ADAPTACIÓN. Ni los personajes ni la historia me pertenece, está adaptado por Martasnix.
"Guardias de Honor"
Capítulo 1
16 de agosto del 2001
La recepcionista de la pequeña pensione de la Rue Seguier apartó la vista del periódico cuando se abrió la puerta y entraron dos desconocidas. Pasaba de la medianoche, una hora poco habitual para la llegada de huéspedes, pero estaba acostumbrada a cosas poco habituales en St-Germain, el arrondissement de París famoso por sus artistas, filósofos, pioneros de la moda y, en tiempos más recientes, por los turistas. Las costumbres e inclinaciones de estos últimos eran inabarcables, y había aprendido a ocultar sus escasas reacciones de sorpresa o desánimo ante los hábitos de los huéspedes. No obstante, aquella noche sintió una repentina curiosidad. Dos mujeres con trajes de fiesta caminaron hacia ella sobre la gruesa alfombra. Distaban mucho de ser mujeres corrientes, incluso para los criterios de la Orilla Izquierda. Una era una rubia de belleza espectacular con un vestido de noche negro azulado que dejaba los hombros al descubierto y un chal de lentejuelas a juego, muy haute couture. Llevaba los espesos cabellos dorados recogidos en la nuca, y el maquillaje, sutil y aplicado con mano experta, se limitaba a realzar la belleza natural de los grandes y profundos ojos azules y los elevados pómulos. Tenía labios generosos y exuberantes, hechos para besar o para reír a carcajadas. En aquel momento se estaba riendo, mientras con los dedos de la mano derecha sujetaba en ademán posesivo el brazo de su acompañante. La otra mujer también era fascinante, pero de un estilo completamente distinto. Un poco más alta que su compañera rubia, llevaba una chaqueta ceñida y pantalones de esmoquin negros. Su oscuridad contrastaba con la claridad de la otra, no sólo en los colores, sino también en la innegable aura de intensidad que proyectaba. Sus cabellos marrones se rizaban sobre la nuca, mientras por delante una onda ingobernable que desafiaba cualquier tipo de arreglo acariciaba su frente. Sus ojos eran verdes y penetrantes, incluso desde el otro extremo de la habitación. La rubia se movía con la agilidad y gracia de una bailarina, pero aquella mujer, más enérgica y esbelta, avanzaba con la agilidad muscular de un depredador de la jungla. Cada una de ellas emitía un aire de vitalidad y fuerza animal, y juntas formaban una pareja asombrosamente atractiva. «Y no cabe duda de que son pareja. Se mueven al mismo ritmo, sus cuerpos apenas se rozan, pero se funden... Oh sí, están juntas.»
-Bonsoir. ¿En qué puedo ayudarlas?
-Queremos una habitación -dijo la agente del Servicio Secreto estadounidense Lexa Woods en perfecto francés. Miró a su acompañante y sonrió-. Algo privado y con vistas.
-Creo que tengo lo que buscan -respondió la recepcionista con un asomo de sonrisa. Se volvió y cogió una llave de los casilleros de madera que tenía detrás. El servicio de aquel hotelito, cuya decoración había conocido tiempos mejores, era personal y no había ordenadores. Reinaba cierto aire de intimidad en el pequeño vestíbulo, atestado de mobiliario de madera tallada y de lámparas de araña apagadas-. Desde su balcón se ve Notre Dame. Si llaman a recepción por la mañana, les subirán el desayuno.
Lexa miró a su amante con una ceja levantada mientras cogía su cartera.
-¿Te parece bien?
Clarke Griffin se movió y rozó con la cadera el muslo de Lexa mientras le acariciaba la espalda. Aunque pasaban juntas casi todas las horas del día, apenas podían tocarse. Así que en aquel momento disfrutaban hasta del más mínimo contacto.
-Perfecto.
