Hellsing y sus personajes no me pertenecen, son obra del genial Hirano Kota.
Este fic tampoco me pertenece, solo le hago un favor a mi novio que no tiene cuenta.
Lo re-subo, porque antes puse mal las etiquetas.
Sin más, espero les guste el fic.
Sub luna sacou.
Capítulo I.
Un joven entusiasta se adentraba a las profundidades de la noche y el frio de la lúgubre Transilvania en busca de un libertino asesino, como según lo describían un amante oscuro del sectarismo.
Van Hellsing y un grupo minúsculo estaban decididos a acabar con un flagelo de décadas de desigualdad y muerte que se producían de manera azarosa para los mas ajenos, pero totalmente dictatorial y antojadiza por un Conde y su sequito.
Llegando al territorio señalado se ven obligados a continuar el camino a pie por la negativa de los caballos a tomar el nuevo camino.
Podía divisarse a escasos metros un entramado de arboles resecos, inertes que señalaban una suerte de entrada en forma de corona y su centro se asemejaba a las fauces del pandemónium menos deseado.
Sus puntas podían llegar a rasgar las vestimentas de algún distraído y hacían tremendamente dificultoso y lento el paso para sortear ilesos sus extensiones.
La noche es fría y lluviosa, la tierra es negra con matices rojos de resto de metales ferrosos.
Con piedras grises erosionadas que forman un cordón delineando un camino espiralado de cientos de metros cuesta arriba, y los rayos como actores principales de la luminaria que no ha parado de centellar peligrosamente en las cercanías y la luz de la luna como la inquisidora de todo lo que allí pasase.
Podían verse figuras al costado del camino, figuras que contemplaban erguidas a los nuevos visitantes y desparecer en el mismo instante, convirtiéndolas quizás en una ilusión hostil que se alimentaba desde el miedo.
Se dibujaban rostros antiguos en los charcos negros con pelucas de época.
Los gestos de estos eran fijos, omnidireccionales a los ojos del visitante, con un aire a priori de desinterés para luego transformarse en risas mudas socarronas que burlaban la empresa de estos en el intento de quebrantar su espíritu.
Se escuchaban voces en todas direcciones y hasta susurros al oído de charlas sin sentido con contestaciones que también se enlazaban desde distintos ángulos con diferentes tonos de voz.
La mayoría eran de un tono agudo que rozaba lo chillón y podía preverse que solo era una dosis macabra de ese coctel maldito que se degustaban.
La lluvia amarga no daba respiro y el terreno se tornaba cada vez más intransitable a las piernas ya cansadas y presas de la adrenalina.
El final del camino por el cual transitaban daba paso a un pequeño bosque con forma de embudo en sus comienzos que luego se ampliaba en la pendiente.
Aquellas voces que habían acallado, habían vuelto a resonar con disimulo y se hacían cada vez mas molestas mediante se acercaban al castillo.
Su sonido era pausado y cada vez con más claridad pudiendo hacerse casi legibles. Seguían adentrándose al bosque con Van Hellsing como guía y podían notar que la lluvia era más lenta junto con viento que los tenía a mal traer.
Nunca se quitaron la sensación de ser vigilados entre la maraña de arboles que los circundaba. Hasta que de golpe la lluvia dejo de caer como si cerrasen un grifo, el viento había dejado de soplar al unisonó y de repente podían escuchar crujir de sus botas por el rose del agua y las piedras.
El cielo ya no estaba encapotado y las nubes se dispersaban como el agua del aceite, huyendo de la gran luna amarilla que se erguía sobre sus cabezas.
Lo que les permitió ver el desolador panorama que los había acompañado todo este tiempo, cientos de cuerpos colgados de los arboles. Algunos de ellos destrozados, otros decapitados, al parecer un ejército entero de soldados Otomanos.
Daban nota de un fallido intento de derroque al régimen y aviso a quien se atreviera a seguir adentrándose a las profundidades de la colina.
El oxigeno no abundaba era más consistente, el hedor y la humedad de los cuerpos del lugar daban cuenta del prolongado tiempo de los que yacían alli.
De repente se pudo escuchar claramente y provenía de todos lados y a la vez de ninguno en particular diciendo:
-¿Tu, tu sabes porque estás aquí?-
A esta altura podía verse el terror en las caras de la compañía que seguía detrás de Van hellsing como una cría asustada, intentando no mirar más que al frente.
Van Hellsing se quito el sombrero para secarse la fría transpiración que le caía de las sienes pero sin demostrar el miedo que lo tenía inmerso, para no ser presa de la insensatez que estaban viviendo y por el bien del grupo.
La pregunta otra vez no se hizo esperar:
-¿Tu, tu sabes a que has venido?-
-¡Tu empresa no puede tener éxito, tú lo sabes muy dentro tuyo!-
-¡Tus artilugios y tus balas están destinadas a perecer como nosotros!
Sin decir ninguna palabra en contestación a la voz que trataba de comunicarse, cerró sus ojos y se dio un respiro para desacelerar su corazón e intentar convencerse que solo eran inventos de la magia desatada del lugar.
