"Ahora lo único que quiero hacer es dormir, que InuYasha me abrace para siempre o, por lo menos, hasta que termine septiembre" ¿Podría InuYasha volver a tener a su "gatita" entre sus brazos¿En dos años puede cambiar un corazón… o el amor de Kagome?

Despiértame cuando termine Septiembre.

Capítulo uno:

InuYasha.

Kagome era todo en sí, una chica común y corriente. Vivía en los alejados y rurales lugares de Tokio, donde era paz y tranquilidad. Donde las noches eran hermosas y había poca electricidad. Se crió rodeada de leyendas, animales y muy pocos niños. Era feliz al lado de su hermano Sota.

Una vez se fue a la ciudad con su única mejor amiga, Sango, para conocerla y además así comprarse un poco de ropa. Ese día era unos de los cuales jamás se olvidan y no era por los recuerdos felices y emocionantes de ver la ciudad tan llena y extraña, dónde nadie conocía las leyendas y los fantasmas de los campos, o quienes tenían las luces para comunicar a los familiares perdidos.

Fue todo una aventura, pero también una tragedia. Ella estaba feliz, durmiendo en un hotel a causa de una terrible tormenta. Cuando volvió a su casa, corriendo con la carita reluciente y el sol en todo su esplendor, la encontró hecha en ruinas. Cenizas quedaban, todo lo que alguna vez fue una pequeña cabaña de cuatro habitaciones, estaba hecha cenizas y aún podía oler a madera quemada.

El abuelo, su madre, Sota… todos terminaron muertos en el incendio. Cuando los vecinos se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Los había perdido a todos y ahora estaba sola. Sango y su padre la recogieron entre su dolor y llanto, hicieron una tumba para sus familiares y la llevaron a su espaciosa cabaña, ya que ellos eran de los más adinerados de allí.

Sin embargo, Kagome no volvió a ser esa niña alegre y feliz. Ya no era la chiquilla que iba corriendo con los perros en lo alto de la colinas. La niña de siete años había cambiado y madurado antes de edad. Sus ojos azules, lentamente perdieron ese brillo y su sonrisa lentamente se apagó. Creció tanto que, cuando cumplió los dieciséis, con sus propias manos (y alguna ayuda de su amiga) volvió a construir su casa. Actualmente vivía en ella, la verdad no lo sé.

Cuando conoció a ese Igarashi, forastero y venido de ninguna parte, todo cambió. Le había dejado una noche en su casa, ya que cuando apenas abrió su puerta él había caído, desmayado, a sus pies. Luego de eso vinieron muchas y muchas más, hasta hacerse meses y luego de esos meses, en años. Estuvo dos años en el rancho, como cariñosamente los llamamos, hasta que en una tormenta desapareció.

Todos pensamos lo mismo: que Kagome había quedado embarazada y por aquél motivo, ese joven se había ido. Pasaron nueve meses, y la Kagome de siempre, con su sonrisa alegre y ojos brillantes, seguía estando aquí. Por supuesto, no hubo ningún niño y nadie supo si pasó algo entre ellos. Solo yo sé la verdad.

Ahora ése Igarashi había vuelto, luego de dos años desaparecido y dado por muerto. Estaba parado frente a la pequeña casita de dos cuartos, en donde estaba durmiendo tranquilamente Kagome, su mujer… mi mujer, por derecho. La vine a reclamar, y esta vez…

Volví, y esta vez era para quedarme.

–.–

Los ojos de Kagome soltaban chispas hacia Igarashi, quien tranquilamente estaba tomando su tasa de té. La joven de ahora diecinueve años estaba hecha toda una mujer, y eso no pasó desapercibido para sus ojos, puesto que veía con claridad las curvas bien proporcionadas del suelto camisón.

–¿Se puede saber a qué has venido! –rugió Kagome, exasperada, por no decir furiosa, golpeando con sus manos la mesa -. ¡No eres bienvenido aquí, ni en el rancho y menos en un lugar dónde esté yo!

Luego de haber terminado su té, Igarashi se levantó y se acercó con calma hacia Kagome. La chica retrocedió unos pasos, hasta quedarse sin salida por culpa de la pared de la cocina. Estaba tan cerca, que hasta pudo escuchar como tragaba saliva.

–Hace dos años no decías lo mismo, gatita –susurró el muchacho, sonriendo arrogantemente, sabiendo que tocó algo en la sensibilidad de Kagome, al ver como ella ponía las manos en su pecho -. Miles de veces te dije que no podía quedarme, pero lo hacía porque me lo pedías.

