CAPÍTULO I
"SALVA A LA ANIMADORA"
-Lo sentimos, Mrs. Woods. No hay nada más que podamos hacer por su hija. Debe ir a una institución especializada. Si lo desea, podemos recomendarle alguna.
Mrs. Woods negó con la cabeza, sumida en el llanto retenido, estrujando un pañuelo blanco entre sus delgadas manos. Echó un vistazo a su hija, tendida en una cama, profundamente sedada, y aun así, con expresión de dolor intenso, un estrés emocional que antes hubiera sido incapaz de imaginar en ella. Su bastante obtusa hija sufría. Pero se resistía a creer que estaba loca.
-Su hija necesita separarse del mundo. Todos somos peligrosos…-añadió el médico en un intento de convencerla. Le quedó mirando. ¿Qué haría una buena madre? Era tan difícil haber sido madre soltera, y ahora esto. ¿Qué haría?
-Disculpen –intervino la voz de un hombre de cabello encrespado. Lo reconocía vagamente de las reuniones del instituto. Era el profesor de español. Brit solía hablar maravillas de él. Era el primer profesor del cual hablaba con tanto cariño-. Mrs. Wood, disculpe mi interrupción en este momento tan delicado. Soy Will Shuester. Su hija, Brittany, es miembro del Club de Coro que dirijo, y alumna de mi clase de Español.
-Sí…lo recuerdo. Hablaba tanto de usted….mi Brit.
Will asintió al suelo con pésame. Luego dirigió una mirada elocuente al médico. Quería hablar con ella a solas. El médico aceptó de mala gana, y con una última mirada a Mrs. Woods, se retiró a paso corto y rápido.
-Mrs. Wood, debo confesarle que escuché su conversación con el médico de Brittany. Y también he de confesar que no estoy lo más mínimo de acuerdo. Créame cuando se lo digo, lo que más necesita Brit en este momento son amigos y cualquier persona que pueda apoyarla. Aislarla no es la solución.
-Lo sé… pero temo no tomar la decisión correcta para ella. La quiero conmigo, pero ¿y si eso hace que empeore? Oh, Dios….no podría vivir con ella así de enferma –unos sollozos se escaparon pero la mujer los reprimió de inmediato. No parecía alguien dispuesta a revelar sus emociones con libertad.
-Escuche, confíe en mí. Sé lo que digo. Ella necesita buenas emociones y todo pasará. Usted está conmocionada. Así no podrá tomar una buena decisión. Créalo. Aprecio mucho a Brit. Es muy talentosa. –Will lo dijo con énfasis, una expresión que denotaba la verdadera importancia que le daba a su hija. Parecía incluso que sus ojos reflejaban cierta admiración. ¿Realmente era importante para él?
-Uhmmm….lo escucho –dijo sintiendo que, después de todo, no había sido madre soltera los últimos meses.
El instituto se veía especialmente gris ese día. Había llovido bastante temprano y parecía que se repetiría por la tarde, a juzgar por las nubes oscuras que se arremolinaban encima de sus cabezas.
Kurt apretujaba su bolsa de la escuela con inusitada fuerza. Sus ojos, por su parte, estaban característicamente fijos en su camino. Párpados al tope, mirada de águila. Parecía no querer cerrarlos en ningún momento, parpadear estaba prohibido. Pasó al lado de Mercedes sin notarla, lo que hizo que ella se guardara el "Hey!" que iba a soltar. Tampoco vio a Finn asomado en su casillero, esperando la usual sonrisa que le dirigía. Quizá Kurt le hacía sentir incómodo con esas miradas que le lanzaba, pero le apreciaba y nunca le negaba el saludo. Sin embargo, esta vez, Kurt no pareció notar que siquiera existiera.
El muchacho continuó su camino sin perturbaciones hasta el salón de ensayo. Tenía Matemáticas a esa hora, pero no le importó lo más mínimo. Quería estar en un entorno familiar y querido. Y eso significaba el salón de ensayo. Perderse por primera vez una clase no iba a causar ninguna catástrofe. No esperaba encontrar allí a Artie, quien se pegó un salto cuando le vio entrar.
