Humedad

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Era el ocaso de una típica tarde de invierno; gris, frío y melancólico. Los nubarrones cubrían casi en su totalidad el cielo y se olía a tierra húmeda, señal clara de la proximidad de una tormenta. El ruido de una ciudad en movimiento, sin embargo, permanecía presente; los bocinazos, griteríos lejanos y ruido de tacones chocando contra el asfalto era algo que no faltaba en el día a día, sólo que la escasez de sonidos de la naturaleza para contrarrestarlos los hacía más potentes; los animales se habían guarecido en sus nidos o madrigueras, conscientes del chapuzón que se avecinaba y las aves habían volado lejos, dejando los árboles vacíos.

Eren Jaeger se encontraba en su balcón, observando ensimismado lo descolorido del ambiente, perdido en pensamientos sin sentido ni conexión, simplemente pasando el tiempo con la mente en blanco, degustando la sensación de no tener nada más que hacer que esperar por la hora precisa para escabullirse y fingir regresar de un trabajo que no tenía.

Su vida era tan monótona y simple. Pero a la vez tan complicada y enredada.

Estaba tratando de darle forma a una pequeña y apenas distinguible nube cuando un reflejo captado por su visión periférica llamó su atención.

No del todo concentrado en lo que hacía, desvió su mirada hacia el lugar en cuestión: el departamento de al lado, donde, a través de la puerta corrediza del balcón y la oscura cortina a medio descorrer, pudo observar la figura de Levi, dándole la espalda.

Su primer impulso fue tirarse al piso, temeroso de que en cualquier momento aquel amargado hombre saliera y empezara a lanzar improperios contra su persona por creerlo un fisgón. Sin embargo, tras unos dos minutos recostados, la parte lógica de su cerebro se puso en marcha y se dio cuenta de que, era imposible que el pelinegro lo hubiera visto siendo que no estaba de frente.

Tembloroso y a un milímetro por segundo, Eren emergió por sobre la baranda, apenas visualizándose la mitad de su cara, de la nariz para arriba.

Viendo despejada la terraza, desvió poco a poco su vista hasta dar de nuevo con el punto, donde ahora, Levi se desnudaba.

La boca se le secó en cuestión de instantes, el rostro se le tiñó de un leve tono rosado, aumentando la intensidad conforme dos, cuatro, ocho, veinte segundos transcurrían, hasta que, al minuto, al llegar a su máxima cúspide, un rojo carmín se extendía por sus mejillas, orejas y cuello. A los ojos de todo aquel en un cuarto o más piso, su peculiar vecino se desvestía con una parsimonia increíble.

Aunque las prendas no eran más que cuatro, dejando aparte los interiores, al parecer Levi tenía todo el tiempo y la paciencia del mundo. Lo primero en caer fue el grueso suéter azul marino, sacado con un poco más de violencia de la necesaria y pulcramente doblado y dejado en el borde de la cama. Lo siguiente fue el oscuro buzo deportivo, lentamente bajado, exponiendo una segunda tela debajo, de un negro más opaco y de material aparentemente licra, pues se pegaban a la perfección al redondo trasero y las torneadas piernas que se costeaba aquel ojigris. La tercer prenda en desaparecer fue la camisa mangalarga blanca, desabotonada un botón a la vez, e igual que las anteriores ropas, doblada con experiencia y olvidada sobre las sábanas. Al final, Levi sólo quedó con unos leggins – recién se venía a dar cuenta que la tela negra elástica era de unas calzas térmicas – y, ¡vaya!, quién sea que haya inventado semejante cosa, ¡bendito sea!. Eren jamás había sentido su pene ponerse tan duro tan rápido.

Cuando la última pieza de ropa cayó, el castaño se cuestionó seriamente darse de golpes contra el suelo. No tan sólo el azabache se quitó los leggins enrollándolos hacia abajo, tensando exquisitamente sus muslos y sus gemelos, sino que también tuvo la audacia de pasar sus manos lentamente de forma ascendente sobre sus desnudas piernas una vez que hubo quedado sólo en bóxers, acariciándose, masajeando esa – aparentemente – suave piel de forma tan erótica que debería ser pecado.

Y, justo cuando Eren pensaba que la situación no podía ponerse más candente, Levi se sacó los bóxers. Fue un movimiento rápido, tan fugaz como una estrella surcando el firmamento, pero delicioso. Ese nanosegundo que duró, el ojiverde pudo visualizar en todo su esplendor el estrecho y rosado ano de su vecino. Apretado. Constreñido. Apetecible.

Pensó volverse loco, deseó dejarse dominar por las hormonas que burbujeaban en su interior y en sus entrañas, lanzarse como un salvaje los cuatro o cinco metros hasta el balcón de al lado, abrir de golpe esa puerta y cogerse contra la pared a aquel hombre, pero tan pronto como la idea surgió en su cabeza, el pelinegro desapareció de escena, perdiéndose en los confines de su apartamento.

Eren se puso en pie como una bala y salió corriendo hasta su cuarto. Sabía que era imposible espiar por las paredes, pues eran lo suficientemente gruesas como para poder taladrarlas hasta el otro lado con un clavo y un martillo, pero lo suficientemente delgadas como para permitir la colación de sonidos – esperaba, morbosos – hasta sus oídos.

Pegó su oreja contra el muro. Si Levi sabía de sus hábitos de masturbación y su poca discreción, él bien podía hacer lo mismo – o al menos intentar –. Descubrir al ojigris en pleno afán, se convirtió en cosa de segundos, en la fantasía y deseo más anhelados del castaño.