Nunca habían pasado la noche juntas y a solas, al menos no realmente a solas, sin que hubiese vigilancia ante la puerta o alguien de servicio controlando su localización. Hacía más de medio año que eran amantes y se habían despertado la una en brazos de la otra menos de media docena de veces. Aquella noche, en la minúscula pensione de la ciudad del amor, por primera vez podían ser simplemente amantes.
-Aquí tienen. -La recepcionista entregó una llave a Lexa, que cubrió la breve tarjeta informativa que la acompañaba-. Segundo piso.
-Gracias -dijeron Lexa y Clarke al mismo tiempo antes de alejarse cogidas de la mano.
Octavia Blake estaba dormida cuando llamaron a la puerta de su habitación de hotel. Dio la vuelta en la cama con cuidado, procurando no lastimar el hombro izquierdo herido, y miró el despertador: las 2.12 de la madrugada. La agente del FBI espabiló casi al momento, totalmente despierta tras años entrenándose para pasar del sueño más profundo a la acción inmediata; se levantó a toda prisa, cogió la bata que estaba sobre una silla y se la puso con precaución. La herida de bala del hombro izquierdo estaba en vías de curación, y aunque le habían aconsejado dar reposo a la articulación el mayor tiempo posible, aprovechaba la menor oportunidad para prescindir del apoyo restrictivo del inmovilizador. No sólo le costaba trabajo vestirse con él puesto, sino que se sentía indefensa y vulnerable con un solo brazo en funcionamiento. Valía la pena sufrir un poco de dolor a cambio de poder defenderse si hacía falta. Segundos después miró a través de la mirilla de seguridad y se apresuró a descorrer la cerradura y a abrir la puerta con una amplia sonrisa.
-¿Qué haces aquí? Creí que esta noche estabas de servicio.
Raven Reyes se hallaba en el pasillo del hotel, levemente ruborizada, pero incapaz de disimular su alegría. Vestía la chaqueta y pantalones negros que había usado mientras estaba de servicio como agente principal del servicio secreto en el equipo de Clarke Griffin. Llevaba el arma en la funda de la cadera, prendida en el lado derecho del cinturón. Extendió la mano, encogiéndose de hombros, y ofreció a Octavia un pequeño ramo de rosas rojas y gipsófilas blancas.
-Casualmente pasaba por aquí.
Octavia, encantada, apoyó un hombro en el marco de la puerta y miró de arriba abajo a la joven agente castaña y musculosa, deleitándose como siempre en su aspecto sincero e íntegro.
-No esperaba verte durante una temporada. Al fin y al cabo, estoy de baja, pero tú tienes que trabajar.
-¿Ocurre algo? Bueno... ya sé que es tarde...
-Hum. No pasa nada. -Octavia extendió la mano para coger las flores y las acercó a la nariz, sonriendo de nuevo. Luego se hizo a un lado y señaló su habitación-. Entra.
Reyes entró en la habitación del hotel, con el corazón desbocado. El noviazgo era algo nuevo para ella, como cualquier tipo de relación, y una relación con una mujer ni siquiera se le pasaba por la imaginación un año antes. Pero todo cambió el día en que Octavia Blake fue destinada temporalmente al equipo de seguridad de Clarke Griffin. Durante la persecución de un terrible acosador que había amenazado con matar a Clarke y que casi había acabado con la comandante, Reyes se dio cuenta de lo mucho que quería a aquella mujer. Habían estado a punto de consumar su relación una semana antes.
-Me parece increíble que te hayas ofrecido voluntaria para trabajar otra noche. ¿Cuántas son... tres seguidas? -Octavia tenía una expresión desafiante cuando cruzó el salón para encararse con Reyes.
-Dos... bueno, dos y media, supongo, pero no me ofrecí voluntaria para la última noche -se apresuró a decir Reyes a modo de autodefensa.
-Permanecer levantada dos noches seguidas podría herir profundamente mi ego, ¿sabes?
