De magia, libros y otras aficiones

By Fatty L


Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece, tanto sus personalidades como el maravilloso mundo de la magia son creación de J.K; yo solo me divierto jugando con ellos. Este fic participa en el reto "Tres palabras, tres personajes" del foro The Ruins. Mis personajes eran Argus Filch, Irma Pince y Poppy Pomfrey, mi dolor de cabeza me han dado pero he terminado a tiempo. Espero que lo disfruten.


Argus Filch – Squib

Argus Filch no era precisamente la persona más popular, ni en Hogwarts, ni en ninguna parte. Quizá se debía a su mal genio, o al hecho de que su mejor amiga fuese una gata. Por el motivo que fuere la gente no lo aceptaba y rehuían su presencia.

Desde pequeño fue diferente y no por pertenecer a una familia de magos, simplemente no encajaba. Cuando llegó el tiempo en que debía mostrar sus primeros signos de magia, todo empeoró. Su familia, para quienes el sentido de la vida consistía en ser magos, conoció al primer squib en generaciones. Ni siquiera el hecho de ser hijo único ayudó a que le comprendiesen, habría que decir que lo empeoró todo. Sus padres eran plenamente conscientes de que con él, probablemente acabarían su apellido y su linaje.

Ahí comenzó el verdadero aislamiento, la única que parecía disfrutar su presencia era su gata. Un animal tan o más solitario que él mismo. Pasó la mayor parte de su infancia tratando de probarse a sí mismo y también a su familia, que la magia corría por sus venas al igual que en las de ellos. Se negaba a aceptar su condición. La confirmación rotunda llegó un 17 de junio, en su onceavo cumpleaños; recibió pastel y hasta uno que otro regalo hecho sin verdadero cariño, pero nada de carta. No iría a Hogwarts.

La historia de cómo acabó siendo celador en el castillo sigue siendo un misterio. Probablemente fuese el fruto de otro de sus muchos intentos por encajar, por sentir que formaba parte del mundo mágico; o quizá simplemente la generosidad de Dumbledore fuese la responsable. El caso es que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y Filch se negaba rotundamente a admitir que no podría hacer funcionar nunca una varita.

Olivander había pasado uno de los peores días de su longeva vida cuando al amante de los felinos se le metió entre ceja y ceja que quería comprarse una varita mágica. Su plan era simple, aunque rematadamente tonto, se proponía blandir el palo de madera, que en sus manos no era más que eso, hasta que lograse realizar un hechizo. El pobre anciano tuvo que desperdiciar energía y tiempo, exactamente 10 horas de su tiempo, repartidos en tratar de explicarle al hombre que su idea era ridícula y en arreglar los destrozos provocados en su tienda. Todos sabemos lo que sucede cuando un mago, o en este caso un squib, agita una varita que no le corresponde; si no hay que ver la explosión que provocó Harry Potter al buscar su famosa varita.

Ni embrujorrápid, ni los cursos intensivos que algún que otro pobre ingenuo alumno accedieron a darle, surtieron efecto alguno. El resultado fue un viejo, cojo (resultado de uno de sus muchos intentos fallidos por realizar pociones), cansado y amargado que no confiaba en nadie que pudiese hacer uso de la magia.

Hasta que llegó ella… Irma Pince.