Disclaimer. Los personajes le pertenecen a LJ Smith, gracias por crear a estos maravillosos personajes. La historia no me pertenece, es de la maravillosa Martina Bennet. ¡Gracias por dejarme adaptar esta maravillosa historia!
N/A: Esta historia puede tocar temas como las vidas pasadas, violencia, Lemmons y demás asuntos que pueden afectar la sensibilidad del lector o ir en contra de sus creencias.
Espero les guste.
Prólogo.
Montes Cárpatos, Eurasia. 885 d.c.
Su hermoso cabello negro ondeaba al viento como un estandarte orgulloso que se alza luego de una irreprochable victoria. Sus brazos como serpientes de seda bajo el agua, hacían movimientos precisos y armónicos. Sus caderas, perfectas para la procreación se bamboleaban como jugosos duraznos parcialmente cubiertos por las hojas, colgando de las ramas de un árbol que se mece con gracia divina.
Él no podía apartar los ojos de ella, de su cuerpo, de su sensualidad agobiante y enriquecedora. Ella bailaba para él aunque ella no lo supiera. Sabía que no debía estar ahí, pero no pudo hacer más que detenerse a mirar cuando escuchó la hipnotizante música que provenía del claro del bosque. Sabía que las mujeres se reunían ahí para hacer ofrendas a la luna y alejarse un momento de las obligaciones del hogar, pero nunca antes había presenciado esos
rituales.
Sentadas alrededor de una gran fogata ubicada en un pequeño claro protegido por árboles frondosos y espesa maleza se encontraban todas las mujeres de la tribu. Las más viejas cantaban al compás de los tambores que tocaban las de edad media y las más jóvenes danzaban alrededor del fuego con movimientos ondulantes e individuales que evocaban épocas lejanas, ancestros y ritos perdidos en el tiempo. Las danzarinas usaban poca ropa, solo un retazo de piel para cubrir sus pechos y otro más grande en forma de taparrabo amarrado a la cintura con cuerdas de fibra de lino.
Llevaban el cabello suelto y los pies descalzos y sus rostros estaban pintados con líneas que se entrecruzaban formando figuras abstractas y símbolos de rovás que hacían honor a los dioses.
Kopján, hijo menor de Kond, uno de los siete líderes tribales húngaros, era un hombre alto para sus 18 años, piel bronceada, cabellos lizos y rubios como la mañana mas soleada, y ojos azules rasgados, mandíbula cuadrada, pómulos altos y labios finos. Ya había pasado las pruebas que lo llevaban a la adultez, y en unas semanas iría con su padre, sus hermanos y los hombres de la tribu a una batalla.
Ahí podría portar con orgullo los colores de guerra de su clan y pertenecer a los conocidos como El Azote de Dios como eran llamados por sus enemigos por la habilidad que tenían de acertar con flechas en caballos a todo galope.
El muchacho seguía mirando, mientras la música que fluía de los tambores se tornaba cada vez más frenética, y las mujeres agilizaban los movimientos danzando y brincando al ritmo de las llamas que adoraban. Los golpes de tambores se hicieron más y más rápidos hasta volverse un zumbido y los cuerpos femeninos casi unos borrones de sensualidad. Sin aviso todo se detuvo, los tambores cesaron, y las mujeres detuvieron sus movimientos. La pelinegra cayó de rodillas respirando aceleradamente, su cabeza agachada y su cabello tapándole el rostro, su cuerpo en dirección al joven guerrero. De repente ella levantó la cabeza y sus miradas se encontraron, ella tenía los ojos de un negro intenso y era la cosa más hermosa que él había visto en toda su vida.
Ella le sonrió. Él supo que había perdido su alma.
Sensualidad.
Sexualidad.
Pasión.
Lujuria.
Desenfreno.
Había perdido completamente su voluntad, sus intereses, sus ambiciones y sus sueños de guerra y poder. El cuerpo de ella lo era todo, lo tocaba y perdía la noción del tiempo y del espacio. No le importaba nada, solo poseerla, estrecharla entre sus brazos y saber que era solo suya.
Era la primera mujer con la que estaba íntimamente, desde niño había soñado con ser como su padre, un gran guerrero que combatía en grandes batallas al lado del príncipe Almos, esa había sido su meta, pero ahora todo eso era eclipsado por la belleza pelinegra que calentaba su lecho.
—Únete a mí Tatia, quiero que lleves mi nombre y portes mi insignia —Tomo su mano y la apretó delicadamente contra su fuerte y musculoso pecho —Quiero que todos sepan que me perteneces, que eres mía. Únete a mí y te daré todo lo que me pidas y más.
