí.

Él la vio como si le hubiera pedido que se cortara un brazo. Y aun sabiendo lo mucho que lo amaba y lo mucho que le iba doler, Ruki sabía una cosa, no lo iba a extrañar más de lo que lo extrañaba ahora.

-No. –Le dijo él cerrando los ojos y soltando sus manos.

Ella en cambio, tomó entre sus manos su rostro y le dio un último beso, antes de entrar y cerrar la puerta tras sí. Él no iba a volver a tocar. Pudiera ser que la amaba, pero amaba más su libertad.

Sintiendo las lágrimas picarle los ojos, regresó a su habitación, agradeciendo que su madre y abuela no se encontraran en casa. No quería dar explicaciones sobre lo que acababa de ocurrir.