Aquí está la nueva historia que os prometí. Tenía que haberla publicado en un fanzine online hace años con un pseudónimo diferente al que uso aquí, pero al final nunca se publicó, así que he decidido subirla ahora para que podáis leerla.

Espero que os guste.


1.

—¡Al abordaje! —ordenó el capitán Snape, y todos sus hombres obedecieron con entusiasmo, invadiendo el barco que habían capturado y pasando por la espada a todo aquel que se les pusiera por delante.

Fue una lucha magnífica por la que tuvieron que lamentar muy pocas bajas y de la cual resultaron, como siempre, victoriosos. El capitán se sintió orgulloso de sus hombres.

Estaba seguro de que aquel barco les proporcionaría un buen botín, y su intuición nunca le fallaba.

De pronto percibió una pequeña conmoción procedente de la nave conquistada y se subió a la pasarela que habían tendido a estribor, entre las dos embarcaciones, para ver qué ocurría.

Algunos de sus hombres se dirigían a él arrastrando consigo a varios prisioneros. Se bajó de la pasarela y esperó a que llegaran, colgando sus pulgares de los bolsillos superiores de su chaleco y elevando la cabeza con altivez.

—¿Qué me traéis? —dijo con voz grave, mirando con desinterés a los tres jóvenes y al rechoncho soldado que habían presentado ante él, todos maniatados—. ¿Crabbe? ¿Goyle? ¿Acaso creéis que soy una ama de cría, estúpidos?

Los aguerridos piratas que estaban bajo sus órdenes -menos los dos aludidos, que miraron al suelo avergonzados- rieron escandalosamente ante la ocurrencia de su capitán. De entre los congregados se adelantó un joven flaco y de cabello rubio que, agarrándolo por la solapa de la casaca roja, arrastraba consigo al soldado, quien miraba a todos lados con ojos desorbitados por el pánico.

—Capitán, hemos encontrado a un grupo de soldados custodiando el camarote en el que se encontraban estos tres —explicó, haciendo un movimiento de cabeza hacia los jóvenes—, y he pensado que debía de tratarse de personalidades importantes. Como ninguno de sus guardias ha querido hablar, los hemos matado a todos menos a esta rata, que estaba escondida tras un barril de cerveza, y se la hemos traído por si le apetece interrogarle personalmente.

El capitán sopesó a sus "invitados" en silencio: se trataba de una joven de pelo castaño y mirada decidida; un muchacho pelirrojo que parecía a punto de mearse los pantalones y un chico de pelo negro con unos ridículos anteojos redondos que lo observaba desafiante. Estudió atentamente sus ojos, de un verde tan intenso como el mar que los rodeaba, y después volvió a centrarse en el hombre que se suponía debía cuidar de los jóvenes.

El soldado, encorvado sobre sí mismo como si quisiera desaparecer, no se atrevía a mirar a otro sitio que no fueran sus propios pies.

—¿Qué botín habéis encontrado, Draco? —preguntó el capitán, sus ojos negros todavía posados en el tembloroso hombrecillo, destellando con fiereza.

Sus hombres se removieron incómodos, sin decidirse a contestar.

—Nada, mi capitán —dijo al fin el joven—. No había nada. Ni oro, ni joyas, ni ningún otro tipo de riquezas. Sólo ellos.

El capitán entrecerró los ojos y sintió aproximarse a su lado a su fiel contramaestre.

—¿Nada? ¿En un buque de tanto lujo y custodiado por tantos soldados? —susurró el recién llegado—. Eso sólo puede significar una cosa…

—Ya lo sé, Lucius —le atajó el capitán—. Sé lo que significa.

Se acercó al soldado, Draco lo soltó y el hombrecillo se puso de rodillas sin que nadie se lo hubiera ordenado para rogar, con voz estridente:

—Mi señor, mi capitán… capitán…

—Snape. Soy el capitán Snape.

El hombrecillo abrió mucho los ojos, asustado, y se echó a temblar. La fama de aquel pirata, el capitán Snape, también apodado "Corazón negro", era conocida en todos los mares y en los reinos civilizados del continente.

