El príncipe maldito

Por Katou Yuu

ADVERTENCIAS: Amor, magia y acción. AU, Yullen.

DISCLAIMER: D. Gray -man pertenece a Katsura Hoshino.


Allen Walker había nacido en gracia y belleza. Desde que los reyes y la corte lo vieron, supieron que sería el tesoro más preciado del reino. De inmediato el rumor sobre los atributos del nuevo heredero corrió por todo el mundo y logró que príncipes de todos lados, de diferentes edades, incluso algunos que aún estaban por nacer, enviaran a sus heraldos para solicitar la mano del pequeño de cabello blanco. Mana y Neah, sorprendidos por el impacto de su hijo, decidieron esperar para decidir con qué reino realizarían esa alianza tan importante. Tal decreto no fue bien recibido, pero ninguna propuesta fue retirada, por el contrario, en cada oportunidad el pequeño Allen era cubierto en regalos de todo tipo.

Los adivinos del reino dieron sus primeras predicciones y le auguraron al principito una vida llena de dicha, sin embargo, remarcaban el inminente peligro que corría debido a su encanto natural.

El pequeño Allen pronto cumpliría el año de edad, todos en el palacio estaban encantados con su dulzura e inocencia. Las veces que daba pequeños pasos eran los momentos más adorables para los reyes, eso sí, pese a su aspecto tierno y adorable, el pequeño había nacido con una extraña característica: un apetito insaciable.

Al principio los reyes se habían preocupado, pero el médico real les había asegurado que era normal, extraño pero normal. Los reyes pensaron que su hijo sería entonces un príncipe grande y fuerte; no podían estar más orgullosos.

Desde la iglesia habían hecho los preparativos para su bautizo al que serían invitados gran parte del reino para darle su bendición al futuro rey. Los súbditos permanecían emocionados por el anuncio, pues estaban seguros que el pequeño príncipe mantendría la paz y prosperidad que habían establecido sus padres. Quizás era por la alegría que ahora se respiraba en el reino que nadie se había percatado que desde las afueras del mismo a un terrible hechicero le había llegado la noticia e incluso no había sido invitado al evento del año. Sabiendo que era despreciado por la nobleza de este y los reinos circundantes, decidió tomar la iniciativa y dar su bendición al bebé real.

Mientras el príncipe recibía regalos de sus numerosos pretendientes, que hacían una fila que daba tres vueltas al salón, el hechicero se reveló con estruendo, cubriendo de oscuridad el lugar y haciendo que la guardia corriera a custodiar, con sus fuertes pechos cubiertos en armaduras, a sus reyes y al príncipe.

Con un pase el hechicero, cubierto por una capucha, lanzó a los guardias contra los invitados y se acercó al bebé. Allen, en su inocencia, lo miró y levantó el juguete que tenía en la mano como si se lo ofreciera.

- Así que este es el príncipe que todos nombran como "El más hermoso" - dijo el hechicero agachándose.

Los reyes acudieron de inmediato pero el hechicero los paró descubriéndose el rostro.

-No me invitan al bautizo y aún peor ¡se atreven a decir que el príncipe es más hermoso que mi Lenalee! - dijo haciendo un berrinche, tomando el juguete de Allen y lanzándolo lejos.

El bebé comenzó a llorar de inmediato y trató de ponerse de pie para enfrentar al hechicero.

- no fue nuestra intención insultarle, enviamos una invitación, pero jamás abrió la puerta - explicó el rey Mana.

- ¡estaba demasiado ocupado cuidando a mi Lenalee! ¡pudieron dejarla en el buzón! - dijo el hechicero a los gritos - el daño ya está hecho y, por sobre todas las cosas, jamás perdonaré a este niño por creerse más lindo que mi hermana.

Alrededor del hechicero comenzaron a surgir llamas de color morado y su rostro de desfiguró en el de una criatura de otro mundo.

Todos estaban asustados, el pequeño príncipe simplemente estaba petrificado frente a ese extraño ser. Mana trataba de llegar a él, pero Neah se lo impidió al ver como el fuego consumía y carbonizaba la decoración y los regalos a su alrededor. Tomó la espada y cuando estaba dispuesto a salvar a su heredero vio que aquella criatura que había sido el hechicero acercaba su garra. Todos gritaron horrorizados pidiendo que no le hiciera nada al principito, se imaginaban que acabaría con su vida de un solo golpe y, sin embargo, sólo posó la uña sobre la frente del niño. Los presentes detuvieron su respiración, los ojos inocentes se reflejaban en las enormes pupilas del hechicero como si buscaran conquistarlo y hacer que desistiera. Con brusquedad, la garra bajó rasgando limpiamente el rostro del príncipe pasando por su párpado hasta la mejilla.