Las posibilidades eran remotas, lo sabía, pero la chispa del tal vez latía en su vientre – y en su entrepierna – con la intensidad de un corazón agitado tras una descarga de adrenalina, miedo y excitación.

Esperó atento, y a los pocos minutos se escuchó el sonido del agua corriendo. Posteriormente, el leve chirrido de una llave siendo cerrada y un cuerpo metiéndose en el líquido. La imaginación de Eren volaba con solo esa imagen. Un Levi desnudo, desprotegido, a la merced de cualquier enfermo que pudiera entrar y hacer y deshacer con su cuerpo delgado pero trabajado… era tan sensual que de sólo recrearlo en su mente se le caía la baba.

Estaba siendo demasiado pervertido, era incluso impropio de él, pero hacía más de una semana que no se tocaba y quiso achacar ese arrebato de cachondez a sus hormonas acumuladas. Además, no es como que Levi le fuera indiferente. Sentía una atracción, claramente en un sentido físico, hacia él. Y, ¿cómo no hacerlo?, si estaba más bueno que…

- ¡No! – chilló repentinamente, agarrándose ambos costados de la cabeza.

En serio, ¡¿qué estaba mal con él?! ¡Con qué facilidad había aceptado lo que todos esos meses pasó negándose!. Él no era así. Eren jamás sucumbiría a la tentación de… bueno, un cretino buenorro desnudo.

O eso se dijo, porque cuando el primer gruñido sofocado se dejó escuchar, el ojiverde dejó de pensar con lógica. Cuando el chapoteo suave y disimulado del agua junto con unos suspiros pasionales se colaron a través de la delgada separación de cemento, definitivamente cedió el control de su cuerpo a su cabeza de abajo. Y, para cuando los gemidos roncos y descarados se hicieron presentes, Eren ya estaba cerrando la puerta de su departamento.


Se sorprendió de sobremanera cuando, al tratar de abrir la perilla ajena, esta cedió.

Se adentró, decidido a hacer realidad la imagen morbosa que su cerebro repetía incesante: un Levi expuesto, exhibido como una presa a la espera de ser cazada, vulnerable, totalmente comible. Quería devorarlo entero, romperlo en mil pedazos y poseerlo en todo su ser.

Cruzó en largas zancajas el hall, la sala y el pasillo. Abrió de golpe la puerta del baño y la escena frente a él lo dejó con la boca abierta.

Levi lo observaba con sorpresa, sus ojos abiertos como platos del desconcierto; su cuerpo pálido, brillante, recubierto por pequeñas gotas que resbalaban deliciosas contra aquella piel fresca y húmeda; sus abdominales tensos, los músculos comprimiéndose notoriamente alrededor de su estómago y caderas; y, sus manos, sueltas, cayendo a sus costados con lentitud y dejando a la deriva aquella toalla floja, apenas sosteniéndose en los huesos pélvicos y tapando aquel pedazo de carne que Eren deseaba vislumbrar.

Ah, y la tina al lado, aún llena y con restos de algo blanco y espeso flotando en la superficie.

Todo se fue a la mierda en un pestañear.

- ¿Eren? – logró balbucear apenas el de cabellos negros antes de ser tacleado contra la pared.

Su espalda crujió al hacer contacto contra el duro material.

- Levi – jadeó desesperado el otro, empujando con toda su fuerza, presionando a Levi contra los fríos azulejos y luchando por cerrar los escasos milímetros que separaban sus bocas.

- ¡¿Qué put–

Pero ese segundo de descuido, cuando el mayor trató de reunir el aire suficiente para proferir un grito indignado, moviendo las manos que se interponían entre ambos torsos para recolocarlas, el menor lo aprovechó para juntar sus labios y engullir a Levi en un demandante y asfixiante beso.

Respiraciones entrecortadas y gemidos sofocados fueron el eco que se hizo en aquel baño durante unos momentos, apenas los necesarios para que el joven ojiverde lograra deshacer el escueto nudo de la mullida tela y palpar sin vergüenza alguna la entrepierna ajena.

Fue en aquel instante, donde el poder estaba de su lado, que Eren se sintió capaz, en su inexperiencia, en su virginidad y timidez, de tirarse a Levi sin ningún remordimiento contra el muro o el lavamanos.

Sin embargo, sólo fue eso: una explosión de lujuria, estupidez y necesidad. Un estallido tan efímero que sólo perduró un parpadeo, pues al segundo siguiente, Eren era quien estaba siendo sometido.

Bastó una certera barrida de pies con la pierna para que las posiciones se intercambiaran y Eren diera de cara contra el mosaico. El castaño fue estampado y estrujado repetidas veces contra el frío muro hasta que su ser entero estaba pegado como un chicle viejo contra aquella superficie. Sus muñecas estaban firmemente atrapadas por una de las manos del azabache y una rodilla hacía presión justo en medio de su columna, impidiéndole realizar cualquier tipo de movimiento, inclusive el de ingresar aire a los pulmones con regularidad.

- ¡Ugh! – se quejó

- ¡¿Qué carajos fue eso, Jaeger?! – exigió en un bramido la potente voz de su vecino.

- Q-quiero follarte – confesó él, descarado y directo.