—Capitán Snape… —suplicó, con voz aún más chirriante y trémula—. Clemencia, por favor, os ruego clemencia para mi pobre alma…

—¿Cuál es tu nombre, escoria?

—Me llamo Peter Pettigrew, mi capitán, soy soldado de Su Majestad en misión de proteger a los pasajeros de esa nave —dijo, señalando el barco que acababan de abordar.

—No veo que hayas cumplido con tu cometido —se mofó, y sus hombres se echaron a reír a carcajadas—. Y dime… ¿a quién "proteges", exactamente?

El sarcasmo de la pregunta escapó a los oídos del soldado, que en aquellos momentos sólo escuchaba su propio miedo.

—N-no… no lo sé, milord, mi capitán, mi señor… sólo nos dijeron que era alguien muy importante y que iba acompañado por otras dos personas pero, para mayor seguridad, no nos quisieron decir cuál de los tres era el protegido ni de quién se trataba.

El capitán Snape sonrió de medio lado. Si ninguno de los soldados había sabido ver quién de los tres jóvenes era el noble y quienes sus acompañantes, es que estaban completamente ciegos. Y no sólo porque los anteojos fueran un lujo que difícilmente podría permitirse un sirviente, sino porque todo en la arrogante actitud del muchacho de cabello azabache delataba su noble procedencia.

—Echadlo a los tiburones —ordenó—. Que tengan un festín con él.

Draco se apresuró a agarrar de nuevo por la solapa al hombrecillo, que chilló y se contorsionó con desesperación intentando escapar.

—¡No, por favor! Clemencia, milord, mi capitán, mi señor, os suplico clemencia para mi alma…

—La clemencia para tu alma no soy yo quien debe concedértela —dijo el capitán—. La clemencia para tu cuerpo te ha sido denegada. ¡A los tiburones con él!

Varios marineros se acercaron a Draco y a su presa para ayudarlo a arrastrar a babor al soldado, colocaron la pasarela y lo subieron a ella entre todos, pinchándolo con sus espadas para que no pudiera retroceder, y siguieron pinchándolo sin cesar entre sonoras carcajadas hasta que el hombrecillo no tuvo más remedio que quedarse en el extremo más alejado de la plataforma de madera, que se curvaba peligrosamente hacia abajo con su peso.

—Mi capitán, por favor… —rogó una vez más.

Draco Malfoy se subió de un ágil salto a la pasarela y, con la espada extendida ante él, dio un paso hacia el hombre.

—Salta, si no quieres que te haga saltar yo —dijo, arrastrando las palabras como si apenas abriera la boca para pronunciarlas.

El soldado vaciló, echó un rápido vistazo a sus espaldas, a las frías y profundas aguas, y negó con la cabeza.

—No, por favor… clemencia…

—¡Salta! —gritó Draco.

—Pero... —protestó débilmente, pero el joven le pinchó la prominente barriga con la punta de su espada y el soldado, no viendo ninguna escapatoria, saltó al fin entre los vítores de los piratas, que elevaron los brazos en señal de victoria y felicitaron a Draco con efusividad cuando descendió de la pasarela.

El capitán, mientras tanto, seguía observando al joven de los anteojos con interés.

Cuando sus hombres se calmaron, se acercó a él y preguntó, en un susurro casi amable:

—Y ahora que estamos solos, ¿vais a decirme quién sois?

Los tres jóvenes parecieron sorprendidos de que hubiera descubierto tan rápido a quién de ellos protegían los soldados, pero el muchacho de los anteojos se repuso enseguida de la impresión y dijo, con tono desafiante:

—Nadie que debáis saber.

—Eso ya lo veremos —contestó el capitán, con una sonrisa cruel—. Parecéis muy valiente ahora, pero os habéis mantenido bien escondido durante la lucha, dejando que todos esos soldados muriesen por vos.

—¡Yo no quería esconderme! —gritó el muchacho, llevándose la mano a la funda de la espada, olvidándose, obviamente, de que ya no estaba allí, pues había sido desarmado antes por uno de los piratas—. No quería esconderme —repitió, frustrado, dejando caer la mano vacía—, nos encerraron en el camarote cuando avistaron vuestro barco, no nos permitieron salir.