–¿Eso significa que si no te hubiera hablado nunca, igual te irías? –dijo Kagome con apenas voz, bajando la cabeza, sacudiéndola y tratando de no llenar los ojos de lágrimas -. Te lo repito¡¿Se puede saber a que has venido!

Tuvo ganas de agarrar su rostro y besarla, de regalarle uno de esos besos que se dieron y que se quitaban el aliento; pero primero, tenían que hablar y muchas cosas que arreglar. Kagome no tuvo una infancia fácil, y primero debía hablar con esa Kagome, para así luego poder estar frente a frente con la Kagome de enserio, su mujer.

–Ya te dije, me quedaba porque quería estar contigo. Pero luego tuve que irme, ya no podía quedarme por mucho que quisiera y debía arreglar ese problema del que te hablé.

La chica infló sus mejillas, lo cuál casi le sacó una carcajada. ¡Parecía una niña caprichosa e insolente! Al verla cursarse de brazos, sin querer aumentó más su busto, por lo cual sintió esa oleada de deseo. Esa misma sensación la tuvo la primera vez que la vio, sin querer, estando en paños menores. Rayos, aún recordaba el golpe que le dio, eso si que dolió. Al menos estaba de acuerdo en que todavía la deseaba, punto a favor.

–¿Y, ahora, se puede saber cuál era ese problema tuyo, que no me querías contar? –preguntó Kagome irónicamente, sabiendo perfectamente que él saldría con otro tema.

–¡Keh! No era nada, simplemente estaba tratando de arreglar mis problemas con ese estúpido matrimonio arreglado que me propusieron mis padres –al ver como las cejas de Kagome se movieron levemente, y que su ceño se marcaba, se sintió aliviado -. Primero huí, algo bueno resultó; porque te conocí a ti, gatita –le guiñó un ojo sensualmente, Kagome desvió la vista, sonrojada -. Me encontraron y sin más remedio, tuve que volver.

Kagome no estaba convencida, y temía que hubiera otro detalle 'escurridizo', que no le haya contado. La chica esa, por ejemplo. ¿Se habrán casado¿Estará embarazada y por eso estaba aquí¿Había vuelto a huir? Todas esas preguntas parecían que jamás se irían, ahora tenía la oportunidad de aclararlas.

Tantos meses perdidos, llorando por la ausencia de quién fue su primer amor ahora volvía y, siendo una chica madura, le preguntaría todas sus dudas y finalmente lo sacaría a patadas de su propiedad. Todavía estaba enojada por no haberle contado sobre el matrimonio arreglado.

–¿Y qué hiciste¿Te casaste?

–No.

La chica alzó la mirada, tratando de no parecer feliz. Hoy había sido un día funesto, el cielo estaba nublado y lentamente empezaron a caer las gotas de lluvia, hasta formarse una leve llovizna. La neblina lentamente se levantó y ahora tenía todos los vidrios empañados. Más con la visita inesperada del joven Igarashi, y ahora con la noticia que él se fue por un matrimonio arreglado, y que luego no se casó, eso ayudó un poco… 'a mejorar' su animo.

¡Sólo un poco!

–¿Y entonces?

Igarashi se encogió de hombros.

–Tsk, entonces nada… Les dije que no, ya estaba bastante grandecito para esos juegos. Entonces, como era de esperarse, mi padre me sacó a patadas de su casa y me dijo que, hasta que no viniera casado y con sus nietos, no volvería a pisar su casa.

Eso molesto mucho a Kagome.

–¿Quieres decir que viniste a buscarme, simplemente para que me casara contigo, tuviera a tus hijos y así poder entrar en la casa de tu familia¡Viniste para utilizarme!

Igarashi negó tranquilamente con la cabeza.

–No, no, gatita, vine aquí porque debía volver. Ya me libré de mi padre, nadie me espera allá y tengo los problemas solucionados –volvió a sonreírle -. ¿Piensas que vine a utilizarte?

–¡Claro que sí! Como no tienes techo allá, pensaste que yo te recibiría con los brazos abiertos¿no es verdad¡Qué aún seguiría estando enamorada de ti! Te equivocas, Igarashi, desde que te fuiste para mí estás muerto –entrecerró los ojos amenazadoramente -. ¡Aléjate de mí, de mi casa y no vuelvas nunca más!

El muchacho, en lo que va del día, por primera vez la estampó por la pared. Agarró su cintura con sus manos fuertes y grandes, cortando completamente la respiración de Kagome. Podría decir todo lo que quisiera, pero sus acciones (y reacciones) la contradecían completamente. Sin una pizca de vergüenza, o de la misma timidez que hace dos años, acercó su rostro lo suficiente para rozar los labios de Kagome.

