Las hojas secas crujían bajo sus pies. Corría con desesperación intentando escapar del centro de esa masacre. Sus hermosos cabellos de color negro azabache se movían con el viento, en sus manos sostenía un pequeño bulto, tratando de protegerlo con sus brazos. Con la prisa de la que era víctima, tropezó tres o cuatro ocasiones y tres o cuatro veces se puso de nuevo en pie. Dirigió sus orbes negros a su meta: un pequeño río a las afueras del poblado. Continuó su camino con decisión, al llegar hasta la rivera se inclinó con cautela y se aseguró de que nadie le había visto.

Respiró agitadamente, tratando de normalizar su ritmo cardiaco, lentamente se separó de aquello que cargaba, dejando ver a una bebé de escasos tres meses de nacida, quien poseía rasgos muy parecidos a los de su madre. Ella lloró amargamente, aún sosteniéndola en sus brazos. Con lágrimas en sus ojos se acercó a la vegetación del río, en donde ya tenía oculta una pequeña cesta, lo suficientemente espaciosa para su hija. Días atrás había oído rumores sobre la exterminación del clan y quiso estar preparada.

A sus oídos llegaron los gritos desgarradores de quienes perecían en las manos de su asesino y ya no le quedaron dudas. Con todo el dolor de su corazón depositó a la bebé a salvo y, empujando suavemente la cesta, la miró irse corriente abajo.

Una explosión cerca la regresó a la realidad, se encontraba con el nivel del agua hasta las rodillas y, temiendo que él sospechara la salvación de alguien del clan, inmediatamente corrió río arriba, aún adentro del mismo. Sabía que si lo hacía por la orilla no podría explicarle el porqué de su ropa mojada. A pesar de tomar dicha decisión, debía andar contra la corriente, lo cual dificultaba su huida. Instantes después él la encontraba, cerca de un cerezo en flor.

Se acercó con lentitud y la miró de pies a cabeza, no tenía prisa en ello, puesto que sabía estaba a su merced. Ella tembló, mas el recuerdo de su hija a salvo la reconfortó. Lo vio acercarse más, adentrarse en las aguas lentamente y luego cerró los ojos, esperando todo fuera rápido. A la mitad de esa sangrienta noche un grito desgarrador se escuchó y pronto, las aguas se tiñeron de rojo escarlata.

Metros más abajo, movida suavemente por el vaivén del río, una cesta llevaba en su interior al único testigo de este hecho.

14 AÑOS DESPUÉS

-¡Akako! ¡Akako! ¿Dónde estás?

La voz de la chica sonaba por todo el bosque, tratando de encontrar a su compañera de entrenamiento. Hayashibara Akako era muy buena para correr por las ramas de los árboles, lo que le causaba una gran desventaja en su búsqueda, pero así como ella era la más rápida del pueblo, también Terada Akina era la mejor rastreando. Se sentó tranquilamente en una rama y olfateó, esperando hallar el olor de ella. Pronto descubrió su rastro y se apresuró a darle alcance.

Cuando la vio, se encontraba sentada bajo un árbol de cerezo, leyendo un libro de cocina, algo común en ella. Akina se acercó lentamente a su compañera y, molesta, le arrebató el libro de las manos. La adolescente le miró confundida y, después de reaccionar, se paró sumamente ofendida.

-¡¿Qué haces?

-¡Eso te pregunto yo! ¿Qué haces? ¿Un libro de cocina?

-Somos chicas, entiéndelo; en la aldea está prohibido que nos entrenemos con los chicos. Por si no lo sabías, nuestro examen final es de CO-CI-NA.

-¡No es justo! –se quejó mientras le devolvía el libro- ¡Los chicos pueden convertirse en grandes ninjas, pero nosotras estamos obligadas a ser amas de casa!

-La vida no es justa –contestó buscando la página en la que se había quedado- Lo mejor será que te pongas al corriente, papá se enfadará si descubre que Yutaro nos está entrenando a sus espaldas.

-Pero… ¡entiéndelo! ¡Hay más que sólo esta aldea! ¡Allá afuera hay un mundo lleno de aventuras! ¿O acaso quieres ser una simple ama de casa?

-¿Y qué sugieres? –preguntó sentándose de nuevo- ¿Qué te gustaría ser?

-¡Una kunoichi, por supuesto!

-¡Estás loca! –respondió, volviendo a su lectura.

-¡Por supuesto que no! ¡Muchas aldeas entrenan a las mujeres! Si tan sólo traspasáramos el bosque…

-¡Ni lo pienses! –la interrumpió- Está prohibido salir de la aldea. Ya sabía yo que no debía dejarte leer libros extranjeros. Escúchame bien: nuestra aldea se ha mantenido oculta e incomunicada del exterior para evitar una guerra innecesaria, es más, hasta dudo que sepan de nuestra existencia, por lo tanto, es imposible que conozcan nuestra localización. Nuestra mejor defensa es precisamente ésta, ¡que no se te olvide!

