Otro de mis desvaríos que tenía un rato queriendo escribir. Esta vez basado en Blancanieves (Lumikki – Blancanieves en finlandés)… con algunos pequeños cambios XD. Se que me desaparecí un tiempo, fui cruelmente secuestrada por la escuela, pero tengo vacaciones al fin! Y las aprovecharé lo más q pueda. Tengo listas un par de cosas para subir, incluyendo algunas que sólo debo transcribir a la computadora.

DISCLAIMER: Hetalia no es mío y nunca lo será, porq siempre me hacen repetirlo? T.T


Existió una vez en un próspero país, una reina cuya belleza era sólo comparable con la bondad de su corazón…y su peculiar manera de pensar.

El rey, su marido, la amaba profundamente y no perdía oportunidad para cumplir la menor de sus peticiones. A pesar de que ambos eran felices juntos, aún había algo que les faltaba para que alegría fuera completa.

Sucedió un día durante una helada tarde de invierno cuando, al pasear por los jardines de palacio, la reina se dirigió a su esposo:

-¡Liet! ¿No crees que sería así como que súper genial que tuviéramos un bebé que fuera tan blanco como la nieve?

El monarca, demasiado acostumbrado como estaba a las excentricidades de su esposa, se limitó a asentir.

-Y que sus mejillas sean tan rojas como las rosas y su cabello más dorado que el oro…¡Y que tenga los ojos violetas!

-¿Violetas?-le dirigió una mirada cargada de extrañeza- ¿Por qué violetas?

-Es que tipo, el azul es demasiado cliché-explicó tranquilamente y el otro soltó una risita forzada-Y también quiero que sea fuerte y le gusten los caballos.

-¿Algo más?-cuestiono más que nada para seguirle la corriente.

-Mmm…-la reina lo pensó durante unos segundos-¡Quiero que sea una nenita súper adorable! Así podría ponerle vestiditos, haríamos pijamadas, nos arreglaríamos el cabello y nos haríamos manicura y…

El rey continuó escuchando y dejó escapar un suspiro de resignación. Dejando de lado todos los inusuales (e imposibles) requisitos que su esposa pedía, debía admitir que Feliks no era el único que quería un hijo.

Algún tiempo después, algo increíble ocurrió.

Mientras la pareja real recorría los jardines en su acostumbrado paseo, fueron puestos en alerta al escuchar lo que parecía ser el llanto de un bebé.

Cuál sería su sorpresa al encontrar entre la nieve, bajo unos lirios del valle, a un pequeño y adorable bebé. Su piel era casi tan blanca como la nieve, sus mejillas tan rojas como las rosas, su cabello tan dorado como el oro y sus ojos de un hermoso color violeta.

Un milagro. No había otra forma para explicarlo. El rey Toris y la reina Feliks estaban felices, sobre todo el último.

-¡Osea, Liet! ¡Mírala! ¿No es la bebita más linda que has visto en toda tu vida? ¡La voy a llamar Blancanieves!

-Um, Feliks…es un varón.

-Oh…

Fue así como el príncipe Tino creció con el cariño de sus padres (y el hecho de que fuera niño no impidió que la reina volcara con él sus ganas de tener una niña). Gracias a su carácter noble y gentil, se ganó el aprecio de todos los que lo rodeaban y con cada día que pasaba su belleza aumentaba también.

Sin embargo, el tiempo de paz estaba a punto de terminar.

Una guerra estalló con el reino vecino y tanto el rey como la reina tuvieron que ir a pelear. Con todo el dolor de su corazón, no les quedó más que dejar a su pequeño hijo, pero aún así prometieron que regresarían pronto, algo que tristemente no podrían cumplir.

El conflicto eventualmente llegó a su fin, pero de los monarcas no recibieron noticia alguna. Era como si hubieran desaparecido.

Siendo su hijo, le correspondía a Tino subir al trono, pero era muy pequeño como para cargar con tal responsabilidad. De modo que la corona pasó a manos de su guardián personal e institutriz Natalya, una hermosa pero fría mujer. Y así comenzó el sufrimiento del principito.

La nueva reina, celosa de los encantos de su protegido, no lo pensó dos veces para dejarle los trabajos más duros y pesados, hasta el grado de convertirlo prácticamente en un sirviente más. Incluso lo obligaba a vestir con harapos, aunque de nada le valió. El príncipe nunca perdió su alegría y su belleza. Aún más, mantenía viva la esperanza de que sus queridos padres regresarían y recuperarían su legítimo lugar como gobernantes…o bien de que estallaría alguna violenta revolución y Natalya fuera derrocada, lo que pasara primero.