Al abrir sus ojos nuevamente para retomar el camino, un hombre de estatura media estaba frente a él, cara a cara.
Con una túnica roja y un sombrero manchados de sangre y barro, estático con la boca cerrada mirándolo fijamente.
Van Hellsing podía reflejarse en esos ojos negros supurados de sangre totalmente coagulada y ver su propia cara de pavor.
Al percatarse de la situación apremiante algunos intentaron salir corriendo y otros se posicionaron a la defensiva solo como un acto reflejo, totalmente carentes de heroísmo.
El hombre mantenía su boca cerrada, y nuevamente se escucharon las mismas preguntas que no fueron contestadas por Van Hellsing.
Este Proyecto una cálida imagen mental en la cual con sus manos podían acariciar el tambor de sus pistolas, sedientas por detonar su "fuego sagrado" en la humanidad de lo que parecía era un sacerdote.
Las fundas habían estado tibias todo el recorrido hasta el momento, latentes del peligro reinante que los había acechado en su frágil inconsciencia colectiva.
El cuero que las mantenía en cautiverio comenzaba a desprender aroma a chamuscado que sutilmente captaban sus fosas nasales agitadas, con un leve sonido parecido a un graznado de cuervo proveniente de sus altas caderas.
El graznido era ya ensordecedor y el calor de las fundas era insoportable a punto de generarle quemaduras importantes en segundos. Sabía muy bien qué sino se las quitaba sufriría las consecuencias en persona, pero también sabia de lo que desataría el hecho de hacerlo. Los cañones nunca estuvieron tan excitados por matar desde que los tomo como recompensa de un demonio del inframundo llamado "Caleb" al que había dado muerte no hace mucho tiempo.
El sacerdote seguía inmutable en su postura hasta que ensayo un movimiento de sus comisuras tiesas deshidratas, quizás queriendo demostrar un poco de apatía o quizás sobraba la situación.
El justiciero cerro sus ojos lentamente y suspiro la palabra "Amen", el tiempo se detuvo por un instante cuanto el poseedor de las pistolas se llevo las manos a las ásperas empuñaduras ya hirvientes que mágicamente se enfriaron ni bien sintieron sus callosas palmas abrazarlas.
De su liberación devino en un estruendoso graznido que iba descomprimiéndose en ecos fortísimos, similares al despliegue de un purasangre al comenzar una competición.
Los cañones se dirigieron automáticamente, casi sin esfuerzo alguno sobre la frente del aparecido.
Y por primera vez cada una de ellas produjo un sonido ronco a lo que Van Hellsing lo tomo como una carta de presentación de estas y que le hacía presumir de la veracidad de "viejos escritos" que hablaban de armas infernales con vida eterna.
Tomo solo unos segundos de tensión para que las nubes poblaran el cielo de un color purpura y la lluvia volviera igual de intransigente que horas atrás. Nunca nadie supo que palabras se intercambiaron estos litigantes casuales, se cree que el sacerdote le entrego algo que traía sujeto a su cintura, y que Van Hellsing no tardo en guardar celosamente en su chaqueta larga de cuero.
Los integrantes del grupo, ajenos a lo que pasaba solo advirtieron la deposición de armas lenta y progresivamente con algún resquemor y falta de convencimiento de su líder.
Este declino su cabeza con un gesto algo adusto para representar agradecimiento, pero era lo máximo que un hombre habría recibido jamás de un no muerto.
El pistolero se hizo a un costado y continuo camino con sus integrantes, y con dos nuevas amigas que nunca más lo abandonarían.
Jeaney: ¿hermosa vista no?
Legian alias Taukuri: ¡Oh, claro solo que necesito esforzarme mucho para poder apreciar la belleza de un tétrico bosque con cientos de otomanos pudriéndose!
Jeaney: -¡Hahaha al menos tú puedes ver algo… Dime: ¿qué te trae por aquí, o solo estas dando un paseo a tu gato de 300 kg?
-¿No sabes que los gatos negros atraen la mala suerte?
Legian alias Taukuri: OOH si gato! Se llama Shagpar y pude convencerlo para que me acompañe en esta noche.
-Por lo demás, he sido invitado a una fiesta en la colina, pero no tengo una entrada así que tendré que esperar que esos tontos abran las puertas-.
-No tengo ningún apuro, como tu tampoco-.
Taukuri: ¿Qué haces meditando sobre esa piedra, no sabes de los peligros que rondan por aquí?
Jeaney: -Mi esposa comenzó a limpiar nuestra casa, así que para no estorbar decidí marcharme unas horas. Espero que no se preocupe por mí-.
Taukuri: -Yo me preocuparía dado que es de madrugada y quizás equivocaste tu camino-.
-El parque de diversiones más cercano esta a 500 Km de aquí-.
Jeaney: -Levanto su cabizbaja postura, acompañando con el brazo un ademan que inclinaba su gran sombrero de paja-.
-Con una enorme sonrisa de dientes amarillos intento disimular el impacto que causaría a Legian el haber visto sus interminables cicatrices en sus largos brazos y su rostro-.