No recibió respuesta verbal, y por un minuto, creyó que había cruzado la línea – si es que existía una –, que la había cagado y su muerte sería inminente, cruel y dolorosa; que aquel impulso había sido la idiotez más gigantesca que nunca hubiera cometido y que un simple momento de libídines no valía la pena para pagarla con su vida. Pero, para alivio o pesar – aún no lo sabía – sólo fue torpemente jalado y obligado a caminar a trompicones todo el metro y algo de pasillo y la distancia desde la puerta de la habitación del ojigris hasta su cama, donde finalmente, cuando sus rodillas chocaron contra el borde de madera, fue empujado con brutalidad para caer de frente contra el suave colchón.

- Estás a mil años luz de meter un solo dedo en mi culo, mocoso.

Por alguna razón, un escalofrío poderoso recorrió toda su médula espinal, abarcando desde su cabeza hasta los pies; un bufido necesitado escapó de sus labios y un placentero estremecimiento remeció su cuerpo entero.

No sabía a ciencia cierta si la vulgaridad de las palabras de Levi o la sensación de sus caderas siendo elevadas, exponiendo su trasero en el aire mientras una palma hacía exagerada presión en su nuca, hundiéndole a la fuerza el rostro contra la almohada – o la mezcla de ambas – fue lo que lo puso cachondo, más aún que antes, pero lo que fuera, ¡se sentía increíble!

Esa impresión de sometimiento le producía sentimientos encontrados, como si una parte suya quisiera luchar con dientes y garras para recuperar el control y el poder en aquel juego sucio mientras que la otra meramente quería permanecer sumisa, pasiva, esperando y dejándose hacer todo cuanto el pelinegro quisiera.

Aunque, no tuvo mucho tiempo para debatirse y decidir por alguna de ambas, pues fue devuelto a la realidad con el sonoro eco de una nalgada y el escozor característico de una mano claramente marcada en su retaguardia.

No sabía en qué rato le habían bajado el pantalón deportivo, o por qué eligió justo ese día para no vestir ropa interior, pero todo esto pasó a un segundo plano al sentir el impacto de lleno, atinando únicamente a boquear como pez fuera del agua y exhalar todo el vital oxígeno de sus pulmones.

- ¡H-hey! – exclamó en un quejido agudo, indefinido entre dolor y placer.

- ¿Quieres sabes qué es lo que les pasa a los renacuajos que se hacen los machitos conmigo? – cuestionó con – notoria – malicia el mayor mientras propinaba otra nalgada.

- ¡Ngh! ¡B-basta! – lloriqueó Eren.

- Reciben un castigo – contestó, ignorando la expresión de molestia que el más joven le brindaba desde su posición, la cabeza levemente ladeada y el rostro arrebolado – Y tú, Eren Jaeger, vas a recibir un muy buen castigo esta noche.

Desde donde estaba, el ojiverde podía observar claramente a Levi, postrado de rodillas justo detrás de él, a la altura de su trasero, una mano sosteniéndole las caderas elevadas y la otra en el aire, lista para dejarse caer con todo ímpetu sobre su – ya – maltratada pompa.

Tragó duro. Algo palpitó contra su vientre.

No quería ni saber qué era eso erecto rozándole el vien–

La tercera nalgada llegó bestial y atroz, resonando en el silencio de la habitación y haciendo vibrar su glúteo como si fuera gelatina cuajada.

- ¡Ahn! – gimió alto.

La cuarta, quinta y sexta vinieron en una seguidilla rápida pero no menos violenta, dejándole la nalga tan o más roja que su cara.

- Vamos con la izquierda – advirtió el otro, cambiando de posición y poniéndose del costado derecho del castaño, justo frente a su línea de visualización.

- E-espe– ¡Ngah! – trató en vano de pararlo, pues la mano abierta ya había caído con toda fuerza sobre su redonda posadera – I-idiota… – gimoteó, pequeñas lágrimas surcando sus mejillas y yendo a caer en la cama.

No sabía cómo sentirse. Las nalgadas siguieron, marcando su carne como una res, ardiendo dolorosamente pero con una pizca de satisfacción implícita.

Era raro.

No podía decidir si le gustaba o lo odiaba.

Acalló los ruidos vergonzosos que brotaban rebeldes de sus labios lo más que pudo, pero cuando la ronda acabó, no aguantó más y dio rienda suelta a todos sus gemidos quejumbrosos y lágrimas salvajes, lloriqueando como un niño castigado – cosa que era en esos momentos –.

- ¿Sabes? Siempre pensé que eras una especie de gigoló exhibicionista y pervertido, pero veo que me equivoqué… – comentó su vecino como si nada, masajeando con una suavidad impropia sus coloradas pompas – Ahora veo que en realidad sólo eres un virgen pervertido.

- ¿E-eh? – balbuceó Eren, apoyándose temblorosamente sobre sus codos, todos marcados por su propio peso aprisionándolos contra las sábanas – ¿Q-qué?

- Este ano es más virgen que el de María.

Y para recalcar, pasó su dedo por sobre el estrecho orificio del muchacho, apenas ejerciendo presión con el roce.

- ¡Ahhh! – jadeó sin pudor alguno el afectado, apoyando la frente contra la almohada y temblando sus omoplatos.

- ¿Se siente bien, Jaeger? – preguntó en un susurro erótico el ojigris, rozando con su aliento la caliente piel.