La malvada mujer veía preocupada como día a día, el príncipe crecía en fuerza, bondad y hermosura. No sólo eso, su mayoría de edad estaba peligrosamente cerca y ya iban varias propuestas de princesas y príncipes que esperaban casarse con él y si eso llegaba a pasar, ascendería oficialmente al trono y ella perdería todo su poder. Obviamente, no iba a permitir que ocurriera.

Mientras tanto, el joven cumplía con sus labores diarias. En esa ocasión le correspondía limpiar los establos, lo cual no le era particularmente difícil, excepto por el hecho de que la falda que usaba como parte de su "uniforme de trabajo" estaba tan rasgada que se atoraba en las puertas y se rompía todavía más.

-Y yo que me quejaba cuando mi madre me ponía esos vestidos…

Suspiró desganado y fue al pozo a buscar agua para seguir con su trabajo. Se sentía algo deprimido. Pronto sería su cumpleaños y no hacía sino recordar cuando lo celebraba en compañía de sus padres. Por más ilógico que sonara, continuaba creyendo que estaban bien en alguna parte y tratando de regresar.

Se talló los ojos con fuerza y maldijo al polvo que le molestaba y hacía que se le salieran algunas lágrimas. Volvió a pensar en su madre. Cuando estaba triste, la reina lo calmaba cantándole y con el tiempo se volvió una costumbre hacer eso para alegrarse.

Luego de echar un rápido vistazo para asegurarse de que estaba solo, el ojivioleta tomo aire y entonó una de sus melodías favoritas…

-Hard rock Hallelujah…Hard rock HALLELUJAH!

Varias palomas salieron volando aterradas debido al estruendo. Si bien Tino estaba demasiado entusiasmado para notarlo. Incluso tomó una de las escobas y la usaba como guitarra. Hasta los caballos en el establo parecían más bien avestruces, con sus cabezas ocultas entre la paja para amortiguar un poco esos espantosos gritos.

Pero cuando todos se esconden y huyen, siempre hay un curioso que se acerca.

-Parecen los lamentos de un prisionero al que están torturando-opinó alegremente un viajero que pasaba por ahí y decidió entrar a ver.

El príncipe terminó su canción y se dejó caer en el suelo, completamente agotado aunque al menos ya no se sentía triste.

-Si tan sólo tuviera un poco de vodka, todo sería perfecto-se lamentó en voz alta.

-¿A ti también te gusta el vodka?

Escuchó una voz a sus espaldas y se incorporó de inmediato para ver quién era.

El desconocido era un hombre alto de sonrisa amable que sin embargo le produjo un escalofrío. Tenía la impresión de haberlo visto antes, pero no estaba seguro.

-Tu canción es muy linda-el recién llegado se acomodó su larga bufanda y avanzó hacia el nervioso ojivioleta-Permíteme presentarme, soy Iván Braginski, príncipe del Reino de Rusia.

La expresión de Tino pasó a mostrar un completo terror.

-¡Ohyaa!-gritó sin poder evitarlo y corrió a refugiarse en el interior del castillo, cerrando la puerta con llave y hasta atrancándola con un trozo de madera.

-Perkele, perkele, perkele…-maldecía una y otra vez mientras temblaba-Estoy muerto, estoy más que muerto. Si Natalya se entera de esto me cortará la cabeza…no, si se entera de eso me enviará al calabozo, me torturará, luego echarça mis restos a los perros y….-tragó grueso y se puso aún más pálido-Es mi fin.

Si algo era bien conocido por todos era que, primero: Natalia estaba completa y totalmente enamorada de Iván Braginski hasta el punto de haber tratado de unirse al reino del ruso, si bien el que el legítimo heredero al trono se opusiera le impedía llevar a cabo su plan. En segundo lugar, aunque el príncipe Iván buscaba hacerse con el reino al intentar invadirlo varias veces en el pasado, el hecho de que eso implicara relacionarse con Natalya lo aterrorizaba tanto que acabó desistiendo. Y en tercer lugar: el soberano había pedido en varias ocasiones la mano de Tino en matrimonio, si bien eso siempre era rechazado por la Reina (y eran los únicos momentos cuando le agradaba al ojivioleta).

-¿Por qué te escondes? ¡No voy a hacerte nada! …todavía.

Pero el nervioso rubio no le creyó. Su mejor amigo trabajaba en la corte de Iván y con frecuencia acudía a él para desahogarse y le contaba historias de lo que ahí veía que le ocasionaban pesadillas.

Fue entonces que un sonido llamó su atención.

Canto, para entregarte
Todo mi corazón
Yo estoy enamorado
De tu belleza, de tu canto…

Iván estaba cantando. Le estaba cantando a él.

Sacudió la cabeza y se cubrió los oídos. No, no y no. Ninguna fuerza ni razón serían suficientes para hacerle salir y exponerse a las malignas intenciones de ese psicópata lunático.

