Disclaimer:
Los personajes, trama y detalles originales de Naruto son propiedad de Masashi Kishimoto, Shūeisha y Shūkan Shōnen Jump (manga), Hayato Date, Pierrot y TV Tokyo (anime).
Advertencias:
Basado en la obra del manga, no del anime.
Arquitectura tradicional
La casa Hyūga era por excelencia, todo el concepto englobado de espiritualidad y estética de toda una tradición disciplinada que, aunque rozara apenas un centenario en Konoha, en sus distintas locaciones anteriores una huella de distinción aristócrata se cargaba con el emblema de su ojo blanco.
Pocas cosas en la gran mansión representaban una composición distinta al corte tradicional de Konoha. Como el clan más antiguo, numeroso y metódico, se basaban sistemáticamente en diseños de madera propia del bosque que daba nombre a la aldea, aunque toda la estructura se dañara fácilmente por fuego o terremotos. Que si bien de manera natural estos hechos no se sucedían con frecuencia, las invocaciones que pasaban los diez metros y paseaban alegremente en las periferias sí llegaban a generar considerables sacudidas que terminaban por botar las tejas o dislocar alguna columna, sin mencionar los paneles de papel de arroz que tenían que ser reemplazados casi en su totalidad.
No obstante, dentro de las ventajas de vivir en la mansión Hyūga, era que el pesado clima de verano no sofocaba, el aire corría libremente manteniendo el frescor mientras que las construcciones de cemento y ladrillo retenían el calor haciendo imposible una estadía en su interior. Y cuando llegaba el invierno, pese a que en Konoha no arreciaban los vientos helados y las fuertes nevadas, si la temperatura llegaba a bajar en demasía, para eso estaba el tatami, compuesto por tablas de fibra natural sobre una base de vigas de madera entrelazada dejando un espacio entre la construcción y el suelo para que el aire pasase por debajo; de esta manera, y posicionando una chimenea estratégicamente, el aire podía calentarse para mantener un agradable calor en todo el piso.
Pero no solo las construcciones eran firmes, también los miembros del clan y sus tradiciones se ponían de manifiesto en cada uno de los elementos que integraban la casa, específicamente en la construcción de la casa principal, donde moraba el líder del clan y sus dos hijas, se encontraban también manifestaciones de la relación que siempre ha existido entre la sociedad elitista de la que formaban parte, la naturaleza de su condición shinobi y en sí, el orgullo de ser miembros de esa gran aldea que era Konoha.
Las representaciones artísticas indudablemente estaban presentes, particularmente en la estancia que recibía a los invitados; un lugar impregnado de un halo misterioso y tentador que se mostraba orgulloso que a la vez parecía decir "si rompes algo date por muerto". Las obras de arte más exquisitas adquiridas por la familia se encontraban ubicadas en esa estancia específica dentro de la casa, la llamada "Tokonoma".
El gusto por la tranquilidad y la austeridad en las formas de estilo Hyūga, presentes incluso en su sublime arte de combate, era muy apreciado en la búsqueda de la relajación y la paz de los miembros del clan.
Neji no era la excepción, ante la mirada de todos y cada uno de sus familiares era, sin duda, la representación de la perfección de la dinastía del clan, el mismo Hiashi lo alababa constantemente por la forma en la que había logrado rebasar todos los límites que se le habían impuesto a lo largo de la vida, tanto a nivel personal como shinobi.
Ciertamente, en el resto de la aldea había muchos ninjas que igualaban su genialidad estratega, que superaban sus habilidades de combate o que incluso presentaban un liderazgo más contundente que el silencioso chico. Pero eso era afuera, en un mundo que parecía totalmente extraño una vez que se salía del barrio Hyūga.
Las calles desordenadas, las callejuelas oscuras, las fachadas de distintos colores que no combinaban entre sí, no existían dentro de los muros que delimitaba su territorio.
Una vez cruzado el umbral que definía la propiedad, se entraba en el pequeño mundo de los shinobi de ojos puros. Y dentro de ese pequeño mundo de apenas un par de casonas y recintos comunes; Neji era el mayor orgullo, y se había convertido en el ejemplo al que los más jóvenes aspiraban.
