STARTING FROM SCRATCH

Discaimer: Ojalá Glee me perteneciera, de verdad: habrían escenas decentes de sexo, las parejas cambiarían así como el sentido de la continuidad de la serie. Sin embargo, sigo aquí, sin oficio ni beneficio.

Importante: La historia puede contener algún spoiler.


Lanzar, rebotar, atrapar... su pelota anti estrés volvió a la pared, esta vez sin rabia o frustración. Había perdido la cuenta de las veces que había topado y vuelto a sus manos pero realmente, su intención no era jugar con ella. Blaine Anderson tenía una de esas dudas que intentaba evitar a base de canciones y bailes no muy elaborados; si se sentía muy presionado, practicaba con su saco de boxeo pero en esa ocasión, no podía pensar en cosas banales para esquivar la realidad. Porque ¿cómo ignorar un suicidio y un accidente de tráfico en una misma semana? Estaba seguro que la impresión no hubiera sido la misma si no conociera a las personas afectadas.

Era natural preocuparse por el estado de Quinn Fabray ya que era una buena compañera. A pesar de los pequeños incidentes al entrar a New Directions, se hablaban, coincidían en ciertas cosas, compartían un ambiente de cordialidad... lo normal entre miembros de un club de canto. Cuando se enteró que Quinn había sido arrollada por un camión tuvo el deseo de ir a visitarla lo más pronto posible junto a Kurt y sus compañeros. Por otro lado, estaba lo sucedido con Dave Karofsky y es aquí donde empezaban sus problemas: lo que había sucedido era desalentador y hasta sabía cómo se sentía al respeto – no hacía falta decir que ambos compartían la misma orientación sexual – y dolía esa sensación de haber podido sido él quien estuviera en el hospital. Sin embargo, no sabía si visitarle era buena idea o al menos, positivo.

Todos los que le conocían, sabían que él y Karofsky no se llevaban bien. No le quería ningún mal, podía decirlo con seguridad, pero había una sensación de incomodidad entre ellos bastante notoria. Cuando uno es el novio del chico que este quería, lo más probable era que cayera todo el odio en él y acabara huyendo por patas de cualquier lugar en el que estuviera; porque tenía la insana certeza de que sería capaz de volverlo a empujar hacia unas vallas y aprisionarlo aunque había dejado de ser violento con Kurt. Además, ¿qué pensaría Karofsky cuando le viera aparecer por la puerta? Lo más seguro era que no quisiera ni verle.

El portazo que procedía de la entrada, perceptible a oídas de cualquiera que estuviera despierto a esas horas de la noche, interrumpió su estado meditativo. Cooper había vuelto a casa y eso significaba que era tarde; si su hermano lo encontraba despierto, golpeando la pared con una pelota, sabría que algo fallaba y lo que menos quería en ese momento, era tener una charla con su hermano. Por última vez, la pequeña bola volvió a sus manos y la guardó junto la fotografía de Kurt, la cual echó una última mirada. No entendía porque buscaba en la imagen algo que le diera inspiración o la solución cuando no suponía una pregunta existencial pero, al menos, encontró un poco de paz para poder descansar. Volvió a acomodarse en la cama. Su hermano pasó de largo su habitación, tal y como quería; ahora, más tranquilo, consultaría con la almohada para decidirse mañana a primera hora del día.


Al final resultó inspirado por su desayuno habitual, tal y como predijo antes de acabar dormido: ganó su voluntad conciliadora, por así decirlo; así que ahora estaba a camino del hospital Saint Agnes el cual no estaba demasiado lejos de casa. Daba gracias por la cercanía ya que cada día se desplazaba hasta McKinley y los desplazamientos eran tediosos; si el viaje de hoy hubiera sido tan o más largo que lo habitual, hubiera acabado por desistir, por muy egoísta que pudiera oírse. Aún no estaba seguro de que fuera una buena idea pero esperaba que esa sensación desapareciera mientras la radio del coche sonara a todo volumen.