-La situación es bastante complicada desde que la comandante y Egr... es decir, Clarke... procuran que no se note demasiado que pasan tiempo juntas -explicó Reyes, muy seria-. Resulta más fácil si yo...
-Raven, cierra el pico. -Octavia ejecutó la orden, tapándole la boca a Reyes.
El gritito de sorpresa de Reyes fue sustituido por un leve gemido cuando la lengua de Octavia acarició sus labios y se introdujo en su boca. Rendida, Reyes cerró los ojos y dejó que el calor y la ternura de las caricias la atravesasen hasta conmover la última célula. Cuando el beso acabó, Reyes abrió los ojos, confundida porque no podía centrar la vista. La cabeza le daba vueltas.
-Ha sido maravilloso -acertó a decir con voz temblorosa. De pronto, hacía mucho calor en el apartamento.
Octavia posó la mano sobre la mejilla de Reyes y apartó suavemente el pelo de la sien de su amiga con dedos agitados.
-Sí que lo ha sido. Y hay cosas mucho más maravillosas aún.
-No existe cupo ni nada por el estilo, ¿verdad? -Reyes deslizó los labios sobre los dedos que acariciaban su rostro.
-En absoluto -respondió Octavia con voz ronca y grave-. De hecho, creo que las reservas son inagotables.
-Me parece muy bien, porque voy a querer muchísimo.
-¿Ahora mismo?
-¿Y tu hermana? -Reyes apoyó las manos en la cintura de Octavia y se acercó hasta que los muslos de ambas se rozaron. Le agradó comprobar que también Octavia estaba un poco nerviosa.
-Es poli de siete a siete. Y no nos molestará si estamos... dormidas cuando llegue.
-Sí, pues entonces ahora sería genial. -A Reyes le preocupaba que no le respondiesen las piernas si esperaban mucho más, porque estaba empezando a temblar de arriba abajo.
-¿Estás segura? -No había el menor rastro de ironía en el tono de Octavia, sólo una amable pregunta, llena de paciencia, ternura y dulce deseo.
-Tengo muchísimas ganas de hacer el amor contigo -confesó Reyes, cuyo cuerpo vibraba de ganas-. He querido tocarte desde siempre.
Octavia soltó un brusco suspiro.
-No puedo esperar más.
Reyes la abrazó por la cintura, y antes de besarla susurró:
-Pues no esperemos.
En el dormitorio, Octavia se inclinó para soltar la correa que sujetaba el arma contra su pecho. Le temblaba la mano.
-¿Te ayudo? -Reyes tenía seca la garganta y la voz ronca.
Octavia asintió, sonriendo tímidamente.
-Sería mejor.
Reyes se acercó y comenzó a quitar con mucho cuidado el arnés de restricción.
-¿Esto es seguro?
-Qué parte?
Había un matiz en el tono de Octavia que obligó a Reyes a alzar la cabeza bruscamente y a rebuscar en las profundidades de los ojos verdes de Octavia.
-¿Ocurre algo?
-Estoy nerviosa -confesó Octavia-. Eo... no sé por qué.
-¿Has cambiado de idea? -Reyes trató de hablar con voz normal—. ¿Nerviosa? Más bien aterrorizada.
-Eres especial -susurró Octavia, cuyos dedos aletearon sobre el rostro de Reyes-. Quiero... Oh, Dios... te parecerá estúpido. Casi prefiero esperar hasta que sepamos adónde nos llevará esto.
-¿Te refieres a algo más, aparte de la cama?
Octavia asintió de nuevo sin decir nada.
-No me parece estúpido. -Conmovida y, en cierto modo, aliviada, Reyes agarró a Octavia por la cintura. Su cuerpo estaba a punto y creía que su corazón también. Pero sólo habría una primera vez para ella-. Suena... precioso. -Tomó aliento con dificultad-. No me importa esperar.
-¿De verdad?
Reyes esbozó una débil sonrisa.