Por su lado, Eren era un amasijo de sensaciones diversas y emociones contradictorias. Su ego se sentía humillado, herido, maltrecho; su instinto le carcomía, le gritaba que le lanzara una patada en toda la boca a ese cretino y saliera huyendo – no sin antes meterle un pepino por el culo –, pero otra parte, una más irracional y desconocida le decía que siguiera. Que se dejara manejar y complacer como una muñequita, a gusto y gana del otro. Que existía un placer extraño y sin nombre detrás de ese dolor, del escozor de la piel maltrecha y las marcas de las mordidas…

¿Mordidas?

- N-no… ¡nh! – gimió débil al sentir una cadena de dientes oprimir con fuerza su glúteo, mordiéndolo como si de una pierna de pollo se tratara.

- Uhn… – profirió el culpable, soltando la suave piel y dejándola resbalar por entre sus labios con un sonido mojado – exquisito – manifestó a la vez que daba largas lamidas a la zona marcada.

- ¡P-Pervertido! ¡Basta! – exclamó, tratando vanamente de removerse y cerrar sus piernas.

- No – dijo simplemente Levi, trazando un camino de besos cortos y húmedos hasta aquel apretado esfínter que latía con excitación.

- ¡Wah!

Al sentir la lengua ajena en aquel lugar tan delicado, el ojiverde no pudo sino lanzar un pequeño gritito, sorprendido.

Si bien era cierto que ya había estimulado aquella parte de su cuerpo antes, en algunos videos, jamás se había sentido tan… rico.

Las lamidas, juguetonas y rápidas, siguieron, tanteando aquel agujero, provocando pequeñas descargas de placer que aún eran desconocidas por el menor, ignaro de la exquisitez que podía llegarse a sentir cuando te tocaban los nervios correctos.

"¡Ahn!", "¡Ngh!", "¡Gyah!", eran los ruiditos morbosos que emitía cada vez que el sonido de la saliva siendo succionada o un gutural gruñido mezclado con la pegajosidad de la respiración entrecortada escapaban de la garganta del de cabellos azabache. Pero no fue sino hasta que el músculo estuvo lo suficientemente dilatado como para que una traviesa lengua se deslizara entre aquellas cálidas y suaves paredes que Eren dio el grito de su vida.

- ¡NYAAAH! – chilló, fuerte y claro, como una gata en celo buscando atención.

- Silencio, mocoso. No querrás que los demás vecinos se enteren, ¿no? – lo regañó el ojigris, alejando su rostro apenas lo suficiente para hablar pero manteniendo su pulgar, frotando aquella húmeda zona.

- D-detente… – pidió sin convicción el menor.

- Recién comienzo, niño.

Y sin advertencia previa, cogió al muchacho de la cintura y lo rodó sobre la cama, dejándolo apoyado sobre su espalda mientras separaba con poco tacto sus piernas, agarrándolas cada una del muslo y acortando la distancia para quedar entre medio de ellas.

- ¿L-Levi? – tartamudeó el castaño, sintiéndose demasiado expuesto y vulnerable.

Pero toda respuesta que obtuvo fue el pelinegro inclinándose amenazadoramente hasta que sus rostros estuvieron a unos cuantos centímetros.

- Eren – ronroneó.

- ¡Le–

Y lo besó.

No hubo ni un solo segundo de duda o de consideración, apenas tardó lo suficiente para que sus ojos se encontraran y entonces eliminó aquel diminuto trecho entre ellos, apoderándose de los labios ajenos, devorándole la ingenuidad e inexperiencia; mordiéndole con brusquedad y pasión, respirando su aliento, abriéndose paso en su cavidad a la fuerza y ultrajando su paladar, dientes y todo aquel lugar al que pudiera llegar con su lengua; bebiéndose los gemidos y vibraciones que emitía Eren e iniciando una danza sensual que – por el momento – sólo él dirigía.

Se separó al cabo de un minuto o dos, dejando al muchacho mareado y sonrojado hasta la médula.

- E-eso… – masculló el de tez canela, aún atontado – E-eso fue…

- Un beso – le aclaró el mayor a la vez que se erguía de vuelta.

- ¿Por… por qué?

Dentro de toda la confusión de Eren, no podía cavilar una sola razón para que su vecino lo besara.

Sabía que todo eso era una muy pesada jugarreta del cretino, pero ya se estaba pasando de la raya. ¡Le había robado su primer beso! ¡Y ni siquiera había sido amable! Se sentía ultrajado. Como si se hubieran aprovechado de él. Aunque no es como si realmente hubiera puesto resistencia o no lo hubiera disfrutado…

¡Pero como fuera! No porque a él le hubiera gustado significaba que estaba bien. Después de todo Levi sólo estaba divirtiéndose a sus expensas.

- Porque quise, supongo. Ya que te voy a follar, pensé que lo menos que podía hacer era besarte – respondió calmadamente el otro, inconsciente del debate mental que tenía lugar en la cabeza de Eren.

¡Ah, genial! Ahora no sólo jugaba con él sino que le hacía creer que se lo iba a ti–

¡Un momento!

¡¿Dijo que se lo iba a follar?!

- ¿Eh? – exclamó estúpidamente, los ojos abriéndosele de sobremanera mientras el rubor, ya amenizado a esas alturas volvía a brotar rojo y brillante en todo su rostro.

- Te haré desmayarte del placer – informó suavemente el contrario antes de volver a atrapar los belfos del castaño en un – ahora – más calmado beso.