Pronto se vio en el aparcamiento, casi sin darse cuenta, pensando en lo que haría por la tarde con Kurt (¿dar una vuelta, leer revistas o ver una película? No lo habían decidido aún) y estacionó sin problema alguno. A continuación, sin pausa pero sin prisa, se dirigió hacia dentro del pabellón del hospital en busca del mostrador de recepción para preguntar cuál era la habitación a la que se tenía que dirigir. Afortunadamente, le atendieron rápidamente y le entregaron una etiqueta de identificación, que enganchó en el abrigo. Esa era una de las ventajas de madrugar y anticiparse a las demás visitas, que el personal fuera más agradable.

Después de subir hasta la planta correcta, arrastró los pies hasta una distancia prudencial a la puerta. El carro de las enfermeras, situado a un lado de la entrada, delataba lo que estaba ocurriendo allí dentro: una mera inspección del paciente y las pertenecientes curas que pudiera necesitar. Una vez allí, parado, se dio cuenta que no había vuelta atrás; que si abandonaba las instalaciones del Saint Agnes, se convertiría en una especie de cobarde. La sola idea le hizo retroceder unos pasos hasta acercarse a la pared que había detrás de él.

- Adelante, muchacho.

Obcecado por sus pensamientos, no se dio cuenta de que las enfermeras habían salido de dentro. La última enfermera en salir, quien resultó ser la más joven, lo empujó suavemente hasta que se acercara de nuevo a la puerta y se marchó con las demás a asistir a otros pacientes -.

Blaine abrió la puerta con cuidado y traspasó el umbral de la puerta un tanto nervioso. Allí descubrió cómo la habitación asignada era más agradable de lo que se esperaba para un hospital. Bien iluminada, la luz alcanzaba más a los pacientes que a las visitas, quienes tenían una silla situada al lado de un pequeño armario bajo. El pelinegro pudo observar como en el lado de la cama más cercano a él, había otra mesilla llena de obsequios aunque parecían muchos menos de los que habitualmente tendría cualquier persona en esas circunstancias. Bien vistoso era ramo de flores y el oso de peluche que compró Kurt cuando lo visitó hacía unos días; también, otro ramo que no alcanzaba a reconocer y el pequeño arreglo con comestibles en nombre del Escuadrón de Dios que, seguramente, el castaño no podría probar hasta recuperarse. Hubiera hecho un chasquido de indignación al analizar ese tipo de regalo que Karofsky había recibido cuando, obviamente, había intentado ahorcarse pero estaba más ocupado en reprocharse mentalmente por haber venido con las manos vacías.

Se quedó de pie mirando la lámpara situada en la mesilla izquierda en vez de los ojos del castaño, con la intención de aligerar la situación. Se sentía más agradable mirar a cualquier otro punto de una habitación ligeramente familiar que sentir el escrutinio directo del otro. ¿Qué iba a decirle? ¿Felicidades, dentro de veinticuatro horas saldrás del hospital y podrás volver a tu vida normal? Aunque en un principio era lo que ocurriría de una manera u otra, sonaba cínico incluso en su cabeza.

- Puedes sentarte...

Haciéndole caso, volvió su cuerpo en torno la silla que tenía a su lado e intentó acomodarse lo más posible al asiento. En su propósito, no tuvo más opción que desviar la mirada hacia la suya; no tenía la intención de que lo tachara de maleducado ni de cobarde ante su presencia. El Dave Karofsky altanero de un año atrás, no era una débil sombra sino cenizas: era una figura doblada a sí misma, auto protegiéndose de todo bajo una mirada triste; la fuerza que desprendía se vio mermada bajo unas ojeras algo azuladas que le daban un aspecto lechoso, como contraste a la leve marca rosada situada en el cuello. Tampoco era exclusiva puesto que en los brazos se hallaban morados causados por las vías y las uñas fueron mordidas con ansia. Daba angustia ver como había perdido hasta algo de peso, no muy bien llevado, en tan solo cinco días. Y le había tenido miedo… no sabía cómo dejar de sentirse decepcionado consigo mismo.

Una punzada en los costados le recordó lo mal que lo había pasado la noche del baile Sadie Hawkins pero por suerte, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz aún extrañamente ronca del más grande

- ¿Te envía Kurt?

- No – encogió de hombros como mecanismo de defensa -.