-Bueno, sí... me importa... pero no importa. ¿Me entiendes?
-Hum. -Octavia le dio un prolongado beso-. Sí, te entiendo.
Aunque ambas se habían vuelto atrás, Reyes temía que Octavia también cambiase de idea acerca de estar con ella. Sin embargo, quería que su relación amorosa fuese algo más que el mero placer físico. Había experimentado el salvaje estremecimiento durante unas horas de frenesí una noche con Clarke Griffin, y aunque había sido algo maravilloso y memorable, ansiaba mucho más de Octavia Blake. No sabía muy bien qué señal esperaba, pero le parecía que esperar era lo correcto. Y para Raven Reyes hacer lo correcto resultaba fundamental. Por tanto, se lo tomaría con calma aunque nunca pasasen de la etapa de los besos. «Y me muera por falta de oxígeno y se me hinchen horriblemente todas las partes del cuerpo.»
-Aún no me has explicado qué haces aquí -dijo Octavia, cogiendo uno de los vasos de plástico y dirigiéndose al cuarto de baño para llenarlo de agua.
-La comandante nos dio libre el resto del turno -respondió Reyes, yendo a la habitación contigua-. Ya sé que es tarde, pero fuera está todo precioso y me pareció... que tal vez te gustase salir a pasear.
-¿Pasear? -Octavia se volvió, con la cabeza ladeada y una expresión de desconcierto en el rostro-. ¿Te presentas en plena noche y me preguntas si me apetece salir a pasear?
Reyes, un tanto dudosa, pero decidida a insistir, asintió con gran seriedad.
-Supongo que debería haber llamado...
Octavia se apresuró a salvar la distancia que las separaba y abrazó a Reyes por el cuello, acallando las palabras que iba a decir con un beso. Después de disfrutar de la ternura de la boca de Reyes y de calmar un poco el hambre que siempre la asaltaba cuando imaginaba cómo sería sentir el poderoso cuerpo de Reyes sobre el suyo, apartó la boca y se rió.
-Me parece maravilloso. Voy a vestirme.
-¿Qué tal tu brazo? -preguntó Reyes cuando recuperó el aliento. Los besos de Octavia siempre la cogían desprevenida, igual que cuando la tocaba en cualquier parte. Pasaba muchas horas del día imaginando que tocaba a Octavia y que Octavia la tocaba a ella.
-Mejor.
-¿Te ayudo? -se ofreció Reyes con dobles intenciones.
Octavia alzó una ceja.
-¿Puedo confiaren ti?
-Ah... -Reyes se encogió de hombros y sonrió-. En los días buenos. Más o menos.
-¿Te encuentras bien? -preguntó Octavia dulcemente, fijándose en la expresión reservada de Raven. Deslizó los dedos sobre las amplias mejillas hasta la potente mandíbula, y luego en torno al exuberante labio inferior-. Eres preciosa.
Reyes se puso colorada y bajó la cabeza.
-No -repuso con voz ronca-. Tú eres preciosa. Yo sólo soy... útil.
-¿Útil? Hum -Octavia se rió, posando la mano en medio del pecho de Reyes, sin reprimir la necesidad de tocarla-. Eso habrá que verlo, ¿no crees?
Reyes miró a Octavia a los ojos y vio en ellos el mismo deseo que sabía que transmitían los suyos.
-Sí, supongo que sí, algún día.
Octavia retrocedió, porque si hacía algo más no podría parar. Había conocido a otras mujeres, pero sin mantener ninguna relación seria desde tiempos ya lejanos, y las aventuras recientes no habían pasado de ser diversiones mutuas. Primero la Academia del FBI y luego las exigencias de abrirse camino en el mundo competitivo y varonil de la Agencia habían consumido no sólo todo su tiempo, sino también toda su energía. No se había dado cuenta de cuánto echaba de menos una relación humana que fuese más allá del contacto físico hasta que apareció Raven con su pura sinceridad y su tierna compasión. En aquel momento, aunque deseaba con todas sus fuerzas tener a Raven entre sus brazos, en su cama, prefería esperar hasta cerciorarse de que era algo más que otro momentáneo desahogo en medio de la soledad. La espera resultaba a veces muy sacrificada, pero por otro lado disfrutaba con la dulce ilusión.
