Lo intentó
Roger realmente intentó curar a Matt de sus tendencias sodomitas. En verdad lo intentó. Cada vez que lo encontraba demasiado cerca de otro muchacho, no permitía que estuvieran solos después de que caía la noche y jamás dejó que tuviera otro compañero de cuarto que no fuera su propio coraje. Cuando los rumores se hicieron tan fuertes que llegaron a la puerta de su oficina, decidió empezar a hacer pequeñas redadas a su habitación, para confiscar las revistas de material para todo lo que estaba a su alcance. Probó con la religión, que había moderado las inclinaciones de Mello, pero Matt no era creyente y muchas de las revistas cómicas que consumía se burlaban de la Iglesia Católica. En una de sus charlas, con el mayor de los tactos, le explicó que los pensadores que habían dejado su huella en la historia estaban ante todo, reservando sus fuerzas enteramente para el saber universal, sin embargo, Matt estaba inclinado por algunos poetas surrealistas de principio de siglo que poco y nada sabían de los beneficios de la abstinencia o en todo caso, querían olvidarse por completo de aquello. Pensar que funcionó tan bien con Near que ni siquiera tuvo que explayarse y sacar diapositivas de Tomás de Aquino. Matt no tenía gusto por el arte tampoco, no era como con Linda y sus pinturas extremadamente cálidas y realistas, en las cuales mujeres de cuerpos más bien púberes, ofrecían sus senos descubiertos y los dedos índice juguetonamente asidos a labios carnosos. Pinturas que se vendían con éxito notorio en internet, pero Roger le explicó que tal vez era lo más correcto mantener amistades platónicas con las modelos de la í podría trabajar sin ánimo de lucro por completo y concentrarse en la fuerza de la obra. No, Matt era diferente y las estrategias de Roger estaban liquidándose con él. Pronto tendría que ofrecerle una Playstation para uso personal con la promesa de que se olvidara de intimar con otros miembros de la institución, a menos que tuvieran dos cromosomas y estuviese dispuesto a casarse más adelante con ellos, desde luego. Quería hablar con L. en su próxima llamada sobre el desarrollo intelectual de su prole espiritual. Es más, se adelantó y lo llamó él mismo a la línea directa que daba a su alcoba. Grande fue su sorpresa cuando le respondió un joven japonés de acento ligeramente altanero a pesar de su inglés de bueno a excelente, explicando con brevedad que era un mal momento. Luego le dio con L. tras una pausa en la que juraría que discutieron como recién casados y los motivos que le dio su superior, giraban en torno a un par de esposas que supuestamente le ayudarían a resolver un caso. No le creyó y hasta olvidó el motivo por el que había llamado, alegando senilidad.