Volvió el silencio en el cuarto, extrañamente más incómodo para el gusto de Blaine. Tampoco era bueno como se sentía escudriñado por la mirada extrañada de Dave pero no puede evitar que sucediera ya que él mismo había encontrado singular todo aquello, desde el día anterior.

- Oye, ¿por qué coño has venido? - Dave empezó a enfadarse aunque, con la voz temblorosa y los ojos brillantes por el orgullo herido, no sentía miedo sino algo tristeza -. No necesito la compasión de nadie, no soy un niño que necesita dos palmaditas en la espalda al que le digan "pobrecito". Si vienes a reírte, te invito a que salgas de la puerta.

- No es eso, en absoluto – desmintió -. Vengo a visitarte porque... bueno, lo que te ha ocurrido… es difícil de explicar.

- Así que es por pena. Vete...

Su voz no era muy segura pero Blaine no quería tentar más a la suerte al ver como Karofsky rebuscaba por encima de la sábana, el timbre para hablar con las enfermeras de guardia. Alargó el brazo y posó una mano tranquilizadora en el hombro del muchacho mientras negaba enérgicamente. En ningún momento quiso dar a entender eso porque, obviamente, nunca sintió aquello. Solo había sentido dolor y comparecencia desde el momento que supo de todo aquello.

- ¿Entonces, para quedar bien delante de Kurt? – preguntó confuso -. No entiendo...

- Te aprecio.

- No te lo crees ni tú – sentenció -.

- No es mi culpa si no me crees – soltó el brazo tan bruscamente como herido se sintió. Odiaba que pusieran entredicho sus palabras y más cuando intentaba sincerarse -. Yo… lo siento... – suspiró hondo - pero es verdad, no te odio. No como lo haces tú.

- No es verdad...

- No te lo crees ni tú – imitó Blaine inconscientemente -

Por primera vez, como si hubiera hecho un descubrimiento inquietante, oyó la risa sincera del chico que tenía estirado en la camilla. Y entonces, se dio cuenta de lo que acababa de suceder y no pudo evitar el reír junto a él. Sería mentir descaradamente que no le sorprendía haber arrancado un atisbo de felicidad momentánea, por más superflua que fuera, pero todo aquello quedaba en segundo plano. La incomodidad entre ambos había ido desapareciendo, poco a poco, con cada carcajada y eso que no había durado ni la mitad de tiempo que hubiera costado con otra persona. Después de unos segundos más tarde, Dave fue dejando de reír progresivamente mientras que el pelinegro se sentía un poco perdido pero, no obstante, satisfecho.

- En serio... - acomodándose mejor en la camilla, el ex atleta del McKinley empezó a sincerarse tal y como Blaine hizo -. Eres raro pero no eres mal tío.

- Eso díselo a las miradas asesinas que me echas.

- Es difícil de explicar... – confesó con la mirada gacha, avergonzado -

- Oh, no sé si sentirme agradecido o herido – bromeó Blaine intentando quitar hierro al asunto -.

- Es algo bueno. Creo.

Blaine ignoró la palabra "creo". Con Kurt había aprendido un montón de cosas acerca una relación y una de ellas, era el doble sentido de las palabras: un "sí" podía significar un "no"; un "no" llegaría a equivaler un "si" y un "creo", un bucle infinito en una decisión. No estaba seguro si Karofsky seguía el mismo patrón pero mejor no probar suerte. Era preferible cambiar de tema a algo… aunque resultara un poco incómodo. Una vez ya habían compartido una broma, las cosas iban más suaves entre los dos.

- Mañana...

- Ya... – otra interrupción pero esta vez, la voz de Dave se torna más apagada aún -

- Me refería a qué hora te darán el alta hospitalaria.

- Supongo que al mediodía, después de la última revisión – tragó saliva -. ¿Por?

Definitivamente, no para acompañarle a casa junto a su padre, demasiado para ambos. El hecho era que necesitaría alguien con quién desahogarse y que no lo atosigara demasiado con preguntas. Cuando entrara dentro de la casa, recordaría más vívidamente si cupiera todo el asunto de su intento fallido de suicidio. No importaba el rincón de la casa al que se trasladara porque volvería la sensación de opresión en el cuello, sobretodo en la habitación dónde ocurrió. Por lo tanto, visitarle en aquella casa en la que ahora se sentiría aprisionado, tampoco sería lo adecuado. Se quedó un instante con la mirada perdida hasta que encontró algo que fuera adecuado para la situación.