-Siéntate -dijo Octavia en tono amable-. Estaré lista en cinco minutos.
Reyes, obediente, retiró una de las sillitas que estaban junto a la minúscula mesa situada delante de la ventana.
-Así que Egret está bien abrigadita esta noche, ¿verdad? -preguntó Octavia en tono informal mientras sacaba los vaqueros y una camisa limpia del armario. Egret era el nombre en clave de Clarke Griffin, el que solían utilizar los agentes para referirse a ella.
-Yo... esto... -dudó Reyes, resistiéndose a hablar de su protegida incluso con la mujer que formaba parte del equipo igual que los agentes del servicio secreto que cuidaban a Clarke diariamente. Octavia había estado a punto de morir al frustrar un plan para matar a la hija del presidente. El silencio de Reyes no se debía a la desconfianza, sino a una arraigada costumbre.
-¿Raven? -Octavia alzó los ojos mientras introducía con mucho cuidado el brazo herido en una manga-. ¿Ocurre algo?
Reyes desvió la vista de la piel que quedó al descubierto cuando Octavia se inclinó para ponerse los vaqueros. Octavia no se abrochó la camisa, que apenas tapaba sus pechos. Su piel color café, suave y tersa, invitaba a la caricia.
-Yo...
-¿Algún problema? -repitió Octavia con la cabeza inclinada y un matiz de curiosidad en la voz.
-No, ningún problema. -Reyes despejó las ideas y continuó-: La comandante está con ella. Ellas... se han tomado un tiempo para asuntos personales.
Octavia se abrochó la camisa y se enfundó los vaqueros, protegiendo siempre el brazo izquierdo.
-¿En serio? Eso es una violación del protocolo, ¿no?
Reyes se encogió de hombros, incómoda.
-Sí y no. Las acompañamos durante gran parte del trayecto, y la comandante está con ella.
-Me parece como si estuviesen haciendo novillos. -Octavia se calzó los mocasines-. Y me alegro por ellas. Han vivido un verdadero infierno los últimos seis meses y merecen un tiempo a solas, para disfrutar la una de la otra.
Cruzó la habitación, se acercó a Raven y le tendió la mano.
-Como nosotras. Vamos, salgamos a pasear por esta preciosa ciudad.
Con un ágil movimiento Reyes se levantó y deslizó un brazo en torno a la cintura de Octavia. Se inclinó y la besó con ternura. El beso no acabó hasta que recorrió el interior de los labios de Octavia, no una vez, sino varias. Reyes se apartó y asintió, casi sin aliento.
-Sí, salgamos.
Como si lo hubieran planeado, Lexa y Clarke se detuvieron ante la puerta de la habitación 213 y se miraron. Lexa alzó una mano y acarició la mejilla de Clarke con el dorso de los dedos.
-Te amo.
Clarke inclinó la cabeza y dio un prolongado beso a Lexa antes de apretar con fuerza la mano de su amante.
-Yo también te amo.
Lexa abrió la puerta, y ambas atravesaron el umbral. Clarke se volvió y corrió la cadena de seguridad, luego se adentró en la habitación iluminada por la luna y rodeó con los brazos el cuello de su amante, apoyando la mejilla en el pecho de Lexa. Con una voz impregnada de asombro, murmuró:
-Me parece increíble que estemos aquí. Ojalá supieras cuántas veces he soñado con esto.
-Lo sé. -Lexa enlazó los brazos sobre la cintura de Clarke, la atrajo hacía sí y posó la mejilla sobre la cabeza de la joven-. Yo también.