El llanto llenó la sala, los reyes se desesperaron y mientras el pequeño sollozaba en el suelo, el hechicero comenzó a formular su maldición sobre el pequeño.

- Con esa marca te condeno a lastimar a todos tus amantes - dijo con voz cavernosa - serás encantador, carismático, atractivo, todo lo que han clamado tus insensatos súbditos, pero si no logras que alguien se una a ti antes de los 18 años, lo perderás todo - sentenció y desapareció.

Los reyes fueron a consolar a su hijo y descubrieron que ahora su bello rostro estaba marcado por una herida que iniciaba con una estrella, una maldición evidente pero que no le restaba hermosura.

Algunos pretendientes se retiraron, pues no se tomaban a la ligera las maldiciones; otros trataron de ayudar pensando que así ganarían el favor de los reyes; el resto decidió esperar pues no entendían de qué forma el príncipe podría lastimar a sus amores si tenía tantas cualidades.

Los años pasaron y la maldición se fue olvidando y las propuestas de amor se relajaron. Sin embargo, los reyes, tratando de concebir a otro príncipe o princesa que pudiese asegurar el linaje, recibieron las malas noticias de los médicos reales: no podrían tener más hijos. Desde ese momento se volvió imperativo casar al joven Allen Walker.

Allen ya llegando a sus 17 años, consintió la presión de su compromiso como príncipe. Estaba consciente de su deber con el reino, asegurar un heredero y continuar con el linaje, pero en parte sentía que no estaba del todo bien. Había crecido leyendo hermosas historias de amor e incluso sus padres tenían una. Él quería enamorarse de alguien y no sólo casarse por compromiso.

Aun así, era consciente de que era joven y faltaba mucho para que alguien llegara con una propuesta o que incluso sus consejeros decidieran si él debía declararse. Vivió sin preocuparse hasta que el reino vecino se presentó a pedir su mano. Los reyes evaluaron la propuesta, pero tratando de contemplar sus sentimientos, pidieron al reino que el príncipe se presentara para dejar que ambos se conocieran.

Cuando el príncipe Tyki llegó al castillo y fue presentado ante la familia real le fue imposible ocultar su fascinación por el príncipe Allen. Las siguientes semanas se dedicó a ganar su corazón, sin embargo, a pesar de todas las atenciones, Allen no podía entregarse. Los rumores de los movimientos del reino de Tyki llegaron y alertaron a otras tierras que de inmediato llegaron a ofrecer la mano de sus hijos para el bello Allen.

Tratando de evitar un problema diplomático, habló con sus padres, quienes viendo las propuestas de otros pretendientes creyeron que no habría daño. Desafortunadamente, Tyki, viendo su inminente derrota, trató de seducir a Allen antes de dejar el castillo.

Le besó una noche en un arrebato mientras charlaban en su habitación y aunque fue rechazado, su lujuria le poseyó y trató de hacer suyo al príncipe. Éste, aunque trató de defenderse terminó abandonándose por un momento ante las caricias de su pretendiente. Pensó que la pasión era una señal y que su historia de amor tal vez debía estar marcada por esta, por un encuentro clandestino.

Pero, aunque habían olvidado la maldición y todo había marchado bien, en el momento que Tyki estuvo a punto de penetrar al príncipe, sintió un terrible dolor a penas tocar su carne.

No pudo contener el grito adolorido al sentir su miembro lastimado de una forma inesperada, se llevo la mano a la entrepierna como si buscara calmar el dolor.

El príncipe preocupado quiso tratar su herida, Tyki por alguna razón le miro desconfiado.

- ¿Qué has hecho?

-No hice nada, yo tampoco entiendo cómo pudo pasar, fue un accidente - Allen no era un experto en el tema, pero sabía que esto no debía suceder. Entonces, Tyki dijo algo que le dejo helado.

-¡Es la maldición! ¡Era cierto! ¡estás maldito! -gritó al sentir el dolor en su entrepierna intensificarse.

La voz de Tyki no tardó en atraer a los guardias, sirvientes e incluso a los reyes. Aquella noche la maldición del joven príncipe se había cobrado la entrepierna del primer inocente. A pesar de que el asunto trató de mantenerse en secreto, la cantidad de miradas que lo habían presenciado provocó que lo ocurrido se regarse como pólvora entre los habitantes del palacio y sus invitados.

Las palabras del hechicero Komui fueron analizadas exhaustivamente por los consejeros, adivinos y magos del reino, pero sólo lograron descifrar la primera parte: el príncipe causaría desgracias a sus amantes: todo aquel que tratara de consumar su amor con él, terminaría con el miembro hecho pedazos.

Las posibilidades de traer un nuevo heredero al reino estaban anuladas por la maldición y sólo quedaba buscar una forma de romperla, sin embargo, todos sabían que había una fecha límite para ello. Cuando el príncipe alcanzara los 18 años, algo terrible sucedería.