-Tengo vodka~

-¡Vodka!-repitió alegremente el ojivioleta. Ante la sola mención de esa deliciosa bebida, de ese exquisito elixir que llevaba tanto tiempo sin probar sintió su pulso acelerarse.

El problema fue que atrancó la puerta tan bien que ya no podía salir. De modo que corrió a toda prisa para asomarse por el balcón y desde ahí pudo ver una inusual escena: el de la bufanda se las había ingeniado para usar una cuerda y atar una botella de vodka en torno a varias palomas. Soltó una risita forzada y se vio obligado a saludarlo con la mano cuando el otro lo divisó y le envió el precioso obsequio.

Tan pronto como llegó la botella y después de liberar a las pobres aves, no lo pensó dos veces para destaparla y darle un gran trago…

-¡Puaj!

Que inmediatamente después escupió.

-¡Vodka ruso!-gritó indignado- Debí haberlo imaginado…

Porque era bien sabido que el príncipe sólo bebía la variedad finlandesa y la rusa era casi como veneno para él.

-Bueno, supongo que la intención es lo que cuenta…creo-tapó la botella y la guardó en un estante-Será mejor que regrese a mis labores antes de que Natalya se entere o me irá muy mal.

Lo que no sabía era que la reina había presenciado toda la escena y ya estaba pensando en qué medidas tomar al respecto.

Otro secreto a voces, era que Natalya practicaba la magia negra.

Para ese propósito, la Reina mandó construir un cuarto especial al que solamente ella tenía acceso. Dentro se encontraban todo tipo de objetos y artilugios: libros y frascos de dudoso contenido, velas y otros símbolos extraños y la pieza central y su más grande orgullo: un gran espejo oculto tras unas cortinas rojas.

Natalya se acercó para descubrirlo, y apenas lo hizo recitó con voz firme:

-Esclavo del espejo, sal de la obscuridad. ¡Ven a mí del más allá!-exclamó extendiendo los brazos-A través de los vientos y del fuego…¡Yo te conjuro!

Pero nada pasó.

-Esclavo del espejo, ¡Sal de la obscuridad!-gritó aún más seria que antes-Muestra tu rostro, ¡Ya!-insistió sin obtener resultados.

Decidió que era suficiente. Tomó un cuchillo que siempre llevaba consigo por si acaso y comenzó a rasgar el marco, pasando después hasta el cristal, en el que ya habían más marcas de otras ocasiones pasadas.

-¡Ouch, ouch, ouch!-alguien exclamó. La Reina esbozó una sonrisa maliciosa y procedió a retirar el filo del arma en el instante que la figura de un hombre albino y de ojos rojos apareció dentro del espejo-¡Ya te oí! ¿ahora qué demonios quieres?

-Ya era hora-se cruzó de brazos primero y después se acomodó el cabello con un movimiento de cabeza-Dime, ¿Quién es en este reino la más hermosa?

-No creo que quieras sabe…¡Deja eso!-exclamó el espejo cuando volvieron a arañarlo-Pero no digas que no te lo advertí…-tomó aire y tosió para aclararse la garganta-Violetas sus ojos son, cual niev…puaj, que cursi, mejor iré al grano: Es Tino.

-¡Tino!-gritó Natalya llena de ira y apretó los puños con fuerza.

-Pero no importa, porque yo sigo siendo el más geni…¡Deja de hacer eso de una maldita vez!-exigió cuando la muchacha le arrojó el cuchillo, que quedó clavado en el marco sin ningún problema.

La Reina ignoró los reclamos del espejo. Estaba demasiado enojada (y acostumbrada). Las cosas no podían seguir así. ¡Y encima se atrevía a robarle el corazón del príncipe Iván! Eso sí que no iba a permitirlo. Debía deshacerse de él de una vez por todas, antes de que fuera demasiado tarde.

Fue entonces que convocó al mejor de sus cazadores para tan importante misión.

-¿Dónde está Vash?-cuestionó sin levantarse de su trono al hombre frente a ella.

-Al parecer un lobo francés secuestró a su hermana menor-explicó tranquilamente un hombre de cabello castaño mientras se acomodaba sus lentes-Pero me envió a mí en su lugar.

Natalya alzó una ceja en señal de duda, pero al final decidió que no tenía nada que perder. Mientras Tino fuera aniquilado, no importaba quién lo hiciera.

-Quiero que lleves al príncipe lejos, muy lejos en el bosque-le indicó con un ademán-Déjalo que se distraiga y cuando lo haga…lo matarás.

-¿Perdón?-el cazador le dirigió una mirada llena de confusión-¿Acaso me está pidiendo que mate al príncipe?

-¿Acaso eres sordo?-cuestionó evidentemente molesta-Y cómo prueba…-tomó un cofre dorado y se lo ofreció-Quiero que me traigas su corazón.