—¿Y qué os hace tan valioso? —inquirió el capitán Snape, pero el chico apartó la mirada, apretando los labios en obstinado silencio, por lo que, señalando al pelirrojo y a la muchacha, añadió—. Echad también a esos dos a los tiburones.

—¡NO! —gritó el joven— ¡No les hagáis daño! Por favor…

—¿Qué importancia pueden tener para vos dos simples sirvientes?

—No son sólo sirvientes… también son mis amigos.

—¿Un noble, amigo de sus sirvientes? —Se rió el capitán, y todos sus hombres rieron con él—. ¡Esa sí que es buena! Jamás creí que viviría el día de presenciar algo así.

—Por favor, no los matéis —insistió el joven—. Os diré quién soy si les perdonáis la vida.

—¡No, milord! —gritó la muchacha a sus espaldas.

—Cállate, Hermione, sé lo que hago —la atajó él.

—Mmm… no sé… —dijo el capitán—. Sólo son criados. ¿Dos bocas más para alimentar a cambio de una información que podría obtener simplemente torturándolos un poco? No me parece un trato muy beneficioso para mí.

—Lo será. Puedo hacer que lo sea, si nos lleváis a puerto sanos y salvos a los tres.

—¿Acaso creéis que esto es un buque mercante? —Se mofó el capitán.

—Pensad en ello —insistió el chico—, provengo de una familia de grandes influencias y puedo usarlas en vuestro beneficio. Puedo convertiros en un hombre sin pasado…

—¿Un hombre sin pasado? Eso no es posible para mí…

—…hacer que todos vuestros delitos sean perdonados, podréis empezar de cero sin que nadie os busque para llevaros ante la justicia.

El hombre lo observó con un brillo divertido en los ojos.

—Vamos, seguro que podéis hacerlo mejor que eso —dijo—. ¿Creéis que me importan lo más mínimo todos los cargos que pesan sobre mí? La justicia jamás me dará alcance, sus piernas son demasiado lentas y torpes. Y, ¿para qué querría empezar de cero, si cuánto necesito lo tengo bajo mis pies? Si eso es todo lo que tenéis que ofrecer, vuestros "amigos" se pueden dar por muertos.

—¡Os recompensaré con oro, pues! Os entregaré más oro del que hayáis visto en vuestra vida, capitán. Soy muy rico… y sé mostrarme agradecido con quién lo merece.

Un murmullo de aprobación se extendió entre los piratas y el capitán Snape sonrió satisfecho.

—Ahora te escucho —dijo—. Mis marineros no se llenan la barriga con la buena reputación de su capitán, pero sí con los bolsillos repletos de oro. Vuestro nombre —exigió, dirigiéndole una penetrante mirada.

—Me llamo Harold, aunque todo el mundo me llama Harry, y pertenezco a la estirpe de los Potter. Mi abuelo es Albus Aurelius van Dumbledore.

Una serie de exclamaciones recorrió la cubierta y los piratas se miraron entre ellos, asombrados. Sin embargo, el capitán sólo asintió de manera casi imperceptible, como si esa hubiera sido justo la respuesta que esperaba oír. Aún así, sus facciones se endurecieron visiblemente a la mención de ese nombre.

—¿Se refiere al Duque van Dumbledore de Holanda, consejero del rey de Inglaterra y viudo de Lady Beatrice Potter? —preguntó entonces el contramaestre, Lucius Malfoy. El joven asintió y el contramaestre se acercó a Snape para susurrar en su oído, con un brillo codicioso en sus ojos grises—: Creo, capitán, que al final sí que hemos encontrado nuestro botín.

Snape dio una seca cabezada e hizo un ademán con su mano para que el rubio se apartase. Se situó frente a Harry con ojos insondables y, en un suave susurro que, de alguna manera, consiguió imponerse al sonido del oleaje y a las murmuraciones asombradas de sus hombres, preguntó:

—¿Y qué ha llevado a Lord Harry Potter a embarcarse en aguas tan peligrosas?

—No es nada de vuestro interés.

El capitán hizo un gesto a Crabbe y este retorció cruelmente el brazo de la muchacha, que cayó de rodillas y profirió un grito estremecedor.