De inmediato comenzaron a buscar a los grandes héroes de tierras lejanas y cercanas, aquellos que tuviesen el valor de tratar de romper la maldición. Quien lo lograra se ganaría la mano de Allen sin importar el origen de su cuna.

La decisión no fue bien recibida por el príncipe pues aún tenía la esperanza de enamorarse y estaba seguro que su verdadero amor lograría romper la maldición. No obstante, los reyes le recordaron que era su deber ver por su reino y no tuvo más opción que prestarse a las pruebas que indicaban los especialistas.

Uno a uno Allen fue rompiendo el pene de todo aquel que osara empuñarlo contra él.

Allen sentía que ya no podía seguir adelante con esto. La curiosidad por saber cómo se sentiría su primera vez debía esperar junto a su deber por el reino. No se sentía bien hiriendo a esos hombres, muchos llegaban con la ilusión de hacerlo suyo y casarse, pero no se sentía nada bien. No quiso siquiera ver a los últimos pretendientes que llegaron al reino. Suplicó a sus padres detener la búsqueda por un tiempo y aunque los reyes no parecían estar de acuerdo pues quedaban unos meses para que cumpliera 18, el ver a su hijo lleno de vergüenza por haber sido expuesto a docenas de hombres les indicó que era lo correcto.

Allen sintió que podía respirar con tranquilidad. Sin embargo, pronto notó que los sirvientes lo miraban con temor ¿Era por su maldición?

De cierta manera comenzaba a sentirse asfixiado dentro del palacio, todos hablaban con preocupación sobre él y sentía las miradas expectantes. El lugar estaba rodeado de un aura de temor e incomodidad. Aquella sensación le impulsó a salir de la seguridad del palacio esperando que en la ciudad pudiera despejar su mente.

No había salido del castillo hace mucho y su estómago ya rugía como loco, así que buscó comida. Al llegar al mercado, los aromas del pan recién hecho y la comida callejera lo envolvieron. En cuanto se vio frente al puesto de pasteles tomó una rebanada y comenzó a devorarla.

- ¡un ladrón! - dijo la mujer que veía desaparecer su mercancía

- ¡no estoy robando! no pude resistirme ¡se ven deliciosos! - dijo el príncipe con la boca llena.

- ya veo - dijo la mujer notando que bajo la capa llevaba unas preciosas vestiduras que indicaban su riqueza - entonces puede tomar lo que deseé mientras pueda pagarlo - dijo extendiendo la mano esperando las monedas de oro.

- ¿pagar? lo siento, pero no tengo dinero - dijo Allen apenado - pero puede pedirlo en el castillo, envíe la cuenta a nombre del príncipe.

- ¿te crees que nací ayer? ¡guardias! ¡un ladrón! - gritó a todo pulmón

- yo lo pagaré - dijo un sujeto acercándose y bajándose la capucha.

Era Link, el comandante de la guardia personal del príncipe. Sacó unas monedas y acordó el precio con la mujer.

- no necesitaba de tu ayuda - dijo Allen molesto por el rescate

- no me lo parece

- vuelve al castillo, no deseo que nadie me siga.

- imposible, cuidarle es mi trabajo - dijo el caballero con solemnidad

Allen sabía que no le podía llevar la contraria a Link, después de todo era muy terco cuando se trataba de cumplir su deber. Lo admiraba pues era capaz de cumplir cualquier misión sin rechistar. Había estado con él desde siempre y lo respetaba, sobre todo en esos momentos sabía cómo hacerse una "sombra" y dejarle reflexionar como si estuviese solo.

Bajo esa protección inesperada, decidió seguir paseando por los puestos. Todo lucía tan apetitoso, por un momento pensó en devorar cada platillo pero se contuvo; no tenía dinero, y no quería que Link siguiera pagando por sus caprichos. De repente un delicioso aroma lo atrajo y su cuerpo se movió por sí solo, guiado por aquel aroma. Sin percatarse, chocó con alguien que compraba en uno de los puestos e hizo que tirara las monedas al suelo.

- L-lo siento - dijo algo apenado.

El sujeto que iba cubierto con una capa que lo cubría por completo apenas le pudo escuchar mascullar algo. Se giró para verle frente a frente y en cuanto sus ojos se encontraron, el príncipe quedó petrificado ante el gesto amenazante. Apartó la mirada de su rostro notando que en su cintura portaba una espada y tragó algo de saliva, se había encontrado con alguien peligroso.

-recoge las monedas, moyashi - dijo el hombre mirándolo con severidad. Allen se sorprendió por aquella petición, jamás le habían hablado así, pero sin duda era su culpa, así que se inclinó.