Una cadena de pequeñas corrientes eléctricas recorrieron la espalda del menor, estremeciéndolo y obligándolo a jadear contra los labios ajenos. Un calor muy agradable se alojó en sus entrañas, justo a la altura de su vientre donde – su hace rato olvidado – pene seguía duro y mojado, goteando su excitación mientras era sutilmente rozado por el estómago de Levi.

Se sentía sofocado, pero no era un sentimiento malo; muy por el contrario, los labios cálidos y húmedos, el cuerpo hirviendo y sudado del otro nublaban sus pensamientos, robándole la cordura y el raciocinio y manipulando su cerebro para que lo único que pudiera dilucidar en medio del calor de aquella habitación fuera: "más, más, ¡más!".

Su escasa resistencia estaba cayendo y se estaba creyendo aquella mentira, dejándose hacer por aquel ojigris idiota que sólo buscaba aprovecharse.

Colocó una mano en el pecho del contrario, empujando sin fuerza alguna, tratando en vano de salvaguardar algo de su dignidad. Pero aquel acto fue malinterpretado, tomado como una caricia o algo similar, pues apenas Levi sintió el roce, dejó su beso parsimonioso y casto y se abrió pasó en la boca del ojiverde, deslizando nuevamente su lengua al interior y poseyéndolo como un invasor en un país ajeno, sin ejército para detenerlo.

Eren frunció el entrecejo. Hacía rato que sus orbes se habían cerrado, señal de lo concentrado que estaba "odiando" aquel tipo de contacto. Sin embargo, al momento en el que sintió de nuevo esa húmeda y resbaladiza sensación en su paladar y contra su propia lengua, abrió los ojos con pavor. No estaba acostumbrado a sentir algo "vivo" dentro suyo, así que con un poco más de empeño, apoyó ambas manos en el torso del pelinegro y empujó.

Levi, por su parte, no acabó de darse por enterado, perdido en el sabor particularmente dulzón que tenían los labios y la boca del mocoso.

Lentamente, guiado por sus instintos y la morbosidad de un miembro latiéndole caliente contra el vientre, soltó uno de los muslos del menor y resbaló cuidadosamente su mano desde esa altura hasta el interior, llegando muy pronto hacia aquella zona, aún mojada, que minutos antes había saboreado.

Eren dio un respingo al sentir un dedo extraño abrirse paso con tosquedad en su entrada y soltó un lastimero quejido cuando tocó fondo.

- ¿Q-qué ha... ah… haces? – moduló a duras penas; sus manos hechas puño contra el pecho del mayor, largo tiempo atrás olvidado el poco forcejeo que mostraba.

- Te meto los dedos, ¿qué más? – contestó con evidente sarcasmo el otro.

- ¡N-no quiero! – se quejó Eren, pero no hizo nada para detenerlo.

- Pues tu agujero no dice lo mismo. Me está succionando como si tu vida dependiera de ello.

- ¡Ngh! – un calor arreboló los mofletes del ojiverde, quien avergonzado y ligeramente ofendido por la vulgaridad de aquellas palabras, desvió la mirada, haciendo inconscientemente un adorable puchero que no pasó desapercibido al escrutinio de Levi.

- Mocoso… – murmuró con extraña ternura en la voz, deslizando un segundo dígito en el ano del contrario mientras plantaba un beso en su mejilla.

- ¡Aaahhn…!

- Shhh… sólo relájate.

Un agudo pero no inaguantable dolor se expandió por la espalda baja del castaño. Se sentía raro e incómodo tener dos dedos en el culo. Sin embargo, se limitó a acallarse mordiéndose el labio y cerrando con fuerza los ojos, tratando de relajar su cuerpo, particularmente sus músculos y facilitar el proceso. Sabía que de aquella zona se podía obtener placer, y uno muy grande. Lo había leído en el internet pero nunca había podido encontrar ese punto específico que lo mandaría al cielo mismo.

En esos momentos, esperaba que Levi lo hiciera.

Obligándose a controlar su respiración, y ligeramente distraído por los besos cortos y lamidas que el azabache repartía en todo su cuello y clavículas, Eren se fue soltando poco a poco; entregándose a las sensaciones que lo desbordaban en esos momentos y permitiendo a aquellos falanges dentro suyo deslizarse con mayor facilidad.

Estaba mal, y lo sabía. Levi sólo quería tener sexo. No había ningún sentimiento o algo profundo de por medio, sólo instinto y necesidad; pero no podía detenerse. Se sentía demasiado bien. Además, él sólo sentía atracción por el pelinegro, así que clamar o exigir algo más allá que un revolcón del bueno, no podía.

Sin embargo, no se sentía del todo… correcto. Jamás había pensado que su virginidad – de adelante o de atrás – fuera algo importante. Aunque claro, jamás, antes de que Levi apareciera en su vida, había considerado siquiera la idea de estar con otro chico, así que… no sabía muy bien si la experiencia – su primera experiencia sexual – iba a ser dolorosa o memorable.

La verdad, tenía miedo.

Habían muchos factores fuera de lugar, y sí, bueno, él había buscado y propiciado toda la situación – y de hecho no se arrepentía porque hasta el momento se sentía rico –, pero no podía negar que aquella inseguridad y temor seguían presente, luchando por salir a flote y tomar control del cuerpo y sus acciones.

Pero… era normal estar asustado, ¿no?

Todos, la primera vez que tenían sexo se asust–

- ¡Uwah! – gritó de repente, curvando su espalda y temblando de pies a cabeza, una oleada de placer intenso recorriendo su ser y adueñándose de sus pensamientos.