La chica dio por terminada la plática y retomó su lectura, Akina sabía que ya no conseguiría nada con seguir insistiendo y se fue de allí. Caminó lentamente de regreso a su casa, molesta por la respuesta de su amiga. A pesar de que el padre de Akako era el sensei de todos aquellos que soñaban con llegar a ser verdaderos ninjas, jamás aceptaría que una mujer lo fuese, ni siquiera su propia hija.

Para fortuna de ellas, Katow Yutaro se había ofrecido en enseñarles, entrenando los tres en la espesura y cobijo del bosque. Akako sólo pidió saber lo básico, para así defenderse en caso de muerte; pero Akina en verdad estaba deseosa de aprender más y más. Yutaro era el chico más fuerte de la aldea y, ante los ojos de los demás, el que probablemente se transformaría en el próximo Comandante Ninja, el máximo título en aquella aldea escondida.

Akina pateó una piedrecilla que había en el camino, desquitando su furia con ella, sin embargo, al recordar que jamás podría ser considerada una kunoichi, golpeó con tanta fuerza a la roca, que se perdió de vista, detrás de un arbusto.

-¡Itai! –gritó una voz.

La muchacha se llevó las manos a la boca, jamás había querido darle a nadie, pero al parecer así había sido. De entre el matorral se asomó la cabeza de un chico de dieciséis o diecisiete años, quien le miró molesto. Akina se acercó sumamente apenada para pedir disculpas.

-¡Lo siento! ¡No era mi intención pegarle!

El muchacho le contempló un momento, ella era bonita y estaba sola en el bosque, una muy mala combinación. Parecía que la adolescente no se había dado cuenta de ello, pues se había acercado demasiado, hizo una reverencia y, a continuación, desde un ángulo bajo, contempló al chico.

Cabello castaño, ojos grises y sonrisa seductora. Llevaba puesta ropa de combate por lo que debía ser un Ninja en entrenamiento, la banda en su cuello confirmaba lo anterior, puesto que era de color café, así que debía estar en el nivel 6.

-No se preocupe –contestó.

No pudo evitar mirarla con detenimiento: bonita, cabello azabache, largo y sedoso; ojos negros y boca fina. Usaba, extrañamente, un short negro y camisa ajustada blanca, sin mangas. Ella se irguió, dejando ver que no debía medir más de 1.50, quizás 1.53. Al instante descubrió que era la mejor amiga de su sensei y quitó de su cabeza cualquier mal pensamiento que instantes atrás albergara.

-Perdone la indiscreción pero… esas no son ropas propias de una dama –cuestionó, señalando su vestuario.

-¡Ahh! –se mortificó- ¡Por favor, no le diga a nadie! Simplemente quise salir a dar un paseo por el bosque y un kimono no era propio para ello.

-Debe inventar una mejor excusa. En la aldea esa ropa no se le daría a una mujer, así que: o la robó, o alguien la consiguió para usted. Sin embargo, ningún hombre usaría una vestimenta tan ajustada y, dado que su cuerpo es mucho más delgado que el del varón…

-¡Por favor! –lo interrumpió- No siga… de acuerdo, le diré la verdad. Yo… me siento más cómoda con el atuendo masculino, así que normalmente compro la tela y me hago la ropa a la medida. Soy muy cuidadosa, ya que siempre la uso debajo del kimono, pero este día hacía tan buen tiempo que…

-No se preocupe, no le diré a nadie. Pero, por favor, ponga atención a esos detalles, si la hubiese descubierto alguien más, inmediatamente le habrían arrestado. Por cierto, mi nombre es Ogawa, Kei.

-Terada, Akina.

El muchacho sonrió y, de la nada, sacó una flor silvestre, misma que le entregó a la chica. Ella la recibió sonrojada, puesto que era el primer obsequio que le daba un hombre que no fuera Yutaro. En ese instante, de entre los árboles surgió un chico de quince años, aproximadamente. También usaba ropa de combate negra, su cabello era azabache y sus ojos del color del ámbar. A diferencia de Kei, él tenía una banda azul marina amarrada en el brazo izquierdo. En sus manos llevaba un kimono blanco con flores de cerezo bordadas.

-¡Akina!, ponte rápido el kimono, Hayashibara-sensei viene para acá y se molestará si te ve vestida así.

La adolescente obedeció, dejando ver su bien formado cuerpo, que resaltaba con la prenda y, con rapidez, se recogió el cabello. Hábilmente se quitó las botas que llevaba y, en su lugar, se calzó las sandalias que le llevó el muchacho.

-¡Ya te dije que es muy peligroso que andes así en el bosque! –le regañó.

-Lo siento, Yutaro-kun… –se disculpó.

-¡Y tú! ¡Más vale que no digas nada de esto! –amenazó al chico que se encontraba observando- Sube.