- espere - se apresuró Link a detenerlo - usted no debe hacerlo, no puede inclinarse ante nadie - y se agachó a recoger las monedas.

- ¿envías a tus lacayos a que recojan tus desastres? No eres nada más que el príncipe mimado que imaginaba - el sujeto de la espada recibió las monedas, pero su mano fue aprisionada por Link.

- le pido que retire esas ofensas, no cabe duda que sabe con quién habla y no puedo pasar por alto su audacia.

- retiraré lo dicho cuando el moyashi se defienda solo - dijo riendo.

- no mientras esté bajo mi protección - dijo Link apretando la mano del desconocido.

- entonces ¿desea probar el filo de mi espada? - el hombre intensificó su mirada.

- por el príncipe, sin duda lo enfrentaría, aunque sería usted quien sintiera el frio del acero.

- ni en esta tierra ni en ninguna podría vencerme, es imposible.

- tal vez porque sus victorias no son más que fantasía - Ambos se miraban sacando chispas hasta que Allen tocó la espalda de Link y el brazo del hombre.

- ya tiene lo que quería, me disculpo nuevamente y espero quedar como amigos- dijo Allen ofreciendo su mano y sonriendo amablemente.

Link lo miró confundido a Allen, más el hombre simplemente puso una mueca de desagrado.

- ¿Amigos? no te tomes tantas confianzas, mocoso - manoteó la mano del albino despreciando su gesto amistoso, Allen parecía consternado.

Sus buenos modales y carisma nunca fallaban. Siempre lo habían salvado de malentendido en el consejo y aclaraban descortesías de otros con tanto encanto que después nadie recordaba cómo había iniciado la pelea. No obstante, aquel hombre no parecía dispuesto a recuperar la tranquilidad. Le irritaba ver a alguien gozando con los conflictos.

- Pero ¿qué hace? ¡esto es un insulto contra...! - Link estaba furioso y pensaba desenvainar su espada cuando Allen lo detuvo.

- Link, está bien, no tenemos que ser amigos. Espero que acepte mis disculpas - dijo Allen esta vez viendo fijamente al hombre frente a él, no pensaba bajar la mirada y dejarse intimidar nuevamente.

El hombre se encogió de hombros y se dio la vuelta riendo mientras repetía "Moyashi". Allen no pudo soportarlo más, tomó un melón del puesto cercano y se lo lanzó a la cabeza dejándolo cubierto de pulpa.

- ¡Me llamo Allen! - dijo apretando los puños.

Un segundo después, se arrepintió por haberse dejado llevar. El hombre descubrió su rostro pues la capucha estaba llena de fruta. Por primera vez logró ver su rostro sin las sombras que lo hacían amenazante y siniestro. Era el hombre más bello que había visto nunca.

Si alguien le hubiese preguntado cuál era su tipo, definitivamente diría que era ese. Se quedó sin palabras, el estómago se le contrajo tanto que pensó que jamás le volvería a dar hambre, no mientras pudiera verle y tocar su cabello largo y sedoso. Link lo tomó del brazo e insistió en sacarlo de ahí, pero el sueño sólo se rompió cuando el joven desconocido tomó un pedazo de melón de su hombro y lo embarró en su cara.

Allen simplemente se quedó estático, Link no dudó en actuar.

- ¡Esto es una ofensa grave!

- ¡Tsk! ¡¿a mí qué?! eres ciego o no has visto que el estúpido moyashi ha sido quien buscó pelea primero, no necesito esta basura ahora - se limpió de mala gana los restos del melón que aún quedaban en su cabeza para marcharse.

- E-espera! - Allen sabía que había sido culpa suya, en un principio quería darle una lección a ese hombre por ser tan grosero, pero ahora solo deseaba saber de él - Quiero disculparme.

- No quiero otro melón, moyashi - dijo para marcharse.

Allen quiso ir tras él sin importar que tuviera la cara llena de semillas de melón. Link lo detuvo del brazo y le miró como preguntando qué estaba haciendo. Al final tuvo que pagar por la fruta y decidió que el príncipe debía volver al palacio pues algunas personas comenzaban a percatarse de su verdadera identidad.

Allen pasó todo el camino sintiendo que había dejado su corazón en el mercado, embarrado como el melón en las calles empedradas. Recordaba la espada, su rostro, algunas peculiaridades de su ropa, tanto como había podido ver bajo la capa, pero si tuviese su nombre seguro le sería más fácil encontrarle. El regreso al castillo le pareció largo y tormentoso, deseaba ver de nuevo a ese hombre.


NOTAS: En esta ocasión les traigo un bello cuento de hadas que todos deberían leer antes de dormir. Una historia llena de amor, acción y magia que debe ser tomada a la ligera.

Si les ha gustado, háganmelo saber.