- Lo encontré – clamó victorioso el de piel nívea, curvando un poco más sus dedos y rozando aquel punto en el interior del castaño.

Eren no sabía que era lo que había pasado. De la nada sus sentidos se activaron al máximo, explotando en un frenesí de calor, mariposas y… bueno, placer. Como cuando tenía un orgasmo, pero mejor. No se había corrido, estaba seguro, no sentía nada mojado y pegajoso en su vientre, pero aquella sensación fue tan intensa y agradable… no, agradable se quedaba corto. Fue exquisita. Impresionante. Adictiva incluso. Se sintió como una lluvia de descargas en todos y cada uno de los nervios de su cuerpo, haciéndolo retorcerse del gusto y olvidarse de cómo respirar. Robándole el aliento de forma sabrosa y enloquecedora.

- ¿Q-qué f-fue ehh… ah… eso? – susurró Eren, con la garganta seca y pequeñas lágrimas brillándole en la comisura de los ojos.

- Tu próstata – explicó el otro, retirando delicadamente sus dedos y soltando la otra pierna para estirarse y buscar algo en su buró.

- ¿Q-qué? – cuestionó, siguiendo con la mirada los movimientos de su vecino. Pequeños espasmos aún recorriendo su cuerpo y erizándole la piel.

- Tú sabes, ese pequeño montículo de nervios en tu recto – respondió pacientemente el azabache, cogiendo una botellita de algún líquido extraño y vertiendo un poco en sus palmas, frotándolas entre sí – si lo toco, se siente bien, ¿no?

- S-si… – contestó, observando con detalle las acciones del mayor.

- Bueno – continuó Levi, embadurnando su pene con aquella sustancia – espera a que sea mi pene el que te toque esa cosa y verás lo que es tocar el cielo… Eren – ronroneó su nombre, relamiéndose los labios y devorando con la mirada a su presa, volviendo a su posición anterior entre las piernas del ojiverde y masturbándose un tanto más, procurando lubricar bien cada centímetro de su miembro.

- Uhn… – balbuceó el más joven, repentinamente cohibido y apenado, apretando inconscientemente sus muslos alrededor de las caderas del pelinegro y doblando los dedos de sus pies con nerviosismo.

- Voy a entrar – advirtió, cerniéndose sobre Eren mientras con una mano, posicionaba su duro falo en la entrada del ano.

Eren cerró sus ojos y apretó las sábanas a ambos costados. El miedo al dolor, la angustia y la inseguridad de las sensaciones desconocidas que estaba por experimentar podían con él. Su corazón latía con fuerza y amenazaba con salírsele de la caja torácica. Tenía pavor, uno particularmente grande, a salir herido. Y no sólo físicamente, sino también emocionalmente. Una desestabilidad, un remolino de dudas, incertidumbre y sentimientos sin nombre se rebatían en su cabeza. Una voz allí dentro le gritaba que todo era un error, que se detuviera, que admitiera la derrota y aceptara aquel algo que hacía nido en su pecho y se expandía por toda su persona como un cáncer, que dejara a ese sentimiento brotar libre, salvaje, en todo su esplendor y, ahora que yacía entre los brazos de aquel hombre, le diera por fin un significado, un nombre y apellido y se lo gritara en la cara. Que admitiera de una vez por todas que estaba enam–

- Relájate – ordenó con suavidad una voz ronca en su oído – No es mi intención lastimarte, pero necesito que te relajes.

- Levi… – murmuró con la delicadeza que un poeta llama a su musa o que un cantante nombra a su instrumento – Levi… – repitió, abriendo lentamente sus ventanas y perdiéndose en la inmensa profundidad de aquel gris azulado que lo observaba con devoción.

- Eren… – jadeó Levi, hundiéndose en aquellas aguas que reflejaban los árboles, la naturaleza y la libertad – Eren… – repitió, cerrando la distancia y besándolo con la pasión con la que un artista da la última pincelada a su obra maestra.

Y, en medio de aquel beso que parecía destilar amor, comprensión y dulzura, Levi fue poco a poco hundiéndose en las entrañas del castaño.

Un suspiro y un suave lamento abandonaron los labios del menor cuando todo el falo erecto estuvo dentro suyo. Sin embargo, no se sentía mal; incómodo tal vez, pero no doloroso.

Parecía estar bajo un encantamiento.

Esperando por aquel puñado de músculos acostumbrarse, Levi se entretuvo distribuyendo pequeñas caricias a los costados y caderas de Eren, rozando con apenas las puntas de los dedos o frotando con el costado de la palma, a veces trazando figuras indefinidas y otras masajeando con suavidad, disfrutando del contacto de piel contra piel.

Eren se dejó hacer, curvando ligeramente su espalda con cada nueva sensación; derritiéndose bajo el calor de la piel ajena, el ardiente latido de un pene palpitando en su interior y la suavidad de un par de labios arrebatándole el aire.

Cuando el respirar se hizo necesario para ambos hombres, Levi se apartó, besando la nariz de Eren antes de apoyarse sobre sus codos y quedar a una altura considerable.

- ¿Puedo? – preguntó, dando una suave embestida para remarcar a qué se refería.

- S-sí – permitió Eren, un escalofrío recorriendo su columna al sentir el extraño movimiento de carne deslizándose entre su carne.