-Oh, por Dios, Kurt. Casi me da un infarto -. Exhaló profundamente cogiéndose el pecho. Se hallaba en medio del salón. Su silla de ruedas al otro lado, lejos, muy lejos.
-No deberías hacer eso aquí -le dijo con voz inexpresiva-. Podría llegar Brad o cualquiera de la banda de jazz. Creo que sería a ellos a quienes les daría un infarto.
Kurt dejó su mochila encima del reluciente piano y se sentó en el pequeño taburete, mientras Artie se dirigía hacia su silla y se sentaba en ella de mala gana.
-No entiendo cuál es el punto de todo esto si no puedo siquiera estirar las piernas.
-Ya escuchaste a Mr. Shue. Las cosas irán mejor si pretendemos que nada pasó. Y eso te incluye a ti bien sentadito e inmóvil en tu silla. ¿No era tu mejor amiga? ¿Qué fue de "Respetar la silla"?
-Y lo hago. Es sólo que se siente tan bien estirar las piernas -y lo hizo con cara de triunfo. Pero Kurt no se rió.
-¿Pasa algo?
Le miró. ¿Abrirse con Artie? Ciertamente prefería hacerlo con cualquiera de las chicas. No tenía nada contra él por supuesto. Quizá era sólo cuestión de costumbre. Se encogió de hombros. Artie alzó la ceja pero pareció comprender y no preguntó nada más. Le miró otra vez. No quería que pensara que no le tenía confianza.
-Se trata de Brittany. Estoy preocupado.
-Tío –empezó Artie con compasión-. Deja de culparte. No podías hacer nada, entiéndelo. Todos resultamos afectados, incluso tú. Nadie podría haber evitado nada.
-Simplemente sé que no la protegí como debía. Quizá ella tendría otro "don" o, mejor dicho, "castigo". Y ahora está sufriendo.
Artie empujó su silla de ruedas. Se fijó que no llevaba guantes y su pie estaba en una posición nada usual. Le colocó una mano en el hombro y apretó suavemente.
-Todos estamos sufriendo, amigo. Todos.
Y siguió de largo fuera del salón.
-Acomoda tu pie-le gritó antes de que se vaya. Artie agitó una mano en señal de que lo había oído y desapareció por el pasillo.
Cuando Tina vio la silla de ruedas asomarse en el recodo del pasillo se sobresaltó ligeramente. No es que las cosas fueran mal con Artie. De hecho, habían mejorado mucho. Aún no eran novios ni nada por el estilo pero todo eso de "pretender" había pasado. Él no estaba molesto ya. Pero la ponía nerviosa. De cierta forma, era un alivio que ahora pudiese caminar. Eso los hacía a ambos iguales. No normales, sobre todo por los últimos acontecimientos. Pero era algo más qué compartir. Sin embargo, a diferencia de él, Tina aún no controlaba su nuevo "don". Para Artie había sido relativamente fácil. Se concentraba simplemente en caminar, andar, ensayar unos pasos de baile quizá, y eso había ayudado en lo que respecta a su velocidad. Pero ella aún no podía controlar sus emociones. Habían sido ya dos veces que desaparecía en los pasillos de la escuela. Ciertamente era una suerte la fama de rara que había cosechado desde la primaria, nadie la miraba realmente, difícilmente la notaban. Excepto, claro, sus amigos del club de coro. Claro, ellos no eran ningún problema. Aún con todo, no podía arriesgarse.
Artie había causado que desapareciera en las dos ocasiones. Se ponía realmente nerviosa cuando él se le acercaba. No había sido así antes, y no sabía por qué había cambiado.
Tembló cuando la silla terminó de mostrarse, con Artie rodándola, su sonrisa ancha, satisfecha. Era como si les dijera a todos, con los ojos: "Hey!! Puedo caminar. ¿Ahora se burlarán de mí? No lo creo." Sin embargo, no se lo imaginaba con un tono pedante, sino con verdadera alegría. Lo que más le importaba era que podía caminar otra vez. Ocho años amarrado a una silla no son fáciles de sobrellevar. Sabía que Artie tiraría la silla lejos si pudiera y caminaría majestuoso por aquel pasillo. Entonces, seguía sin entender qué era lo que la ponía nerviosa.