- Te enviaré algún que otro mensaje.

- Por qué querrías hacerlo? – carcajeó sarcástico -

- Volver a casa apestará. No es bueno que estés solo en esto.

El ojipardo abrió sus ojos más de lo normal ante tales palabras. En realidad esperaba algo como un par de palmadas en el brazo o unas palabras de consuelo asegurándole que el mundo sería mejor en un futuro, como todo el mundo hacía. Lo primero, apestaba; lo segundo, le hacía sentir en cierta medida, esperanzado, pero nadie se había preocupado del ahora. Que Blaine Anderson hubiera dicho aquello, le hacía sentirse algo extraño.

- Ha sido muy amable por tu parte pero no tienes porque sentirte obligado.

- Si me sintiera obligado no hubiera ni venido a verte.

La voz de la enfermera que le había acercado hasta allí dentro, se hizo oír bien alto pues abrió la puerta de golpe y pidió amablemente que Blaine marchara, en motivo de una visita rutinaria por parte de un especialista. Dave gimió no muy complacido pero aceptó como si no hubiera opción, algo que al más bajo le hizo especialmente gracia. Esperó a que la mujer cerrara de nuevo la entrada y se levantó del asiento, dispuesto a marchar.

- Como te he dicho, te escribiré un mensaje. No hace falta que me contestes, si no quieres – de repente, el silencio que hubo al principio, volvió como por arte de magia -. Supongo que debería marcharme, no quiero causar problemas…

- ¿Anderson? – cuando reaccionó, Blaine estaba cerca de la puerta; aún así, se giró ante su llamada – muchas… muchas gracias por venir. En serio.

El cuervo no dijo nada. Solo lo vio una sonrisa franca acompañada de un gesto educado con la mano, por primera vez desde que se habían conocido. Con ello se despidió definitivamente y salió del lugar.


Una vez llegó al coche, alzó la vista hasta el cielo, rastreando como una porción de este se despejaba. Como si fuera una metáfora de lo que acababa de ocurrir entre esas cuatro paredes. ¿Por qué siempre sentenciaba a todo el mundo antes de ponerse, verdaderamente, en los zapatos de los demás? Había juzgado a Sam como también lo hizo con Dave Karofsky. En apenas una hora, este le había dado hecho recordar una lección: no siempre era bueno tener ideas preconcebidas. De lo que pensaba que iba a ser realmente incómodo, acabo por ser más agradable de lo que nadie hubiera creído. Definitivamente, no era un mal tipo.

Se decidió a entrar y arrancó diligente el coche, dirección a casa. Recordó las primeras palabras que le dijo cuando se encontraron por primera vez en las vallas del William McKinley: "No estás solo" y consideró más que nunca, lo sentidas que se habían vuelto de repente. La determinación que sentía en aquel instante, hizo que sonriera sinceramente. Era el momento de apoyarle a cambio de haberle recordado a confiar más en las segundas y/o terceras oportunidades.

CONTINUARÁ


Si has llegado hasta aquí habiendo leído el fic, enhorabuena porque te mereces un premio. Sé que es algo pesado y descriptivo, lo sé… pero es mi primer fanfic largo así que espero que te apiades de mí (tenía muchas ganas de escribir un Blainofsky largo – no por algo es mi OTP favorito - pero nunca me animé a ello hasta el día de hoy). También, si no es mucha molestia, espero no ganarme tu odio con las faltas ortográficas, de puntuación, de estilo, etc. pues no tengo beta – y la única que conozco, está pluriempleada en este fandom -. Aún así, acepto críticas y felicitaciones constructivas.

Este fic se lo dedico a mis amadas KarinCriss, acm2099, Nameless-Anami y a Winter74, cuatro personas maravillosas a las cuales debo pedir perdón por soportarme. ¡Espero que os guste al menos, un poco! Si a ti también te gusta – o lo odias -, puedes dejar un comentario o subscribirte a esta historia; incluso, acercarte a mi tumblr ("pistachiosandredvines"). ¡Sin presiones!