Con una caricia en la mejilla y un asentimiento de cabeza, Eren empezó a sentir una a una las estocadas. Fue raro en un inicio. Como si fuera un espectador y no un participante de aquel acto. Sólo sentía como el miembro de Levi salía un poco y luego entraba con parsimonia y delicadeza nuevamente en su orificio. Nada extraordinario.

En ese tiempo se dedicó a observar las expresiones del azabache, quien concentrado en su labor de mantener el autocontrol y no arremeter como una bestia en celo contra el ojiverde, mantenía los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Jadeaba y gruñía entrecortado, como cuando uno hace ejercicio. Su rostro estaba rojo, no como cuando se está avergonzado o sonrojado, sino como cuando se tiene calor. Una a una, pequeñas gotas de sudor iban poblando su frente y resbalando por su cuello.

Eren sintió su boca hacerse agua al ver aquellas perlas recorrer desde la clavícula, pasando por el torso y perderse en el abdomen del contrario. Y, no fue sino hasta que siguió el recorrido de una de ellas que se dio cuenta de ambos estaban fundidos en uno solo.

Como una revelación, como cuando uno sale de un trance, Eren se percató que, ¡hey!, estaba teniendo sexo y el pene de su vecino estaba en su culo.

Una a una, las sensaciones aparentemente apagadas de Eren empezaron a encenderse y azotarlo con ímpetu e intensidad. Su rostro empezó a encenderse; la pena y la vergüenza apoderándose rápidamente de él. Los espasmos al sentir el falo entrar y salir se hicieron cada vez más potentes. Comenzó a boquear, el aliento escapándosele muy lejos de sus pulmones con cada nueva embestida, que ahora llegaban más profundo y se tornaban cada vez más rápidas. Pronto, en minutos nada más, se deshizo en un amasijo de sudor, gemidos sin sentido y temblores.

Levi, quien había observado el develamiento del mocoso, tomó rápida rienda de la situación y empezó a embestir contra él con fuerza, desatando uno a uno los hilos del autocontrol y dejándose dominar por sus instintos y las sensaciones desbordantes que la estrecha y cálida entrada del menor le proporcionaba.

Con hambre, Eren estiró los brazos y los enredó alrededor del cuello del pelinegro, atrayéndolo para perderse en un beso necesitado, lleno de pasión y desesperación; como si la vida dependiera de ese íntimo contacto y de sus lenguas enredándose entre sí, saboreando en la saliva ajena una esencia única.

Las manos de Levi tampoco se quedaron quietas, deslizándose hasta los pezones del muchacho, frotando, pellizcando y jalando hasta dejarlos duros, erectos e igual de sonrojados que sus labios.

Pronto, el calor la habitación se hizo insoportable. Los dos hombres iban poco a poco dejándose llevar y en cuestión de nada, el único sonido en el lugar eran gemidos y jadeos guturales acompasados por el sonido húmedo y morboso de piel golpeando piel.

Mordidas y chupetones tampoco se hicieron esperar. Los labios y dientes de Levi se abrieron camino desde el rostro del castaño hasta su cuello, entreteniéndose en marcarlo todo y migrando posteriormente al pecho, reemplazando sus manos, succionando, lamiendo y mordiendo a gusto y gana aquellos pequeños pezones, sin nadie que se lo impidiera o le pusiera un basta.

Eren por su lado, incapaz de pensar o proferir una palabra que no fuera un "¡Ahh!", "¡Uhn!" o "¡Kyah!", se aferró a los hombros ajenos, enterrando sus uñas en la nívea piel del ojigris y cerró fuerte y apretado sus piernas alrededor de sus caderas, impulsando de a ratos su pelvis para encontrarse a medio camino con las estocadas de Levi.

Rápidamente el olor a sexo y sudor empezó a inundar los sentidos de ambos, volviéndolos locos. Levi, en un acto de desesperación al sentir la entrada del ojiverde constreñirse exquisitamente contra su falo, cogió con brusquedad la cintura del menor y llevó su otra mano hasta el miembro olvidado y remojado de Eren, empezando a masturbarlo al mismo ritmo con el que lo arremetía.

Eren, al sentir la cálida y algo rasposa palma de Levi enredarse en su pene y empezar a jalárselo, dio un respingo. Era tan delicioso que no tenía palabras para describirlo. Se sintió correrse allí mismo, sobrecargado por tanta estimulación, pero se contuvo. El tan prometido cielo, aún no llegaba. Aunque Levi si tocaba su próstata de a ratos, no era suficiente. No parecía estar en el ángulo correcto pues era como que pasara a un costado, apenas tocando ese montículo que lo haría ver estrellas.

Y no, Eren necesitaba más.

Aquella sensación era… demasiado buena para no experimentarla de nuevo. Además, el sentirse tan lleno lo mareaba. Lo embriagaba.

Cada vez que el falo del pelinegro se perdía en sus entrañas era… increíble. No sabía cómo expresarlo; lo único que podía – y quería – sentir era tener el pene de su vecino bien hondo en su interior. Quería que le desgarrara las entrañas, sentirse uno solo, que el pene de Levi no lo abandonara ni un segundo.

Y con ese pensamiento en mente fue que hizo lo que hizo.

Se abrazó como un koala al cuerpo del azabache, impulsándose con sus codos y sus caderas y rodó en la cama, dejándose él encima y a Levi abajo.