La chica experimentó una fuerte oleada de calor, desde la punta de la raíz hasta sus mejillas. El corazón le golpeaba tan fuerte el pecho que le hacia falta aire. El agarre de él le quemaba las muñecas y sabía que no tenía escapatoria en el momento en que Igarashi acercó su rostro al de ella y rozó con sutileza sus labios. Tembló desde la punta a los pies, se le formó un nudo en la garganta y tuvo ganas de llorar. Otra vez le estaba pasando, ahora sabía lo que le venía.

Sin detenerse ni un segundo más, Igarashi presionó sus labios contra los de Kagome, profundizando el beso rápidamente. Todo fue tan rápido y sorpresivo… tan extraño, pero nostálgico y maravilloso a la vez. Rindiéndose ante sus sentimientos que en este momento dominaban su corazón, cerró los ojos y se dejó llevar por el beso que él había empezado.

Él mordió su labio inferior, como pidiéndole entrar. Mansamente, ella entreabrió sus labios y recibió la calidez de su lengua. Sintió como exploraba su boca, como lentamente la llenaba del sabor más dulce del mundo, llenándola de recuerdos. Cuando sintió sus manos libres, se aferró a su cuello ferozmente, como si eso dependiera su vida.

Igarashi la abrazó por la cintura, y la golpeó contra la pared. Todo su cuerpo tembló levemente al sentir como ella le respondía con la misma pasión ese beso, el mismo que había estado esperando por dos largos años.

Sin embargo, la puerta tocó, seguido de lo que pareció haber sido un trueno. Cuando sintió que Kagome se iba a alejar de él, la apresó por su nuca y la obligó, o más bien le exigió, a que siguiera estando así con él. Kagome no protestó mucho, ya que pronto se olvidó de la puerta y siguió besándolo.

Pero otra vez volvieron a tocar la puerta más fuerte. Bien, ahora si debía soltarla, pensó Igarashi, rompiendo sutilmente el beso. Sonrió levemente al descubrir que a Kagome le faltaba el aire y que se tocaba con sus dedos los labios rojos¿tal vez fue muy brutal y exigente¡Nah! No importaba.

Kagome carraspeó y volvió su mirada fría, fulminando los ojos de su compañero. Se arregló sus ropas, y volvió a tocarse sus labios con los dedos, notándolos levemente hinchados y eso la hizo enojar más aún. ¿Por qué rayos le tuvo que corresponder al beso¡Era una tonta!

El sonido de la puerta la hizo volver a la Tierra y fue rápidamente a abrirla. Ahí estaba nuevamente, el muchacho con la coleta pequeña y sonrisa alegre, despreocupada. ¿Qué hacía aquí? Le sonrió, contenta de que alguien por fin viniera a "rescatarla".

–Oh, sólo vine de paso, señorita Kagome –replicó amablemente Miroku, novio de su amiga Sango y vecino desde hace cinco años; bah, si a eso se le puede llamar vecino: vivía cinco kilómetros de su casa -. Le quería decir que viene una tormenta muy fea, además de poderosa, deberá tener cuidado porque los vientos serán muy fuertes.

Kagome hizo una reverencia, totalmente desilusionada. ¡Ahora tendría que aguantar a ése Igarashi toda la noche, pues sabía que no había hoteles cerca y que ninguno de los vecinos, además de vivir lejos, lo dejaría entrar por lo que le hizo a ella¡Estúpida suerte la suya! 'Mierda'.

A hacer una rápida registrada, Miroku lo encontró. Eran amigos desde hace dos años y aún seguían comunicándose, así que sabía le por qué se había marchado Igarashi. No estaba de acuerdo en que debió irse cuando Kagome estaba durmiendo, pero sabía que él era así y no había nada que hacerle. Ahora volvía a verlo, completamente enterado por su plan, pero no salía de su sorpresa.

Habían pasado dos años pero… Caray, si que había cambiado.

–Bueno, debo ir a avisarles a los demás y a Sango, señorita Kagome, nos veremos después –hizo una reverencia respetuosamente, luego le guiñó el ojo al muchacho que estaba detrás -.Buena suerte y es un gusto volver a verte, amigo.

–Yo no puedo decir lo mismo de ti, Miroku –regañó entredientes Igarashi, bromeando con lo que podría llamar su único "amigo".

Entonces, Miroku se fue. Kagome cerró ausente la puerta y suspiró. En su campo nadie tenía teléfono o algo parecido, a todos lo único que necesitaban era electricidad para su televisor, gas para el agua caliente y la cocina, y agua; con eso, ya estaban arreglados. Miroku era el único que tenía teléfono, puesto que su familia se encontraba en la ciudad y debían comunicarse.