—¡De acuerdo, os lo diré! No les hagáis daño —se rindió el chico—. Pero no veo qué puede importaros… vengo de buscar… información sobre mi pasado.

Snape ladeó la cabeza y entrecerró los ojos, observando al joven con cierta dosis de burla.

—¿Vos, que me ofrecíais borrar mi pasado, andáis en busca del vuestro?

Harry abrió los brazos, exasperado.

—Sí, muy divertido; reíd, si queréis. Resulta que los datos que poseo son… insatisfactorios.

—¿Y no sería más fácil y menos peligroso preguntarle a vuestro abuelo? —sugirió Snape— El duque es famoso por estar siempre al corriente de todo cuanto acontece a su alrededor. Cuànto más lo estará en lo relativo a su nieto.

—Sí, claro, él está muy informado —confirmó Harry, con expresión irritada—, pero no es proclive a compartir lo que sabe. Respecto a nada. Aunque se trate de cosas que me incumben a mí personalmente. Yo sólo quería saber más, ¡tengo derecho a ello! Alguien me comunicó que en Sicilia encontraría las respuestas que buscaba, pero por lo visto, me mintió, ya que no fue así —concluyó el chico, con amargura.

El humor desapareció del rostro del capitán tan súbitamente como había aparecido.

—¿Y por qué no viajasteis por tierra, cruzando el continente? ¿No os dijeron que el mar podría ser vuestra perdición?

—Mi abuelo tiene contactos en todos los reinos del continente, si hubiera ido por tierra, hubiera descubierto lo que me proponía y habría ordenado que detuvieran mi expedición. No podía arriesgarme a eso.

El capitán meditó unos segundos en silencio sobre todo aquello.

—Está bien, se acabó la cháchara. Encerrad a esos dos en la bodega —ordenó de pronto—, y llevad al nieto del duque a mi camarote. Él y yo acabamos de cerrar un trato comercial.

Draco, Crabbe y Goyle se apresuraron a obedecer las órdenes que habían recibido y el capitán Snape se quedó mirando el barco que acababan de abordar, pensativo.

—Coged tantas provisiones como encontréis y preparaos para levar anclas —instruyó a sus hombres al fin, y todos se pusieron en movimiento.

OoOoO

Cuando hubieron fijado rumbo y dejaron atrás el navío abandonado, el sol ya se estaba poniendo en el horizonte.

El capitán Snape informó a Lucius Malfoy de que iba a cenar en su camarote junto al joven noble, y le pidió que enviara al pinche con la comida cuando la cena estuviera lista.

Entró en el camarote sin dedicarle ni una mirada al invitado, que aguardaba dentro con ojos algo asustados, preguntándose qué se esperaría de él en una circunstancia como aquella.

Durante varias horas, el chico había estado esperando a que algo sucediera, pero nadie había entrado en la estancia hasta el momento, y ahora el capitán actuaba como si no estuviera allí.

Lo observó acercarse a la cama para quitarse el sombrero de tres puntas, de un verde oscuro idéntico al de sus pantalones de terciopelo y al del pañuelo que colgaba de su cuello, que también se quitó; después se deshizo de la pesada casaca negra de piel y del chaleco de debajo, también negro; y dejó las cuatro prendas sobre la manta. Tras esto, el capitán se desprendió de las altas botas, del mismo color que la casaca, y desató el nudo que ligaba la camisa blanca a su cuello, dejando al descubierto una pequeña porción de su pecho, escasamente velludo. Se sacó el cinto y la funda de su espada, dejándolos sobre la mesilla que había al lado de la cama y, por último, liberó la delgada cinta roja que ataba en una cola su largo cabello azabache, provocando que las finas hebras se esparcieran sobre sus hombros y su espalda.

Harry creyó que ahora sí, ahora le diría algo; le preguntaría la cuantía del oro que iba a recibir como recompensa, o cuán poderosa era su familia, o quizá querría saber algo más de lo que lo había llevado a Sicilia; pero, lejos de eso, el capitán siguió ignorándolo. Se dirigió descalzo al escritorio de madera labrada que había en la habitación, se sentó ante él, dándole la espalda al joven y, cogiendo pluma y un rollo de pergamino, empezó a escribir.