…
Imara, madre de Kopján, notaba como su hijo menor era devorado por algo que ella aún no lograba descubrir. Creía que era una mujer e imaginaba cuál podría ser, pero cuando preguntó al muchacho qué sucedía este le respondió que todo estaba bien y que no se preocupara, que solo eran las ansias de la batalla. No contenta con las palabras de su hijo, la mujer, antes de unirse a su marido en el lecho oró al Turul -una gran ave mensajera entre los dioses y los humanos- para que esta le diera alguna señal de si la unión entre esa pareja era lo mejor. Ala mañana siguiente Imara se despertó angustiada. El Turul se había manifestado en un sueño revelador
—Tatia será la perdición para tu hijo, su corazón será partido en dos y su sangre derramada serán las lágrimas de su alma. —Y sentada en el lecho, con lágrimas corriendo por sus mejillas, miró hacia su regazo y descubrió una gran pluma plateada. Muestra de que no había sido solo un sueño.
La mujer intentó por todos los medios hacer entrar en razón a su hijo, habló con su esposo, pero a pesar que le mostró la pluma, él le dijo que quizás había mal interpretado las palabras de la gran ave. Pocos días después se anunció el compromiso, y se dispuso que la ceremonia se llevaría a cabo el día antes de la partida de los hombres a la próxima batalla.
…
Kopján no podía creer lo que veía. Era la noche anterior al día de la ceremonia que lo uniría por siempre a Tatia. Ella debía estar siendo preparada para el festejo, o al menos descansando para un día muy largo. Pero no, ella estaba ahí, tirada tras unos matorrales en el inicio del bosque, su cuerpo desnudo, sudado y jadeante, mientras era embestida salvajemente por uno de los guerreros de menor rango.
Al observar la escena lo primero que pensó fue en que el maldito hombre la estaba forzando, y cuando estaba a punto de lanzarse sobre este para apartarlo de su amada, escuchó lo que él consideró en ese momento, su condena a un sufrimiento eterno.
—No te detengas… así, así… —rió de manera histérica —Si no deseara la posición que obtendré… uniéndome a Kopján… lo traería aquí para que aprendiera cómo se hace.
Dolor.
Desolación.
Angustia.
Muerte.
El joven se alejó no pudiendo ver más. Sentía como en su pecho se formaba un vacío y como su alma moría lentamente. Deseó sentir rabia, ira, pero no pudo. La amaba demasiado como para deshonrarla rompiendo el compromiso y más aún anunciando el motivo. Me casaré contigo Tatia, y cuando regrese del campo de batalla me encargaré que seas solo mía.
…
La ceremonia se llevó a cabo con normalidad. Sarolta sonreía todo el tiempo, Imara lloraba y el muchacho sufría en silencio. Le costó mucho trabajo pronunciar las palabras que le prometían a ella protección y cuidado, y solo la creencia en que había sido un mal momento por el que ella pasó la noche anterior, fue lo que le permitió terminar el ritual.
En el lecho matrimonial él se olvidó de todo lo ocurrido, como pasaba siempre que estaba con ella.
— ¿Me amas Tatia? —Le había preguntado en un momento de duda, ella con una sonrisa le había contestado:
—Amo todo lo que eres, todo lo que representas —Y él malinterpretando sus palabras, se sintió feliz.
Al día siguiente partieron hacia las tierras bajas de los Cárpatos y no fue hasta un mes después que la realidad que él mismo quería apartar de su mente y su corazón le cayó con todo el peso de la desazón.
—No sé cómo Kopján no se dio cuenta nunca de la clase de mujer que tiene.
—Lo tiene envuelto en sus piernas, ella es experta en eso.
—Yo no me atreví a decirle nada, quiero seguir teniendo la piel sobre la carne y pensé que ella podía haber cambiado por él —dijo un tercer hombre.
—Todos los que hemos estado con ella pensamos lo mismo, pero Sarolta no es mujer de un solo hombre, y solo espero que Kopján no lo descubra nunca. Él es un buen muchacho, un excelente guerrero y se merece una hembra digna de su nombre, no una que ofrece sus favores a tantos hombres como árboles tiene el bosque.
—Y es probable que se haya unido a él por su posición. —Opinó el otro hombre asintiendo con gravedad.
Eso era todo lo que tenía que escuchar. Las palabras que ella había dicho la noche antes de la ceremonia en el bosque calaron en su mente y atravesaron su corazón. Ella no lo amaba, solo deseaba lo que él le podía dar como hijo de uno de los líderes de los siete clanes. Ella lo engañó, lo traicionó, y él aún la amaba.