-Pero…

-¡Sin peros! Mis órdenes son absolutas. Ahora, puedes retirarte.

El hombre dejó escapar un suspiro de resignación, hizo una reverencia y se apresuró a salir de ahí. No dejaba de cuestionarse en el terrible lío en que se había metido.

Roderich no era alguien violento y en toda su vida la única cacería que realizó fue tratando de atrapar a un escuadrón de pollitos que le robaron sus partituras para usarlas de nido (y las aves ganaron). Fuera de eso, consideraba la caza como una actividad poco propia de un caballero, sobre todo si la…víctima en cuestión era el príncipe. Pero no tenía otra opción. El dinero hacía falta y era el único trabajo disponible. Además que Vash había amenazado con echarlo si no comenzaba a cubrir parte de sus gastos…en fin. Esperaba encontrar una manera para salir del problema, pero ¿cómo?

Por más que trató de prolongarlo, no le quedó más que cumplir con las órdenes de la reina.

Llevó a Tino a un pequeño y apartado claro en el bosque. Si bien el príncipe lo encontró un tanto sospechoso, hacía mucho que no salía de paseo, de modo que acabó por pasarlo por alto.

El ojivioleta se encontraba demasiado entretenido buscando moras, cuando sintió que alguien se acercaba. Alzo la vista para encontrarse que se trataba del cazador. Justo iba a preguntarle si pasaba algo, cuando el otro se le adelantó.

-Esto es un poco difícil de decir pero…-tomó aire-se supone que por mandato de la reina Natalya debo asesinarte.

-¿EH?-fue lo único que atinó a decir, observándolo totalmente perplejo.

-Pero creo que ni a ti ni a mí nos agrada mucho la idea, por eso creo que lo mejor es que te marches.

-¿EH?-repitió sin salir de su confusión.

-Yo sé que es difícil, pero creo que será lo mejor para todos- desvió la mirada y aprovechó para acomodarse los lentes y después señaló en una dirección-Hacia allá hay dos caminos, puedes ir a donde te plazca, prometo no decir nada-le dio un rápido golpecito en el hombro-Admito que me sorprende que tomaras esto con tanta calma, buena suerte.

Tras lo cual el castaño emprendió el camino de vuelta al palacio, dejando al desconcertado príncipe detrás y aún esforzándose por comprender qué demonios había sido todo eso.

No era un secreto que Natalya lo odiaba, pero mandar asesinarlo era ya demasiado drástico. Aunque en cierta forma, debía admitir que no le extrañaba del todo.

-Bueno…-dejó escapar un suspiro de resignación-Ya no puedo regresar. Me pregunto qué debería hacer ahora…

Analizándolo con cuidado, no tenía muchas opciones.

Comenzó a caminar mientras lo meditaba. Pensaba que podría vivir por su cuenta. Le habían enseñado a pelear y defenderse, seguro esas habilidades le serían útiles si en dado caso tenía que cazar su propio alimento. Aunque quedaba el pequeño detalle de que las noches en ese lugar eran especialmente frías, por lo que dormir a la intemperie no era una buena idea. Debería buscar también algún refugio. Y claro, si bien podría no ser tan importante como los puntos anteriores, al menos en el palacio contaba con la compañía de los otros sirvientes y hasta a los caballos del establo los consideraba sus amigos, ¿pero en el bosque? Estaría completamente solo, algo que desde la desaparición de sus padres se esforzaba en evitar.

Se detuvo cuando llegó a una bifurcación del camino. Pensó que tal vez podría ser algún tipo de señal, una manera para decidirse sobre qué hacer.

El ojivioleta contempló con cuidado sus posibles opciones: a la derecha se encontraba un paso bastante sombrío y lleno de rocas, con árboles secos y plantas marchitas; a la izquierda el camino era más luminoso y mejor cuidado, mucho más seguro a simple vista.

Parecía que su elección estaba hecha, cuando notó un letrero apuntando ahí:

"Al Reino de Rusia"

-¿Reino de Rusia?-leyó la inscripción en voz alta-¿Qué no es ahí donde vive el príncipe Iván?

Viéndolo en perspectiva, Iván se había mostrado muy interesado en él. Seguramente no lo dudaría para acogerlo y ayudarlo, pero ¿a qué precio?

-Creo que es momento de tentar mi suerte…-expresó mientras se daba media vuelta y cambiaba de dirección, adentrándose en el camino contrario-Quiero decir, es sólo un bosque, ¿qué tan malo puede ser?

Tino no tardaría en recriminarse lo ingenuo que fue.


¿Qué será del príncipe Tino? Por suerte ya tengo empezado el siguiente capítulo y si me va bien, espero hacer un total de 3 o 4 a lo mucho…pero claro, siempre tiendo a alargarme de más, así q…T.T….

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