Yutaro se agachó, lo suficiente para que ella se subiera a su espalda, así, trepó por el árbol más cercano y saltó entre las ramas, para dirigirse a la aldea. Kei los miró hasta que se perdieron, se llevó las manos detrás de la nuca y, sonriendo, dijo:

-Así que… ¿una kunoichi?

Mientras tanto, Akina se aferraba a la espalda de su amigo, quien estaba algo molesto con ella por poner su secreto en peligro, no le importaba lo que le pasara a él, pero sabía que si la aldea se enteraba de ello era probable que la encarcelaran y hasta la mataran.

Finalmente, paró en una de esas ramas, completamente seguro que nadie se encontraba lo suficientemente cerca para oírles. Soltó con brusquedad a la chica y apretó los puños, aún de espaldas a ella. Por su parte, ella no se movió, quedando sentada en la rama, dejó que sus pies colgaran sobre el ramaje y miró hacia abajo. Bien podía seguirle el ritmo al chico, pero hacerlo delante de Kei era corroborar que había estado entrenando.

-¡Baka! –rompió el silencio- ¡Te he dicho que no debes usar esa ropa a menos que tengas el kimono a la mano!

-Lo siento…

-¡Sentirlo no basta! –gritó aún de espaldas a ella.

-Yutaro-kun… no fue mi intención, estaba siguiendo a Akako y…

-¡Eso no importa! –respondió, volteando a verla- ¡¿Sabes lo preocupado que estaba por ti? Cuando vi que Hayashibara-sensei venía en esta dirección… tuve miedo…

-Los ninjas no deben temer… –susurró, desviando la mirada.

-¡Pues yo sí!... –mencionó, sujetando su rostro y obligándola a mirarlo- Tenía miedo… de perderte.

Ella abrió los ojos por la impresión. El muchacho se sonrojó e inmediatamente se agachó de nuevo, para volver a cargarla hasta la entrada de la aldea. Una vez allí, ella se bajó y emprendieron el recorrido a pie. Caminaron por las calles hasta llegar a la casa de Akina, en donde se despidieron con un beso en la mejilla, aunque eso estaba prohibido a menos de que estuvieran casados.

Yutaro continuó caminando hasta llegar al despacho de su sensei, quien ya le esperaba. Entró a la oficina, en donde estaban tres ninjas de banda morada, por lo tanto, de nivel 9. Hizo una reverencia ante ellos, como era la formalidad, después se paró y recibió un pergamino.

-Katow Yutaro, se le entrega este decreto, por medio del cual se le notifica que, por ser el mejor de su escuadrón y, próximamente Ninja de nivel 9, ha sido elegido como prometido de la señorita Hayashibara Akako, hija del actual Comandante Ninja.

Ante la noticia, el adolescente dejó caer el pergamino. Por un momento trató de meditar la situación: definitivamente no podía ser comprometido sin consultársele ¡y menos con la mejor amiga de la chica que le gustaba!

-¿E-Está… seguro de ello? –preguntó dudoso.

-Por supuesto –contestó el hombre, Ninja de Nivel 10- Nuestro Comandante Ninja sería quien le dijera la noticia, pero usted volvió antes que él, así que hube de hacerlo yo. Debería de sentirse alagado, la chica es parte de la familia más distinguida de la aldea y… ¿no me dirá que no es bella?

-Pero…

-¿Pero? –preguntó molesto, levantando una ceja.

-Es sólo que… ¿ya le preguntaron a ella si está de acuerdo?

Ante la pregunta realizada, el hombre y los tres ninjas comenzaron a reír, aunque no era correcto que lo hicieran, pues era una falta a su cargo. El más viejo de ellos, hizo un gesto para callarlos y, sonriendo, se dirigió al Ninja de nivel 8.

-Katow Yutaro… es aún muy ingenuo. Las mujeres deben de acatar órdenes y, si Hayashibara-sama le ordena a su hija este compromiso, no puede negarse, ¿entendido?

El chico respondió afirmativamente y, tras hacer una última reverencia, salió de allí, aún con el pergamino en las manos. Según le habían comunicado, la noticia sería dada a conocer formalmente ese misma noche, durante el informe semanal que rendían los ninjas a la aldea y seguramente Akina estaría allí. Suspiró cansado y se dirigió al parque, en donde trepó al árbol más grande, para sentarse en una de sus ramas y meditar acerca de lo que estaba pasando.

-No queda de otra… -mencionó al cabo de un rato- Deberé de huir con Akina.

Sacó un pequeño mapa de su portakunai y lo extendió para leerlo a la escasa luz del ocaso. Ese tipo de mapas estaban prohibidos en la aldea, puesto que mostraban los países fuera de la protección del Bosque del Silencio, como le decían a la zona que rodeaba el poblado, ya que allí los sonidos se perdían, sin ser escuchados por nadie. El adolescente verificó qué lugar sería mejor para esconderse, leyendo los nombres de cada sitio que les ofreciera protección. De pronto, sus ojos se posaron en la solución a sus problemas.

-Konoha… –murmuró.