Una expresión de sorpresa y confusión se plasmó en el rostro del mayor, sin embargo Eren no le dejó tiempo para cuestionarse que es lo que había pasado, rápidamente acomodándose sobre sus rodillas, ambas manos apoyadas en su pecho blanquecino. Inspiró aire suficiente y, muy lentamente, cogió el miembro de Levi, acomodándolo en su esfínter y sentándose sobre él.

Levi abrió la boca y frunció el entrecejo, el aire escapándosele en un ronco suspiro. La sensación de ser engullido por el ano de Eren, aquellas suaves y carnosas paredes apretándolo exquisitamente dominando por completo sus sentidos y sumiéndolo en un estado de absorción, donde lo único que pudo atinar a hacer fue apretar las sábanas bajo sus palmas.

El castaño, se dejó caer finalmente, soltando un gritito agudo y conforme cuando la punta de aquel falo tocó su punto G. Tras tomarse unos segundos para acostumbrarse y disfrutando la sensación de estar completamente lleno, Eren empezó a impulsarse, brincando en un violento vaivén y gimiendo sin pudor, impaciente y desesperado por alcanzar aquel estado de euforia máxima.

Levi, con los ojos entrecerrados y gruñendo guturalmente por la sensación, observó a Eren empalarse solo, llevando pronto una mano hasta el miembro del ojiverde, subiendo y ascendiendo sobre él con el mismo ímpetu con el que era cabalgado.

En ningún momento, Eren bajó el ritmo, muy por el contrario, a cada segundo que pasaba, cada estocada con la que su próstata era abusada, Eren parecía perder el control un fragmento más, desbordándose y actuando salvajemente, brincando sobre Levi con rapidez y fuerza, azotando sus pieles, cada vez buscando un milímetro más profundo.

Los jadeos y gemidos, aunados al sinfín de ruiditos morbosos adicionales y el olor casi afrodisiaco, llevó al ojigris a posar su otra mano en la cadera del más joven, impulsándolo en cada brinco, y a mover su pelvis desquiciadamente, embistiendo desde abajo, procurando que cada golpe fuera más potente e intenso.

Exactamente dos minutos después, justo antes de que la muñeca de Levi se desgarrara de tanto moverla, apretando particularmente la punta, como ordeñando a Eren, el ojiverde alcanzó su orgasmo.

Sentándose con particular violencia sobre aquel resbaladizo falo, azotando sus glúteos contra la pelvis de Levi y enterrándose hasta que sólo quedaron visibles los testículos; Eren estalló en un largo chillido que asemejaba un "¡Nyah! ¡Leviii~!"

Al sentir su pene siendo exprimido por las paredes internas del menor, Levi no pudo aguantar más. Una, dos, tres estocadas más y explotó de igual manera, llenando el interior del castaño con su semilla.

Sentir su entrada ser llenada fue una experiencia extraña, pero no desagradable.

Temblando de pies a cabeza, sobreestimulado, Eren se dejó caer sobre el pecho del contrario, importándole bien poco embarrase con su propio semen ni embadurnar a su vecino.

Estaba exhausto.

Había sido… demasiado.

Demasiado placer.

Sintió como una mano se colaba por debajo de su brazo y se enrollaba en su espalda, apretándolo suavemente en un medio abrazo.

Nuevamente un calorcito se alojó en su rostro y una sensación de revoloteó afloró su estómago.

¿Se estaban acurrucando?

- Eren – llamó.

- Hnm… ¿sí? – contestó perezoso pero algo contrariado.

- Eren – repitió.

- Levi.

- Eren.

- ¿Levi? – preguntó, tratando de alzar su cabeza para mirar al mayor, pero una mano en su nuca se lo impidió.

- ¡Eren!

Algo estaba mal.

Estaba demasiado oscuro, y no necesariamente porque su visión estaba limitada al estar apretujado contra el torso de Levi. No, era como si estuviera con los ojos cerrados…

- ¡EREN!

Un momento, esa voz… esa no era la voz del pelinegro.

- ¡EREN JAEGER!

¡Esa era una voz femenina! Muy parecida a la de…

- ¡EREN!

Un zarandeo aunado a un grito en su oído lo devolvió a la realidad.

Atolondrado, confundido y hasta asustado, Eren volteó a ver a su alrededor para toparse con el desorden de su habitación y el rostro molesto – MUY molesto – de Mikasa observándolo con regaño.

- ¡Eren, levántate! ¡Vamos a llegar tarde a casa de Armin! – bufó, claramente exasperada.

- ¿E-eh?

- ¡Nada de "eh"! Tienes diez minutos, Eren. Si no sales en diez minutos, te dejaré – y sin mayor advertencia, la chica se dio media vuelta y salió del cuarto del castaño, cerrando con un portazo.

- ¡¿EH?!

Volviendo a revisar a su alrededor, topándose con las mismas viejas paredes, manchadas por la humedad, como delineador corrido tras un buen llanto, Eren se dio cuenta de dos cosas:

Primero, todo había sido un puto sueño.

Segundo, necesitaba un baño y ropa interior nueva.

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Bonus de Mi inocente redtuber, capítulo extra, lo que sea, para saciar su sed de porno :'D, he aquí un sueño húmedo que Eren tuvo (supongamos que en algún momento entre después navidad y antes de la aparición de Isabel)

-Dedicado a Soulxphantom- (porque no dejaba de joderme con que escriba, así que escribí :'D)

Pueden tomarlo como un regalo atrasado de San Valentín (?)

Love you all UvU)/