A continuación, la mirada triunfante de Artie se convirtió en puro terror cuando finalmente la notó. Oh, ocurría de nuevo. Probablemente él podía ver a Mr. Moller, que se encontraba justo detrás. Se estaba transparentando. Rápidamente halló el baño de chicas y corrió hacia allí mientras Artie se caía de la silla a propósito y reclamaba ayuda.
-¡Mierda! ¡Mierda, Artie! –susurró mientras se encerraba en uno de los compartimentos.
Quinn cerró con delicadeza la puerta de su Chevi rojo. Hacía frío en el aparcamiento pero nadie en 10 km a la redonda se encontraba tan abrigado como ella. Dos bufandas, un gorro de lana, tres suéteres y unos guantes gruesos. Su rostro estaba blanco, sus labios ligeramente decolorados a pesar del labial y sus uñas bastante grises. Sí. Era uno de sus días "fríos".
Su barriga crecía cada vez más pero seguía adelgazando. Eso le preocupaba bastante. No por ella sino por su bebé. Realmente no quería que le pasara nada malo a pesar de que no se decidía si quería conservarla o no. Seguía siendo su bebé y el lazo entre ambas era estrecho, no lo negaba. Durante la noche, solía acariciar su vientre detenidamente, disfrutando del tacto.
Cerró los ojos, aspirando el aire lentamente. Le ayudaba a tener más conciencia de la pequeña cosita que crecía dentro de ella. Así podía notar si estaba bien. Sintió un leve movimiento. Sí, ella seguía bien.
-Suave, yeti –escuchó una voz burlona justo detrás.
Puso los ojos en blanco antes de girarse. Realmente no tenía que hacerlo, pero sus pies giraron como si fueran resortes.
-Vete al infierno, Puck.
El muchacho hizo una mueca. Se fijó que también llevaba guantes.
-¿Mucha auto-consolación? –se burló aunque sabía que no era posible. Lo que le sobraba al tonto de Puck eran chicas.
-Creo que estamos en las mismas. En cuanto a dificultades de cierto tema –dijo él simplemente, sin reírse, ni ufanarse-. ¿Problemas con la temperatura de nuevo?
-Sip…27 grados, antes de desayunar.
-Wow. Debes estar helada. Déjame pasarte un poco de mi calor.
Abrió los brazos aún con expresión seria, hasta preocupada.
Le miró desconfiada.
-Vamos, Quinn. Realmente mi mente no piensa en nada más que en tu salud y en la de nuestra pequeña. No quiero que mueran congeladas.
La muchacha sonrió ligeramente y se metió entre sus brazos. Lo sintió temblar a su contacto y aun así aferrarla más. Sonrió otra vez, para sí misma. Ambos se dirigieron a la escuela a paso lento. Cinco metros más alejado, Finn miraba la escena con una expresión dolida. Y un poco más allá, Rachel interrumpía su camino hacia él para desviarse directamente hacia la entrada, con la cabeza gacha y cierta lágrima pugnando por salir.
Llanto. Dolor. Risas. Luces rojas. Resplandor. Sonidos desconocidos.
Todo era tan confuso. Todo se agolpaba dentro de su cabeza, llenando sus oídos, su cuerpo. Por un momento, creía que explotaría. Retazos de pensamientos se metían a través de su piel como mil agujas acosándola. Y la presión aumentaba. Emociones que no había sentido, pensamientos sin sentido, nuevas respuestas ante estímulos recién descubiertos.
No era bonito. No era gratificante. Era estresante. Doloroso a ratos. Complejo la mayoría de las veces. Incluso el silencio nocturno había desaparecido. Los cuerpos podían descansar pero las mentes jamás descansaban.
Y entonces sentía un agujetazo más real, más palpable, y todo se distorsionaba, se sentía cada vez más lejos hasta convertirse en un murmullo y una sombra emborronada. Sí. Era gratificante. Pero aunque su cuerpo se relajaba y los embates del exterior no clamaban por su atención, aún podía recepcionar las señales. Aún sentía confusión. Lo demás seguía en su cabeza. Nunca se iban y parecía que nunca lo harían. Estaba condenada.