—¿No tenéis frío, caminando descalzo por el camarote? —Se atrevió a preguntar, intentando llamar su atención.

—¿Os preocupáis por mi salud? —repuso el capitán sin girarse.

Harry no contestó y se quedó mirando la espalda del hombre en silencio. Al final, siendo incapaz de contener su curiosidad por más tiempo, se acercó a él por detrás para ver qué hacía. Parecía estar muy concentrado escribiendo una carta. Sus lacios cabellos colgaban a ambos lados de su cabeza como cortinas, impidiendo que el chico pudiera ver su rostro, mientras su mano se deslizaba por el pergamino con fluidez, formando apretadas palabras con una letra tan pequeña que Harry no podía ver lo que decían.

—Eso de leer por encima del hombro de alguien está muy feo —se mofó el capitán, todavía sin darse la vuelta.

—Yo... eh... pensaba que...

—¿Qué pensábais? ¿Que alguien como yo no sabría escribir? —La burla era evidente por el tono de la pregunta pero, aún así, el chico tragó saliva.

—No, no es eso, pero... —No continuó la frase, se quedó vacilando a espaldas del otro, indeciso sobre si seguir tratando de leer a hurtadillas o no, a riesgo de que el capitán se enfadase de verdad si lo hacía—. ¿No tenéis miedo de que os ataque? —dijo de pronto—. Al fin y al cabo, no se le debe dar nunca la espalda al enemigo.

El capitán, ahora sí, se giró hacia él, una mueca irónica grabada en el rostro.

—¿Sois mi enemigo? —preguntó—. Yo creía que habíamos alcanzado un acuerdo comercial mútuamente beneficioso.

Los ojos verdes del chico destellaron con fuerza.

—Así que somos socios —replicó—. Que yo sepa, a los socios no se los mantiene encerrados contra su voluntad.

—Decidme, ¿quién os mantiene encerrado?

Harry se quedó estupefacto.

—¿Q-queréis decir que puedo salir de aquí cuando me apetezca? ¿Que hubiera podido salir en cualquier momento? —El capitán alzó una ceja significativamente y el chico se maldijo en silencio por no haberlo intentado siquiera durante las largas horas que había pasado ahí dentro—. Pero yo creía que no se me permitía... —Snape volvió a darse la vuelta, ignorando al joven de nuevo—. ¿Y mis amigos?

—¿Qué hay de ellos?

—¿También pueden salir cuando quieran?

—No, ellos son mis prisioneros hasta que nuestro acuerdo haya sido satisfecho. No pueden salir de la bodega. Pero vos sí podéis visitarlos, si así gustáis.

Esto llevó a Harry otra vez al principio de la conversación.

—Y entonces, ¿cómo es que no tenéis miedo de que os mate? Tenéis presos a mis amigos y ahora estáis indefenso sin vuestra espada.

El capitán se levantó de la silla con la rapidez asesina de un tiburón blanco y agarró al joven por el cuello, apretando lo justo para que le costara respirar, pero sin hacerle verdadero daño.

—En el improbable caso de que consiguiérais herirme —susurró, con voz peligrosa—, estaríais muerto antes de dos minutos por mano de mi contramaestre o de cualquiera de mis otros hombres. Sería una alegría para Lucius, que heredaría la capitanía de este barco, pero vuestros jóvenes y hermosos amigos no os estarían muy agradecidos, pues pasarían a convertirse en la única diversión con la que mis marineros pueden entretenerse en alta mar, y no habría nadie que les impidiera disfrutar de sus nuevos juguetes. ¿Queda claro?

Harry se esforzó en asentir con la cabeza, pero le resultó difícil conseguirlo porque, a pesar de la ola de pánico que lo recorrió ante la fiereza del hombre, no pudo evitar sentir también otro tipo de emoción muy diferente. La proximidad del otro; su aliento rozándole la cara; los fulgurantes ojos negros taladrándolo; la nuez de Adán que se agitaba en la garganta mientras hablaba; la respiración irregular alterando su pecho, que podía entreverse a través del triángulo abierto del cuello de la camisa… todo eso se confabuló contra él para hacerle sentir algo que su entrepierna no tuvo dificultad en interpretar, pero que su mente no estaba dispuesta a procesar sin brindar batalla.