-Me gustaría... -suspiró Clarke, sabiendo que el deseo sólo producía decepción. Era quien era, y eso la condicionaría durante toda su vida. Era la única hija del presidente de los Estados Unidos. Cuando su padre dejase el cargo, el peso y el privilegio de esa responsabilidad seguiría existiendo. Sabía que su notoriedad acabaría por difuminarse, pero tardaría mucho tiempo. Su padre estaba en el primer mandato y probablemente habría un segundo. Estaría expuesta ante la opinión pública (o ante la fuerza de un huracán) durante los próximos años-. Lo siento. Me prometí a mí misma no arremeter contra los molinos.
-No me digas. -En la voz de Lexa había una mezcla de incredulidad y sarcasmo.
-Cállate. -Clarke dio un manotazo fingido al pecho de Lexa, y luego posó la cabeza en el hombro de su amante-. Desde que hablamos con mi padre, y él asimiló tan bien nuestra relación, me pareció que lo mínimo que podía hacer era dejar de enfadarme continuamente con él por algo que no está en sus manos evitar.
-Me alegro. -Si Clarke no se tomaba tan a pecho las restricciones que exigía su vida en las altas esferas, el trabajo de Lexa como jefa de su equipo de seguridad sería mucho más fácil. Aunque lo fundamental era, sin duda, que Clarke tuviese una vida más feliz y mucho más segura. En esencia, eso era lo que más importaba a Lexa-. ¿Significa que dejarás de poner a prueba por sistema a tu equipo de seguridad?
-Nunca quise perderte -murmuró Clarke mientras rozaba con los labios la parte inferior de la mandíbula de Lexa. Meneó con aire sugerente las caderas contra el esbelto cuerpo de su amante mientras su boca buscaba la de Lexa-. Sólo que jamás pensé que conseguiría tenerte para mí sola.
-Pues ahora me tienes -susurró Lexa, besando a Clarke en la frente. Estiró una mano para abrir el broche tras la nuca de Clarke y guardó en el bolsillo la joya de oro macizo. Deslizó la misma mano bajo los cabellos de Clarke y hundió los dedos entre los espesos e ingobernables mechones, adorando el suave peso del pelo sobre su palma. Le encantaba percibir a Clarke-. Te amo.
Clarke pensaba que jamás se cansaría de oír aquellas palabras. No lo había previsto ni deseado conscientemente. Había pasado la mayor parte de su vida adulta evitando compromisos y complicaciones, decantándose por conservar el anonimato en la única esfera que controlaba: su vida privada. Lo había logrado despistando sistemáticamente a su equipo de seguridad y escabulléndose para sumirse en relaciones anónimas que no le afectaban emocionalmente. Aunque no había pretendido ponerse en peligro de forma consciente, sus actos la habían colocado al borde del mismo más de una vez. No obstante, se consideraba independiente y afortunada, aunque no demasiado feliz. Todo aquello cambió el día en que la comandante Lexa Woods entró en su ático y la informó de las nuevas reglas del juego: las reglas de Lexa.
-Me sigue pareciendo mentira lo que has hecho conmigo-. «Me has hecho desearte muchísimo, necesitarte muchísimo. Jamás pensé que llegaría a sentir algo así.» Clarke cabeceó, se apoyó en el círculo que describían los brazos de su amante y contempló los ojos verdes que no se apartaban de los suyos-. No sé cómo ha conseguido colocarme en una situación tan desfavorable, comandante.
-¿Oh? -Lexa bajó la cremallera de la espalda del vestido de Clarke e introdujo la mano bajo la tela para acariciar la suave y cálida carne. Sus dedos se demoraron sobre el hueco de la base de la columna de Clarke y luego descendieron hacia la suave protuberancia de firme musculatura. Se le agarrotó el estómago, como siempre que tocaba a Clarke. La excitación seguía al hechizo y la necesidad se retorcía en sus entrañas-. Dios, te deseo.