Su madre dormía apoyando la cabeza sobre sus brazos, encima de la blanca sábana del hospital. Escuchaba claramente su respiración queda. El medio silbido de sus labios. Pero todo eso quedaba opacado por su pensamiento. Sus sueños. Verse a sí misma de la forma en que su madre la retrataba no era agradable. Su cara estaba distorsionada, como si fuera otra persona. Cada vez más borrosa, cada vez más lejana. Madre tenía miedo de perderla. Negó para sí misma. Se había jurado que lograría controlar todo esto. Y así sería, y volvería a ser la Brittany de antes.
Mercedes resopló antes de inclinarse ante el bebedero. El chorro de agua le pegó en los labios con suavidad refrescándola. Todo este asunto del accidente se estaba volviendo más complicado conforme los días pasaban. No era sobre sus nuevas habilidades. Nada de eso. De hecho era bastante fácil esconderlas, después de todo eran los marginados de la escuela. Nadie se preocupaba por ellos excepto cuando llegaba la hora de las burlas y escogían a uno como la piñata del día.
Era su garganta la que la mataba. Cada día le dolía un poco más y no la dejaba cantar con todas las ganas que quisiera. Y si se salía de control no habría nadie que la escuchara porque rompería el tímpano de todos. Era tan injusto. Artie había conseguido volver a caminar, Mr. Shue no tenía que usar más su viejo auto, Tina podía esconderse de quien quisiera, ¿por qué ella no había obtenido ningún provecho de esto?
Se enderezó carraspeando ligeramente a tiempo de ver a Matt y Mike pasar por su lado lanzándole una sonrisa de saludo. Notó como el primero lanzaba bolitas de papel hacia otros estudiantes sin apenas mover un dedo. Ambos se miraron complacidos.
-Mierda –susurró ella llena de envidia y frustración.
-Guarda con esa boca –escuchó a sus espaldas.
Se giró para ver a Kurt apoyado sobre la pared, mirándola con una ceja levantada.
-Me asustaste, tonto.
-Y bien, ¿qué te enoja? –Le preguntó paseando la mirada por el pasillo- ¿Alguien se ha burlado de ti? –de repente parecía molesto.
Sonrió para sí misma. Le encantaba que Kurt sea tan protector con ella.
-Tranquilo, Kurt. Es sólo que me molesta todo esto de las habilidades. Todos tuvieron más suerte que yo. Incluso tú que apenas y has cambiado.
El muchacho fijó su vista en ella de forma brusca. Su rostro estaba tirante de repente y su expresión vacía. Cuando habló lo hizo con una frialdad que nunca antes le había escuchado. La asustó.
-Claro, tú has sido la más perjudicada. Digo, Brittany sólo está tomando una siesta.
Acto seguido dio media vuelta marchándose con la cabeza erguida dejándola con la boca abierta sin darle chance a explicarse. Brittany de nuevo. Brittany, Brittany.
Emma colocaba y recolocaba los adornos de su escritorio. Llevaba unos guantes de lana gruesos que no se había quitado en toda la mañana. Sus ojos inmensos estaban abiertos de la forma usual. Mirando todo con apremio, con esa cierta ansiedad que demarcaba su personalidad.
No había recibido estudiantes ese día así que decidió darle una retocada a su oficina antes de ponerse a revisar los archivos de aquellos que ya habían recibido algún consejo suyo, específicamente los chicos del coro. Tenía a Rachel, Finn, Quinn, Noah, Kurt y Brittany. Los demás no habían pasado por su consejería aún.
El archivo de Rachel detallaba su intento fallido de convertirse a la bulimia, sus constantes ataques de superioridad, su consulta sobre el amor. Los de Finn y Quinn eran bastante parecidos: popularidad, embarazo adolescente, metas. Noah Puckerman había ido a parar allí un par de veces por sus naturales deseos de maltratar a otros estudiantes y sus modales obscenos. Nada del otro mundo. Aunque lo de Noah Puckerman la asustaba un poco.