Entonces, unos golpes en la puerta hicieron que el capitán lo soltase bruscamente y le salvaron de seguir analizando esa segunda e inoportuna emoción que, en su opinión, estaba totalmente fuera de lugar.

—Capitán Snape, os traigo la cena.

En dos largas y gráciles zancadas, Snape se plantó ante la puerta y la abrió para dejar pasar al pinche, que dejó una bandeja con varios platos sobre la mesa que había a un lado de la estancia.

—¿Dónde está la cerveza? —preguntó el capitán, súbitamente malhumorado—. Siempre te olvidas la cerveza, estúpido.

El pinche agachó la cabeza, acobardado, y murmuró:

—Enseguida la traigo, mi capitán, lo siento, mi capitán...

Y salió corriendo del camarote, pero no lo bastante como para evitar recibir una patada en las posaderas.

—Muchacho inútil —murmuró, cerrando de un portazo. E, ignorando de nuevo a Harry, fue a sentarse a la mesa, puso los pies descalzos sobre ella, empezó a atacar su cena y echó la silla hacia atrás de manera que quedase balanceándose sobre las dos patas traseras.

El joven hizo una mueca de desagrado ante los malos modales del hombre pero, famélico como estaba, también fue a sentarse ante su plato. Sin embargo, descubrió que no había allí ningún cubierto y no entendió cómo se suponía que debía comer. Una rápida mirada al capitán le dio la pista que necesitaba: estaba sujetando una pata de pollo con los dedos y la mordía como si le fuera la vida en ello. Harry abrió la boca para protestar, no pensaba ensuciarse las manos de aquella manera ni comer como un animal, pero antes de que pudiera decir nada, el capitán se le adelantó.

—¿La mesa no está servida a vuestro gusto? —Se mofó—. ¿El barco no goza de las comodidades a las que os tienen acostumbrado? Sí que lo lamento, milord, pero las leyes del mar no incluyen tenedores ni otro cuchillo que no sean nuestras espadas.

Harry negó con la cabeza y cogió un muslo de pollo.

—No, todo está bien —mintió—. ¿Acaso pensáis que no soy capaz de amoldarme a cualquier situación?

Reprimió el asco que le producía el contacto con la pegajosa carne y se llevó la comida a la boca para darle un mordisco mientras el capitán lo observaba satisfecho.

Mientras comían en silencio, Harry no podía evitar lanzar subrepticias miradas a los pies del capitán; el desagrado inicial ya olvidado en favor de una creciente admiración por la delicadeza de sus formas. Hubiera pensado que alguien curtido en todos los aspectos como él tendría los pies endurecidos, callosos y deformados por las largas horas paseándose en cubierta, pero en vez de eso eran inesperadamente… bonitos.

—¿No os gustan mis modales? —preguntó el capitán, obviamente malinterpretando sus miradas—. Lo siento, pero las únicas maneras que existen aquí son las que nos permiten sobrevivir cuando hay peligro. Todo lo demás, son lujos innecesarios.

Harry se libró de contestar, porque en ese preciso instante reapareció el pinche portando consigo una enorme jarra de cerveza y ninguna copa. Con un pequeño suspiro, el chico se resignó a tener que beber del mismo recipiente que el capitán. Cuando el pinche se marchó, ambos se sumieron de nuevo en el silencio.

—Este pollo está delicioso —dijo Harry al cabo de un rato, decidiendo que, si iban a ser socios, bien podía intentar entablar una conversación civilizada con él, pero se quedó anonadado al ver como se reía a carcajadas de su comentario—. ¿Qué he dicho que sea tan gracioso?

Mientras Harry mordía el muslo que tenía en la mano, Snape bebió un largo trago de cerveza antes de contestar.

—Realmente, Slughorn es mejor cocinero de lo que creía, si es capaz de hacer pasar por pollo una vulgar gaviota.

Harry casi escupió el trozo de carne que tenía en la boca.