El té se servía, la ceremonia se había dado por iniciada una vez que se disculpó al joven por su ausencia, pero nadie consideraba una ofensa el que no se presentara aquella tradición, sin duda estaría perfeccionando lo perfectible y eso era en sí, un orgullo más grande que ser partícipe de esos pequeños eventos sociales que de tanto en tanto organizaban, queriendo de alguna forma encontrar el modo de fortalecer sus lazos familiares. Precisamente, y de nuevo gracias a Neji, se estaban realizando intentos por reducir la brecha que había separado la noble casa en dos ramas.
El kaiseki terminaba y los dangos que había elegido Hinata para el postre se sirvieron comiéndose en un monótono silencio que nadie se atrevía a romper. Hiashi hizo sonar un pequeño gong para indicar a sus sirvientes que podían pasar a recoger lo usado y traer la vajilla del té.
Mientras la mayor de las hijas del líder empezaba con el laborioso y minucioso proceso de preparación de la koicha se le notaba concentrada, sumamente dispuesta a impresionar a los invitados y se tomaba su tiempo para no cometer ningún error, pero su hermana menor, Hanabi, amenazaba discretamente a su hermana con salir corriendo de ahí si no terminaba pronto. Mientras tanto, el resto de la concurrencia observaba un arreglo floral que se encontraba al frente como si nada más en la habitación importara.
El silencio resultaría abrumador para quien no fuera miembro de la familia, pero el resto estaba perfectamente acostumbrado.
Se dio primer sorbo a la infusión en cuanto Hinata terminó de servir a todos. La primera reverencia se hizo…
Pero nadie fue capaz de levantar la mirada del suelo o siquiera terminar de enderezar su cuerpo.
Las pálidas pieles se tiñeron de carmín en sus rostros inexpresivos, la heredera del clan era quien se había puesto más roja y se había desvanecido mientras su hermana abría sus ojos casi tentada a usar su técnica familiar por mera curiosidad morbosa. El padre de ambas, por su parte, había cerrado los ojos incapaz de mirar a sus invitados.
El golpe de respiraciones y gemidos llenos de placer retumbaban en el absoluto silencio que inundaba la gran mansión, traspasando las finas hojas de papel que dividían las habitaciones unas de otras, colándose por los claros abiertos de los jardines interiores y resonando en la elegante sala donde se tomaba el té.
Con gran escándalo, la garganta de la chica profería el placer experimentado en aquél erótico acto, poco importaba la discreción cuando la razón se veía nublada por el calor del momento.
Esa mañana, paras los amantes la situación se había vuelto insostenible y terminaron por saciar sus instintos, habiendo confesado sus sentimientos se entregaron uno al otro, rodaban por el piso de alguno de los dormitorios librando una batalla de pasión, envueltos en la inmaculada blancura de las sábanas que formaban el futón.
Sus cuerpos se movían acompasados, acoplándose perfectamente el uno al otro mientras que la sinfonía de gemidos irrumpía con más ahínco. No había tiempo, no había más nada que dos amantes entregándose. El clímax se acercaba, la chica lo anunciaba apenas respirando.
Los nobles asistentes de la familia Hyūga no se habían movido en absoluto, el sofoco que los embriagaba les había bloqueado el sentido común y paralizado cada parte del cuerpo clavándolos al piso de madera olorosa con la mirada baja.
Y entonces sucedió:
— ¡Neji! — exclamó la chica el nombre de su amante con un grito profundo que recorrió la casa apenas dividida por tradicionales paneles de papel.
Y el aire faltó, y el sonrojo aumentó, y Hinata se desmayó, y la urgente necesidad de salir corriendo y dejar al gran ídolo del clan en la privacidad se evidenció con el apenas perceptible movimiento de manos para hacer sellos y desaparecer entre nubes de humo.
—Padre — dijo Hanabi aún incapaz de regresar a su expresión serena de siempre una vez que los anfitriones de la ceremonia les hubieron dejado solos —; creo que nuestra casa es demasiado tradicional.
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