–¿Qué harás¿Me dejarás que me muera en la tormenta, o me quedo aquí? –preguntó Igarashi tranquilamente, casi, casi, sonriendo triunfante.

Kagome le lanzó una mirada centelleante.

–Ganas no me faltarían de dejarte bajo la tormenta, Igarashi –escupió venenosamente, sin tomar en cuenta que hace unos minutos habían estado besándose apasionadamente -. Pero no quiero que la gente de aquí piense que soy rencorosa, así que… –tomó aire y suspiró -, puedes quedarte.

El muchacho sonrió de tal forma, que le asustó. 'Ya verás… no podrás librarte de mi tan fácilmente, gatita, no soy de esos tipos que renuncian a lo suyo por una estupidez', pensó Igarashi para sus adentros.

Kagome se frotó las sienes y fue directo hacia la cocina. Día difícil, día difícil.

–.–

Fue todo casi como un sueño, pero era real. InuYasha tomó mis manos y luego las besó con una dulzura que no conocía de él. Me miró con sus ojos violetas, más brillantes y especiales de lo que suelen ser. Se acercó a mí y me besó, abrazándome como sólo él puede hacerlo.

Me enamoré de ese forastero de cabello corto y negro, de ropas sucias y gastadas por tanto tiempo usarlas, de ojos violetas misteriosos y dulces. Me enamoré de su boca, hablándome y besándome, de sus brazos abrazándome. De su personalidad caprichosa e infantil, de esa mirada seria que algunas veces me regala, o de esas pequeñas sonrisas que jamás entendí el por qué me las regalaba.

En nuestro primer beso, que fue en la colina de los amantes (apodo que aún, pasara lo que pasara, jamás termino entendiéndolo), descubrí que lo amaba. Se lo dije, le dije así de impulsiva y asustada. El "te amo" me salió del alma. Él volvió a besar mis manos y me dijo lo mismo.

Ahora estamos juntos. Estoy escribiendo las hojas de este cuaderno, viendo a InuYasha dormir. Es tan dulce, parece un niño y eso me encanta. Bueno, creo que lo agrego a esa lista interminable del "me enamoré…". Si, estamos en mi cama y dormimos juntos, pero no hicimos nada más. Aún hay tiempo para eso, jamás pensé que él diría palabras tan sabias.

Espero que esto dure y que no se valla, como cada mañana viene diciéndome. Quiero estar a su lado el resto de mi vida, porque lo amo y me ayudó a salir de esta soledad mía. La casita no estuvo tan viva desde que Sota venía corriendo, mostrándome los renacuajos que había pescado, desde que mamá hacía su comida tan rica o, incluso, desde que el abuelo contaba sus leyendas antiguas.

Ahora lo único que quiero hacer es dormir, que InuYasha me abrace para siempre o, por lo menos, hasta que termine septiembre. Juro que odio ver como caen las hojas de los árboles, se le van toda la vida.

Bueno, no importa. Tengo mucho sueño y ya es hora de dormir. El gruñón se despertó y me está llamando para que valla con él. "¡Déjate de tonterías y ven acá, Kagome!" Si él lo supiera… je, je, je.

Después de ahí no hay nada más escrito. Kagome sonrió con nostalgia, pero a la vez con tristeza y bronca. La había hecho ilusionarse, imaginar una vida entera a su lado. Ahora que volvía, le causaba este dolor.

En las páginas que estaban en blanco, tomó su lapicera y comenzó a escribir:

En las hojas de este cuaderno, comenzaré a escribir mi infierno con el que vivo. Adiós al InuYasha que alguna vez amé, no importa cuantos besos no demos o cuantas disculpas me dé: jamás, pero JAMÁS DE LOS JAMASES, volveré a amarlo. Lo juro, por como me llamo Kagome Higurashi.

Se sintió satisfecha consigo misma y cerró lo que, de alguna manera, había sido su diario. El mismo que había escrito esos días felices junto a InuYasha, o… Igarashi, como empezaría a llamarlo ahora. Nada de consentimientos y debilidades, sus sentimientos quedarían en el pasado.

Aun que…

–InuYasha…

–.–

El chico sonrió entre la oscuridad, apagando la lámpara de noche y acostándose en la cama. Los rayos empezaron a sonar, seguido de la estridente lluvia y los espantosos vientos. Ahora, simplemente, debería ganarse el corazón de la chica.

Por como se llamaba InuYasha Igarashi, que su Kagome volvería estar a sus pies… bueno, no a sus pies, pero sí a sus brazos.

Continuará…