—¿Gafiota? —repitió, todavía dudando si tragar o no.

El capitán pareció tremendamente divertido ante su desconcierto. Le acercó la jarra de cerveza y dijo:

—Bebed, os ayudará a hacer que baje la bola. —El chico negó con la cabeza, intentando decidir si su hambre era mayor que su repugnancia. Snape meneó la cabeza, divertido—. Mañana le diré al cocinero que nos prepare faisán a la salsa de trufas y regado con Chantilly, que probablemente será más de vuestro agrado. Me aseguraré de que saquen también la cubertería de plata y os entretengan antes con una sopa fría de limón, como deben de haberos acostumbrado en la corte.

Harry lo miró con curiosidad y se decidió al fin a tragar la carne para poder hablar sin tropiezos.

—¿Cómo lo sabéis?

Snape alzó una ceja interrogante.

—¿Qué?

—¿Cómo sabéis que en la corte sirven sopa fría antes de la comida? ¿Habéis estado allí alguna vez?

Snape pareció súbitamente molesto, como si hubiera revelado algo de sí mismo que no quería dar a conocer. Se levantó con brusquedad, tirando la silla al suelo y sin acabarse la cena, y dijo:

—Comed o no comáis, me es indiferente; pero a bordo no hay nada más que pescado y gaviota, así que mejor será que os acostumbréis a ello. Me voy a dormir, vos podéis usar ese canapé de ahí.

Harry estudió el sofá en cuestión, poco convencido. Estaba acolchado en terciopelo verde, pero no era tan largo como para que no tuviera que encoger las piernas al tumbarse en él.

—¿Tengo que dormir en un canapé? —preguntó al fin.

—Habréis de disculparnos, milord, pero no esperábamos invitados y, por tanto, no disponemos de habitaciones libres —gruñó el capitán—. Aunque sois bienvenido a utilizar el suelo, si lo preferís.

—¿Por qué sois tan rudo conmigo? Creía que habíamos llegado a un acuerdo "mútuamente beneficioso". ¿Tanto os ofende mi presencia?

—Apagad el quinqué cuando acabéis de cenar. No puedo dormir con la luz encendida —repuso el capitán sin contestar a su pregunta, y se dio la vuelta para quitarse los pantalones.

Harry observó sus piernas desnudas con interés mientras el otro cogía el sombrero y las demás prendas que había depositado sobre el colchón y las dejaba en una silla. Para su decepción, sin embargo, el capitán no se quitó la larga camisa blanca que todavía cubría gran parte de su cuerpo, sino que se metió en la cama con ella a modo de camisón.

Privado del espectáculo, el chico volvió a mirar su plato con desconfianza. Retomó de nuevo el muslo de gaviota, razonando que no podría sobrevivir todas las semanas que les quedaban por delante sin comer.

—¿Y las provisiones de nuestro buque? —Recordó de pronto.

Snape levantó la cabeza de la almohada para mirarlo.

—¿Cómo decís?

—Sé que habéis saqueado el barco en el que vinimos, allí había comida que no consistía solo en gaviota y pescado.

—El cocinero no ha tenido tiempo de hacerse con esas provisiones para la cena de hoy, posiblemente las utilice a partir de mañana.

Harry sonrió satisfecho, eso estaba mejor. Soltó definitivamente el muslo de gaviota y, a falta de una alternativa mejor, se chupó los dedos para eliminar la grasa y se limpió las manos contra los pantalones. Cuando miró hacia la cama, vio que Snape aún estaba observándolo, pero en cuanto se giró hacia él, el capitán echó atrás la cabeza y se dio media vuelta.

El chico se acordó de algo.

—¿A quién estabais escribiendo antes? —Se decidió a preguntar.

—A nadie de vuestra incumbencia —gruñó el otro—. Y, como intentéis acercaros al escritorio por la noche, os las tendréis que ver conmigo. Tengo el sueño muy ligero, estad seguro de que escucharé vuestros pasos.

El joven volvió a sonreír. Apagó la luz del quinqué y se dirigió a tientas al canapé que sería su cama, guiándose precariamente por la escasa luz de la luna, que se colaba a través del ojo de buey.