Estos personajes no me pertenecen —aquellos que salgan en los libros, claro está.— sino que pertenecen a la fabulosa Suzanne Collins y a su mente brillante. Este es un fan fic de Clato, no se si quiera como acabará —si como el libro, o trastocándolo todo de golpe, quién sabe.— así que espero que os guste y me dejéis reviews para animarme a seguirlo. ¡Gracias criaturitas del señor!
"— No te caigo bien, tú a mí tampoco. Pero prométeme una cosa… —dijo el chico de ojos marrones. — Prométeme que cuidarás de ella y que no dejarás que nada malo la pase. —inquirió cerrando medianamente los ojos.
—Lo prometo. —dijo aquel muchacho alto que miraba al otro con seguridad en los ojos. — No dejaré que nada malo le pase. —dijo el rubio. — Si la quieren hacer daño, será por encima de micadaver. —añadió poniendo una voz que, cualquiera que la escuchase, temblaría."
Esas simples palabras bastaron para que el chico de ojos marrones abandonara la sala y fuese a la sala de enfrente, abrazando a la pequeña chica que en esos momentos esperaba tranquila —o eso parecía— sentada en el sofá. En ese abrazo se sintió la preocupación del chico, y los nervios de ella.
— Clovi, escúchame. Eres buena, —dijo el muchacho mirando a Clove, que le miraba fijamente intentando creer en su hermano. — demuéstrales lo buena que eres. No dejes que piensen que eres una presa fácil por tu tamaño, ambos sabemos que eso no es así. —terminando esa frase, la abrazó de nuevo.
— Jackson, me estás ahogando...—dijo la morena tratando de separarse de su hermano, acto seguido, este la soltó— Sé lo que tengo que hacer.
— Sé que lo sabes, pero no dejes que te acorralen. —dijo cogiendo aire y soltándolo después. — Mamá y papá estarían orgullosos.
Aquel último comentario hizo que Clove mirase a su hermano fijamente y los ojos se la llenasen de lágrimas. Sus padres, esos que habían prohibido a Clove entrenarse, esos que, al ver que era el sueño de la chica, aceptaron a regañadientes que se entrenase solo con la condición de que ella no se presentase voluntaria hasta los dieciocho años, y si de verdad estaba lista para ello. Habían muerto hacía dos años, en un accidente de coche. Un duro golpe para Clove, pero ahí estaba su hermano Jackson, cuidándola y dándole la mejor vida posible después de aquello. Desde aquel momento se había dedicado en cuerpo y alma a entrenar, allí conoció a su actual mejor amigo, Cato. Aquel que se acababa de presentar voluntario. ¿Cómo era aquello posible? Bueno, era el último año de Cato en la Cosecha, en parta Clove lo entendía pero no si había salido ella. Porque ninguna chica se había presentado voluntaria por la niña de quince años, ninguna. Y en estos momentos, Clove las estaba maldiciendo a todas. ¿Tanto entrenamiento para qué? ¿Para qué iban al Centro si luego se echaban atrás? Claro que, contra Cato no tenían ninguna oportunidad. ¿Y ella? ¿La tendría? ¿Estaba pensando en matar a su mejor amigo? Ella conocía los fuertes de Cato, pero también lo que se le daba mal, así que tendría esa ventaja, pero Cato estaba en igualdad de condiciones con ella
— Supongo que lo estarían. —dijo suspirando y volviendo a abrazar a su hermano. 74th Hunger Games, allá va Clove Staton, tributo del distrito dos, quince años, perfecta en cuchillos. — Cuida de Pulga, ¿vale? —dijo la morena refiriéndose a su conejo. Jackson simplemente se limitó a asentir.
En esos momentos un Agente de Paz entró por la puerta y avisó que el tiempo se había acabado. Nadie más pasaría a despedirse de la morena porque su único amigo, estaba en la puerta de en frente. Cuando su hermano salió vio salir a la madre de Cato, durante un segundo sus miradas se cruzaron. Durante ese segundo Clove vio el deseo de la muerte de ella en los ojos de Mereditte. Aquella que la había cuidado como una madre, ahora le deseaba la muerte. Se acercó rápido a la puerta y la cerró de golpe apoyándose en esta. Estaba sola, Cato no dudaría en romper esa amistad para volver a casa. No le cabía la menor duda.
— ¿Clove? —preguntó una voz masculina al otro lado de la puerta. La muchacha se apartó y abrió lentamente la puerta para encontrarse a Brutus, un mentor y entrenador del Centro de Entrenamientos. Alguna que otra vez la había ayudado a ella, pero él se dedicaba más a la parte física o a las espadas. — Bien, es hora de irnos. —dijo él mientras con un movimiento de cabeza la instaba a salir de la habitación.
Clove caminó tras él en silencio. Escuchó el ruido de una puerta abrirse, giró la cabeza y vio salir a Cato, seguido de Enobaria. No se detuvo a esperar a Cato, algo que hubiese hecho en otras circunstancias, pero no ahora. Ahora eran enemigos, ¿no? No lo tenía muy claro, no podía pensar en Cato de esa forma, no le veía como una amenaza. Pero, ¿y en la Arena? ¿Lo vería cómo tal? Ahora no podía preguntarse eso, sencillamente no podía. Pocos segundos después Cato y Enobaria se unieron a Brutus y a Clove, y los cuatro juntos, salieron y fueron recibidos por una multitud que gritaba ambos nombres, flashes de las cámaras que harían que mañana esa foto con dos ganadores y un posible ganador, saliese en los periódicos, con cámaras del mismísimo Capitolio grabando porque seguramene estarían retransmitiendo este momento en directo. Todo sea por y para el público del querido Capitolio.
— Adelante chicos, entrar. —dijo Brutus sonriendo y dejando a Clove entrar primero en el tren. Cuando la morena entró en el vagón se dio cuenta que era tal cuál se lo había imaginado. Grande, lujoso y todo colocado simétricamente. Con colores llamativos, madera lujosa, cubertería de plata de la buena... La vida que toda persona querría llevar. — Sentaos. Tenemos que hablar. —añadió Brutus mientras señalaba con la mano dos asientos. Clove lo ocupó al instante, Brutus la daba miedo, y mucho. Así que sería una tributo obediente.
Ahora, solo quedaba esperar qué iban a hacer y a cuál, daban ya por vencedor. Debían elegir a uno, el otro también recibiría ayuda y atención, pero ambos mentores se centrarían en uno exclusivamente, en el que ganaría los Juegos. Y Clove tenía la certeza de que iba a ser el que estaba sentándose en el sillón de al lado, el chico fuerte, el que manejaba la espada como si solo fuese respirar, el que podía partir a una persona en dos con solo apretar los brazos.