A lo que contesto socarronamente: -¿Tú crees?-
Taukuri: -Oye, no quisiera herir tus sentimientos pero ya sabes, una fiesta, la colina, kilómetros...
-¡En fin, hasta siempre querido Jeaney!-
Jeaney: - Hasta siempre, y se dijo entredientes o… hasta luego- mientras seguía embelesado por la luna.
El minúsculo grupo escuchaba el sonido incesante de un violín que ostentaba una acústica inmejorable, para luego perderse en la nada misma que los rodeaba.
La convertían en un atractivo único en una noche de pesadillas.
Sus escalas eran tan lúgubres como excelsas y contenían un matiz melancólico que de alguna manera desentonaba con el supuesto interior del castillo.
Nada hacía suponer que allí adentro se diera piedra libre al libertinaje que los rumores pueblerinos daban como cotidianas.
Luego de ser atraídos inconscientemente como abejas a la miel, todos estaban perplejos por no recordar cómo habían podido subir por esas imponentes paredes rocosas que hacían las veces de los cimientos del castillo.
Solo podían recordar el antiguo exabrupto a con ese sacerdote, pero que les habría pasado durante ese tramo solo Dios lo sabía.
Tenían las manos embarradas con un leve tinte de sangre y las uñas casi arrancadas presumiblemente cortesía de la pendiente de cientos de metros.
En un estado de somnolencia se miraban las caras casi atónitas de no entender muy bien cuál era su razón de estar en ese maldito lugar con paredes enormes casi infranqueables.
Entre el umbral de lo onírico y la realidad, una voz amistosa a sus sentidos hace su aparición dialéctica.
-Mi nombre es Kobal y los estaba esperando susurro-, no podían ver o sentir desde donde provenía, si lo hacía del castillo o desde sus afueras convirtiéndolos en un blanco fácil-.
-Me hare presente ante ustedes-, el hombre solo se materializo frente al grupo minúsculo. Tenía una gran altura con rasgos finos como los que desearía cualquier mujer y una melena rojiza que se perdía por su espalda, lo que parecía no representar hostilidad alguna.
"Como sabrán no hay forma de que puedan entrar de una manera clásica, esa enorme puerta nunca podrá ser abierta por ustedes y créanme que no puedo permitirles que escalen tan fácilmente".
Se dijo: "¡Cuando empezaba a aburridme en mi vigilia nocturna ustedes tan solo aparecieron, esto es demasiado genial para ser cierto!"
Con una mirada apática Van Hellsing desnudo una pequeña mueca en forma de risa, intentando distraerle para alcanzar sus acaloradas armas que reaccionaban obedientes al latido de su corazón. Una milésima de segundo que lo ponía en ventaja ante todos.
Y en lo que dura el pestañeo aparecieron tres entidades a las que pudo asociar como vampiros.
De la nada misma, estas criaturas se materializaron rodeando al grupo y generando sombras paralelas a sus cuerpos, las cuales tomaban vida propia con una suerte de movimientos serpentarios.
Podía verse en la sombras del tupido pastizal como desgarraban los cuellos de todo el grupo excluido Van Hellsing.
Aunque nada de eso paso en realidad y solo se trato de ardid visual, los novatos justicieros intentaron tomar sus armas en defensa propia, empujados por el apremio de una situación que superaba todas las posibilidades de su imaginación.
El obrar de Simples mortales tratando de probarse a sí mismos su valía se acercaba a su fin, su motor de libertad no podía llegar a dirimirse contra la velocidad, fuerza y el encanto oscuro de los no muertos.
Sus rangos aumentaban mediante lo hacia su longevidad, así también lo hacían sus destrezas.
Excluyendo de todo tipo de chances mundanas a los visitantes católicos salvo por algún capricho azaroso de destino.
Todos ellos fueron más lentos que sus enemigos y cayeron en sus manos casi sin poder evitarlo.
El brujo Taukuri de mediana edad había tomado el camino más largo y seguro, podía divisar toda la situación desde lejos y ni siquiera su magia podía intervenir tan directamente en favor de esos condenados.
Todavía su magia no era tan poderosa para captar el alma de los no vivos y ponerlos a su merced ya que no solo no tenían alma sino que habían sido vendidas al mismo infierno hace siglos o miles de años. Entre más poderoso el sujeto de posesión menor era su duración de su hechizo y su agotamiento iría en detrimento progresivamente.
A sabiendas de la distancia que los separaba se arrodillo sobre su túnica negra y llevo su mano derecha por detrás de su capucha en busca de una Daga de hueso rustica pero dura como una roca.
En lo que mediante unas palabras enterró la daga a manera de un puñal sobre un pequeño camino de agua que bajaba desde las cercanías del castillo sosteniendo el mismo con fortaleza.
Sus ojos grises iban impregnándose como sus vestimentas en el barro de un color negro brillante para luego fusionarse con el silencio a su alrededor.
Estático en su postura cerro sus ojos, mientras que el animal que lo acompañaba se agazapo mostrando los dientes que atraídos por la luz brillaban como una antorcha.
Y en una estampida furibunda comenzó a perderse en la negrura de la noche y los arboles.