…
Quemazón, eso fue lo que sintió. Un ardor tan grande en el pecho que pensó que se incendiaba por dentro. Pero solo fueron un par de segundos, y luego la oscuridad. No sabía qué le había producido esa sensación, solo recordaba estar montado en su caballo en una retirada fingida, una táctica que usaban para hacer creer a sus enemigos que se retiraban y luego giraban la mitad de su cuerpo para lanzar flechas y tomarlos desprevenidos.
Fue en el momento de la retirada que su mente se volvió a nublar por el recuerdo de su esposa.
Su cuerpo, su rostro, su hermoso cabello y luego la traición, y el dolor; dolor que se transformó en físico cuando una flecha atravesó su corazón.
La distracción que le habían provocado los recuerdos lo hizo ser lento en sus movimientos y uno de los enemigos aprovechó la lentitud del jinete para mostrar su recién adquirida destreza con el arco y lanzar un ataque certero contra el joven. La flecha había impactado en su espalda y atravesado perfectamente la cota de malla, para incrustarse en su corazón.
Desconcierto. Al poder ver su propio cuerpo recostado sobre el lomo del caballo, que por el impacto repentino se dirigía a todo galope hacia la posición de sus aliados.
Angustia. Al ver a su padre recibir su cuerpo, mientras caía de rodillas con él en brazos, gritando como un poseso a los cielos el dolor de la pérdida de su hijo menor.
Tristeza. Al imaginar a su madre recibir la noticia de su ya aceptada muerte.
Y rabia, ira de la más intensa al darse cuenta que la culpable de toda esa desgracia tenía nombre propio. Tatia.
¡Maldita mujer!
Su madre se lo había advertido y no quiso escucharla, y ahora ella sufriría por su estupidez, su padre, sus hermanos, el nombre de la familia manchado por su absurda muerte.
Todo era culpa de ella, cuánto la odiaba y cuánto se odiaba a sí mismo por haber entregado su corazón a una arpía como ella.
—No te atormentes más Kopján, yo daré consuelo a tu madre, fortaleza a tu padre, y una muerte en batalla nunca será una deshonra.
El Turul se encontraba detrás de él. Sabía qué forma tenía por los relatos que había escuchado de las mujeres y de los pocos hombres que tuvieron revelaciones, pero nunca lo había visto por sí mismo.
— ¡Esa mujer me destrozó a mí y a mi familia! —Se sorprendió al darse cuenta que intentó hablar pero no pudo, solo pensó la frase, y cuando el Turul le contestó se dio cuenta que este también le hablaba en pensamiento.
—Yo me encargaré que pague por lo que ha hecho, tú ahora solo debes descansar y esperar.
— ¿Esperar qué? —Preguntó el joven guerrero.
—Tu tiempo en esta época ha terminado, pero no tu tiempo en el mundo. Renacerás y todo se equilibrará.
— ¿Cuándo será eso? —Kopján frunció el ceño.
—Cuando sea el tiempo. Ahora descansa, yo me encargaré de tu familia.
Todo desapareció a su alrededor y una oscuridad que nada tenía que ver con el miedo o la agonía, sino con la paz y la tranquilidad como estado del alma lo envolvió.
…
1430
— ¿Ya es hora?
—No, sigue durmiendo, yo te avisaré.
…
1852
—Quiero que esto acabe, ¡ya no puedo esperar más!
—Ten paciencia, no falta mucho. Duerme.
…
Londres, Inglaterra. 20 de junio de 1976
—Despierta, ah llegado tu hora de nacer de nuevo.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—El suficiente para que el mundo que conociste desapareciera por completo.
— ¿Qué tendré que hacer?
—Solo dedicarte a vivir, todo llegará a ti a su tiempo. La felicidad y con ella la mujer que está destinada para ti, la que hará que todo se equilibre, la que te pertenecerá por completo y tú le pertenecerás a ella.
—Pero ¿Cómo la reconoceré? Dime cómo es ella, dónde la encontraré, cuándo la conoceré.
—De nada servirá, una vez nazcas todos tus recuerdos serán borrados, así debe ser y así será.
Pero tu alma la reconocerá, y con eso será suficiente para que sepas que ella te ha de pertenecer.
—Y ¿Quién seré yo?, dime a qué me dedicaré, en qué parte del mundo naceré. —El Turul negó con la cabeza —Al menos dime cual será mi nombre, solo eso te pido, mi nombre.
—Niklaus Mikaelson.
Y la oscuridad lo adsorbió de nuevo, pero esta vez para dar paso a una luz enceguecedora. La luz de la lámpara de la sala de maternidad.
Bueno, esta historia es de mis favoritas, y sin duda vale la pena leerla.
Nos leemos en el siguiente capitulo.
Besos.