Se detuvo en el archivo de Brittany Woods. Pobre chica. Tan bonita, tan popular, no muy avispada, pero tenía un corazón limpio y transparente. Hablar con ella era básicamente hablar con una pequeña niña moderadamente inteligente. Sonrió al recordar como tenía que repetirle todo un poco más despacio para que pudiera captarlo.
El archivo comenzaba con un historial que databa desde el jardín de niños. Al parecer, sus antecesoras habían tenido trabajo con la pequeña Brit.
A los tres había tratado de comerse una pelota de plástico pensando que era una naranja. A los cinco se había metido en la perrera aduciendo que la vida allí parecía linda. A los ocho, su mejor amigo era un mono del zoo. A los 10 había corrido kilómetros hasta perderse. Cuando la encontraron dijo que quería alcanzar a la luna. A los 13 pensó que era una mujer loba al notar que le estaba creciendo vello en partes en las que antes no había. Y esas travesuras eran las que más resaltaban. Al pie de página se detallaba que si quería leerse el historial completo debía acudir a las instituciones correspondientes.
Ya a su cargo, Brit había llegado en tres ocasiones a su oficina. Cuando se asustó del auto de un estudiante creyendo que era un Transformers. Cuando no entendió por qué ella era una prostituta de medio pelo de la zona roja de un tal Rasputín (gracias, Sue) y cuando el conserje encontró un colibrí en su casillero. Y este último incidente lo recordaba con más claridad y cariño, porque fue cuando descubrió que detrás de tu lentitud mental, Brit guardaba un corazón lo suficientemente grande como para compensar esa falta de cerebro. Podría cometer errores a veces, pero se conduciría lo suficientemente bien en la vida.
El colibrí en cuestión se había roto un ala. Brittany lo había encontrado en la acera fuera de la escuela. Lo curó todo lo bien que pudo, limpió el ala con un poco de agua de colonia y le vendó con cintas de depilar. El colibrí no se veía bien cuando lo encontraron, en medio de revistas de animadoras, paños húmedos, pompas, pero al lado tenía una vasijita con agua y un ventilador portátil. Además, Brit se había asegurado en liberar todos los agujeros posibles de la puerta. Había sido el canto del animal lo que había atraído al conserje.
Cuando Brittany se sentó frente a ella tenía la mirada perdida, no escuchó nada de sus consejos sobre la inseguridad de tener un ave dentro de un casillero, de lo peligroso que resultaba y que además estaba prohibido tener mascotas en la escuela, sólo la interrumpió para preguntar en voz baja y delicada sobre el paradero de Bernie, el colibrí.
-Está en buenas manos –le dijo dándole una palmada en la mano-. En las manos de Dios –pensó para sus adentros. Bernie había muerto aplastado después que el conserje lo liberara.
Ella había sonreído y aceptado todos sus consejos, aunque no dejaba de mirarla con miedo. Y así se fue, despacio, sin apenas hacer ruido, enfundada en su uniforme de animadora, lanzándole una mirada sobre el hombro que se debatía entre la simpatía y el temor, para luego desaparecer por el pasillo.
Kurt se detuvo al lado de las escaleras. Estaba tan alterado con lo que había dicho Mercedes. Realmente a veces podía ser tan tonta. Sujetó con fuerza el móvil que sostenía en la mano. Había marcado el número de Brittany. Sabía que no le contestaría. No podía aunque quisiera.
Apretó los ojos intentando contenerse. Era su culpa. Nadie lo entendía realmente. Él había visto "eso" cayendo. Él no había dicho nada. Él tenía la culpa de todo.
-Hey, Kurt –Mr. Shue lo le palmeó el hombro mientras pasaba a su lado.-Tengo un anuncio, creo que Brittany se pondrá mucho mejor pronto, y será gracias a ustedes. Aviso a todos que los espero en el salón de ensayo.
-¿Qué es, Mr. Shue? –se giró hacia el profesor.
- Ven y lo sabrás. Oh, van a tener la oportunidad de sobrellevar esto. Lo prometo.
Kurt volvió a su posición mirando fijamente la pantalla del móvil.
-Haré todo por remediar esto, Brit. No te fallaré otra vez.