-Lexa -murmuró Clarke, abriendo los broches de la camisa de fiesta de Lexa y depositando cuidadosamente cada perlita engastada en plata en el bolsillo de Lexa. Liberó la camisa blanca almidonada de la cinturilla de los pantalones de seda y separó la tela para dejar la piel al descubierto. Con un suspiro puso la palma de la mano en medio del pecho de su amante y deslizó las uñas hasta la mitad de su cuerpo, sonriendo con satisfacción al sentir la respuesta de Lexa-. Me encanta hacer que me desees.
-No tienes que hacer nada para eso. -El ansia impregnaba la voz de Lexa. Con manos temblorosas desprendió el vestido de los esculturales hombros de Clarke y lo soltó, dejándolo caer en pliegues de color azul noche a sus pies. Los pechos de Clarke estaban desnudos; sólo llevaba un tanga de satén negro y el fino liguero de encaje que sujetaba sus medias de seda. La cabeza de Lexa dio vueltas cuando la sangre se agolpó en la boca de su estómago y bajó hasta sus muslos. Gimiendo, deslizó las manos sobre la espalda de Clarke para abarcar sus nalgas y apretarla contra sí-. Te he echado de menos.
-Tres días sonriendo a desconocidos y dándoles conversación, cuando lo único que quería era estar a solas contigo... -Clarke metió las manos bajo la camisa de Lexa y buscó sus pechos, piel ardiente contra piel ardiente-. Por poco me muero.
-¿Y cómo crees que me sentía yo? -Lexa respiraba con dificultad mientras sus pezones se erizaban entre los dedos juguetones de Clarke. Con manos temblorosas soltó el liguero y deslizó la seda sobre la delicada piel-. Viendo cómo te miraba todo el mundo, todos los hombres y unas cuantas mujeres.
Y mientras las manos acariciaban la carne encendida, sus labios se encontraron por primera vez desde que habían entrado en la habitación. Sin dejar de explorarse y de reclamarse mutuamente con besos hambrientos, desabrocharon botones, bajaron cremalleras y arrojaron las últimas barreras de ropa al suelo, descalzándose hasta quedar desnudas, fundidas la una con la otra.
-Llévame a la cama -pidió Clarke sin dejar de mover las caderas.
-Sí, sí. -La habitación era pequeña, y la cama estaba a pocos metros. Sin pensarlo siquiera, Lexa puso el brazo tras las piernas de Clarke, la alzó y la llevó a la cama. Acto seguido se colocó sobre el cuerpo de Clarke, gimiendo ante el primer contacto completo-. Oh, sí... ¡cuánto te he echado de menos!
Clarke se arqueó para recibir el peso de su amante, y las piernas de ambas se entrelazaron, fundiendo calor con calor.
-¡Oh, Dios!
-¡Qué bien estás!
-¡Cuánto te deseo!
-Te amo.
Mientras el claro de luna las envolvía y el mundo se difuminaba, se entretuvieron, jugaron, se solicitaron y tomaron hasta llegar al borde del abandono.
-Lexa -suspiró Clarke cuando la pasión surgió de sus entrañas, apoderándose de su alma y borrando la razón-. Oh, Lexa.
-Te amo -susurró Lexa al notar que el orgasmo sacudía a su amante, sintió la oleada de sangre y los músculos que se tensaban bajo sus dedos, y notó la frenética sacudida de los dos corazones al fundirse. Cerró los ojos y acarició lentamente a su amante, con paulatina intensidad, recorriendo hasta el último resquicio del deseo de Clarke. Mientras Clarke gritaba y luego gemía en sus brazos, Lexa se abandonó a su propio placer con un suspiro de gratitud y asombro. Por primera vez, durante unas cuantas horas robadas, disfrutaron de la libertad de ser sólo dos mujeres enamoradas.
