Julio de 1943. Despunta el alba.
Estáis listos para partir, descansados y desayunados, lo cual no suele ser habitual desde que salisteis de Alemania. Viajáis en columna por una carretera sur-norte, la noche anterior vuestro sargento os comunicó escuetamente el plan de von Manstein y el destino en vista: Kursk, una pequeña población al sur de Moscú.
Habéis recorridos unos kilómetros y los carros comienzan el despliegue. El vuestro es uno de los pocos Tigers que van a tomar parte en la contienda y necesitáis una posición resguardada para no ser el blanco de los temidos cazacarros soviéticos —que parecen aumentar de tamaño cuanto más se avecinan—. En Járkov recuerdas haber abatido dos SU-85, amén del que lograsteis capturar después de que su tripulación lo abandonara a la desesperada tras quedarse atascado en el lodo.
Llegáis a vuestra ubicación y os colocáis detrás de una loma donde os guarecéis del fuego enemigo, cubriendo el flanco derecho de la formación al lado del otro Tiger y apoyados por seis Panzers, dos StuGs, un Ferdinand y una compañía de infantería.
A media mañana por fin os llega la orden de atacar. La adrenalina y la fe ciega en vuestra victoria os animan a burlaros del rival. Förtsch, vuestro cargador, se permite bromear sobre un presunto estado de embriaguez de los rusos.
Ingenuos.
Sin previo aviso suenan varias explosiones cercanas… Os han descubierto.
Los Panzers son los primeros en iniciar el movimiento y franquear el altozano. Sendas columnas de humo se alzan alrededor: algunos vehículos amigos han sido alcanzados por el fuego de la artillería y arden sin control. Os ponéis en marcha y sobrepasáis la desenfilada. Uno de vuestros Panzers pisó una mina y yace volcado con fragmentos del tren de rodaje esparcidos por doquier.
Céntrate.
A lo lejos divisas contados T-34 soviéticos.
Apunta.
Calculas la distancia: 2.000 metros. Los tienes a tiro. ¡FUEGO!
El proyectil se eleva hasta impactar en el objetivo. Observas como vuela por los aires. Esbozas una breve sonrisa, una pequeña victoria personal. No obstante, acto seguido los acorazados adversarios carga contra vuestras filas con sus T-34 y KV-1 cubiertos desde atrás por algunos SU-85.
Una hora de contienda. Dos. Habéis conseguido apresar tres T-34 y un KV-1. A cambio unos cuantos obuses soviéticos han rebotado en vuestra resistente barcaza. De pronto, sentís una potente deflagración a vuestra zurda, y la torre del Tiger más próximo ha saltado metros por encima de vosotros, envolviendo el vehículo en llamas.
—¡Una batería de SU-152 nos está atacando a las dos! —oís por radio.
Viráis vuestra torre 30º derecha y efectivamente, a través de una tenue nube de polvo, avistáis los anticarros ocultos entre la maleza, que han levantado sus cañones al disparar.
1.700 metros. Bien medidos. Tu proyectil estalla en la santabárbara, despedazando el vehículo. Deberías alegrarte por haberlo eliminado, sin embargo un sentimiento de desánimo te invade. Una extraña sensación, un mal presentimiento.
Aún queda mucha lucha por delante, pero la sombra de la derrota sobrevuela peligrosamente tu cabeza.
